Read Flashman y la montaña de la luz Online
Authors: George MacDonald Fraser
Tags: #Humor, Novela histórica
Pero el pobre y viejo Bob pronto fue olvidado en presencia del gran guerrero y jefe del ejército, porque de nuevo tuve que contar mi cuento, ahora ante una distinguida audiencia… Thackwell, el jefe de caballería, estaba allí, y Charlie, el hijo de Hardinge, y el joven Gough, el sobrino de Paddy, pero sólo tres caras contaban: Hardinge, frío y grave, con la mejilla apoyada en un dedo; Gough inclinándose hacia delante, con la morena y atractiva cara iluminada por el interés, tirándose del blanco mostacho; y Broadfoot, con sus patillas rojas y sus gafas de culo de vaso, mirándoles para ver cómo se lo tomaban, como un maestro mientras su mejor alumno da la lección. Sonaba bien, y se lo conté de corrido, sin trucos de falsa modestia que yo sabía que no tendrían sentido allí… Mensaje falso, Goolab Singh, Maka Khan, parrilla, escape, intervención de Gardner (no me atreví a omitir aquello, con George allí), mi encuentro con Lal y Tej. Cuando acabé se hizo el silencio, interrumpido por George de forma autoritaria.
—¿Puedo decir antes que nada, Excelencia, que apoyo
todas
las acciones del señor Flashman sin reserva alguna? Son precisamente las que yo habría deseado que emprendiese.
—¡Bien, bien! —dijo Gough, y dio unas palmadas en la mesa—. Buen chico.
Hardinge no estaba de acuerdo. Supe que, como Littler, pensaba que había tomado demasiadas decisiones por mí mismo, pero a diferencia de Littler no estaba dispuesto a admitir que yo había acertado.
—Afortunadamente, no parece haber causado un gran daño —dijo fríamente—. Sin embargo, cuanto menos se dijera de esto mejor, creo yo. Estará usted de acuerdo, mayor Broadfoot, en que cualquier publicidad de la traición de los
sijs
podría tener unas graves consecuencias. —Sin esperar la respuesta de George, siguió, dirigiéndose a mí—: Y no desearía que su suplicio fuese aireado por ahí. Fue algo espantoso —como si estuviera hablando del tiempo— y le felicito por haber escapado, pero si se supiera, esto tendría un efecto incendiario, y no llevaría a ningún buen fin. —Ni mencionar el efecto incendiario que había tenido aquello para
mí
. Aun en medio de la guerra estaba temiendo por nuestras armoniosas relaciones con el Punjab cuando todo hubiese acabado, y el socarrado trasero de Flashy no debía de ningún modo estropear las perspectivas. Henry Hardinge ya no me había gustado antes, pero ahora le odiaba. Así que estuve de acuerdo inmediatamente, como buen adulador, y Gough, que tamborileaba con los dedos en la mesa impacientemente, tomó la palabra:
—Dígame esto, hijo…, y si se equivoca no lo tendré en cuenta. Ese Tej Singh…, ahora le conoce. ¿Podemos confiar en que cumpla su parte?
—Sí, señor —contesté—. Eso creo. Se habría quedado sentado frente a Firozpur eternamente. Pero sus oficiales pueden forzarle.
—Creo, sir Hugh —cortó Hardinge—, que sería más inteligente sopesar los hechos que conocemos, antes que la opinión del señor Flashman.
Gough frunció el ceño, pero asintió.
—Sin duda, sir Henry. Pero de todos modos, debe ser Firozabad. Tan pronto como sea posible.
Yo fui despedido después de aquello, pero no antes de que Gough hubiera insistido en beber a mi salud: Hardinge apenas levantó su vaso de la mesa. Al infierno con él, yo estaba demasiado exhausto para preocuparme, y dispuesto a dormir durante un año entero, pero, ¿tuve oportunidad acaso? Apenas me había quitado las botas y estaba metiendo el pie en agua fría cuando mi tienda fue invadida por Broadfoot. Venía con una botella, exultante de alegría repartiendo felicitaciones, incluyéndose a sí mismo por ser tan listo de haberme mandado a Lahore. Le dije que Hardinge no parecía pensar así, por lo que gruñó y dijo que Hardinge era un burro y un pomposo esnob que no tenía ni idea de política…, pero no importaba, tuve que contarle otra vez todo lo de Lahore, palabra por palabra, y se dejó caer en mi
charpoy
,
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con las gafas brillantes como un espejo, para oírlo.
