Flashman y la montaña de la luz (30 page)

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Authors: George MacDonald Fraser

Tags: #Humor, Novela histórica

BOOK: Flashman y la montaña de la luz
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—Broadfoot necesita a alguien aquí, de todos modos —dijo Gardner—. No tema, el querido Josiah estará a salvo bajo mis alas… y mis ojos. Mientras dure la guerra voy a ser gobernador de Lahore… Entre nosotros, es probable que eso consista simplemente en proteger a Mai Jeendan cuando sus decepcionados soldados vuelvan en tropel desde el río. Sí, señor… nos ganaremos bien nuestros sueldos. —Supervisó mi traje de
gorracharra
, del cual la parte más importante era un casco de acero redondeado con largas piezas cubriendo las mejillas que ayudaban a ocultar mi rostro—. Está muy bien. Déjese crecer la barba y que hable Ganpat. Irán a Kussoor esta tarde; quédese allí y baje por el
ghat
del río después de anochecer y alcanzará a Lal Singh alrededor del amanecer de mañana. Cabalgaré con ustedes un trecho.

Salimos los seis sobre las diez, cabalgando en paralelo con el camino del sur. Estaba repleto de tráfico con efectivos del khalsa: suministros y carros de avituallamiento, carretas de municiones, incluso cañones, ya que cabalgábamos con la retaguardia del ejército, una vasta hueste extendida por la polvorienta llanura, moviéndose lentamente hacia el sur y el este. Ante nosotros el
doab
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seguramente estaría atestado con el cuerpo principal hasta el Satley, más allá del cual Lal Singh estaba ya sitiando Firozpur y la infantería de Tej Singh iría avanzando… ¿hacia dónde? Cabalgamos al trote, lo cual molestó mucho a mi tobillo, pero Gardner insistió en que debíamos mantener el paso si queríamos alcanzar a Lal a tiempo.

—Ha llegado al Satley hace dos días. Gough debe de estar moviéndose, y Lal va a tener que dar alguna orden rápidamente, o sus coroneles querrán saber por qué no lo hace. Sólo espero —dijo Gardner amablemente— que ese cobarde hijo de puta no salga corriendo, en cuyo caso podríamos tener a los
gorracharra
bajo el mando de alguien que sepa qué demonios está haciendo.

Cuanto más pensaba en ello, más absurda sonaba toda la historia, pero la parte más absurda de todas faltaba todavía por desvelarse. Hicimos un alto al mediodía, y Gardner volvió grupas a Lahore, pero primero cabalgó aparte conmigo para asegurarse de que yo lo había comprendido todo. Estábamos en un pequeño promontorio a doscientos metros de la carretera, junto a un batallón de infantería
sij
compuesto de robustos soldados vestidos de verde oliva, con su coronel cabalgando en cabeza, los gallardetes al viento, los tambores redoblando y las cornetas tocando una vivaz melodía. Gadner quizá dijo algo que provocó mi pregunta, pero no lo recuerdo. El caso es que le pregunté:

—Mire… Yo sé que el khalsa ansiaba esto, pero si ellos saben que su propia maharaní ha estado conspirando con el enemigo, y sospechan de sus propios comandantes… bueno, incluso a las tropas se les puede ocurrida idea de que sus gobernantes quieren verles vencidos. Así que… ¿por qué permiten que les manden a la guerra?

Él pensó un momento y esbozó una de sus frías y raras sonrisas.

—Calculan que pueden vencer a John Company. Aunque les estén vendiendo y traicionando, eso no importa, creen que pueden ser campeones de Inglaterra. En cuyo caso serían los jefes del Indostán, con un imperio entero a su disposición para saquear. Quizá Mai Jeendan tenga también en mente esa posibilidad, y se imagine que ella va a ganar de todos modos. Sí, ella puede desechar las sospechas de traición; la mayoría de ellos la adoran. Otra razón que tienen para marchar es que creen que ustedes los británicos les van a invadir más tarde o más temprano, así que prefieren ser ellos quienes golpeen primero. —Hizo una pausa durante un rato, frunciendo el ceño, y después dijo—: Pero eso no es todo. Van a la guerra porque han dado su palabra a Dalip Singh Maharajá, y él les ha enviado en su nombre… no importa quién puso las palabras en su boca. Así que aunque supieran que están condenados sin duda alguna… irían al sacrificio. —Se volvió a mirarme—. Usted no conoce a los
sijs
, señor. Lucharían hasta el infierno y luego volverían… por ese niño. Y por su paga.

