Flashman y la montaña de la luz (15 page)

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Authors: George MacDonald Fraser

Tags: #Humor, Novela histórica

BOOK: Flashman y la montaña de la luz
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Yo no estaba solo en mi entusiasmo por la dama, según parece, aunque adiviné que el suyo era de un tipo más espiritual. Pero yo seguía
in albis
como antes.

—Muy bien, si usted dice que fue Jawaheer… ¿pero por qué demonios iba a querer matarme?

—¡Porque desea la guerra con los británicos! ¡Por eso! Y la manera más segura de iniciarla es eliminando a un emisario británico aquí en Lahore. Fíjese, Gough podría estar en el Satley con cincuenta mil bayonetas antes de que usted dijera Jack Robinson… John Company y los khalsa podrían estar enseguida a la greña… y eso es lo que quiere Jawaheer, ¿no lo ve?

No lo veía, y así se lo dije.

—Si él quiere la guerra… ¿por qué no ordena simplemente a los khalsa que marchen sobre la India? Ellos están ansiosos por luchar contra nosotros, ¿no es verdad?

—Claro que sí… ¡pero no bajo la dirección de Jawaheer! Nunca han tenido confianza en él, así que la única manera de empujarlos a la lucha es consiguiendo que los británicos ataquen primero. Pero maldita sea, ustedes no le responden, por muchas provocaciones que lance por toda la frontera… así que Jawaheer está ya desesperado. ¡Está en bancarrota, el khalsa le odia y desconfía de él y está dispuesto a desollarlo vivo por la muerte de Peshora, y le tienen prisionero en su propio palacio con las pelotas cogidas con unas tenazas! —tomó aliento—. ¿No lo sabe, señor Flashman? Jawaheer
necesita
una guerra, ahora mismo, para mantener ocupado al khalsa y salvar el pellejo. Por eso ha intentado eliminarle en el baño esta noche, Dios le confunda, ¿no lo ve?

Bueno, visto así, parecía lógico. Todo el mundo parecía querer una guerra sangrienta excepto Hardinge y su seguro servidor… pero ahora comprendía por qué la necesidad de Jawaheer era más acuciante que la de la mayoría. Había oído la opinión que tenía el khalsa de él aquella misma tarde, y había presenciado el terror que sentía. Sí, demonios, eso es lo que había querido decir cuando me señaló y gritó que los británicos tendrían un
motivo
para venir…, ¡ese malvado hijo de puta! Estaba al acecho, esperando mi llegada… y de repente una espantosa e increíble sospecha me asaltó.

—¡Dios mío! ¿Sabía Broadfoot que Jawaheer trataba de matarme? ¿Me mandó aquí precisamente para…?

Él soltó una carcajada como un ladrido.

—Oiga, usted tiene una opinión estupenda de sus superiores, ¿verdad? Primero Mai Jeendan, ahora el mayor Broadfoot… No, señor… ¡ése no es su estilo! Vaya, si hubiera previsto una cosa semejante… —frunció el ceño y sacudió la cabeza—. No, Jawaheer ha tramado esto en las últimas horas, supongo… Su llegada le puede haber parecido una oportunidad enviada por el cielo. Y la habría aprovechado si yo no hubiera estado pegado a sus talones desde el momento en que llegó a la habitación del
durbar
. —Resopló con incredulidad—. ¡Todavía no puedo olvidar ese maldito baño! No volverá a meterse en agua jabonosa nunca más, imagino.

Aquello bastaba para ponerme de pie y dirigirme a su botella de licor sin pedir permiso siquiera. ¡Dios!, ¿en qué nido de serpientes me había metido Broadfoot? Todavía no podía ordenar todo aquello en mi mente, aturdida por el torbellino de las últimas horas. ¿Me había quedado dormido leyendo
Crotchet Castley
lo había soñado todo: mis acrobacias en el balcón, Mangla y Jawaheer y el sorprendente espectáculo en la habitación del
durbar
, el ebrio y extático acoplamiento con Jeendan, el horror de la piedra cayendo sobre la bañera, el tremendo y sangriento encontronazo en el que se habían perdido cinco vidas en apenas un minuto, esta increíble Némesis con tartán, con su cuchillo Khyber y su acento yanqui,
[75]
que me miraba mientras yo le daba fuerte a su malta? Tardíamente murmuré la palabra «gracias», añadiendo que Broadfoot era afortunado de tener un agente como él en Lahore. El coronel replicó agudamente.

