Flashman y la montaña de la luz (16 page)

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Authors: George MacDonald Fraser

Tags: #Humor, Novela histórica

BOOK: Flashman y la montaña de la luz
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Bueno, yo había tenido un día muy largo, y una noche muy larga también. La conmoción de descubrir que mi ordenanza afgano era un ayudante médico americano
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(y sin duda un villano tan grande como decía Gardner) era pequeña comparada con todo lo demás. No significaba más conmoción que el propio Gardner, realmente. Una cosa sí era segura: Jassa, o Josiah, era un hombre de Broadfoot, y él tenía razón, no podía repudiarle basándome sólo en las sospechas de Gardner. Dije eso y, para mi sorpresa, Gardner no me hizo callar con un grito, aunque me miró con dureza.

—¿Después de todo lo que le he contado de él? Bueno, señor, es responsabilidad suya. Es posible que usted no lamente esta decisión, pero lo dudo. —Se volvió a Jassa—. En cuanto a ti, Josiah… No sé qué te ha hecho venir de nuevo al Punjab con otro de tus disfraces. Sé que no ha sido Jawaheer, o algo tan simple como el trabajo político británico…, es algún sucio asuntillo particular tuyo, ¿verdad? Bueno, olvídalo, doctor… porque si no lo olvidas, con inmunidad o sin ella, te enviaré de vuelta a Broadfoot atado a la bala de un cañón que dispararé a Simla. Puedes contar con ello. Buenas noches, señor Flashman.

El
jemadar
nos condujo de vuelta a mis habitaciones a través de un dédalo de corredores tan confuso como mi propia mente; yo estaba cansado como un perro y todavía mortalmente asustado, y no tenía ganas ni voluntad de interrogar a mi recientemente desenmascarado ordenanza afgano-americano, que seguía murmurando sin cesar disculpas y justificaciones todo el camino. Nunca se habría perdonado a sí mismo si me hubiera ocurrido algo malo, y yo debía escribir a Broadfoot al momento para aclarar su buena voluntad; él no descansaría hasta que las calumnias de Gardner hubieran sido desmentidas…

—Alick no quiere hacerme daño… Nos conocemos desde hace años, pero la verdad es que él está celoso, ya que ambos somos norteamericanos y tal, y él no ha llegado demasiado alto, mientras que yo he sido príncipe y embajador, como él ha dicho… Por supuesto, el destino no ha sido demasiado amable conmigo últimamente, y por eso tomé el primer empleo honorable que se me ofreció… ¡Dios mío!, no tengo palabras para disculparme por mi lapsus de esta noche… ¿Qué pensará usted?, ¿qué pensará Broadfoot? Sin embargo, me habría gustado que él comprendiera por qué dejé de ser gobernador… No hice moneda falsa, ¡oh, no, señor! Yo soy aficionado a la química, y hubo un experimento que salió mal…

Todavía estaba charlando cuando llegamos ante mi puerta, donde me sentí tranquilizado al ver a dos robustos guardianes, presumiblemente enviados por Bhai Ram Singh. Jassa —con esa fea cara fronteriza y el traje no podía pensar en él con otro nombre— juró que él estaría también a mano, más cerca que un hermano, vaya, y que se acostaría allí mismo, en el pasillo…

Cerré la puerta, con la cabeza dándome vueltas de pura fatiga, y me quedé un momento en bendita soledad y tranquilidad antes de caminar inestable hacia el dormitorio, donde dos luces brillaban débilmente a cada lado de la almohada… y me detuve. Los cabellos se me erizaron en la nuca. Había alguien en mi cama y unos efluvios perfumados en el aire. Antes de que pudiera moverme o gritar, una voz de mujer susurró desde la oscuridad.

—Mai Jeendail debe de haber quedado bien harta —decía Mangla—. Casi está amaneciendo.