Se sentó mirando a la llanura, donde el batallón que marchaba estaba desapareciendo en la calima formada por el calor, el sol reverberando en las bayonetas, el sonido de las cornetas apagándose poco a poco. Se hizo pantalla en los ojos con la mano, y pareció como si se hablara a sí mismo.

—Y cuando el khalsa sea derrotado, y Jeendan y sus nobles estén de nuevo en el trono, y el Punjab tranquilo bajo el ojo benévolo de Gran Bretaña, y el pequeño Dalip bronceándose en Eton, entonces —hizo un gesto hacia la carretera—, entonces, señor, John Company averiguará que tiene cien mil de los mejores reclutas de la tierra, listos para luchar por la Reina Blanca. Porque ésa es su profesión. Y todo habrá pasado de la mejor forma posible, creo yo. Antes habrán muerto muchos hombres buenos, sin embargo.
Sijs
. Indios. Británicos —me miró y asintió—. Por eso Hardinge ha evitado la acción todo este tiempo. Él es probablemente el único hombre en la India que piensa que el precio es demasiado alto. Ahora lo van a pagar.

Era un tipo extraño aquél… Furibundo y chillón la mayor parte del tiempo, y luego reposado y filósofo, una extraña combinación con aquella cabeza de
ghazi
. Arreó y espoleó a su caballo.

—Buena suerte, soldado. Dele mis
salaams
al viejo Georgie Broadfoot.

12

Nunca me ha entusiasmado demasiado el servicio en ejércitos extranjeros. En el mejor de los casos es todo extraño e incómodo, y el rancho es probable que te estropee los intestinos. Los confederados americanos no eran malos, supongo, aparte de su costumbre de escupir en las alfombras, y lo peor que puedo decir de los yanquis es que se tomaban la vida militar muy en serio y parecían creer que todo aquello se lo habían inventado ellos. Pero el ejército malgache, del cual fui sargento mayor, era sencillamente asqueroso; los apaches apestaban y no tenían ni idea de disciplina castrense; nadie en la Legión Extranjera hablaba un francés decente, las botas no nos iban bien y la funda de la bayoneta era un pedazo de chatarra. En conjunto, los únicos extranjeros en cuyo destino militar podía haber sido feliz eran los Lobos del Cielo Azul de Khokand… y eso sólo porque estaba atiborrado de hachís, administrado por la amante de su general después de haber fornicado con ella en ausencia de su jefe. En cuanto al khalsa, lo único bueno de mi servicio en sus filas (o quizá debería decir en su estado mayor) fue lo breve y oportuno del asunto.

Cuento ese tiempo desde el momento en que nos dirigimos hacia el sur, los seis en columnas de a dos,
gorracharra
a todos los efectos con nuestros artículos de malla y chapa y con nuestras excéntricas armas. Gardner me había proporcionado dos pistolas y un sable, y aunque yo habría dado todo el lote por mi vieja pistola, me consolé pensando que con un poco de suerte nunca tendría que usar todo aquello.

Me sentía indeciso mientras cabalgábamos hacia Loolianee. Por una parte, me aliviaba dejar atrás los horrores de Lahore. Cuando pensaba en aquella parrilla infernal y en el baño de Chaund Cour y en el espantoso destino de Jawaheer, saber que me estaba aventurando en el corazón del khalsa no parecía tan malo.

Una mirada al malencarado
thug
sin afeitar reflejado en el espejo de bolsillo de Gardner me había dicho que no debía temer que me descubrieran; yo podía haber venido directamente del Valle de Peshawar y nadie me habría preguntado nada. Y Lal Singh, preocupado por su traición, se aseguraría de ponerme en camino rápidamente, y en dos días como máximo estaría de nuevo con los míos… con laureles frescos, además, como el Hombre que «Trajo las Noticias que Salvaron al Ejército». Si es que lo salvaban, claro está.