Ustedes ya lo saben todo, y hacia la medianoche él también lo sabía todo salvo las partes más animadas con Jeendan y Mangla, que tuve la delicadeza de no mencionar. Insistí mucho en mi amistad con el pequeño Dalip, hablé en términos de admiración de Gardner y mencioné a Jassa… Él sabía cuál era la identidad de aquel notable bellaco desde el principio, pero me lo ocultaba. Cuando acabé, se frotó las manos con satisfacción.
—Todo esto será de mucho valor. Lo que importa, por supuesto, es que usted se haya ganado la confianza del joven maharajá… y de su madre. —Me miró suspicaz y yo le devolví la mirada con inocencia infantil, ante lo cual se puso colorado y se limpió las gafas—. Sí, y también de Goolab Singh. Esos tres serán las figuras más relevantes, cuando todo esto haya acabado. Sí… —se quedó pasmado con uno de sus trances célticos durante un momento, y luego se recobró—. Flashy…, voy a pedirle una cosa un poco dura. No le gustará, pero hay que hacerlo. ¿Me comprende?
«Oh, Dios mío, ¿qué pasa ahora? Quiere que vaya a Birmania, que me tiña el pelo de verde o que secuestre al rey de Afganistán… pues ni hablar», pensé. Yo había cumplido ya mi parte, y al demonio con él. Así que, por supuesto, le pregunté de qué se trataba, y él miró mi tobillo herido que ahora estaba descansando, todavía enrojecido e hinchado, envuelto en una toalla húmeda.
—Todavía le duele, ya lo veo. Pero eso no le ha impedido cabalgar cincuenta kilómetros hoy… y si hay una carga de caballería contra el khalsa mañana, estará usted allí aunque se muera de dolor, ¿verdad?
—¡Eso espero, maldita sea! —grité yo, con el corazón en las botas ante el simple pensamiento de aquella posibilidad, y él sacudió la cabeza con admiración.
—¡Lo sabía! Acaba de salir de la boca del lobo y ya está impaciente por volver allí. Es lo mismo que en la retirada de Kabul. —Me dio una palmada en el hombro—. Bueno, lo siento mucho, chico… Eso no va a ser posible. Quiero que mañana no pueda dar ni un solo paso, y no digamos montar a caballo…, ¿me sigue?
Aquello era muy extraño.
—Pues así será —dijo seriamente—. La noche pasada libramos la batalla más terrible que he visto en mi vida. Estos
sijs
son los tipos más duros y valientes del mundo… Cada uno de ellos vale por dos
ghazis
. ¡Yo mismo maté a cuatro —dijo solemnemente—, y le digo, Flashy, que murieron como verdaderos valientes! Sí, señor —hizo una pausa, frunciendo el ceño y añadió—: ¿Ha notado alguna vez… lo blanda que es la cabeza de un hombre?
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Bueno, lo que hicimos la noche pasada lo repetiremos nuevamente. Gough debe destruir la mitad del khalsa de Lal en Firozabad… y a menos que me equivoque será el día más sangriento que nunca se haya visto en la India. Esto puede decidir la guerra…
—¡Sí, sí! —grité, ansioso, a punto de vomitar—. Pero, ¿qué tiene que ver todo este lío con que yo no pueda andar…?
—A toda costa —dijo él sombrío— debe usted mantenerse alejado de la lucha. Una razón es el crédito y la confianza que usted ha adquirido con las personas que gobernarán el Punjab bajo nuestra protección el año que viene. Usted es demasiado valioso para que se arriesgue. Así que cuando Gough le solicite mañana (que sé que lo hará), que no pueda contar con usted. No quiero decirle a él por qué, ya que no tiene más idea de política que el gato del ministro, y no lo entendería. Así que debemos engañarle, a él y al resto del ejército, y su pierna herida nos valdrá de mucho —puso una mano en mi hombro, mirándome fijamente—. No es agradable, pero es por el bien del servicio. Sé que es mucho pedir rogarle a usted, entre todos los hombres, que se mantenga en retaguardia mientras nosotros nos batimos, pero… ¿qué me dice, viejo amigo?
