Flashman y la montaña de la luz (36 page)

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Authors: George MacDonald Fraser

Tags: #Humor, Novela histórica

BOOK: Flashman y la montaña de la luz
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Como era nuevo en aquellas lides, esperaba que dieran media vuelta de inmediato, en sangriento…, pero estaban lejos de nuestra vista, atacando las defensas de nuevo y avanzando hacia Firozabad como un puño de acero, y a eso de mediodía no había ni un punjabí vivo en la posición y les habíamos tomado setenta cañones. No me pregunten cómo… Dicen que algunos de la infantería del khalsa habían desertado por la noche, y el resto estaba desorientado porque Lal Singh y sus amigos habían volado y los
akalis
clamaban por su sangre… Para mí que eso no lo explica todo. Seguíamos sin superarles en número, y tenían la ventaja de la defensiva, y siguieron disparando sus cañones hasta el final… Así que, ¿cómo les vencimos? No lo sé, yo no estaba allí… Tampoco entiendo lo de Alma y Balaclava y Cawnpore y sí que estuve allí metido de lleno, y no fue culpa mía.

No soy uno de esos tipos chovinistas y no juraré que los soldados británicos son más valientes que los demás… Ni siquiera, como dijo Charlie Gordon, que son valientes durante un ratito más que los otros. Pero sí juraré que no hay soldado en la tierra que crea con tanta fuerza en el coraje de los hombres que le rodean…, y eso vale una división extra en cualquier situación. A menos que no estén junto a

, claro está.

Toda la mañana siguieron llegando heridos, pero menos que el día anterior, y ahora estaban exultantes. Dos veces habían batido al khalsa a pesar de todos los pronósticos, y no habría un tercer Firozabad, no con las fuerzas de Lal en franca huida hacia el Satley, y nuestra caballería supervisando su retirada.


Tik hai
, Johnnie! —rugía un sargento del 29, cojeando junto a un
naik
de la infantería nativa; entre los dos tenían sólo dos piernas buenas, y usaban sus mosquetes como muletas—. ¿Quién va a traer un chupito de ron para mi Johnnie? Disparaste demasiado lejos en Moodke, pero te has ganado tu chapatti hoy, ¿verdad, amigo negro? —Y todo el mundo rugió y lanzó vítores y les ayudó, al rufián de cara roja y cabeza de estopa y al elegante moreno bengalí, ambos sonriendo con la misma luz salvaje en los ojos. Eso es la victoria… Estaba en todos los ojos, incluso en los de aquel pálido y joven corneta del Tercero de Ligeros con el brazo amputado desde el codo, rabiando mientras se lo llevaban a escape, y los de aquel soldado con un corte de
tulwar
en la mejilla, salpicando sangre a cada palabra mientras me contaba que Gough estaba atrincherado en las posiciones
sijs
por si había un contraataque, pero no había que temer aquello.

—¡Hemos acabado con ellos; señor! —gritó, y los ribetes amarillos de su casaca estaban tan rojos como el resto, teñidos con su propia sangre—. ¡Creo que no dejarán de correr hasta que lleguen a Lahore! ¡Tendría que haberles oído vitorear al viejo Daddy Gough! Buen chico, ¿verdad? —Me miró, apretando un sucio trapo contra su herida—. ¿Está usted bien, señor? Parece bastante hecho polvo, si me permite decírselo…

