Flashman y la montaña de la luz (41 page)

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Authors: George MacDonald Fraser

Tags: #Humor, Novela histórica

BOOK: Flashman y la montaña de la luz
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—¡No tengo que verla a ella, ni a nadie, sólo a su maldito hijo! Dile a Gardner…

—¡Pero bueno, qué cambio es éste! —dijo la chica con aires de la antigua Mangla—. Antes hubieras estado ansioso. Bueno, ella desea verte, Flashman
bahadur
, y lo conseguirá…

—¿Para qué demonios?

—Asuntos de Estado, probablemente. —Me dirigió una insolente y larga sonrisa—. Mientras tanto, debes esperar; estás a salvo aquí. Se lo diré a Gurdana, y te lo haré saber cuando empiece el
durbar
.

Y salió, habiendo añadido el asombro a mis miedos. ¿Qué podía querer Jeendan de mí? Ya se me había ocurrido que aquello era un poco extraño, su insistencia en que debía ser yo el rescatador de Dalip… A decir verdad, el chico me gustaba, pero fue ella la que puso la condición de que debía ir yo, para regocijo de Paddy Gough, ese viejo bruto rijoso. Pero no podía tratarse de
eso
en aquellos momentos… Aunque claro, con las mujeres nunca se sabe, especialmente cuando están bebidas.

Pero todo aquello no era nada junto a la amenaza de los representantes del khalsa. ¿Podría seducirlos de nuevo ella, poniendo en juego sus encantos y halagándolos con dulces palabras y bonitas promesas?

Bueno, ni siquiera lo intentó, como vimos cuando volvió Mangla, después de dos horas de temerosa espera, para conducirnos al mismo agujero desde el cual yo había contemplado un
durbar
anterior. Éste era un
ibdaba
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completamente diferente; entonces había tumulto y animación, incluso risas, pero ahora oíamos el furioso clamor de la delegación y sus agudas réplicas incluso antes de alcanzar el refugio, y comprendí de un solo vistazo que era mal asunto, pues la Madre de Todos los
Sijs
estaba de muy mal humor y le importaban un pimiento las consecuencias.

Los quinientos estaban en el cuerpo principal del gran vestíbulo ante la pantalla del
durbar
, exultantes pero manteniendo sus filas, y era fácil comprobar por qué. Llevaban sus
tulwars
, pero en torno a las paredes de la cámara debía de haber un batallón completo de fusileros musulmanes, con sus armas dispuestas, cargadas y preparadas. Imaro Shah estaba de pie delante, dirigiéndose a la pantalla, y el viejo
rissaldar
-
major
un paso más atrás. El estandarte dorado yacía ante el trono en el cual se sentaba el pequeño Dalip, una figurita orgullosa vestida de escarlata y con el Koh-i-noor brillando en su penacho.

Detrás del purdah, más musulmanes se alineaban junto a las paredes, y ante ellos estaba Gardner, con su traje de tartán, el sable desnudo descansando entre sus pies. Cerca de la pantalla, paseaba Jeendan, haciendo una pausa de vez en cuando para escuchar, luego reanudaba su furioso paseo… porque ella estaba muy furiosa, y bastante cargada de licor, por lo que parecía. Llevaba un vaso en la mano y había una botella en la mesa; pero, por una vez, iba modestamente vestida, tan modesta, en fin, como puede resultar una muñeca voluptuosa con un apretado sari de seda púrpura, con el rojo cabello suelto por encima de los hombros y su cara de Dalila sin velo.

Imam Shah estaba hecho una furia, gritando ásperamente ante la pantalla.

—¡Durante tres días tu fiel khalsa ha vivido de grano y zanahorias crudas!… Se están muriendo de hambre,
kunwari
, y están estragados por el frío y la necesidad. Mándales solamente la comida y municiones que les prometiste y ellos barrerán a las huestes del
Jangi lat…

—¿Igual que los barristeis en Firozabad y Moodkee? —gritó Jeendan—. Sí, los barristeis muy bien allí… ¡Mis doncellas podían haberlos barrido mejor! —Ella esperó, con la cabeza hacia atrás, para ver el efecto de sus palabras. Imaro se quedó quieto, con silenciosa furia, y ella continuó—: Goolab os ha mandado ya bastantes suministros. Ve a ver si los porteadores de trigo de Cache mira forman una hilera sin fin desde Jumoo al río.

Su voz fue ahogada por un rugido unánime de los quinientos, que la ridiculizaron, e Imam avanzó un metro para ladrar su respuesta:

—¡Sí, pero avanzan en fila india, bajo pena de mutilación por la Gallina dorada, y aunque parece mucha asistencia, no representa ni el desayuno para un pájaro!
Chiria
-
ki
-
hazri
! ¡Eso es lo que hemos obtenido de Goolab Singh! ¡Si tanto bien nos desea, haz que venga y nos dirija, en lugar de esa bolsa de manteca que nombraste general! ¡Haz que venga,
kunwari …
Una palabra tuya y estará en la silla dirigiéndose a Sobraon!

