Flashman y la montaña de la luz (21 page)

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Authors: George MacDonald Fraser

Tags: #Humor, Novela histórica

BOOK: Flashman y la montaña de la luz
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Eso hizo que todos rugieran que se quedara, por favor, lo cual estaba muy bien, porque sin el trono para apoyarse creo que ella se habría caído al suelo cuan larga era. Se tambaleaba peligrosamente, pero se las arregló para sentarse con dignidad, y al ver que algunos de los hombres jóvenes empezaban a empujar al
akali
, ella les detuvo.

—Un momento. Hablabas de un marido adecuado para mí… ¿Has pensado en alguien?

El
akali
era valiente. Se soltó de las manos que le empujaban y gruñó:

—Ya que no puedes pasar sin un hombre, elige uno… ¡pero que sea un
sirdar
.
[82]
O un hombre sabio, o un Hijo del Dios Inmortal!

—¿Un
akali
? —ella le miró con afectado asombro, y luego palmoteó—. ¡Me estás haciendo proposiciones! ¡Oh, estoy confusa… no es adecuado, en pleno
durbar
, a una pobre viuda! —Volvió la cabeza tímidamente a un lado, y por supuesto la gente graznó encantada—. Ah, pero no,
akali…
No puedo entregar mi inocencia a uno que admite abiertamente que frecuenta burdeles y persigue a las jovencitas… ¡Nunca sabría dónde encontrarte! Pero te agradezco tu galantería. —Ella le dirigió una irónica y pequeña inclinación de cabeza y su sonrisa podía haber helado a la propia Medusa—. Así que conservarás tus ojos de carnero… esta vez.

Él escapó, aliviado, entre la burlona multitud, y después de haberles entretenido jugando a hacerse la coqueta, la tonta y la tirana en breve espacio de tiempo, ella esperó a que estuvieran atentos otra vez, y les dirigió su discurso desde el trono, teniendo cuidado de no tartamudear.

—Algunos de vosotros pedíais a Goolab Singh como visir. Bueno, pues no lo nombraré, y os diré por qué. Ah, sí, podría rebajarle de vuestra estima diciendo que si va a ser tan buen estadista como amante, mejor sería tener al payaso Balú. —Los jóvenes vitoreaban entre grandes risotadas, mientras los viejos fruncían el ceño y miraban a un lado—. Pero no sería verdad. Goolab es un buen soldado, fuerte, valiente y astuto…, demasiado astuto, porque se entiende con los británicos. Puedo mostraros cartas si lo deseáis, pero es bien sabido. ¿Y ése es el hombre que queréis, un traidor que os venderá al
Malki lat
a cambio del gobierno de Cachemira? ¿Éste es el hombre que os conducirá a través del Satley?

Aquello era lo que todos querían oír, y rugieron: «
Khalsa-ji
!» y «
Wa Guru
-
ji ko Futteh
!», clamando por saber cuándo se les ordenaría marchar.

—Todo a su debido tiempo —les aseguró ella—. Dejadme que acabe con Goolab. Os he dicho por qué no es el hombre adecuado para vosotros. Ahora os diré por qué no es el hombre adecuado para mí. Es ambicioso. Hacedle visir, hacedle comandante del khalsa, y no descansará hasta que me eche a un lado y se coloque a sí mismo en el trono de mi hijo. Bueno, dejad que os lo diga, yo disfruto demasiado del poder para dejar que eso ocurra. —Se echó hacia atrás cómodamente, confiada, sonriendo un poco mientras les examinaba—. Eso nunca ocurrirá con Lal Singh, porque yo le tengo cogido aquí… —Levantó una manita, con la palma hacia arriba, y la cerró en un puño—. Hoy no está presente, por orden mía, pero podéis contarle todo lo que he dicho, si queréis… y si creéis que es inteligente hacerlo. Ya veis, soy honrada con vosotros. Elijo a Lal Singh porque así conseguiré lo que quiero, y bajo mis órdenes, él os conducirá… —Hizo una pausa efectista, sentándose erguida ahora, con la cabeza alta—. ¡… Adonde yo quiera enviaros!