Aquélla era la otra cara de la moneda, y mientras cabalgábamos hacia lo más espeso del ejército invasor, todos mis viejos miedos volvieron de nuevo, avasalladores. Nos apartamos de la carretera, que estaba repleta de convoyes de transporte, pero incluso en el
doab
nos encontramos cabalgando entre regimientos sin fin que marchaban en orden abierto a través de la gran llanura bañada por el sol. Dos veces, como saben, yo había visto reunido al khalsa, pero parecía que la mitad no se había mostrado aún ante mí. Ahora cubrían la tierra hasta el horizonte, hombres, carretas, caballos, camellos y elefantes, levantando el polvo rojo como una gran niebla suspendida encima de nuestras cabezas en el aire quieto, haciendo que la luz del mediodía pareciese oscuridad y llenándonos los ojos, la nariz y los pulmones. Cuando llegamos a Kussoor aquella tarde, había un gran parque de artillería, línea tras línea de macizos cañones del calibre 32 y 48, y pensé en nuestros patéticos cañones del 12 y 16, y me pregunté si realmente sería útil para algo la traición de Lal. Bueno, pasara lo que pasara, tenía que usar mi pierna herida lo mejor que pudiera y mantenerme bien dispuesto para la acción.

Hay un gran debate, por cierto, sobre lo grande que era el khalsa, y cuánto costaba cruzar el Satley, pero el hecho es que ni siquiera los propios
sijs
lo saben. Yo calculé que unos cien mil se estaban desplazando desde Lahore hasta el río, y
ahora
sé que llevaban días cruzando y casi tenían cincuenta mil en la orilla sur, mientras Gough y Hardinge trataban de reunir a otros treinta mil que tenían dispersos. Pero los reagrupamientos no ganan las guerras. La concentración sí. No basta conjuntar a muchos y muy buenos, como dijo aquel tipo, sino que hay que ponerlos
en el lugar adecuado
. Ése es el secreto… y si consultan a Lars Porsena
[101]
será el primero que os lo diga.
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En aquel entonces yo sólo sabía lo que veía: fuegos de campamento delante de nosotros como un vasto mar parpadeante mientras bajábamos por la noche al
ghat
de Firozpur. Aun de madrugada hormigueaban en el ferry como una marea sin fin; grandes balas ardiendo habían sido colocadas en largas pértigas en ambas orillas, reflejándose rojas en los trescientos metros de agua aceitosa, y hombres, cañones, animales y carretas se abrían paso empujándose con pértigas, subidos en cualquier cosa que pudiera flotar: barcazas, balsas e incluso botes de remos. Había regimientos enteros esperando en la oscuridad a que les tocase el turno, y el propio
ghat
era un manicomio, pero Ganpat nos condujo hacia delante, gritando que éramos correos del
durbar
, y nos dieron pasaje en una embarcación de pesca que llevaba a un general y su plana mayor. Ni nos hicieron caso, como pobres
gorracharra
que éramos, pero llegamos a la ruidosa confusión de la orilla sur, y seguimos nuestro camino preguntando por el cuartel general del visir.

El propio Firozpur se encontraba a unos tres kilómetros o así del río, con los
sijs
en medio, ¿y a qué distancia se extendía su campamento por la orilla sur? Eso sólo Dios lo sabe. Habían cruzado por Hurree-ke, y supongo que habían hecho una cabeza de puente a unos cincuenta kilómetros, pero no estoy seguro de ello. El cuartel general de Lal, tan cerca como yo me había figurado, estaba a unos tres kilómetros hacia el norte de Firozpur, pero era todavía noche oscura cuando pasamos entre las líneas de tiendas, todas iluminadas con antorchas. La mayoría de sus fuerzas eran
gorracharra
, como nosotros mismos, y recuerdo orgullosas caras barbudas y cascos de acero, animales dando coces en la oscuridad, y el continuo redoble de los tambores que mantenían toda la noche, sin duda para animar a Littler en su puesto de avanzada sitiado a tres kilómetros de allí.