Yo me acerqué y la miré. Estaba echada, desnuda, bajo un tenue velo de gasa negra extendido sobre ella como una sábana… No tienen nada que aprender acerca de la exhibición erótica en el Punjab, ya lo ven. Yo la miré, vacilando, y una muestra de lo exhausto que estaba es que pregunté, como un idiota:

—¿Qué estás haciendo aquí?

—¿No te acuerdas? —murmuró ella, y yo vi sus dientes brillar cuando sonreía desde la almohada, con el negro cabello extendido a su alrededor como un abanico—. Una vez ha cenado el ama, es el turno de la doncella.

—¡Oh, Dios mío! —dije yo—. Ya no tengo hambre.

—¿Ah, no? —susurró ella—. Entonces tengo que estimular tu apetito —y se sentó, lenta y lánguida, apretando aquel velo transparente tirante contra su cuerpo, haciendo pucheros—. ¿No quieres probar un poquito,
huzoor
?

Por un momento estuve tentado. Completamente agotado, sólo apto ya para el desguace, necesitaba dormir como el aire que respiraba. Pero cuando contemplé aquel magnífico material agitándose debajo de la gasa, pensé: «Señor, no nos dejes caer en la tentación».

—Tienes razón, querida —dije—. ¿Has traído un poco más de esa bebida tan divertida?

Ella se rió levemente y cogió una copa que había junto a la cama.

7

Si ustedes han leído
Robinson Crusoe
, recordarán un pasaje en el que Robinson hace recuento de su situación en la isla desierta como un contable, lo malo a un lado, lo bueno al otro. Cosas deprimentes, principalmente, quejas sobre su soledad. Finalmente, sin embargo, concluye que las cosas podrían ser peores, y que Dios le ayudará, con algo de suerte. Un optimismo algo absurdo, si quieren saber mi opinión, pero yo nunca he sido náufrago, y la filosofía frente a las tribulaciones no es mi fuerte. Pero usé ese sistema al despertarme aquel segundo día en Lahore, porque habían ocurrido tantas cosas en tan poco tiempo que necesitaba aclarar mi mente. Por tanto:

MALO

BUENO

Me encuentro perdido en una tierra salvaje que estará en guerra contra mi propio país en breve.

Disfruto de inmunidad diplomática, aunque no valga de mucho, y tengo buena salud, aunque estoy arruinado.

Han intentado asesinarme. Estos tipos son capaces de matar a alguien con la misma facilidad que se sientan a almorzar.

Han fallado, y estoy bajo la protección de la reina, que jode más que una coneja. También Gardner cuidará de mí.

Mi ordenanza ha resultado ser el mayor villano desde Dick Turpin, y para colmo norteamericano.

Broadfoot le escogió, y aunque no veo motivos para que me sea hostil, debo vigilarle de cerca.

Maldito sea Broadfoot por meterme en este fregado, cuando podría estar tranquilamente en casa revolcándome con Elspeth.

El rancho y el alojamiento son de primera, y Mangla sobria es fantástica, aunque no se puede comparar con Jeendan borracha.

Si yo fuera un hombre creyente, el Todopoderoso me oiría en términos inequívocos, y eso me haría mucho bien.

Como soy un pagano (se adjunta certificado) sin recursos divinos, seré especialmente precavido y tendré mi pistola a mano. Éste fue mi recuento, elaborado en la soñolienta hora después de que Mangla se deslizase como un encantador fantasma al amanecer, y podía haber sido peor. Mi primera tarea fue hacer un detallado examen del calvo Jassa, o Josiah, antes de enviar un mensaje cifrado sobre él a Broadfoot. Así que lo hice mientras me afeitaba, mirando aquella áspera cara en el espejo y escuchando su cháchara yanqui. Extrañamente, a pesar de la personalidad que Gardner le había atribuido, yo me sentía inclinado a confiar en él. Ya saben, yo mismo también soy un bribón, y sé que nosotros, los tipos malos,
siempre
nos sentimos inclinados al engaño. Me parecía que Jassa, el soldado de fortuna profesional, probablemente sólo estaba haciendo tiempo al empleo de Broadfoot, tal como él alegaba, hasta que apareciese alguna cosa mejor. En las aguas de la política nadan los peces más extraños, sin hacer demasiadas preguntas, y pensé que podía aceptarle, si no confiar en él. Como Gardner, estaba seguro de que no había tenido ninguna intervención en el complot contra mi vida. Si hubiera querido matarme, podía haberme dejado caer simplemente desde el balcón en lugar de salvarme.

