Read Flashman y la montaña de la luz Online
Authors: George MacDonald Fraser
Tags: #Humor, Novela histórica
Se volvió con el gesto de un hombre fuerte que sufre y que ha pronunciado su última palabra.
—¡Mentira! —grité yo, mientras me levantaban de la silla—. Escúcheme, asqueroso idiota; ¡es verdad! ¡No estoy fingiendo, maldita sea, lo juro! ¡No puedo deciros nada! ¡Oh, Dios mío! ¡Por favor, por favor, dejadme! ¡Piedad, viejo estúpido! ¿No ves que te estoy diciendo la verdad?
Por entonces ellos ya estaban arrastrándome por el jardín hacia la parte trasera de la casa, me empujaron hasta una baja puerta forrada de hierro y abajo, por un largo tramo de escalones de piedra a las profundidades de una bodega, una lóbrega tumba de paredes de piedra rústica con una sola ventanita arriba, en el extremo más alejado. Un asfixiante olor acre llegó hasta nosotros, y mientras el
naik
colocaba una antorcha en un soporte al pie de la escalera, la fuente de aquel hedor se me hizo visible.
—¿Estás preparado,
Daghabazi sahib
?
[97]
—gritó—. ¡Mira, tenemos una bonita cama para que descanses!
Miré y casi me desmayé. En el centro de la habitación había una gran bandeja rectangular en la cual brillaba débilmente el carbón bajo una capa de cenizas, y a un metro por encima de la bandeja había una oxidada parrilla de hierro como un jergón… con una argolla para la garganta y grilletes para los pies. Mirando mi cara, el
naik
lanzó una carcajada, y cogiendo un atizador, dio unos pasos y abrió unas pequeñas troneras a cada lado de la bandeja. El carbón junto a las troneras brilló un poco más.
—Suavemente sopla el aire —exclamó con placer—, y lentamente crece el calor. —Colocó una mano en la parilla—. Un poco caliente sólo… pero dentro de una hora lo estará más.
Daghabazi sahib
empezará a notarlo entonces. Incluso puede recuperar el habla. —Colocó a un lado el atizador—. ¡Ponedle en la cama!
No puedo describir el horror que sentí. Ni siquiera pude gritar cuando ellos corrieron hacia mí y me alzaron hasta aquella diabólica parrilla, cerrando las esposas de mis muñecas y los grilletes de mis tobillos para que yo quedara en posición supina, imposibilitado de hacer nada más que contorsionarme en los oxidados barrotes. Entonces aquel demonio picado de viruelas cogió un fuelle del suelo, sonriendo con salvaje deleite.
—¡Estarás un poco incómodo cuando volvamos,
Daghabazi sahib
! Dejaremos un poco más abiertas las troneras… Tu
punkah
-
wallah
se asó a fuego lento durante muchas horas, ¿verdad, Jan? Ah, habló mucho antes de empezar a asarse… que finalmente fue lo que pasó, aunque creo que no tenía nada más que decir. —Se inclinó hacia delante para reírse en mi cara—. Y si encuentra aburrido esto, podemos acelerar las cosas… ¡así!
Metió el fuelle debajo del pie de la parrilla y lo accionó, un súbito soplo de calor me golpeó las pantorrillas… y recuperé el habla de golpe, lanzando un chillido que me rompió la garganta, esto una y otra vez, mientras luchaba desesperadamente. Aquellos demonios graznaron de risa mientras yo rugía de terror, jurando que no tenía nada que decir, pidiendo misericordia, prometiéndoles cualquier cosa…, hasta una fortuna, si me dejaban escapar, rupias y
mohurs
en cantidad, y Dios sabe qué más. Entonces quizá debí de desmayarme de verdad, porque todo lo que recuerdo es la burlona voz del
naik
desde muy lejos: «¡Dentro de una hora! ¡Descansa bien,
Daghabazi sahib
!», y el chasquido de la puerta de hierro.
