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Authors: George MacDonald Fraser

Tags: #Humor, Novela histórica

Flashman y la montaña de la luz (10 page)

BOOK: Flashman y la montaña de la luz
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—Si quieres, pero habla mucho, y siempre cuenta la misma historia del
ghazi
que mató en Teizin. ¿Mataste muchos
ghazis
? ¡Háblame de ellos!

Mentí durante unos minutos, y el pequeño bruto sediento de sangre se extasiaba con cada decapitación, con los ojos fijos en mí y la carita apoyada en las palmas de las manos. Entonces suspiró y dijo que su tío Jawaheer debía de estar loco.

—Quiere luchar contra los británicos. Bhai Ram dice que es un loco… que una hormiga no puede luchar contra un elefante. Pero mi tío dice que debemos hacerlo, o que me robaréis mi país.

—Vuestro tío está equivocado —dijo el diplomático Flashy—. Si eso fuera verdad, ¿habríamos llegado aquí en son de paz? No… ¡habría traído una espada!

—Tienes una pistola —señaló gravemente.

—Es un regalo —dije yo, inspirado—que le entregaré a un amigo mío cuando deje Lahore.

—¿Tienes amigos en Lahore? —inquirió, frunciendo el ceño.

—Ahora sí —le guiñé el ojo, y después de un momento abrió la boca y chilló con deleite—. Vaya, estaba trabajando bien por mi país, ¿verdad?

—¿Me darás a mí esa pistola? ¡Oh! ¡Oh! —Se abrazó a sí mismo, juguetón—. ¿Y me enseñarás tu grito de guerra? Ya sabes, ese grito que diste cuando yo entré corriendo con mi espada —la pequeña carita se arrugó mientras intentaba decirlo—: Bis… ca… si…

Yo estaba confuso, de pronto comprendí: Wisconsin. Dios, mi instinto de supervivencia debía de estar trabajando muy bien, para haber gritado aquello sin darme cuenta.

—Oh, aquello no era nada, maharajá. Haré algo mejor… os enseñaré a disparar.

—¿Lo harás? ¿Con la pistola? —suspiró extasiado—. ¡Entonces podré dispararle a Lal Singh!

Recordé el nombre: un general, el amante de la maharaní.

—¿Quién es Lal Singh, maharajá?

Se encogió de hombros.

—Uno de los amantes de mi madre —tenía siete años, dense cuenta—. Me odia, y yo no sé por qué. Todos los demás amantes me querían, y me daban golosinas y juguetes —movió la cabeza con perplejidad, moviendo una pierna, sin duda para ayudar a desarrollarse al pensamiento—. Me pregunto por qué tendrá tantos amantes. Son tantos…

—Seguramente tiene los pies fríos. Bueno, jovencito… maharajá, quiero decir, ¿no sería mejor que os fueseis? Mangla irá…

—Mangla también tiene amantes —insistió aquella fuente de murmuración—. Pero el tío Jawaheer es su favorito. ¿Sabes lo que dice lady Eneela que hacen? —él dejó de mover los pies y dio un profundo suspiro—. Lady Eneela dice que ellos…

Afortunadamente, antes de que mi delicada inocencia pudiera recibir su golpe de muerte, Mangla reapareció súbitamente, bastante circunspecta, de lo que deduje que había estado escuchando por el ojo de la cerradura, e informó a su charlatana majestad perentoriamente de que su madre le solicitaba en la habitación del
durbar
. Él hizo un puchero y golpeó el suelo con los talones, pero finalmente se sometió, intercambiamos
salaams
y permitió que ella le empujara hacia el pasadizo. Para mi sorpresa, ella no le siguió, sino que cerró la puerta y se enfrentó a mí, con bastante frialdad. No parecía una esclava, y no hablaba como tal.

—Su majestad habla como lo hacen los niños —dijo—. No debe escucharle. Especialmente lo que dice de su tío, el visir Jawaheer Singh.

Ni «sahib», ni ojos bajos ni tono humilde, ya se darán cuenta. Yo la observé desde las delicadas zapatillas persas y los estrechos pantalones de seda hasta el macizo corpiño y la cara encantadora enmarcada por el velo sutil, y me acerqué para contemplarla mejor.

