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Authors: George MacDonald Fraser

Tags: #Humor, Novela histórica

Flashman y la montaña de la luz (20 page)

BOOK: Flashman y la montaña de la luz
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Era una oscura y empinada escalera de caracol, alfombrada para no producir ruido, y mientras descendíamos, el murmullo de voces se hizo más fuerte. Sonaba como una asamblea antes de que el presidente llame al orden. Al pie de la escalera había un pequeño rellano y en la pared de enfrente una abertura como una tronera horizontal, muy estrecha por nuestra parte pero ensanchándose por la otra parte del muro, así que proporcionaba una amplia visión de la habitación que había al otro lado.

Mirábamos hacia abajo y veíamos la habitación del
durbar
, en un punto directamente por encima del purdah que se hallaba en un rincón. A la derecha, en el centro de la habitación, ante el trono vacío y el estrado, había una muchedumbre ruidosa de hombres, centenares: eran los
panches
del khalsa, tal como yo les había visto aquel primer día en Maian Mir, soldados de todos los rangos y regimientos, desde oficiales con casacas de brocado y turbantes con penachos hasta
jawans
de pies descalzos. Incluso desde nuestro escondite se podía sentir el calor y la impaciencia de aquella apretujada multitud mientras empujaban y sacaban la cabeza y cuchicheaban sin parar. Media docena de sus portavoces se adelantaron: Maka Khan, el imponente viejo general que les había arengado en Maian Mir; el robusto Imam Shah, que había descrito la muerte de Peshora; mi
rissaldar
-
major
de heroicas patillas y un par de altos y jóvenes
sijs
que no reconocí. Maka Khan estaba echando un discurso con voz chillona e irritada; supongo que uno se siente un poco estúpido hablando con sesenta metros cuadrados de tela bordada.

A nuestra izquierda, escondida de su vista por la gran cortina y sin prestar la menor atención a la oratoria de Maka Khan, la Reina Regente y Madre de Todos los
Sijs
estaba resarciéndose de su reciente y forzada abstinencia de bebidas y frivolidades. Durante dos semanas había aparecido en público sobria, rota por el dolor y envuelta en ropas de luto; ahora disfrutaba arreglándose displicentemente, dirigiéndose con el vaso en la mano a una mesa cargada de cosméticos y baratijas, mientras sus doncellas se deslizaban silenciosamente a su alrededor, dando los toques finales a una apariencia calculada para cautivar a su auditorio cuando apareciese. Viendo cómo vaciaba su copa y se la volvían a llenar, me pregunté si estaría suficientemente sobria; si no lo estaba, el khalsa se perdería una gran ocasión.

Del duelo había pasado al otro extremo, y estaba embutida en un traje de bailarina que, en cualquier sociedad civilizada, habría hecho que la arrestaran por alterar el orden público. No es que dejara mucho para ver; sus pantalones de seda roja, bordeados con encaje plateado, la cubrían desde la cadera al tobillo, y su chaleco dorado era modestamente opaco, pero como ambas prendas evidentemente habían sido diseñadas para una enana, me preguntaba cómo demonios se las habría podido meter sin hacer estallar las costuras. Por lo demás, llevaba un velo a la cabeza sujeto por un aro de plata por encima de las cejas, y una profusión de anillos y pulseras. La encantadora y sombría cara estaba retocada con carmín y kohl. Una de sus doncellas le estaba pintando los labios con bermellón, mientras otra sujetaba un espejo y dos más le arreglaban las uñas de los pies y de las manos.

Estaban muy concentradas como artistas ante el lienzo. Jeendan haciendo pucheros ante el espejo y dirigiendo a la doncella para que retocara una comisura de la boca. Luego todas se apartaron para admirar el resultado y siguieron acicalándola un poco más, y al otro lado del purdah su ejército tosía y movía los pies y esperaba, y Maka Khan empezó a hablar.

—Tres divisiones han propuesto a Goolab Singh como visir —exclamó—. La de la Corte, Avitabile y Povinda. Quieren que el
durbar
le mande llamar a Cachemira a toda velocidad.

Jeendan continuó estudiando su boca en el espejo, abriendo y cerrando los labios; satisfecha, bebió de nuevo, y sin mirar a un lado hizo un gesto a su doncella mayor, la cual exclamó:

—¿Qué dicen las otras divisiones de los khalsa?

Maka Khan dudó.

—No están decididos…

—¡No por Goolab Singh! —exclamó el
rissaldar-major
—. ¡No tendremos a un rebelde como visir, y al demonio con los de la Corte y el Povinda! —Hubo un rugido de asentimiento, y Maka Khan intentó hacerse oír. Jeendan dio otro sorbo a su vaso antes de susurrar algo a la doncella mayor, que preguntó:

—¿Entonces no hay mayoría por Goolab Singh?