Aquello sólo significaba una cosa para ellos, y hubo un gran escándalo de nuevo, con toda la asamblea rugiendo: «
Khalsa
-
ji
!» y «
Jeendan
!» mientras ellos se apiñaban hacia delante hasta el borde del estrado, empujando a los portavoces, haciendo temblar el techo con sus vítores y aplausos… Yo pensé: «Por Dios, estoy viendo algo nuevo. Una mujer tan impúdica como ella, con el coraje de proclamar claramente lo que era y lo que pensaba, alardeando de su pasión por el placer, el poder y la ambición, y que conseguía al final que pensaran que habían obtenido lo que querían.» No hubo excusas ni buenas palabras políticas, sino simplemente una arrogante aceptación: soy una egocéntrica perra inmoral que busca sus propios fines, y no me preocupa quién lo sepa… y como lo digo claramente, vosotros me vais a adorar por ello.

y efectivamente, la adoraban. Si no les hubiera prometido la guerra habría sido otra historia, pero lo había hecho, y lo había hecho con mucha clase. Conocía a los hombres y era muy consciente de que por cada uno que la despreciaba con disgusto y rabia e incluso la odiaba por la vergüenza que había arrojado sobre ellos, había diez que la aclamaban y admiraban y les decían a los demás que era una chica estupenda y se apasionaban por ella… Ése era su secreto. Las mujeres fuertes y listas usan el sexo de cien maneras diferentes: Jeendan usaba el suyo para apelar al lado oscuro de la naturaleza de los hombres, y sacar lo peor de ellos. Lo cual, por supuesto, es lo mismo que uno hace con un ejército, una vez ha juzgado cuál es su disposición y su carácter. Ella conocía el carácter del khalsa al milímetro, y cómo sacudirlo, jugar con él, asustarlo, hacerle el amor y dominarlo, todo con un solo objetivo: acabar con ellos. Y ellos confiaban en ella.

Vi cómo ocurría aquello, y si quieren alguna confirmación, la encontrarán en los informes de Broadfoot, los de Nicolson y los demás que estaban en Lahore en el 45. Verán que no la aprueban —excepto Gardner, para quien no podía equivocarse nunca— pero obtendrán un retrato veraz de una mujer extraordinaria.
[83]

Al final se restauró el orden y la desconfianza hacia Lal Singh fue olvidada con la seguridad de que ella les dirigiría; sólo había una cuestión que importaba, y Maka Khan la expresó en voz alta.

—¿Cuándo,
kunwari
? ¿Cuándo marcharemos sobre la India?

—Cuando estéis listos —dijo ella—. Después del
Dasahra
.
[84]

Hubo gruñidos de desaliento y gritos de que ya estaban listos, pero ella les hizo callar planteándoles unas preguntas:

—¿Estáis listos? ¿Cuánta munición por hombre tiene la división Povinda? ¿Qué caballos de relevo hay para los
gorracharra
? ¿Cuánto forraje para los equipos de artillería? ¿No lo sabéis? Os lo diré: diez balas, no hay relevos, forraje para cinco días. —«Alick Gardner ha estado proporcionándote información —pensé yo—. Eso les acalló, sin embargo», y ella continuó—: No iríais mucho más allá del Satley con eso, y mucho menos derrotaríais al ejército Sirkar. Necesitamos tiempo y dinero… y os habéis comido casi todo el tesoro, mis hambrientos khalsa —ella sonrió para suavizar el rechazo—. Así que durante una estación tenéis que dispersar las divisiones por el país, y vivir de lo que podáis obtener… ¡Vaya, será una buena práctica para el día que avancéis hacia Delhi y las ricas tierras del sur!

Aquello les animó mucho. Ella les estaba diciendo que saquearan su propio país, ya se habrán dado cuenta, lo cual venían haciendo desde hacía seis años. Mientras tanto, ella y su nuevo visir procurarían que los almacenes estuvieran llenos para el gran día. Sólo unos pocos de los mayores expresaron dudas.

—Pero si nos dispersamos,
kunwari
, dejaremos el país abierto a los ataques —dijo el robusto Imam Shah—. ¡Los británicos podrían hacer un
chapao
[85]
y entrar en Lahore mientras nosotros estamos desperdigados!

—Los británicos no se moverán —dijo ella con confianza—. Más bien, cuando vean dispersarse al gran khalsa darán gracias a Dios y se quedarán quietos, como hacen siempre. ¿No es así, Maka Khan?