—No me importa nada tu visir, pequeña Mangla —sonreí—. Pero si nuestro pequeño tirano dice la verdad… le envidio.

—Jawaheer no es precisamente un hombre al que se pueda envidiar —dijo ella, mirándome con esos insolentes ojos de gacela, y un halo de su perfume llegó hasta mí… asfixiante, el que usan esas esclavas. Yo saqué una brillante trenza negra de debajo del velo, y ella no parpadeó; le acaricié la mejilla con ella, y ella sonrió, separando los labios provocativamente—. Además, la envidia es el último pecado mortal que yo hubiera esperado de Flashman
bahadur
.

—Pero puedes adivinar cuál es el primero, ¿verdad? —dije, y estrujé suavemente sus pechos y su trasero, sin omitir un casto saludo a los labios, ante lo cual la tímida criatura respondió deslizando su mano hacia abajo entre nosotros, haciendo presa e introduciendo su lengua en lo más profundo de mi garganta… y, en aquel preciso momento, aquel mocoso de Dalip empezó a golpear la puerta, reclamando atención—. ¡Al demonio con él! —gruñí yo, completamente absorbido, y por un momento ella me incitó con la mano y la lengua antes de apartar su temblorosa suavidad, jadeando, con los ojos brillantes.

—Sí, ya sé cuál es el primero —murmuró, con una última e intensa caricia—, pero no es el momento…

—¿Cómo que no, por el amor de Dios? No te preocupes por el crío… ya se irá, se cansará…

—No es eso —ella puso sus manos en mi pecho y me apartó, haciendo pucheros y sacudiendo la cabeza—. Mi ama nunca me lo perdonaría.

—¿Tu ama? ¿Qué demonios…?

—¡Oh, ya lo verás! —Soltó mis manos, hizo una pequeña mueca, mientras aquel cachorro chillón daba patadas y aullaba ante la puerta—. Paciencia, Flashman
bahadur …
recuerda, el sirviente quizá cene el último, pero disfruta más de la cena —su lengua aleteó en mis labios de nuevo, y entonces ella salió, cerrando la puerta con el acompañamiento de agudos reproches infantiles, dejándome de lo más frustrado… pero con mejor humor del que había tenido desde hacía días. No hay nada como una buena revisión de una hembra juguetona, con la certeza de un posterior entendimiento, para ponerle a uno de buen humor. Y quedaba demostrado… las patillas no lo son todo.

No se me permitió perder mucho tiempo en contemplaciones lujuriosas, porque al momento apareció el desvergonzado Jassa, con aspecto de estar dispuesto a la traición, y no se incomodó ni una pizca cuando yo le maldije y le pregunté dónde había estado.

—En los asuntos del
huzoor
—fue la única respuesta que me dio, mientras registraba, precavido, las dos habitaciones, palpando una colgadura por aquí y golpeando un panel por allá, observando que esos cerdos hindúes se lo hacían bastante bien. Entonces me hizo señas de que saliera al pequeño balcón, me miró de arriba abajo y dijo bajito—: ¿Ha visto al pequeño rajá… y a la celestina de su madre?

—¿Qué demonios quieres decir?

—Hable bajo,
huzoor
. La mujer, Mangla… la espía de Mai Jeendan, cómplice de todas sus maldades. Una esclava… que asiste al purdah de su ama en el
durbar
y habla por ella. Ah, y que hace política para su propio provecho, y se ha convertido en la mujer más rica de Lahore. Piense en ello,
huzoor
. Es la puta de Jawaheer… y traicionera como ninguna. No hay duda de que fue enviada para espiarle…, no sé con qué propósito —sonrió con su rostro maligno, picado de viruelas, y me atajó antes de que pudiera hablar—.
Huzoor
, estamos juntos en este asunto, usted y yo. Si soy un poco brusco, no se lo tome a mal, escúcheme con atención. Vendrán a usted por todos los caminos. Si algunos tienen miembros torneados y redondos pechos, bueno… tome placer de ellos, si quiere —dijo aquel rufián generoso—, pero recuerde siempre lo que son. Ahora… iré de acá para allá durante un rato. Enseguida vendrán otros a cortejarle… ¡pero no tan favorecidos como Mangla!