Se oyó un grito general de «¡No!» y «¡Raja Goolab!» mientras los líderes trataban de tranquilizarles; uno de los jóvenes portavoces
sijs
gritó que su división aceptaría a cualquiera que eligiese la maharaní, lo cual fue recibido con vítores y unos cuantos gruñidos, para diversión de Jeendan y deleite de las doncellas, que ahora sujetaban tres grandes espejos para que ella pudiera examinarse desde todos los ángulos. Se volvió y se colocó en posición, vació su copa, se bajó un poco más la cintura del pantalón en el estómago, guiñó el ojo a su doncella mayor, y levantó un dedo mientras Maka Khan gritaba ásperamente:

—¡No podemos hacer nada hasta que la
kunwan
nos diga lo que piensa! Aceptará a Goolab Singhi ¿sí o no?

Un silencio general fue la respuesta, y Jeendan susurró a la doncella mayor, que sofocó un acceso de risa y respondió:

—La maharaní es sólo una mujer y no puede decidir. ¿Cómo va a elegir ella, cuando el gran khalsa no puede hacerlo?

Aquello les sumió en una ruidosa confusión, y las doncellas se desternillaban de risa. Una de ellas trajo algo desde la mesa en un pequeño cojín de terciopelo, y para mi asombro vi que era la gran piedra Koh-i-noor que yo había visto por última vez manchada de sangre en la mano de Dalip. Jeendan la cogió, susurrando una pregunta a sus doncellas, y aquellas malditas busconas asintieron todas ardientemente y se apiñaron a su alrededor mientras el khalsa se impacientaba y hacía ruidos al otro lado de la cortina donde uno de los jóvenes
sijs
gritaba:

—¡Le hemos pedido a ella que elija! ¡Algunos dicen que prefiere a Lal Singh! —un coro de quejas—. ¡Que venga a nosotros y nos diga lo que piensa!

—¡No es apropiado que su majestad salga! —gritó la doncella mayor—. ¡No está preparada! —Esto mientras su majestad, con el diamante ahora en su lugar, movía el estómago para hacerlo brillar, y sus doncellas daban sal titos, riendo, y la incitaban—.Es vergonzoso pedirle que rompa el purdah en el
durbar
. ¿Dónde está el respeto que le profesáis a ella, a quien habéis jurado obediencia?

Se armó un estruendo más grande que nunca, algunos gritaban que sus deseos eran órdenes para ellos, y que la maharaní debía quedarse donde estaba, otros que ya la habían visto antes y no había pasado nada. Los hombres más viejos fruncían el ceño y meneaban la cabeza, pero los más jóvenes gritaban que saliera, y un atrevido incluso pidió que bailara para ellos como lo había hecho en otras ocasiones. Algunos empezaron a cantar una canción sobre una chica de Cachemira que hacía flotar los flecos de sus pantalones y sacudía el mundo con ellos, y desde la parte de atrás de la habitación empezaron a canturrear: «¡Jeendan! ¡Jeendan!». Los conservadores exclamaron como protesta ante esta indecente ligereza, y un
akali
alto y delgado, de ojos negros como carbones y el pelo largo hasta la cintura surgió de la fila delantera gritando que eran un puñado de chulos y aventureros que habían sido seducidos por sus artimañas, y que los Niños del Dios Inmortal (o sea, su propio grupito de fanáticos) no estaban dispuestos a soportar más aquello.

—¡Ah, que salga! —gritó—. ¡Que venga humildemente, como corresponde a una mujer, y que abandone su vida escandalosa que es objeto de burla en el país, y nombre a un visir al que podamos dar nuestra aprobación…, uno que nos conduzca a la gloria contra los extranjeros, afganos e ingleses por igual…!

El resto se perdió en medio de un pandemónium, unos gritaban que se callara, otros elevaban su grito de guerra, Maka Khan y los portavoces impotentes ante aquella tormenta de escándalo. Los
akali
, con espuma en la boca, avanzaron frente al estrado, gritándoles que estaban locos si obedecían a una mujer, y más a una perdida como aquélla: que se case con un marido adecuado y deje a los hombres los asuntos de los hombres, eso es lo normal y decente… Detrás del purdah Jeendan hacía señas a su doncella mayor, se envolvía un pañuelo plateado en un brazo, daba un último vistazo a su reflejo y caminaba deprisa y bastante estable hasta el final de la cortina.

Hablando profesionalmente, diría que sólo estaba medio borracha, pero borracha o sobria, se sabía bien el papel. No salió tímidamente, ni se valió de ningún truco cortesano, sino que caminó unos pocos pasos y se detuvo, mirando a los
akali
. La multitud dio un respingo al verla aparecer. Bueno, maldita sea, parecía que iba completamente desnuda, pintada de escarlata desde las caderas hasta abajo y dorada por encima del corpiño. Hubo un silencio mortal. Entonces los
akali
bajaron del estrado como autómatas, y sin más continuó hasta el trono, se sentó sin prisas, se arregló el pañuelo encima del brazo del sillón para que hiciera de cojín a su codo, se inclinó confortablemente con un dedo en la mejilla y supervisó la reunión con una fría sonrisa.

—Aquí hay algunas cuestiones que se deben considerar de inmediato —su voz sonaba ligeramente gangosa, pero bastante clara—. ¿Cuál tomaréis primero, general? —habló por encima del
akali
, que miraba a los lados con incertidumbre, y Maka Khan, con aspecto de desear que ella hubiera permanecido fuera de la vista, se enderezó e inclinó la cabeza.