El viejo parecía dubitativo.

—Sí,
kunwari…
pero ellos no son tontos. Tienen sus espías entre nosotros. Hay uno en vuestra corte ahora… —él dudó, sin mirarla a los ojos— ese Flashman del ejército Sirkar, que se hace pasar por mensajero tonto cuando todo el mundo sabe que es la mano derecha del Infiel de Casaca Negra.
[86]
¿Y si se enterara de lo que está pasando hoy aquí? ¿Y si hay un traidor entre nosotros que le informa?

—¿Entre los khalsa? —dijo ella, desdeñosa—. Das poco crédito a tus camaradas, general. En cuanto a ese inglés… él sabrá lo que yo quiera que sepa, ni más ni menos. No molestará a sus superiores.

A ella se le daba muy bien esa forma de hablar lenta y gangosa, y aquellos lascivos brutos empezaron a expresarse en risotadas rijosas… Es curiosa la manera en que circula la murmuración. Pero era extraño oírla hablar como si yo estuviera a kilómetros de allí, cuando sabía que estaba escuchando y que no me perdía ni una de sus palabras. Bueno, sin duda descubriría finalmente de qué iba todo aquello… Miré a Mangla, que sonrió misteriosamente y me hizo un gesto de silencio, así que me senté y pensé en todo aquello mientras aquel notable
durbar
concluía con nuevos vítores de leal aclamación y entusiásticas descripciones de lo que harían a John Company cuando llegase el momento. Después salieron en tropel de muy buen humor, con un último grito para la pequeña figura de rojo y oro solitaria en su trono, jugando con su pañuelo plateado.

Mangla me condujo de nuevo hasta el
boudoir
rosa, dejando ligeramente abierto el panel deslizante, y se afanó vertiendo vino en un vaso que debía de contener casi un cuarto, anticipando los deseos de su ama. En efecto, un tambaleante paso y una maldición murmurada en la escalera anunció la aparición de la Madre de Todos los
Sijs
, con un aspecto obscenamente hermoso y ansiando un refresco. Vació la copa antes de sentarse, lanzó un suspiro que la hizo estremecerse deliciosamente de pies a cabeza y se dejó caer aliviada en el diván.

—Llénamela otra vez… ¡Un momento más y me muero! ¡Oh, qué mal huelen! —bebió codiciosamente—. ¿Lo hice bien, Mangla?

—Muy bien,
kunwari
. Son vuestros, todos y cada uno de ellos.

—Sí, por el momento. ¿No se me trababa la lengua? ¿Estás segura? Los pies sí, sin embargo… —Lanzó una risita y bebió—. Ya lo sé, bebo demasiado, pero ¿acaso podría haberme enfrentado a ellos estando sobria? ¿Crees que lo habrán notado?

—Han notado lo que queríais que notaran —dijo Mangla secamente.

—¡Tonterías! Es verdad, sin embargo… ¡Hombres! —Lanzó una risa ronca, levantó una pierna y admiró su forma, complacida—. Incluso ese bestia de
akali
no podía sostenerme la mirada… Que el cielo ayude esta noche a la puta cuando le vacíe dentro toda su piedad. ¿No ha sido un regalo del cielo, sin embargo? Debería estarle agradecida. Me pregunto si él… —Rió, bebió de nuevo y pareció verme por primera vez—. ¿Nuestro alto visitante lo oyó todo?

—Cada palabra,
kunwari
.

—¿Y estaba bien atento? Muy bien.

Ella me miró por encima del borde de su copa, la dejó a un lado y se estiró lujuriosamente como un gato, viendo cómo calibraba yo los efectos de toda aquella maravilla tratando de reventar la tirante seda; no era una modesta violeta precisamente. Mi expresión sin duda le gustó, porque volvió a reír de nuevo:

—Bien. Tenemos muchas cosas de que hablar cuando hayamos apartado los recuerdos de esos sudorosos guerreros. Pareces también acalorado, inglés mío… Enséñale dónde se puede bañar, Mangla… y aparta tus manos de él, ¿entendido?

—¡Pero bueno,
kunwari
!