Tenía razón. Yo, que no me había acercado siquiera a la línea de fuego y me había mantenido en todo momento a salvo, estaba de pronto a punto de desmayarme allí sentado. Y no era el calor, ni la excitación, ni ver los dientes de aquel hombre asomando por su mejilla (la sangre de los demás no me preocupa mucho), o los gritos que venían del
basha
del hospital, o el hedor de sangre rancia y humo acre de la batalla, o el dolor sordo de mi tobillo… ¡Nada de eso! Creo que era el hecho de saber que al fin se había acabado todo, y que podía descansar de la entumecedora fatiga que había ido acumulando a lo largo de una de las peores semanas de toda mi vida. Había dormido sólo una noche de cada ocho, contando desde la primera que había pasado fornicando con Mangla; luego vino mi aventura con el khalsa, cruzar el Satley, la cabalgada desde Lal y Tej a Firozpur, la vigilia mientras escuchábamos el ruido distante de Moodkee, el precario adormilamiento después de que Broadfoot me hubiera dado las malas noticias, la espantosa marcha hacia Misreewallah y, finalmente, la primera noche de Firozabad. Oh, sí, yo era más afortunado que la mayoría, pero me había agotado para nada… y ahora que había pasado y estábamos a salvo, podía dejarme caer de mi taburete en el
charpoy
, olvidado del mundo.

Cuando estoy cansado como un perro y conmocionado tengo espantosas pesadillas, como si hubiera comido queso y langosta, pero aquélla las superaba a todas, porque me vi caer lentamente desde el
charpoy
a un baño de agua caliente, y cuando me daba la vuelta, veía un techo pintado con las imágenes de Gough, Hardinge y Broadfoot, todos vestidos de príncipes persas, tomando la cena con la señora Madison, que volcaba su vaso y vertía aceite por encima de mí, y eso me ponía tan resbaladizo que no podía esperar a transferir todo el legado de Soochet, moneda a moneda, desde mi ombligo al de la reina Ranavalona, mientras ella me clavaba con agujas en una mesa roja de billar. Entonces ella empezaba a darme puñetazos y sacudirme, y yo sabía que estaba tratando de hacer que me levantara porque Gough me llamaba, y cuando dije que no podía, porque tenía el tobillo herido, el llorado doctor Arnold, vestido con un
pugaree
de tartán verde, vino en un elefante, gritando que me iba a llevar con él, porque el jefe necesitaba una traducción al griego de
Crotchet Castle
en el acto, y si no se la daba a Tej Singh, Elspeth cometería
suttee
. Entonces yo le seguí, flotando por una gran llanura polvorienta, olía a quemado por todas partes y caían pavesas como copos de nieve. Vi terribles caras barbudas de hombres muertos, manchados de sangre, y cadáveres por todas partes, con espantosas heridas desde las cuales salían sus entrañas y se esparcían en el suelo que era de color escarlata, y había grandes cañones caídos de lado o hundidos en socavones del suelo, y por todas partes las ruinas calcinadas de tiendas, carros y chozas, algunos de ellos en llamas todavía.

Había un espantoso tumulto, muchos cañonazos, gritos, sonidos de disparos que daban en el blanco, repiqueteo de mosquetería y tocar de cornetas. También había voces que gritaban por todas partes, en una gran confusión de órdenes: «¡Por secciones, derecha, marchen, al trote!» y «¡Batallón, alto! En línea… ¡media vuelta a la izquierda!» y «¡Pelotón Siete, a la derecha, adelante!». Pero Arnold no se detenía, aunque yo le gritaba, y no podía ver dónde estaban las tropas, porque el caballo en el que yo galopaba iba demasiado deprisa, y el sol me daba en los ojos. Levanté la mano izquierda para protegerme, pero los rayos del sol me quemaron terriblemente, causándome tal dolor que di un grito, porque tenía una quemadura en la palma, y me agarré a Arnold con la otra mano… De repente él se convirtió en el loco Charley West, que me sujetaba por los hombros y me gritaba que aguantase, y de una herida junto al pulgar de mi mano izquierda estaba manando sangre, sentía un agudo dolor y noté como si todo el infierno se cerrara en torno a mí.

Ése fue el momento en que me di cuenta de que no estaba soñando.