Pueden imaginarse mi emoción. Eso es lo bueno de tener una reputación de héroe… Pero hay que saber cómo comportarse de acuerdo con ella. Yo asumí la expresión adecuada de apenada y sorprendida indignación, y puse un estremecimiento en mi voz.
—¡George! —dije, como si hubiera golpeado a la reina—. ¡Me está pidiendo… que falte a mi deber, que me
escaquee
! ¡Oh, sí, eso es lo que está haciendo! ¡Pero no puede ser! He hecho su trabajo en Lahore, y por todo eso… ¿no merezco la suerte de ser soldado de nuevo? ¡Además —grité con gran sentimiento—, les debo una buena a esos bastardos! ¿Y espera que me quede aquí sentado?
Me miró con viril comprensión.
—Ya le había dicho que era algo duro.
—¿Duro? Maldita sea, es… ¡es demasiado! ¡No, George, no puedo hacerlo! ¿Fingir que me escaqueo…, engañar al viejo y querido Paddy? ¡De todas las cobardías que he oído en mi vida…! —hice una pausa con la cara roja, temiendo ir demasiado lejos por si él cambiaba de opinión. Cambié de táctica—. Pero, ¿por qué me preocupo, de todos modos? Cuando la guerra acabe, será completamente indiferente quién juegue a la política en Lahore…
—He dicho que ésa era una razón —cortó—. Pero hay otra. ¡Necesito que vuelva a Lahore ahora mismo! O lo más pronto que pueda. Mientras todo esté aún por decidir, debo tener a alguien en las cercanías del poder…, y usted es el hombre. Es el papel que había planeado para usted desde el principio, ¿lo recuerda? Pero su regreso debe ser un secreto conocido sólo por usted, Hardinge y yo… Bueno, si usted finge estar enfermo nadie se extrañará de que se haya apartado de la refriega mientras tanto —sonrió complaciente—. ¡Oh, ya sé, soy un tipo retorcido! Tengo que serlo. Así que irá con muletas por la mañana… y déjese crecer la barba. Cuando vuelva al norte otra vez será Badú el Badmash… No puede pedir que le dejen entrar en el fuerte de Lahore como el señor Flashman, ¿verdad?
Afortunadamente, yo estaba sin habla. Sólo miraba estupefacto a aquel bruto de patillas rojas… y él tomó mi silencio por consentimiento, cuando en realidad ni siquiera significaba comprensión. Todo el asunto era demasiado monstruoso para ser expresado con palabras, y mientras yo me sentaba con la boca abierta él se reía y me golpeaba en la espalda.
—Eso hace que las cosas adquieran una perspectiva muy diferente, ¿verdad? Usted se
escaqueará
directamente de camino hacia la boca del lobo, ya lo ve… así que no necesitará envidiarnos a los demás por luchar en Firozabad. —Se puso de pie—. Hablaré ahora con Hardinge y en un día o dos le daré todos los detalles de lo que hará cuando llegue a Lahore. Hasta entonces… cuide ese tobillo, ¿eh? ¡Duerma bien, Badú! —hizo un aparatoso guiño, apartando el mosquitero, e hizo una pausa—. ¡Ah, Harry Smith me ha contado una buena hoy! ¿Sabe por qué vamos a complacer al khalsa? Puede decírmelo, ¿eh? ¿Se rinde?
—Me rindo, George —y por Dios que me rendía de verdad.
—¡Porque
sijs
quieren pelea, la tendrán! —gritó—. ¿Lo coge? ¡Si quiere pelea! —Soltó una carcajada—. No está mal, ¿verdad? ¡Buenas noches, amigo!
Y salió riendo.
—¡Si quieren pelea!
Fueron las últimas palabras que le oí decir.