—«Pero bueno,
kunwari
», sí. Aquí, desabróchame la cintura. —Se echó a reír e hipó, mirando por encima del hombro mientras Mangla le desabrochaba por la espalda—. Es una zorrita lujuriosa, esta Mangla. ¿Verdad, cariño? Y también muy solitaria, ahora que Jawaheer se ha ido… No es que ella se preocupase nunca ni un
Pice
[87]
por él —Me dedicó una sonrisa a lo Dalila—. ¿Has disfrutado de ella, inglés? Ella disfrutó mucho contigo. Bueno, déjame que te diga una cosa: tiene treinta y un años, está vieja… Cinco años más que yo y dos veces más vieja en pecado, así que cuidado con ella.

Cogió la copa de nuevo, se le cayó, salpicó vino por su estómago, maldijo profusamente y se sacó el diamante del ombligo.

—Aquí, Mangla, coge esto. A él no le gusta, y nunca aprenderá el truco. —Se levantó, no demasiado segura, y le hizo una seña impaciente a Mangla para que se fuera—. ¡Vamos, mujer… enséñale dónde está el baño, y prepara el aceite y luego vete! Y no olvides decirle a Rai y al Python que se queden cerca, por si les necesito.

Me pregunté, mientras me lavaba apresuradamente en una pequeña cámara junto al
boudoir
, si me había encontrado alguna vez con una zorra tan desvergonzada en mi vida… Bueno, Ranavalona, por supuesto, pero uno no espera tímidos coqueteos de un mono hembra. Lola Montes tampoco era partidaria de muchas ceremonias; se limitaba a gritar: «¡En guardia!» y blandir su cepillo del pelo, y la señora Leo Lade podía bajarte los pantalones con una tórrida mirada, pero ninguna había expuesto sus oscuros deseos tan abiertamente como esta borracha y pequeña hurí. Y aún más, uno debía conformarse a la etiqueta del país, así que yo me sequé a velocidad de vértigo y volví corriendo para seguir los impulsos de la naturaleza, ansioso por atacarla mientras ella salía de su baño… Y allí la tenía ahora, ante mí.

Estaba medio reclinada en una gran colcha de seda en el suelo, vestida con su velo de la cabeza y sus pulseras… y tal como yo había previsto, se había librado también de sus pantalones. Se estaba dando ánimos con una copa de vino, como de costumbre, y me di cuenta de que a menos que me pusiera al trabajo sin demora, ella estaría demasiado borracha para actuar. Pero todavía podía hablar y mirar, al menos, porque me miró con turbia aprobación, se humedeció los labios y dijo:

—Estás impaciente, ya lo veo… No, espera, déjame mirarte… Ahora, ven aquí y échate junto a mí… y espera. Dije que teníamos que hablar, recuerda. Hay cosas que debes saber, para que puedas explicarle lo que pienso a Broadfoot sahib y al
Malki lat
. —Otro sorbo de licor y una risita que delataba su embriaguez—. Como decís los ingleses, los negocios antes que el placer.

Yo estaba ardiendo por contradecirla con mis demostraciones, pero como ya he dicho, las reinas son diferentes… Ésta le había dicho a Mangla que «Rai y el Python» se quedasen cerca; no parecía que se tratase de doncellas, precisamente. Además, si tenía algo que decirme para Hardinge, debía escucharla. Así que me eché, casi ardiendo ante la perspectiva de las abundancias que se ponían al alcance de mi mano, y la maldita puta las toqueteaba con una mano mientras se vertía licor por encima con la otra. Entonces dejó la copa, metió la mano en un profundo cuenco de porcelana con aceite que tenía a su lado y arrodillándose ante mí, lo dejó gotear en mi pecho varonil; entonces empezó a frotar suavemente con las yemas de los dedos todo mi torso, murmurándome que me echara y me quedara tranquilo, mientras yo rechinaba los dientes y clavaba las uñas en la colcha, y trataba de recordar lo que era un ablativo absoluto… Tuve que seguirle la corriente, ya ven, pero con la cara pintada de aquella buscona respirando su cálido aliento alcohólico encima de mí, y aquellos soberbios pechos bamboleándose por encima de mi cabeza con cada movimiento incitante, y sus dedos acariciándome… Bueno, era perturbador. Para empeorar las cosas, hablaba con un ronco susurro, y yo debía intentar prestarle atención.

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