Hay, por si ustedes no lo saben, cinco grados de tortura, tal como estableció adecuadamente la Santa Inquisición, y yo ahora estaba sufriendo el cuarto…, el último antes de empezar la tortura corporal. Cómo conservé mi salud mental, es un misterio… No estoy seguro de si me volví loco o no, porque salí de mi desmayo dando gritos: «¡No, no, Dawson, juro que no me chivé! ¡No fui yo… fue Speedicut! ¡Él le contó cosas de ti al padre de ella, no yo! ¡Lo juro… oh, por favor, por favor, Dawson, no me ases!», y podía ver la gorda cara de bruto como una luna llena con patillas acercándose a la mía mientras me sujetaba ante la chimenea del aula, jurando que me tostaría hasta que me salieran ampollas. Ahora sé que aquel tostado de Rugby fue peor, en cuanto a padecimiento corporal auténtico, que mi odisea de Lahore… pero al menos yo sabía que Dawson me soltaría al final, mientras que en la celda de Bibi Kalil, con el creciente calor empezando a cosquillear mi espalda y mis piernas y haciendo correr ríos de sudor por ellas, supe que aquello continuaría y se calentaría cada vez más, hasta el inimaginable final. Ése es el horror del cuarto grado, tal como sabían los inquisidores. Pero mientras sus idiotas heréticos y religiosos siempre podían librarse contando a aquellos malditos lo que querían oír, yo no podía.
No sabía nada
.
La mente es un mecanismo extraño. Encadenado a aquella abominable parrilla, empecé a
arder
, y me esforcé para arquear mi cuerpo y alejarlo de los barrotes hasta que me desmayé de nuevo. Cuando volví en mí, sólo me sentí incómodamente caliente durante un momento, hasta que recordé dónde estaba, y en un instante noté que mis ropas eran presa del fuego, las llamas lamían mi carne y yo chillaba para aliviarme. Pero aquello era sólo en mi imaginación: las llamas apenas rozaban mis ropas… mientras que Dawson me quemó los pantalones, el muy cerdo, y no pude sentarme durante una semana entera.
No puedo decir cuánto tiempo pasó hasta que me di cuenta de que, aunque indudablemente hacía cada vez más calor y estaba medio asfixiado por el humo, todavía no me había quemado con las llamas. Ese descubrimiento me tranquilizó lo suficiente como para abandonar mis incoherentes chillidos y sollozos y pensar en hacer algo útil, así que empecé a gritar mi nombre, rango y estatus diplomático a pleno pulmón, con la débil esperanza de que el sonido se abriera camino a través de aquella alta ventana hacia las distantes avenidas en torno a la casa y atrajese la atención de algún amigo que pasara por allí… ya saben, algún temerario aventurero o caballero andante a quien no le importase irrumpir en una casa llena de
thugs
del khalsa para rescatar a un perfecto desconocido que se estaba quemando bonitamente en la bodega.
Sí, ríanse, pero aquello me salvó, me enseñó que es una locura guardar un estoico silencio. Si yo hubiera sido Dick Champion, mordiendo la bala y sin gritar, me habría consumido hasta las cenizas; lanzando aquellos cobardes rugidos, conseguí salvarme… justo a tiempo. Porque mi grito estaba empezando a deshacerse en un áspero sollozo, y el creciente calor que venía de abajo, me estaba obligando a moverme y revolverme continuamente, cuando oí el ruido. No podía situarlo al principio. Era como un rasguño distante, demasiado fuerte para ser una rata, que venía de encima de mi cabeza. Me obligué a quedarme quieto, luchando por respirar. ¡Allí estaba de nuevo! Entonces se detuvo, y a continuación se oyó un sonido diferente, y durante un minuto espantoso pensé que me había vuelto loco en aquel calabozo infernal… No era posible, sólo podía ser una alucinación, que en la oscuridad por encima de mí alguien, muy suavemente, estuviera silbando
Bebe, cachorro, bebe
.
De repente comprendí que era real. Yo estaba consciente, retorciéndome en aquella parrilla, luchando por respirar. Y allí estaba de nuevo, débil pero claro desde la parte exterior de la ventana, la cancioncilla de caza que he silbado toda mi vida…
La charanga de Harry
, la llama Elspeth. Alguien la usaba como señal… Yo traté de humedecer mis resecos labios con una lengua como un estropajo, no pude y en mi desesperación empecé a cantar:
Él crecerá y se convertirá en perro
y nosotros nos pasaremos la botella
y alegremente gritaremos: «¡Hola!».