Un eminente médico me ha explicado después que el agotamiento y el esfuerzo me indujeron un estado similar al trance cuando caí en el
charpoy
, y que mientras mis pesadillas se convertían en realidad, yo no volví en mí propiamente hasta que me hirieron en la mano… que es la parte del cuerpo donde el dolor se siente de forma más inmediata, como debería saber ya, porque me han herido en muchas otras. Entre tanto, el loco Charley me había despertado, me ayudó a montar (con mi tobillo malo y todo) Y los dos cabalgamos a uña de caballo entre la carnicería de la reciente batalla hasta la posición de Gough, más allá del pueblo de Firozabad… Todo lo que yo había captado eran esas dispersas imágenes que acabo de describir. Los matasanos tenían un impresionante nombre médico para esto, pero dudo que haya uno para lo que sentí cuando me agarré la mano herida para contener el dolor, y me di cuenta de lo que me rodeaba.

Delante de nosotros estaban dos tropas nativas de artillería a caballo, disparando tan rápido como podían cargar, los pequeños servidores morenos saltando a un lado para evitar el retroceso, el estallido de las descargas haciendo tambalearse a mi caballo por su simple violencia. A mi izquierda había un irregular cuadro de infantería británica —el Noveno, porque vi la insignia con un penique en sus chacós—, y más allá otros, cipayos y británicos, arrodillándose y poniéndose de pie, con las filas de reserva detrás. A mi izquierda lo mismo, más cuadros, inclinados hacia atrás en un ligero ángulo, con sus colores en el centro, como los cuadros de Waterloo. Cuadros rojos, con remolinos de polvo, y los disparos silbando por encima de sus cabezas o atravesándolos con un ruido como un trueno; los hombres caían, a veces de uno en uno, a veces chocando entre sí cuando un tiro hacía blanco entre las filas; vi a un gran grupo, de seis filas de ancho, cortado por la metralla en un rincón y el aire que se llenaba de surtidores rojos. Ante mí, un cañón de repente se puso vertical, con la boca partida como un tallo de apio, y luego se derrumbó con una espantosa mezcolanza de hombres caídos y caballos heridos. Fue como si un vendaval de lluvia de acero estuviera barriendo las filas, viniendo de quién sabe dónde, porque el polvo y el humo nos envolvían. El loco Charley tiraba de mi brida, azuzándome para que siguiera.

No existe momento alguno en que el miedo y el dolor no importen, pero a veces la conmoción es tan fuerte que no se puede pensar en ellos. Un momento así es aquél en el que uno se despierta y se encuentra con una buena artillería a tiro, disparando hasta hacerte pedazos. No se puede hacer nada, no hay tiempo siquiera para esperar no ser herido, y no puede uno echarse al suelo y quedarse allí tirado gimiendo… cuando uno se encuentra junto al propio Paddy Gough en persona y él se quita el pañuelo del cuello y te dice que te lo envuelvas alrededor de la aleta y le prestes atención.

—¡Ponga el dedo en el nudo, hombre! Así… Ahora, mire allí y fíjese bien en todo lo que vea…

Tiró apretadamente del vendaje y señaló, y a través de las lágrimas de angustia y terror yo miré más allá de las nubes de polvo que se iban posando.

A un kilómetro de allí, la llanura estaba repleta de hombres a caballo. Los equipos de artillería que habían estado protegiéndonos, ligeros obuses de campaña y piezas más pesadas, se desplazaban a través de las filas de una gran marea de caballería que avanzaba trotando hacia nosotros, rodilla con rodilla. Debían de haber quinientos metros de ala a ala, con regimientos de lanceros en los flancos, y en el centro los pesados escuadrones con casacas rojas y blancas,
tulwars
al hombro, el sol bajo brillando en los pulidos cascos desde los cuales sobresalían unas tiesas plumas como peines escarlata, y sólo cuando recordé aquellas mismas plumas en Maian Mir me di cuenta del horror de lo que estaba viendo. Aquellas líneas eran de la caballería
sij
, y estupefacto y apenas medio despierto como estaba, supe que eso sólo podía significar una cosa, aunque era imposible: nos estábamos enfrentando al ejército de Tej Singh, la crema de los treinta mil hombres del khalsa, que se suponía que estaban a kilómetros de distancia vigilando inútilmente Firozpur. Ahora estaban allí…, al otro lado de la nube de hombres a caballo que se aproximaban, podía ver las apretadas filas de infantería, regimiento tras regimiento, con los grandes cañones y los elefantes ante ellos. Y nosotros apenas éramos diez mil, exhaustos después de tres batallas que nos habían diezmado, y sin comida, ni agua, ni municiones.