Siguió el tumulto.

—¡Goolab! ¡Goolab! ¡Danos al Dogra como general! —Pero siguieron manteniendo sus filas.

—¡Goolab está bajo el talón del
Malki lat
, Y vosotros lo sabéis! —gritó Jeendan—. Y aun así, hay algunos entre vosotros que le haríais maharajá… ¡Mi leal khalsa! —Hubo un sepulcral silencio—. Le habéis mandado embajadores, me dicen… ¡Sí, rompiendo vuestro sagrado juramento! Pedís comida con una mano mientras me traicionáis con la otra, vosotros, el khalsa, los puros… —Ella les insultó en los términos más groseros, tal como lo había hecho en Maian Mir, hasta que Gardner se adelantó y la cogió por el brazo. Jeendan se sacudió, pero reaccionó a tiempo, porque detrás de la pantalla los quinientos estaban ya tocando los pomos de sus espadas, e Imam estaba rojo de ira.

—¡Eso es mentira,
kunwari
! Ningún hombre serviría a Goolab como maharajá…, pero él sabe luchar, ¡por Dios! ¡No se esconde en su tienda, como Tej, ni vuela como tu amante, Lal! ¡Puede dirigirnos, así que deja que nos dirija! ¡A Delhi! ¡A la victoria!

Ella dejó que se apagaran los gritos y habló con una voz fría, llena de sarcasmo:

—He dicho que no tendré a Goolab Singh. ¡Y él no os tendrá a
vosotros
! ¿Quién va a echarle la culpa? ¿Para qué servís vosotros, valientes, héroes que os pavoneáis cuando vais a la batalla con vuestras banderas y canciones… y volvéis reptando y gimiendo que tenéis hambre? No sabéis hacer nada salvo quejaros…

—¡Sabemos luchar! —rugió una voz, y al momento todos le hacían eco, moviéndose hacia delante en sus filas, sacudiendo los puños, algunos incluso sollozando abiertamente. Habían venido a por suministros, y lo que estaban consiguiendo era vergüenza e insultos. «Mantén la lengua quieta», susurré yo, porque estaba claro que ellos ya estaban hartos de sus insultos—. ¡Danos cañones! ¡Danos pólvora y balas!

—¡Pólvora y balas! —gritó Jeendan, y por un momento pensé que iba a lanzarse contra ellos—. ¿No os di, acaso, lo uno y lo otro en abundancia? Armas y comida y grandes cañones. ¡Nunca se vio un ejército así en el Indostán! ¿Y qué hicisteis con todo ello? La comida la devorasteis, los británicos tienen vuestros mejores cañones, y las armas las abandonasteis, sin duda, mientras corríais chillando como ratones asustados… ¿De qué? ¡De un hombre viejo y cansado con una guerrera blanca y un puñado de infieles de cara colorada y barrenderos bengalíes!

Su voz creció hasta el chillido cuando ella se enfrentó a la cortina, con los puños apretados, la cara contraída, golpeando con los pies en el suelo. Junto a mí Jassa jadeaba y Mangla dejó escapar un pequeño sollozo cuando vimos a las filas de los quinientos avanzar hacia delante, y el acero brilló entre ellos. Aquella puta borracha había ido demasiado lejos, porque Imam Shah estaba en el estrado, las casacas del khalsa se acercaban tras él, gritando con rabia, Gardner se volvía para gritar una orden, los mosquetes musulmanes apuntaban… y Jeendan se puso a manosear entre su falda, jurando como una arpía. Hubo frufrús de ropa y al instante lanzó por encima de la pantalla sus enaguas que previamente había apelotonado. Cayeron a los pies de Imam, encima de sus botas. No había duda de qué era aquello, y en el sorprendido silencio, la voz de Jeedan sonó, fuerte y clara:

—¡Podéis ponéroslas, cobardes! ¡Póntelas, te digo! ¡O me pondré tus pantalones e iré yo misma a luchar!

Fue como si les hubiera fulminado un rayo. Durante diez largos segundos hubo un silencio absoluto. Todavía puedo verles: un
akali
, con la espada medio desenvainada, quieto como la estatua de un gladiador; Imam Shah mirando hacia abajo al revoltijo escarlata; el viejo
rissaldar-major
, con la boca abierta, las manos levantadas con consternación; el pequeño Dalip como una imagen grabada en su trono; la multitud de hombres petrificados, mirando a la pantalla Imam Shah recogió el estandarte dorado, lo levantó y gritó con una voz como un trueno:

—¡Dalip Singh Maharajá! ¡Vamos a morir por tu reino! ¡Vamos a morir por el
khalsa
-
ji
! —y añadió, casi en un susurro, aunque se oyó por todo el vestíbulo—: Iremos al sacrificio.