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Silencio, salvo mis jadeos y gemidos. Y se oyó un movimiento confuso, un golpe, y a través de la niebla sofocante una figura se inclinó encima de mí, y una cara horrorizada atisbaba la mía.
—¡Dios santo! —gritó Jassa, y mientras el cerrojo de la puerta volvía a crujir, él se dejó caer de un salto, escondiéndose en las sombras junto a la pared.
La puerta se abrió de golpe, y apareció el
naik
en el umbral. Durante un espantoso momento se quedó mirándome, cómo luchaba y jadeaba en la parrilla… ante el temor de que hubiera visto a Jassa, de que la hora fatídica hubiese llegado… En ese momento dijo:
—¿Estás cómodo en tu cama,
Daghabazi sahib
? ¿Qué, no está lo bastante caliente? Oh, paciencia… ¡es sólo un momento!
Se echó a reír ante su propio ingenio, y salió, dejando la puerta entreabierta… Pero allí estaba Jassa, murmurando espantosas imprecaciones mientras trabajaba en mis grilletes. Eran unos cerrojos simples, y en un momento los soltó. En un instante quedé libre de aquella rejilla infernal y me eché boca abajo en la sucia y fría tierra, jadeando y con náuseas. Jassa se arrodilló junto a mí, pidiéndome que me apresurara, yo me esforcé por levantarme. Me dolían la espalda y las piernas, pero no parecía que tuvieran quemaduras graves, y como era evidente que el
naik
iba a volver en cualquier momento, yo estaba impaciente por salir de allí.
—¿Puede trepar? —susurró Jassa, y vi que había una cuerda colgando desde la ventana a cinco metros por encima de nuestras cabezas—. Yo iré primero… ¡si no puede seguirme, le subiré! —Agarró la cuerda y subió por la pared como un acróbata, hasta que pasó las piernas por encima del repecho—. ¡Arriba, rápido! —susurró, y yo me apoyé en la pared un segundo para tomar aliento y recuperarme, me froté las manos en el suelo y cogí la cuerda.
Es posible que no sea muy valiente, pero soy fuerte y, exhausto como estaba, trepé ayudándome sólo de los brazos, alzando mi peso muerto a fuerza de manos, golpeándome y arañándome contra la pared… No era un trabajo adecuado para alguien que está débil, pero tenía un miedo tan espantoso que podría haberlo hecho llevando a Enrique VIII subido a la espalda. Subí casi sollozando por la emoción de verme salvado, y el repecho no estaba ni a un metro por encima de mí cuando oí abrirse la puerta en la celda de abajo.
Casi me caigo con la desesperación, pero aunque sonaba un grito en la puerta, la mano de Jassa me estaba cogiendo ya por el cuello y yo me aupé con todas mis fuerzas. Puse un codo en el repecho, miré hacia abajo y vi al
naik
bajando los escalones con su banda detrás. Jassa estaba al otro lado de la ventana, tirando de mí, y yo pasé una pierna por encima del alféizar; por el rabillo del ojo vi a uno de los rufianes echando la mano atrás. Pasó como mi relámpago de acero, yo me incliné, era un cuchillo que pasó silbando junto a mí y chocó contra la pared, sacando chispas. La pistola de Jassa sonó ensordecedora junto a mi cara, y vi al
nazk
tambalearse y caer. Grité de alegría, y me encaramé del todo al alféizar. «¡Déjese caer!», gritó Jassa, y yo Caí a unos tres metros, dándome un golpe que me provocó un lacerante dolor en el tobillo izquierdo. Di un paso y caí redondo, gimiendo, mientras Jassa se dejaba caer a mi lado y me ayudaba.