El cuartel general de Lal era un pabellón lo bastante grande como para contener dentro un circo completo… incluso tenía pequeñas tiendas dentro para alojarle a él y a su séquito de oficiales y sirvientes y guardia personal. Estos últimos eran unos villanos altos y con largos cascos, cota de malla y cintas en sus mosquetes, que nos interceptaron el camino hasta que Ganpat anunció cuál era nuestra misión, lo cual causó un gran revuelo y consultas con los chambelanes y mayordomos. Aunque era todavía la última guardia, y el gran hombre estaba dormido, yo estaba decidido a despertarle de inmediato, así que no tuvimos que esperar ni una hora antes de ser conducidos a su pabellón dormitorio, un aposento privado forrado de seda y decorado como un pequeño burdel. Lal estaba sentado desnudo en la cama mientras una puta le arreglaba la barba y le peinaba; otra le rociaba con perfume y una tercera le suministraba bebida y golosinas.

Nunca había visto a un hombre con tanto miedo en mi vida. En nuestros anteriores encuentros él se había mostrado tan frío, educado y autoritario como puede serlo un joven y apuesto noble
sij
; ahora era como una virgen desfalleciente. Me dirigió una aterrorizada mirada y apartó rápidamente la vista, sus dedos agarrándose nerviosamente a las ropas de la cama mientras las putas completaban su arreglo, y cuando una de ellas dejó caer el peine, él chilló como un niño mimado, le dio una bofetada y las echó a todas entre gritos y maldiciones. Ganpat las siguió y en el momento en que él salió, Lal se levantó de la cama dando tumbos, poniéndose una túnica y diciéndome en un áspero susurro:

—¡Gracias a Dios que ha llegado ya! ¡Pensé que no vendría nunca! ¿Qué vamos a hacer? —Casi temblaba de espanto—. Llevo dos días desesperado… ¡Y Tej Singh no me ayuda nada, el muy cerdo! ¡Se sienta en Arufka, simulando que está supervisando la reunión, y me deja aquí solo! Todo el mundo me pide órdenes…, ¿qué les voy a decir, en el nombre del cielo?

—¿Qué les ha dicho hasta ahora?

—¡Nada, que había que esperar! ¿Qué otra cosa podía decir? ¡Pero no podemos esperar siempre! ¡Ellos siguen diciéndome que Firozpur… puede ser exprimido como fruta madura, que sólo tengo que decir una palabra! ¿Y qué les voy a contestar? ¿Cómo puedo justificar el retraso? ¡No lo sé! —Me cogió por la muñeca, suplicando—. Usted es un soldado… ¡puede ocurrírsele algo! ¿Qué les digo?

No lo había pensado. Siempre había creído que yo era el cobarde más auténtico que había creado Dios, pero aquel tipo podía ganarme por varios cuerpos, y sin ningún esfuerzo. Bueno, Gardner ya me lo había advertido, y también que Lal podía tener dificultades en pensar algún motivo para no atacar Firozpur… pero no había pensado encontrarle en un estado tal de desesperación. Aquel tipo estaba al borde de la histeria, y estaba claro que lo primero que había que hacer era calmar su pánico (antes de que me contagiara, por cierto) y averiguar cómo estaba el patio. Empecé diciendo que estaba inválido (me había presentado ante él cojeando y apoyado en un bastón) y que antes que nada necesitaba comida, bebida y un médico que examinara mi tobillo. Aquello le abatió un poco —siempre pasa lo mismo cuando uno le recuerda sus deberes de cortesía a un oriental— y llamó a sus sirvientas para que trajeran refrescos en tanto un pequeño
hakim
chasqueaba la lengua sobre mi hinchada articulación y decía que debía permanecer en cama durante una semana. Qué debieron de pensar ellos al ver a un peludo
gorracharra sowar
tratado con tal consideración por su visir, no lo sé. Lal paseaba arriba y abajo, y no podía esperar que se fueran de nuevo para renovar sus súplicas de ayuda.

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