—¡Yo no soy su maldito agente! Soy su amigo, y en todo lo que permite mi deber hacia el maharajá, simpatizo con los intereses británicos. Broadfoot sabe que yo le ayudaré, y por eso le dio mi contraseña —se contenía con dificultad—. ¡Y fue bastante inconsciente al hacerlo, por cierto! Pero eso es todo, señor Flashman. Ahora usted y yo seguiremos nuestros caminos por separado, usted no se dirigirá a mí ni me reconocerá de ahora en adelante excepto como Gurdana Khan…

—¿De ahora en adelante? Pero si me vaya ir… Hombre, no puedo seguir aquí, con Jawaheer…

—¿Cómo que no puede? Es su deber, ¿no? Sólo porque la guerra no vaya a empezar mañana no quiere decir que no vaya a estallar algún día. Oh, sí, lo hará… y entonces Broadfoot le necesitará aquí —para no estar al servicio de Broadfoot, parecía saber mucho acerca de cuál era mi deber—. Además, después de esta noche lo tiene mucho mejor. Lo del baño será bastante explícito: todo el mundo sabrá que Jawaheer trató de matarle… y por qué. Pero nadie dirá ni una palabra al respecto… incluyéndole a usted —viendo que iba a protestar, me acalló—: ¡Ni una palabra! Eso causaría un escándalo que podría empezar la guerra en beneficio de Jawaheer…, así que silencio, señor Flashman. Y no tema, ahora que está bajo la protección de Mai Jeendan, lo peor que puede hacerle Jawaheer es mirarle mal.

Ya había oído esas palabras tranquilizadoras antes.

—¿Y por qué demonios me va a proteger ella?

—¡Venga, no se haga el delicado conmigo, señor! —me señaló con un dedo tieso, el Tío Sam con el corte de pelo de Kandahar—. ¡Usted sabe muy bien por qué, y también lo sabe cada correveidile en este condenado burdel real! Oh, claro, ella tiene también razones políticas… Bueno, simplemente mantenga la boca cerrada y sea agradecido —concluyó lacónicamente—. Y ahora, si está ya recuperado, volveremos a sus habitaciones. Y no diga Wisconsin a menos que quiera decirlo.
Jemadar, idderao
!
[76]

Apareció un suboficial como por arte de magia, y Gardner le comentó que a partir de ese momento tendría yo un par de sombras discretas junto a mí y preguntó si alguien había cuidado de mí hasta entonces; el
jemadar
dijo que sólo mi ordenanza.

Gardner frunció el ceño.

—¿Y quién es ése, uno de los
pathan
de Broadfoot? No le vi llegar con usted.

Le expliqué que Jassa tenía la costumbre de desaparecer cuando más se le necesitaba, y que no era un
pathan…
ni un derviche, como él decía.

—¿Un derviche? —se sorprendió—. ¿Qué aspecto tiene?

Le describí a Jassa, incluso la marca de la vacuna, y él juró y perjuró y se puso a pasear por la habitación.

—Debe de ser… ¡no, no puede ser! Hacía años que no había oído hablar de él y ni siquiera él tendría la cara dura de… ¿Está seguro de que es un hombre de Broadfoot? No lleva barba, ¿eh? Bueno, ya veremos.
Jemadar
, busque al ordenanza, dígale que el
huzoor
le reclama, con toda urgencia… y si pregunta algo, dígale que yo estoy fuera, en Maian Mir. Usted siéntese, señor Flashman. Sospecho que esto puede interesarle.

Después de los acontecimientos de aquella noche, dudaba de que Lahore pudiera albergar más sorpresas… pero saben, lo que siguió fue quizás el encuentro más sorprendente entre dos hombres que jamás haya visto… y háganse a la idea de que yo estuve en Appomattox y vi a Bismarck y a Gully cara a cara con los puños en alto, y sujeté la escopeta cuando Hickok se enfrentó a Wesley Hardin. Pero lo que ocurrió en la habitación de Gardner supera a todo eso.