Era reconfortante también tener a uno de los míos junto a mí… ya uno que conocía el Punjab y su política desde dentro.

—Aunque no entiendo cómo podía pensar no ser reconocido —dije yo—. Si tenía un cargo tan importante con Runjeet, la mitad del país debía de conocerle, ¿verdad?

—Eso fue hace seis años, y yo llevaba barba y patillas —dijo—. Completamente afeitado, me imaginé que Alick podía reconocerme, pero confiaba en mantenerme apartado de su camino. Pero no importa —añadió fríamente—, no hay carteles de recompensa por Joe Harlan, ni aquí ni en ninguna parte.

Era un truhán tan descarado que yo le tenía aprecio… y seguramente no me equivocaba. Tenía también un fino olfato político, y lo había usado en el alcázar aquella mañana.

—Jawaheer parece estar de suerte. Todo el palacio sabe que él trató de eliminarle, y se dice que la maharaní le hubiera arrestado. Pero le ha hecho llamar a su
boudoir
esta mañana a primera hora, toda sonrisas, le ha abrazado y han brindado por su reconciliación con el khalsa, según dicen sus doncellas. Parece que Dinanath y Azizudeen han firmado la paz por él. Salieron a hablar con los
panches
al amanecer, y la aparición de Jawaheer ha sido una pura formalidad. Él y la familia real al completo pasarán revista a las tropas, y usted está invitado, sin duda para que pueda informar a Broadfoot de que todo va bien en el
durbarde
Lahore —sonrió él—. ¿Cómo le manda sus mensajes cifrados? ¿A través de Mangla?

—Tal como usted mismo dijo, doctor, ¿por qué tengo que contarle lo que Broadfoot no le contó? ¿Por cierto, es usted doctor de verdad?

—No tengo diploma —dijo él con franqueza—, pero estudié cirugía en Pennsylvania… ¡Ep!… creo que es Mangla. Esa mosquita muerta está en todas partes, así que, ¿por qué no con John Company? Una advertencia, sin embargo: tíresela si le apetece, pero no confíe en ella…, ni en Mai Jeendan —y antes de que pudiera maldecirle por su desfachatez, se fue para ponerse, tal como dijo, su traje de faena.

Aquello significaba que se iba a poner sus mejores galas, para nuestra aparición en el
durbar
a mediodía; Flashy en uniforme de gala con levita y sombrero de ceremonia, haciendo mi reverencia oficial al pequeño Dalip entronizado. No habrían reconocido al vivaracho crío del día anterior en la pequeña figura regia toda vestida de plata, moviendo su turbante empenachado de la manera más condescendiente mientras yo era presentado por Lal Singh, que era segundo ministro. Jawaheer no estaba a la vista, pero Dinanath, el viejo Bhai Ram Singh y Azizudeen estaban presentes, solemnes como sacerdotes. Aquello era extraño, sabiendo que todos ellos sabían que su visir había tratado de asesinarme hacía sólo unas pocas horas, y que yo había estado jugueteando con su maharaní en su propia cámara. No hubo ni un parpadeo en las hermosas caras barbudas. Buenos comediantes, esos
sijs
.