Bueno, maldita sea su insolencia, pensé yo, y menos mal que estaba conmigo. Tenía razón. Durante la hora siguiente, el apartamento de Flashy fue como la estación del Puente de Londres en la semana de Canterbury. Primero llegó un alto y majestuoso anciano noble, espléndidamente vestido, como salido de una pintura persa. Vino solo, pidiendo fríamente mi perdón por su intromisión, y manteniendo el oído atento; parecía condenadamente incómodo. Se llamaba Dewan Dinanath y su nombre me resultaba familiar por los documentos de Broadfoot, donde se le mencionaba como influyente consejero de la corte, inclinado al partido de la paz, pero muy veleta. Sus intenciones eran simples: ¿iban a devolver los sirkar la fortuna de Soochet a la corte de Lahore? Dije que eso no se sabría hasta que yo hubiese informado a Calcuta, donde se tomaría la decisión, y él me miró con fría desaprobación.

—Yo disfruté de la confianza del mayor Broadfoot en el pasado —dijo desdeñosamente—. Puede tener la misma confianza conmigo. —Las dos cosas eran una condenada mentira—. El tesoro es muy vasto, y su devolución puede ser un precedente para los otros bienes del Punjab que ahora están…, digamos, en custodia de las autoridades británicas. En manos de nuestro gobierno, esos fondos tendrían un efecto estabilizador. —Quería decir que ayudarían a Jawaheer y a Jeendan a tener contento al khalsa—. Con una palabra a tiempo que me dijera sobre las intenciones del sahib Hardinge…

—Lo siento, señor —dije yo—. Sólo soy un abogado.

—Un joven abogado —soltó él—, debería estudiar conciliación tanto como leyes. Va a ir a parar a Goolab, ¿verdad?

—O a la viuda de Soochet Singh, o al gobierno del maharajá. A menos que sea retenido en Calcuta por el momento. Es todo lo que puedo decirle, señor, lo siento.

No le gustaba, me daba cuenta, y quizá me lo habría dicho, pero un sonido le distrajo y salió de mi habitación como un viejo lebrel. Oí cerrarse la puerta mientras llegaba mi siguiente invitado inesperado: dos graves nobles más, Fakir Azizudeen, un robusto peso pesado con aire astuto, y Bhai Ram Singh, corpulento, jovial y con gafas… hombres leales del partido de la paz, de acuerdo con los documentos. Bhai Ram era el que pensaba que Jawaheer era un loco, de acuerdo con el pequeño Dalip.

Fue él quien empezó a hablar, con amistosos cumplidos hacia mi servicio en Afganistán.

—Pero ahora se presenta ante nosotros en otro aspecto… como abogado. Sigue en el ejército, pero al servicio del mayor Broadfoot —me dirigió un guiño, mesándose la barba blanca. Seguro que sabía hasta de qué color llevaba George los calzoncillos. Le expliqué que había estado estudiando leyes en casa…

—¿En los Inns of Court, quizás?

—No, señor… en una firma en Chancery Lane. Espero obtener mi licenciatura algún día.

—Excelente —ronroneó Bhai Ram, sonriente—. Yo también he estudiado algo de leyes. —«Ya me parecía a mí», pensé yo, y crucé los brazos. Y claro, soltó toda la parrafada legal—. Me he estado preguntando qué dificultades podrían surgir si en este asunto de Soochet se probase que la viuda tenía un coheredero —me sonrió de forma inquisitiva, y yo adopté un aire confundido y le pregunté cómo aquello podría afectar al asunto.

—No lo sé —dijo él amablemente—, por eso se lo pregunto.

—Bueno, señor —dije yo, perplejo—, la respuesta es que eso no es relevante. Si la dama fuera descendiente de Soochet, y tuviera una hermana (pariente femenino en el mismo grado) entonces ellas heredarían juntas. Como coherederas. Pero ella es su viuda, así que la cuestión no tiene relevancia —«Así que mete esto en tu pipa y fúmatelo, viejo Sheeryble; no me había sentado en Simla con una toalla alrededor de la cabeza para nada.»

