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Authors: George MacDonald Fraser

Tags: #Humor, Novela histórica

Flashman y la montaña de la luz (31 page)

BOOK: Flashman y la montaña de la luz
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Por entonces yo ya había ordenado un poco mis pensamientos, al menos en lo que concernía al dilema de Firozpur. Había siempre un centenar de buenas razones para no hacer nada, y ya había pensado un par de ellas, pero primero debía obtener información. Le pregunté cuántos hombres estaban preparados para el ataque.

—A mano, veintidós mil de caballería… están acuartelados a apenas dos kilómetros de Firozpur, con las líneas enemigas a la vista. Y Littler sahib tiene apenas siete mil. ¡Sólo un regimiento británico, y el resto cipayos, dispuestos a desertar! Eso lo sabemos por algunos que ya se han cambiado de bando —echó un trago y los dientes castañetearon en el borde de su copa—. ¡Podemos vencerles en una hora! ¡Hasta un niño lo vería!

—¿Les ha mandado mensajeros?

—¡Como si pudiera atreverme! ¿En quién voy a confiar? Esos bastardos del khalsa ya me miran con suspicacia… Si, además, sospechan que trato con el enemigo… —Puso los ojos en blanco y lanzó al aire su copa en un ataque de ira—. ¡Y esa zorra borracha de Lahore no me manda ninguna ayuda, ninguna orden! Mientras ella copula con sus criados, yo temo a cada momento ser asesinado como Jawaheer…

—¡Vamos, visir, escúcheme! —dije yo ásperamente, porque sus gimoteos estaban empezando a provocarme temblores—. Tiene que rehacerse, ¿me oye? Su situación no es en absoluto desesperada…

—¿Ve usted una salida? —Tembló él, y me agarró de nuevo—. ¡Oh, mi querido amigo, yo sabía que usted no me fallaría! ¡Dígame, dígame… y déjeme que le abrace!

—Quieto ahí. ¿Qué está haciendo Littler?

—Reforzando sus líneas. Ayer salió con su guarnición entera, y pensábamos que iba a atacarnos; nos mantuvimos firmes. ¡Pero mis coroneles dicen que era una treta para ganar tiempo, y que yo debía asaltar sus trincheras! ¡Oh, Dios mío!, qué voy a…

—Un momento… ¿hay trincheras, dice usted? ¿Está cavando todavía? Eso es importante… ¡Puede decirle a sus coroneles que está minando sus defensas!

—¿Pero me creerán? —Se retorció con fuerza las manos—. ¿Y si los desertores lo niegan?

—¿Por qué iba usted a confiar en unos desertores cipayos? Cómo sabe que Littler no le está enviando con ellos falsos informes de sus fuerzas, ¿eh? ¿Para engañarle y que usted ataque? Firozpur es fruta madura, ¿verdad? Venga, rajá, usted conoce a los británicos… ¡Somos unos astutos bastardos! Unos tramposos, ¿verdad? Dejar una guarnición débil, apartada, que parece estar pidiendo que la ataquen, ¿no le parece raro?

Él me miró con los ojos como platos.

—¿Es cierto?

—Lo dudo…, pero usted no lo sabe —dije yo, entusiasmado con mi idea—. De todos modos, es una razón condenadamente buena para convencer a sus coroneles de que no ataquen. Y ahora, ¿qué fuerzas tiene Tej Singh, y dónde están?

—Treinta mil de infantería, con artillería pesada, detrás de nosotros a lo largo del río. —Tembló—. Gracias a Dios yo sólo tengo artillería ligera… ¡con piezas pesadas no tendría excusa para no volar la posición de Littler en pedazos!

—¡No se preocupe por Littler! ¿Qué noticias hay de Gough?

—¡Hace dos días estaba en Lutwalla, a doscientos kilómetros de aquí! Estará aquí en dos días. ¡Pero se dice que él tiene apenas diez mil hombres, y sólo la mitad de ellos son británicos! ¡Si viene, estamos seguros de derrotarle! —Casi lloraba, se tiraba de la redecilla de la barba y temblaba como si tuviera fiebre—. ¿Qué puedo hacer para evitarlo? ¡Aunque haya razones para no tomar Firozpur, no puedo evitar la batalla con el
Jangi lat
! ¡Ayúdeme, Flashman
bahadur
! ¡Dígame lo que debo hacer!