Los historiadores dicen que en aquel preciso momento, mientras la vanguardia del khalsa iba directamente a por nosotros, acabaron las tres centurias de la India británica. Quizás. Fue seguramente el momento en el que el pequeño y maltratado ejército de Gough vio cara a cara una muerte cierta y su total destrucción. Pero fuera cual fuese la situación que marcase nuestro destino posterior, un hombre hizo cambiar las cosas allí, en aquel mismo momento. Sin él, nosotros (y quizá toda la India) habríamos sido barridos y convertidos en sangrientos despojos. Apuesto a que nunca han oído hablar de él. Es el general de brigada olvidado, Mickey White.

Ocurrió en unos segundos. Mientras yo me secaba el sudor de la frente y miraba de nuevo, tocaron las cornetas a lo largo de esas filas de caballería khalsa que avanzaban, los
tulwars
se alzaron en una ola de acero y el gran bosque de puntas de lanza se espesó mientras el trote se convertía en galope. Gough rugía a nuestros hombres que se mantuvieran firmes, y yo oí a Huthwaite gritar que los cañones estaban en el último tiro, y los mosquetes de los cuadros de infantería se convirtieron en una erizada valla de bayonetas que se mantendría baja mientras el magnífico mar de hombres y caballos nos tragaba. Nunca vi nada parecido en mi vida, yo, que presencié la gran carga contra los Highlanders de Campbell en Balaclava, pero aquellos eran sólo rusos, mientras que éstos eran los padres de los guías, los Probyn y los lanceros bengalíes, y lo único que les detuvo fue un soldado de caballería tan bueno como ellos mismos.

Él estaba allí y eligió el momento adecuado. Unos segundos más y el galope se habría convertido en carga… Pero en aquel momento sonó una trompeta a la derecha, y cabalgando ante nuestros cuadros vinieron los restos de nuestra propia división montada, las casacas azules y los sables del Tercero de la Caballería Ligera y los negros gorros y lanzas de la caballería nativa, con White a su cabeza, lanzándose a la carga contra el flanco del enemigo. Ellos no tenían efectivos suficientes, no tenían peso, y estaban agotados, hombres y bestias… pero eligieron el momento adecuado para conseguir la perfección, y en un parpadeo la carga del khalsa se convirtió en una enmarañada confusión de bestias que retrocedían y jinetes caídos y acero relampagueante mientras los de la Brigada Ligera se clavaban en su corazón y los lanceros
sowar
barrían su frente.
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Mis lectores femeninos y civilizados se preguntarán cómo pudo ocurrir semejante cosa: que una pequeña fuerza de hombres a caballo fuera capaz de confundir a otra mucho mayor. Bueno, ésa es la belleza del ataque de flanco: piensen en seis tipos decididos corriendo hacia delante en línea, y girando con un habilidoso quiebro de repente desde el hombre del final, hacia un lado. Los otros pierden el orden cayendo uno sobre otro, y aunque están seis a uno, cinco de ellos no pueden llegar hasta su atacante. En el mejor de los casos, un movimiento de flanco puede «envolver» al enemigo como una persiana, y aunque la carga de White no lo hizo, alteró bastante su curso, y cuando le ocurre eso a la caballería formada, el momento adecuado se ha desvanecido y unos buenos jinetes sueltos pueden hacer maravillas con ellos.

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