Tendrían ustedes grandes dificultades en encontrar en el mapa hoy día Firozabad (o Pheeroo Shah, como lo llaman los puristas punjabíes). Es una pequeña aldea a medio camino entre Firozpur y Moodkee, pero a su manera es un lugar más grande que Delhi, Calcuta o Bombay, porque fue allí donde se decidió el destino de la India… por medio de la traición, la locura y un estúpido coraje más allá de todo lo imaginable. Y en su mayor parte, por pura casualidad.
Allí fue donde Lal Singh, siguiendo mi consejo, había dejado la mitad de sus fuerzas cuando fue a encontrarse con Gough, y allí se retiró su maltratada vanguardia después de Moodkee. Así que allí estaba él, con veinte mil hombres y cien espléndidos cañones, todos bien atrincherados y protegidos como gusanos en su capullo. Y Gough debía atacarles de una vez, porque, ¿cómo sabíamos que Tej Singh, perdiendo el tiempo ante Firozpur a veinte kilómetros de allí, no iba a verse forzado por sus coroneles a hacer algo sensato y unirse a Lal, y por tanto enfrentarse a Paddy con un khalsa de unos cincuenta mil hombres, superándonos en más de tres a uno?
Así que salimos corriendo hacia Moddkee al día siguiente. El último de los muertos fue enterrado a toda prisa, la infantería nativa se desplegó para realizar una marcha nocturna, el 29 vino desde el camino de Umballa, con sus rojas casacas tan amarillas como sus caras por el polvo y la banda tocando
Royal Windsor
, los elefantes barritando cuando cargaban las piezas pesadas, los camellos chillando en las líneas, los compañeros gritando y agitando papeles ante todas las tiendas, los carros de municiones corriendo, y Gough en mangas de camisa y en una mesa al aire libre con su plana mayor en torno a él. Y una mirada atenta también habría descubierto una figura robusta echada en un
charpoy
con una pierna cubierta hasta la rodilla por un enorme vendaje, maldiciendo la suerte que le mantenía fuera de la diversión.
—Oye, Cust —gritó Abbott—, ¿has visto? ¡Flashy ha cogido la gota! ¡Tiene que tomar caldo de buey y sales, e infusión de
kameela
dos veces al día!
—Eso le pasa por jugar con maharanís en Lahore, diría yo —replicó Cust—, mientras el resto de nosotros, pobres políticos, tenemos que trabajar para vivir.
—¿Cuándo demonios han trabajado los políticos? —preguntó Rore—. Quédate donde estás, Flashy, y apártate del sol. ¡Si te cansas te llevaremos en brazos para que les des con tu muleta a los
sijs
!
—¡Espera a que pueda andar y yo te daré con algo más que con una muleta! —exclamé—. Vosotros, chicos, os creéis muy listos… ¡Me pondré delante de todos muy pronto, ya lo veréis! —ante lo cual todos se rieron de mí y dijeron que me dejarían a unos cuantos
sijs
heridos para que yo los rematara. Comentarios simpáticos, y nada más. El propio Broadfoot me había declarado fuera de combate, y fui objeto de chistes entre los bromistas, pero Gough insistió en que debían llevarme a Firozabad de todos modos, para que tomara nota de las bajas, porque parecía probable que hubiera un montón.
—Aunque no pueda cabalgar, puede escribir —dijo Paddy—. Además, si conozco bien al chico, estará al pie del cañón antes de que todo acabe —«vive esperando, viejo Paddy», pensé yo; había esperado que me dejaran atrás con los heridos en Moodkee, pero al menos estaría fuera del camino en el cuartel general mientras los demás emprendían el trabajo serio.
Broadfoot y sus afganos estuvieron fuera todo el día, supervisando las posiciones
sijs
, así que no les vi. Sentía frío y calor a intervalos cuando pensaba en la horrorosa perspectiva que él había desplegado ante mí la noche anterior: introducirme de nuevo en Lahore disfrazado, sin duda para llevar mensajes de traición a Jeendan, y mantener los ojos abiertos con ella y su corte de serpientes… ¿Cómo demonios iba a hacer yo aquello, y por qué? Pero debía esperar hasta que llegase el momento; ya lo averiguaría muy pronto.