Recordé a Goolab Singh y su pie gotoso en aquel momento, mientras pensaba: «¡Inválido!, ¡por Dios, con una sola pierna para correr!». Jassa me sujetaba por los hombros. Dejó escapar un penetrante silbido y de repente apareció un hombre al otro lado, cogiéndome por el brazo. Entre los dos me llevaron medio en volandas, gritando a cada paso; sonaron dos disparos en algún lugar a mi izquierda, vi relámpagos de pistolas en la oscuridad, la gente gritando, unas ramas golpeando mi cara mientras seguíamos hacia delante ciegamente, y de repente nos encontramos en una callejuela donde nos esperaba un hombre a caballo. Jassa me levantó casi a peso y me subió detrás de él. Yo agarré al jinete por la cintura, volviéndome para mirar atrás, y allí estaba la puerta de Bibi Kalil, y la figura de un encapuchado dando un mandoble a alguien con un sable que luego saltaba detrás de nosotros.
La avenida parecía estar llena de gente a caballo. De hecho eran sólo cuatro, incluyendo a Jassa. Había voces que gritaban detrás de nosotros, pies que corrían, una antorcha que brillaba en la puerta… y entonces dimos la vuelta a la esquina.
—No ha salido mal el truquito —dijo Jassa, junto a mí—. Ellos no tienen caballos. No lo ha hecho mal, ¿eh, teniente? Bien,
jemadar
, vamos, ¡a galope! —espoleó a su bestia colocándose en cabeza, y los demás corrimos tras él.
No sé cómo había llegado hasta allí, pero era un tipo con recursos aquel matasanos de Filadelfia. Si me hubieran dejado a mi suerte, yo no habría tenido ninguna oportunidad, habría confesado Dios sabe qué y lo habría pasado fatal. Jassa sabía exactamente adónde nos dirigíamos y cuánto tiempo tenía. Doblamos una esquina en una plazoleta que yo reconocí como aquella en la cual Goolab y yo habíamos empezado la lucha, y ¡demonios! allí había dos jinetes más apostados, y para mi asombro los reconocí, lo mismo que a mis rescatadores, como los hombres de negro de Alick Gardner. Bueno, al final todo se aclaraba. Abrieron la marcha hacia una calle larga y al final Jassa tiró de las riendas para mirar atrás… ¡Por todos los santos!, hombres con antorchas entraban en la calle a todo correr, a apenas cincuenta pasos detrás de nosotros, y de repente todo mi dolor, mi miedo y mi asombro desaparecieron y se convirtieron en una abrumadora y ciega rabia (como suele ocurrir a menudo cuando me he sentido horriblemente aterrorizado y calculo que ya estoy a salvo). Por Dios, iba a hacerles pagar aquello, a esos cerdos inmundos, a esos malditos torturadores; había una pistola en mi arzón y la saqué, aullando, mientras Jassa me preguntaba qué demonios me pasaba.
—¡Voy a matar a uno de esos asesinos bastardos! —rugí yo—. ¡Atreveos a ponerme las manos encima, piojosas sabandijas! ¡Tostadme en esa maldita parrilla, si os atrevéis! ¡Tomad esto, hijos de perra! —Yo disparé y tuve la satisfacción de ver dispersarse las antorchas, aunque no cayó ninguno de ellos.
—¡Eso les enseñará lo que es bueno! —gritó Jassa—. ¿Se siente mejor ahora, teniente? ¿Está seguro de que no quiere volver atrás y prenderle fuego a todo? Bien…
achha, jemadar, jildi jao
!
Lo cual hicimos, yendo a un trote regular en las calles más anchas y al paso en las serpenteantes callejuelas. Mientras cabalgábamos supe por Jassa cómo habían llegado mis salvadores en el momento más oportuno.
Él, al parecer, llevaba muchas semanas vigilándome muy de cerca. Me había visto abandonar el fuerte y me siguió, curioso, a la cantina del soldado francés y a la casa de Bibi Kalil. Deslizándose en la oscuridad, vio cómo me recibía la viuda, y como era dado a pensar mal, supuso que ya estaba liado para toda la noche. Afortunadamente, siguió escondido y espió a los peces gordos del khalsa de abajo, y se dio cuenta de que estaban tramando algo malo. Decidiendo que no podía hacer nada solo, se dirigió a la fortaleza y buscó a Gardner.