Bueno, éste era un auténtico problema, como comprenderán. Gardner, a pesar de toda su desconfianza de Lal, estaba seguro de que él y Tej tendrían algún plan para conducir a su ejército a la destrucción. ¡Por eso estaba yo allí, maldita sea, para llevar sus planes a Gough! Y estaba tan claro como el agua que no tenían ninguno… Y Lal esperaba que yo, un oficial joven, sin experiencia, planeara su propia derrota. Al mirar a aquel payaso tembloroso e indefenso, comprendí con espantosa seguridad que si no lo hacía yo, no lo haría nadie.

No es un problema que uno se encuentre todos los días, la verdad. Dudo que nunca se haya planteado en la Academia de Oficiales… «y ahora, señor Flashman, usted dirige un ejército con unos efectivos de cincuenta mil hombres, artillería pesada, bien suministrada, sus líneas de comunicación protegidas por un río excelente. Contra usted, una fuerza de sólo diez mil, con artillería ligera, agotados después de una semana de marchas forzadas, escasos de comida y rancho y medio muertos de sed. Y ahora, señor, conteste directamente, sin disimular: cómo
perdería
, ¿eh? ¡Venga, venga, ha dado ya excelentes razones para no tomar una ciudad que está completamente a su merced! ¡Esto es un juego de niños para un hombre con sus dones naturales para la catástrofe! ¿Y bien, señor?»

Lal hablaba incoherentemente, con ojos aterrorizados y suplicantes. Yo sabía que si dudaba él se encontraría completamente perdido. Se derrumbaría y sus coroneles le colgarían o le destituirían, y pondrían a un soldado decente en su lugar…, lo único que había temido Gardner. Y sería el final de la fuerza de avance de Gough, y quizá de la guerra, y de la India británica. Y sin duda, el mío también. Pero si yo podía reanimar a ese desfalleciente despojo, y pensar en algún plan que satisficiera a sus coroneles y al mismo tiempo llevase a la destrucción al khalsa… Sí, eso tenía que ser.

Para ganar tiempo pedí un mapa, y él rebuscó entre sus cosas y sacó un documento espléndidamente ilustrado con todos los fuertes marcados en rojo y los ríos en turquesa, y pequeños wallahs barbudos con
tulwars
persiguiéndose unos a otros por el margen subidos en elefantes. Yo lo estudié, tratando de pensar, y agarrándome el cinturón para que no se notara el temblor de mis manos.

Ya les he dicho que no sabía mucho de la guerra en aquella época. Tácticamente, yo era un novato que podía echar a perder una sección entera flanqueando su movimiento de la peor manera posible, pero la estrategia es otra cosa. En resumen, se trata de simple sentido común… y si había alguna virtud que tuviera la primera guerra
sij
es que era simple, gracias a Dios. Además, la estrategia raramente pone en peligro el propio cuello. Así que estudié detenidamente el mapa, sopesando los hechos que Lal me había contado, y apliqué las antiguas leyes que se aprenden en la escuela.

Para
ganar
, el khalsa sólo tenía que tomar Firozpur y esperar que viniera Gough; sería masacrado por la aplastante superioridad numérica y los grandes cañones. Para
perder
, debían dividirse, y la parte más débil ser enviada al encuentro de Gough con la menor cantidad de artillería posible. Si pudiera arreglármelas para que la primera batalla estuviera nivelada, o incluso tres a dos contra nosotros, le serviría a Gough la victoria en bandeja de plata. Por muy loco que estuviese, todavía podía maniobrar contra cualquier comandante
sij
, y si ellos no contaban con sus cañones más grandes, la caballería y la infantería británica harían un buen trabajo. Gough creía en la bayoneta: pues bien, le íbamos a dar una oportunidad de usarla, y el khalsa sería derrotado en la primera batalla, al menos. Después de eso, Paddy tendría que espabilarse solo con la guerra.