Detrás del trono de Dalip colgaba una fina cortina de encaje, la purdah de su madre, la maharaní. Era costumbre en las mujeres nobles indias recluirse, es decir, cuando no estaban bailando la danza del vientre en las orgías. Junto a la cortina estaba de pie Mangla, sin velo pero vestida con la mayor modestia, y formal como si nunca hubiéramos puesto los ojos el uno en el otro. Su deber era transmitir la conversación de y a su ama detrás de la cortina, y lo hacía con la mayor propiedad, dándome la bienvenida a Lahore, pidiendo bendiciones para mi trabajo y, finalmente, tal como Jassa había predicho, rogándome que asistiera a su majestad cuando él pasara revista al khalsa aquella misma tarde.

—¡Iremos en un elefante! —chilló la tal majestad, saliéndose de la dignidad real por un momento, y luego poniéndose de nuevo tieso ante las reprobadoras miradas de su corte. Yo dije gravemente que me sentía honrado más allá de toda medida, él me dirigió una breve sonrisa y yo me aparté de su presencia, me volví y me puse el sombrero de nuevo al llegar a la alfombrilla en la puerta de entrada, tal como requerían las formas. Para mi sorpresa, Lal Singh vino tras de mí, cogiéndome el brazo, todo sonrisas e insistiendo en acompañarme a dar una vuelta por el arsenal y la fundición, que estaban junto al Palacio de los Sueños. Como yo había pasado la mitad de la noche jugando con su amante, encontré desconcertante tanta amabilidad, hasta que él me desarmó hablando de ella con alarmante franqueza.

—Mai Jeendan esperaba poder salir del purdah para saludarle después del
durbar
—me confió—. Pero está un poco bebida después de haber estado brindando con su abominable hermano, en un vano esfuerzo por insuflarle un poco de coraje. ¡No tiene ni idea de lo cobarde que es! La idea de enfrentarse con el khalsa casi le paraliza, incluso ahora, cuando ya está todo arreglado. Ella ciertamente mandará a buscarle a usted más tarde; tiene importantes mensajes para el enviado del Sirkar.

Dije que yo estaba al servicio de Su Majestad, y él sonrió.

—Eso he oído decir. —Me miró fijamente y soltó una carcajada—. ¡Mi querido amigo, me mira usted como si yo fuera un rival suyo! ¡Créame, con Mai Jeendan no existe tal cosa! Ella no es amante de nadie sino de sí misma. Considerémonos unos tipos afortunados y démosle gracias a Dios por ello. Ahora, deme usted su opinión de nuestros mosquetes del Punjab… ¿no casan bien con sus Brown Bess?

En aquel momento yo era todo sospechas; sólo más tarde comprendí que Lal Singh quería decir exactamente lo que dijo… y que Mai Jeendan era el tema menos importante de los que quería hablar conmigo aquel día. Una vez examinadas aquellas armas, almacenadas en impresionante cantidad, y la forja, y los moldes de grandes cañones del calibre nueve al rojo blanco, y la lluvia de plomo líquido sobre los humeantes tanques de la fundición, y puestos de acuerdo en que la armería del khalsa se podía comparar perfectamente con la nuestra, me cogió por el brazo mientras caminábamos, confidencialmente.

—Tiene razón —dijo—, pero las armas no lo son todo. Un día, la victoria y la derrota dependerán de los generales. Si alguna vez el khalsa llega al campo de batalla, muy bien podría ser bajo mi liderazgo, y el de Tej Singh —suspiró, sonriendo, y sacudió la cabeza—. Algunas veces me pregunto cómo podríamos salir airosos contra… ¡Oh!, contra un combatiente tan curtido como su sir Hugh Gough. ¿Qué pensaría usted, Flashman sahib?

Dubitativo, repuse que Gough no era el soldado más científico desde Boney, pero probablemente sí el más duro. Lal Singh asintió, mesándose la barba, y se rió con ganas.

—Bueno, esperemos que nunca tengamos que ponerle a prueba, ¿eh? Saldremos para Maian Mir dentro de una hora…; ¿puedo ofrecerle un refrigerio?

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