Esperamos en silencio hasta que el
jemadar
llamó a la puerta, y Jassa entró, evasivo como siempre. En el momento en que sus ojos se posaron en la sombría figura con tartán, se sobresaltó como si hubiera pisado ascuas, pero luego se rehízo y me miró inquisitivo mientras Gardner le contemplaba casi con admiración.

—No está mal, Josiah —dijo—. Puedes tener la conciencia más culpable al este de Suez, pero por Dios que tienes también la desfachatez más grande, para hacerle compañía. Nunca te había visto afeitado —su voz se endureció hasta convertirse en un ladrido—. Y ahora, ¿cuál es tu juego? ¡Habla,
jildi
!

—¡A ti qué demonios te importa! —saltó Jassa—. Soy un agente especial al servicio británico… ¡Pregúntaselo a él si no me crees! ¡Y eso me pone fuera de tu alcance, Alick Gardner! ¡Así que ya lo ves!

Dicho en
pashto
, lo habría considerado una buena respuesta… un poco irresponsable, por lo que había visto de Gardner, pero lo que uno esperaría de un duro khyberés. Pero lo dijo en inglés… ¡con un acento más norteamericano que el del propio Gardner! No daba crédito a mis oídos. Un maldito yanqui paseándose con traje afgano por allí ya era bastante malo… ¡pero dos! Y el segundo era mi propio ordenanza, cortesía de Broadfoot… ¿Les maravilla que me quedase allí sentado con la boca abierta? Gardner explotó.

—¡Agente especial, una porra! Tú, cuáquero marrullero, si estás trabajando para Broadfoot quiere decir que él no sabe quién eres. Y no lo sabe, ¡apuesto lo que quieras! No, porque tú eres anterior a su época, Josiah… ¡saliste de Kabul antes de que llegaran los británicos, y fuiste muy listo! Sekundar Burnes te conocía, sin embargo… ¡como el agente doble y sinvergüenza que eres! Pollock también te conoce… él te echó de Birmania, ¿verdad? ¡Maldita sea, no creo que haya ni una sola ciudad entre Rangún y Basora en la que no hayas dejado una camisa! Así que, veamos… ¿de qué se trata esta vez?

—No voy a contestarte —dijo Jassa—. Señor Flashman, si usted hace caso de esto, yo no. Usted sabe que soy agente del mayor Broadfoot…

—¡Contén tu lengua o te la cortaré! —rugió Gardner—. ¿Estás fuera de mi alcance? ¡Ya lo veremos! Usted conoce a este hombre como Jassa —me dijo—. Bueno, pues tengo el honor de presentarle al doctor Josiah Harlan de Philadelphia, antigua rata de barco, impostor, falsificador de dinero, espía, traidor, revolucionario y experto en todas las bellaquerías que se le ocurran… y se le ocurren muchas, ¿verdad? No se trata de simples raterías. Fuiste una vez príncipe de Ghor, ¿verdad, Josiah?, y gobernador depuesto de Gujarat, para no decir nada de tus pretensiones (es la verdad, Flashman). ¡Nada menos que al trono de Afganistán! ¿Sabe cómo llaman a esta belleza allí arriba en las montañas? ¡El Hombre que Quiso Reinar! —Se echó hacia delante, con los pulgares en el cinturón, y metió su mandíbula en la cara de Jassa—. ¡Bueno, tiene un minuto para decirme qué demonios hace en Lahore, doctor! ¡Y no me digas que eres un puro y simple ordenanza, porque nunca has sido ninguna de las dos cosas!

Jassa no movió ni un músculo de su fea cara picada de viruelas, pero se volvió hacia mí con una pequeña inclinación de cabeza.

—Dejando a un lado los insultos, parte de lo que dice es verdad. Fui una vez príncipe de Ghor, pero la memoria del coronel Gardner le traiciona. No le ha dicho que lord Amherst personalmente me nombró cirujano de las fuerzas de Su Majestad Británica en la campaña birmana…


¡Ayudante
de cirujano, que robaba licores en un hospital de campaña de artillería! —dijo desdeñosamente Gardner.