Eso me imaginé, mientras el sudor se enfriaba en mi piel, el tobillo me hacía sufrir los tormentos del infierno y Lal murmuraba junto a mí. ¿Saben?, me tranquilizó encontrar a un cobarde mayor que yo. No solía pasar. Esto fue lo que le dije:

—Reúna a su plana mayor… sólo a los generales, no a los coroneles. Tej Singh también. Dígales que no va a atacar Firozpur porque está minado, que no confía en el cuento de los desertores de la debilidad de Littler, y que como visir, está por debajo de su dignidad enfrentarse a alguien que no sea el propio
Jangi lat
. Además, existe el riesgo de que si se ven envueltos en una lucha con Littler y Gough llega pronto, les cojan entre dos fuegos. No deje que le discutan eso. Simplemente dígales que Firozpur no importa, que puede ser arrasada cuando hayan acabado con Gough. Dé las órdenes necesarias, con autoridad. ¿Bien?

Asintió, frotándose la cara y mordiéndose los nudillos… Estaba tan alterado que juró que si le hubiera sugerido que atacara Ceilán me habría dicho que sí.

—Ahora, sus
gorracharra
están desplegados ya, envíeles contra Gough con la artillería, señalándoles que les superan en dos a uno. Se encontrarán con él en algún lugar entre Woodnee y esto, y si usted destaca parte de sus fuerzas para atrincherar Firozabad o Sultan Khan Wallah, reducirá las probabilidades, ¿lo ve? Gough hará el resto…

—Pero, ¿y Tej Singh? —se lamentó—. Tiene treinta mil soldados de infantería, y la artillería pesada.

—Tiene que sentarse aquí y esperar a Littler, en lugar de sus
gorracharra
. Sí, sí, ya lo sé…, no hacen falta treinta mil hombres para eso. Debe dividir sus fuerzas, dejando sólo lo suficiente para vigilar Firozpur, mientras el resto le sigue a usted tan lentamente como pueda conseguir Tej… Eso le dará tiempo para llevarles aquí desde el río, y si se dedica a ello con entusiasmo, puede perder la mayor parte en una semana, me atrevería a decir…

—¿Dividir al khalsa? —Me miró con los ojos como platos—. No es una buena estrategia, ¿verdad? Los generales no lo permitirán…

—Al infierno con los generales… ¡usted es el visir! —grité yo—. ¡Puede decirles que es una estrategia condenadamente buena, enviar a sus tropas más móviles a encontrarse con el
Jangi lat
cuando menos se lo espera y sus propios hombres están tan exhaustos que casi se pisan los barbiquejos! Tej Singh podrá apoyarle, si usted le prepara primero…

—Pero suponga…, suponga que derrotamos al
Jangi lat…
sólo tiene diez mil, y como usted dice, estarán muy cansados…

—¡Cansados o no, cortarán a sus
gorracharra
a trocitos si la ventaja de éstos no es excesiva! Y dudo de que Gough esté tan débil como usted piensa. Pero, hombre, si recibe veinte mil hombres de refuerzo en algún lugar entre Ludhiana y Umballa… no creerá que los va a mandar a casa, ¿verdad? Y el khalsa estará dividido en tres partes, ¿no lo ve? ¡Pues ninguna de esas tres partes va a ser un rival para los chicos de Paddy Gough, se lo aseguro!

Yo daba crédito a aquello, y si no estaba completamente en lo cierto era porque me faltaba experiencia. Confiaba en la vieja máxima de que siempre un soldado británico vale lo que dos negros. Es una regla muy buena, ¿saben?, pero mirando retrospectivamente mi carrera militar, puedo contar hasta cuatro excepciones que obligaron a Atkins a sudar para ganarse la paga. Tres de ellos eran los zulúes, John Gurka y Fuzzy-wuzzy.
[103]
Yo no lo sabía entonces, pero el cuarto iban a ser los
sijs
.