—Se dice,
kunwari
, que haréis visir a Lal Singh. Algunos creen que no es el hombre adecuado…

—Pero otros se han comprometido a aceptar mi elección —le recordó ella—. Muy bien, pues será Lal Singh.

Esto devolvió la vida de nuevo al
akali
, que levantó el brazo y denunció, aullante:

—¡Vuestro amante! ¡Vuestro querido! ¡Vuestro prostituto!

Hubo un chillido de rabia al oír esto, y algunos se abalanzaron hacia delante para caer sobre él, pero ella les contuvo levantando un dedo y contestó al
akali
directamente, con la misma voz calmada.

—¿Preferirías un visir que
no
hubiera sido amante mío? Entonces no podríais tener a Goolab Singh, por ejemplo. Pero si quieres nombrarte a ti mismo,
akali
, yo votaré por ti.

Hubo un asombrado silencio que duró un momento, seguido por los jadeos de los escandalizados… Entonces un estruendo de risas resonó en la gran habitación. Le lanzaron insultos y bromas obscenas al
akali
, que se quedó con la boca abierta y sacudiendo los puños. Los camorristas que había a su espalda empezaron a patalear y gritar, Maka Khan y los mayores estaban aturdidos y, mientras el tumulto se hacía cada vez mayor, el viejo soldado se adelantó y pasó ante el
akali
a los pies del estrado. A pesar del estrépito, llegaba a nosotros a través de aquella mirilla astutamente diseñada cada una de sus palabras.


Kunwari
, esto no es decente! ¡Es una vergüenza… una vergüenza para el
durbar
! Os pido que os retiréis… esto puede esperar hasta otro día…

—No hiciste que ese tipo se retirara cuando gritó su despecho contra mí —dijo ella, indicando al
akali
, y al ver que iba a continuar hablando, el ruido se apagó al instante—. ¿De qué tienes miedo? ¿De la verdad que sabe todo el mundo? ¡Bueno, Maka Khan, vaya hipócrita estás hecho! —ella se reía de él—. Tus soldados no son niños. ¿Lo sois? —levantó la voz, y por supuesto la multitud gritó «¡No!» con entusiasmo, aplaudiéndola—. Así que dejemos que diga lo que desee. —Movió una mano hacia el
akali
—. Y luego yo diré lo mío. —Maka Khan la miraba con consternación, pero los otros le gritaban que se retirara y tuvo que hacerlo, y ella volvió su pintada sonrisa hacia el
akali
—. Me repruebas por mis amantes…, mis prostitutos, les has llamado. Muy bien… —Ella miró detrás de él, y la espesa y grave voz se elevó de nuevo—. ¡Que todos los hombres que nunca hayan visitado un burdel den un paso al frente!

Yo estaba admirado. Ni el más imberbe e inocente de ellos iba a confesar su falta de experiencia ante sus compañeros, y ciertamente no con esa burlona Jezabel que nos les quitaba ojo. Hasta Tom Brown habría dudado antes de dar un paso al frente por el honor de la vieja escuela. El
akali
, que no tenía la ventaja de la instrucción de Arnold Christian, simplemente estaba demasiado conmocionado para moverse. Ella le dio bastante tiempo, sin embargo, mirándole de arriba abajo con afectada maravilla antes de que él se recuperara y dijo:

—¡Ahí está, tan quieto como el Hindu Kush! Bueno, al menos es honesto este desobediente Hijo del Dios Inmortal. Pero no está, creo yo, en posición de reprocharme mi fragilidad.

Ése fue el momento en que ella se los metió a todos en el bolsillo. Si las risas habían resonado fuertemente antes, ahora fue un verdadero estruendo de carcajadas. Incluso los labios de Maka Khan se curvaron, y el
rissaldar
-
major
casi pataleó encantado y se unió al coro de insultos al
akali
. Todo lo que éste podía hacer era insultarla, llamándola desvergonzada y provocativa va, y atrayendo la atención hacia su apariencia, que comparó a la de una prostituta buscando clientes. Era un hombre muy valiente, yo mismo no lo habría sido tanto, con aquellos ojos mirándole impasibles y la cara como una máscara cruel ante él. Recordé la historia del brahmán a quien le habían rebanado la nariz porque le había reprochado a ella su conducta; mirándola, yo no lo dudaba en absoluto.

Los
akalis
son una secta privilegiada, desde luego, y sin duda él contaba con ello.

—¡Retírate! —aulló—. ¡Eres indecente! ¡Ofendes a los ojos que te miran!

—Entonces, vuelve los ojos… mientras los tengas todavía —dijo ella, y mientras él retrocedía un paso, silencioso, ella se levantó, con una mano firmemente apoyada en el trono para mantenerse erguida, y se puso de pie, ofreciéndoles así una buena visión de sí misma—. En mis aposentos privados me visto tal como veis, porque me gusta. Yo no hubiera salido, pero me habéis llamado. Si verme os disgusta, decidlo y me retiraré.

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