Me miró con pesar y suspiró, encogiéndose de hombros hacia Fakir Azizudeen, que explotó rápidamente.

—¡Así que es abogado! ¿Esperaba que Broadfoot nos enviara a un granjero? ¡Como si importara algo esa herencia! ¡Sabemos que no es así, y él también lo sabe! —Esto con un gesto que le obligó a inclinarse hacia delante—. ¿Por qué está usted aquí, sahib? ¿Es para hacernos perder tiempo con todas estas estupideces legales? ¿Para estimular las esperanzas de ese borracho loco de Jawaheer…?

—Tranquilo, tranquilo —le reprendió Bhai Ram.

—¿Tranquilo… cuando estamos al borde de la guerra? ¿Cuando los cinco ríos están a punto de volverse rojos? —Se dirigió hacia mí, furioso—. ¡Hablemos como personas sensatas, por el amor de Dios! ¿Qué tiene en mente el
Malki lat
?
[67]
¿Espera que se le dé una excusa para traer a sus bayonetas al otro lado del Satley? Si es así, ¿puede dudar acaso de que se le dará? ¿Entonces por qué no viene «ya», y arregla esto haciendo algo? ¡Olvide su herencia, sahib, y díganos esto!

Era un tipo iracundo, y la primera persona que conocía yo en el Punjab que hablaba de forma franca y directa. Podía haberme salido por la tangente, como con Dinanath, pero no tenía sentido.

—Hardinge sahib espera que haya paz en el Punjab —dije yo. Él me miró.

—¡Entonces dígale que sus esperanzas son vanas! —exclamó—. ¡Esos locos de Maian Mir harán que así sea! ¡Convénzale de esto, sahib, y su viaje no habrá sido en vano! —y diciendo esto, salió del dormitorio.
[68]
Bhai Ram suspiró y meneó la cabeza.

—Un hombre honesto, pero impetuoso. Perdone su rudeza, Flashman sahib… y mi propia impertinencia. —Soltó una risita—. ¡Coherederos! ¡Ja, ja! No le molestaré forzando sus recuerdos de Bracton y Blackstone sobre la herencia. —Se levantó y puso una mano regordeta en mi brazo—. Pero le diré algo. Sea cual sea su misión aquí, ¡ah, la herencia, claro está!, haga todo lo que pueda por nosotros. —Me miró con gravedad—. Al final habrá un Punjab británico… eso está claro. Déjenos intentar llegar a ello con el menor trastorno posible —sonrió cansadamente—. Habrá orden, pero poco provecho para la Compañía. Soy lo bastante poco generoso como para preguntarme si por este motivo lord Hardinge parece tan poco dispuesto.

Dio unos pasos por la habitación, pero se detuvo en la puerta.

—Perdóneme… pero ese ordenanza
pathan
suyo… ¿hace mucho que le conoce?

Sobresaltado, le respondí que no hacía mucho, pero que era un hombre seleccionado.

Él asintió.

—Bueno… ¿sería atrevido por mi parte ofrecerle los servicios adicionales de dos hombres de mi propia confianza? —Me miró afectuosamente a través de sus gafas—. Una precaución innecesaria, sin duda… pero su seguridad es importante. Serán muy discretos, por supuesto.

Pueden juzgar que esto me dejó helado, como una brisa del Polo Norte… Si ese viejo taimado pensaba que yo estaba en peligro, aquello era suficiente para mí. Estaba seguro de que no quería hacerme ningún daño: Broadfoot le había señalado con un A3. Así que, afectando despreocupación, le dije que le estaba muy agradecido, pero que me sentía tan seguro en Lahore como lo habría estado en Calcuta, en Londres o incluso en Wisconsin, ¡ja,ja! Él me dirigió una mirada de asombro, dijo que ya veríamos y me dejó sudando, en un estado de gran ansiedad, interrumpido por mi visitante final.

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