Me costó otra hora de explicaciones y argumentos convencer a Lal de que mi plan era la única esperanza que tenía de que su ejército fuese convenientemente vapuleado. Fue un trabajo duro, porque él era el tipo de cobarde que ha llegado demasiado lejos incluso para intentar agarrarse a un clavo ardiendo. Al final le di la receta de Jeendan para Jawaheer, que como recordarán era jugar un rato con una fulana para ponerse en buena forma, pero si Lal hizo caso de mi consejo o no, no podría asegurarlo, porque me eché en un reservado de su pabellón y no me desperté hasta el mediodía. Por entonces Tej Singh había llegado a estar tan gordo y a ser tan poco fiable como siempre, a juzgar por el fingido entusiasmo con que me saludó. Pero aunque él era exactamente igual de cobarde que Lal, era un poco más listo, y una vez que le explicaron el plan de Flashman, dijo que era una obra maestra; si seguíamos mis instrucciones, Gough haría que el khalsa pareciera el zurrón de un francés en poco tiempo, ésa era la opinión de Tej. Me imaginé que lo que realmente le convenció de mi plan era que él estaría bien lejos del frente, pero demostró tener retentiva para los detalles, y añadió algunas buenas ideas por su cuenta: una, que recuerde, era que él se cuidaría de mantener a sus fuerzas al norte y al oeste de Firozpur, para que Littler pudiera salir y unirse a Gough sin obstáculos si quería hacerlo. Eso, como verán, resultó ser de decisiva importancia, así que supongo que Tej se ganó la medalla de Firozabad sólo por eso, si todo el mundo cumplió con su deber.

Imagínenselo: nuestra conferencia tenía lugar en el dormitorio de Lal, en voz muy baja, y formábamos un trío encantador. Nuestro valiente visir, cuando no estaba atisbando para asegurarse de que no había nadie espiando, se daba ánimos con abundantes pellizcos de rapé de Peshawar que yo sospechaba contenían algo más estimulante que simple tabaco en polvo; parecía animarse con la confianza de Tej Singh, que iba y venía por el apartamento como Napoleón en Marengo, con el estómago abultado y tropezando con su sable mientras me describía, con un malicioso susurro, cómo huiría el khalsa a la desbandada al primer contratiempo. Yo estaba echado, con el tobillo en alto, tratando de olvidar mi peligrosa situación y rogando que Lal Singh pudiera amedrentar a sus oficiales para que le obedecieran antes de que el efecto del rapé se evaporase. Me preguntaba si se había dado una conspiración semejante en la historia de la guerra: dos generales decididos a llevar deliberadamente a la derrota a su propio ejército, confabulados en secreto con un agente del enemigo, mientras sus comandantes esperaban fuera, impacientes, una orden suya que (con suerte) les enviaría al desastre. Se podría pensar que no, pero conociendo la naturaleza humana y la mentalidad militar, no apostaría lo contrario.

Me quedé escondido cuando Lal y Tej salieron por la tarde para anunciar sus intenciones a los comandantes de división. Lal estaba muy guapo con su armadura plateada, con un brillo de desesperación en los ojos —mitad miedo, mitad hachís, supongo— y dieron su conferencia a caballo, con Firozpur a la vista. Tej me dijo más tarde que el visir estaba en plena forma, explicando mi plan como un sargento de instrucción y desechando cualquier atisbo de oposición, que, por otra parte, fue menos de la que yo temía. El hecho era, ya ven, que la estrategia parecía bastante buena, pero lo que más les impresionó, aparentemente, fue la negativa de Lal a enfrentarse a cualquier oficial que no fuera el propio Gough. Aquello demostraba orgullo y confianza, así que lanzaron vítores y gritos de impaciencia. No podían esperar para ponerse en marcha. Los
gorracharra
estaban ya cabalgando hacia el este antes de anochecer, y Tej, por su parte, con grandes aspavientos, ordenó movilizar a sus tropas de a pie y sus cañones, los mensajeros cabalgaron en todas direcciones, las cornetas sonaron y el comandante en jefe finalmente se retiró a la tienda de Lal, habiendo dictado tal embrollo de órdenes que con un poco de suerte costaría días desenmarañarlo.

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