—… ni que desempeñé una importante misión militar y goberné tres distritos bajo el reinado de Rajá Runjeet Singh…

—¡Que te echó a patadas por estafador, maldito bribón! ¡Anda, dile que eras embajador de Dost Mohammed y trataste de iniciar una revolución en Afganistán y le vendiste tantas veces que perdiste la cuenta! ¡Dile cómo sobornaste a Muhammed Khan para que traicionara a Peshawar a los
sijs
! ¡Cuéntale cómo te llenaste los bolsillos con la expedición de Kunduz y engañaste a Reffi Bey, y tuviste los cojones de plantar las barras y estrellas en el Cáucaso indio, maldita sea tu estampa! —Hizo una pausa para tomar aliento mientras Jassa se mantenía frío como un témpano—. Pero, ¿para qué perder tiempo? Dile cómo lograste engañar a Broadfoot. ¡A mí también me gustará escucharlo!

Jassa le dirigió una mirada inquisitiva, como para asegurarse de que había terminado, y se dirigió a mí.

—Señor Flashman, le debo una explicación, pero no una disculpa. ¿Por qué debía decirle yo algo que su jefe no le había dicho? Broadfoot me alistó hace más de un año; qué parte conoce él de mi historia, no lo sé… y no me importa tampoco. Él conoce su oficio y confía en mí, o yo no estaría aquí. Si duda de mí ahora, escríbale, contándole lo que ha oído esta noche… Como todo el que se mezcla en asuntos diplomáticos en estos lugares, estoy acostumbrado a que mi reputación se vea arrastrada…

—¡Sí, por todo el maldito Himalaya! —rechinó Gardner—. Si eres tan completamente digno de confianza, ¿dónde estabas anoche cuando Jawaheer trató de asesinar a Flashman?

Era listo, Gardner. Conociendo a ese tipo, seguramente tenía la pregunta en la mente desde el principio, pero se la había reservado para coger a Jassa desprevenido. Tuvo éxito: Jassa se quedó boquiabierto, miró a Gardner, luego a mí, y gruñó ásperamente: «¿Qué demonios quieres decir?».

Gardner se lo dijo en cuatro frases secas, mirándole con ojos de lince, y Jassa ofreció un espectáculo digno de ver. Se había quedado pálido y lo único que hada era frotarse la cara y murmurar: «¡Jesús!» antes de volverse desconsolado hacia mí.

—Yo… no sé… Debí de quedarme dormido… Después de subirle del balcón, cuando salió hacia la habitación del
durbar…
Bueno, pensé que iba a pasar la noche allí… —evitaba mis ojos—. Yo… me fui a la cama, me desperté hace una hora, vi que no había vuelto, salí a buscarle, pero nadie le había visto… Entonces justamente llegó el
jemadar
buscándome. Ésa es la verdad —se frotó la cara de nuevo y miró a Gardner—. Dios, no pensarás…

—¡No, no lo pienso! —gruñó Gardner, y movió la cabeza—. Seas lo que seas (y eres muchas cosas), no eres un asesino. Si lo fueras, estarías colgando de una cuerda en este mismo instante. No, Josiah —dijo con torva satisfacción—, eres sólo un piojoso guardaespaldas… y sugiero que el señor Flashman informe también de esto al mayor Broadfoot. Y hasta que obtenga una respuesta, puedes meditar sobre tu vida en una celda, doctor…

—¡Al demonio! —gritó Jassa, y se volvió hacia mí—. Señor Flashman… ¡No sé qué decir, señor! Le he fallado, lo sé. Lo siento mucho. Si el mayor Broadfoot cree que debe castigarme…, qué se le va a hacer. ¡Pero no es asunto de «él», señor! —señaló a Gardner—. En lo que a él respecta, estoy bajo protección británica, y gozo de inmunidad. Y con todo respeto, señor, a pesar de mi fallo de esta noche… todavía estoy a su servicio. No debe usted repudiarme, señor.

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