Puso el estandarte en las manos del
rissaldar-major…
y en aquel momento, espontáneamente, el pequeño Dalip se puso de pie. Una pausa, y los quinientos al unísono gritaron: «¡Maharajá! ¡Maharajá!,
khalsa
-
ji
!». Todos se volvieron como un solo hombre y salieron por las dobles puertas abiertas que había tras ellos. Gardner llegó al rincón de la pantalla en cuatro zancadas rápidas, mirando cómo se iban, y luego salió para coger de la mano al pequeño Dalip. Detrás del purdah, Jeendan bostezó, sacudió el rojo cabello y agitó los hombros como para liberarlos de un peso, bebió un largo sorbo y empezó a estirarse el sari.

Eso fue exactamente lo que vi, y también lo vio Alick Gardner, y sus memorias lo atestiguan así…, pero ninguno de los dos pudimos explicárnoslo. Aquellos fanáticos del khalsa, espoleados hasta la locura por sus insultos, podían haber asaltado el purdah y cortarla en pedacitos, estoy seguro, y habrían sido masacrados por los musulmanes; Dios sabe lo que podía haber pasado después. Pero ella les tiró las enaguas y ellos se fueron como corderitos, dispuestos a matar o morir. Gardner dijo que fue «intuición» por parte de ella; muy bien, pues resultó. Y observen que el joven Dalip se puso de pie exactamente en el momento preciso.
[128]

Jassa respiraba con alivio, y Mangla sonreía. Debajo de nosotros hubo un fenomenal estrépito cuando los musulmanes ordenaron sus armas y empezaron a desfilar fuera de la cámara. El pequeño Dalip estaba detrás del purdah, envuelto en el ebrio abrazo de su mamá, pero Gardner había desaparecido. Mangla me tocó el brazo, y haciendo señas a Jassa de que esperase, me condujo hacia el
boudoir
rosa (me sentí exhausto con sólo verlo) y por el pasadizo que había más allá me llevó a una habitación que supuse podía ser la sala donde recibían sus lecciones Dalip y sus compañeros de juegos, porque había media docena de pupitres y una pizarra, e incluso un globo terrestre, y cuadros con escenas de cuentos en las paredes. Allí me dejó ella, y un momento después apareció Gardner, respirando fuego y asombro.

—¿Ha visto eso? Dios, esa mujer es una fiera… ¡una fiera, sí señor! ¡Las enaguas, por Dios! ¡No podía creérmelo! A veces pienso… —Hizo una pausa, mirándome con el ceño curiosamente fruncido— pienso que está loca, que con la bebida y… pero no importa. ¿George Broadfoot ha muerto? Bueno, son malas noticias. ¿No vio cómo ocurrió? Henry Lawrence también es un buen elemento, déjeme que se lo diga. Quizás incluso mejor como agente. No mejor
hombre
, quiero decir. No, señor, no hay nadie mejor que el infiel de casaca negra.

Estaba de pie, con los brazos enjarras, mirando al suelo, y me sentí un poco incómodo, no porque no me hubiera saludado, o porque hubiera hecho referencia a mis recientes aventuras, porque ése no era su estilo. Pero tenía algo en mente, aunque intentaba disimularlo con mucha vehemencia.

—Son más de las cuatro, y usted y Josiah deben estar fuera de las puertas antes de las seis. Se irán como han venido, llevando el
palki
, pero esta vez Dalip será su carga, vestido de niña. Mis
subedar
estarán en la puerta de palacio, así que podrán salir tranquilamente por allí. Una vez más allá del Rushnai, cojan el
doab
, hacia el sureste, y al amanecer estarán en Jupindar, a unos sesenta kilómetros; no figura en el mapa, pero lo encontrarán fácilmente. Es un gran apiñamiento de rocas negras, entre bajas colinas, las únicas en kilómetros a la redonda. Allí se encontrarán…

—¿Con quién? ¿Los nuestros? Gough quería…

—Gente de confianza. —Me dirigió una dura mirada—. Todo lo que tiene que hacer es llegar hasta allí, y no tengo que decirle que lleva consigo la esperanza del Punjab. Ocurra lo que ocurra con ese chico, nunca debe caer en manos del khalsa,
mallum
? Es un buen jinete el pequeño, por cierto, así que puede mantener su paso. Al amanecer en Jupindar, recuérdelo. Hacia el sureste y lo encontrará.

Por primera vez sentí más excitación que miedo. Él lo tenía planeado al dedillo, y funcionaría. Íbamos a sacarlo de allí.

—¿Qué más? —dijo él—. Ah, sí, una cosa… El doctor Josiah Harlan. Le dije muchas cosas feas de él, y se merece todas y cada una de mis palabras. Pero le concedo que esta vez ha actuado bien, y me inclino a revisar mi opinión. Aunque llegado el caso, haría mejor en vigilarle de cerca, más que nunca. Bueno, eso es todo. Creo… —Hizo una pausa, evitando mi mirada—. Una vez que haya usted presentado sus respetos a la maharaní… puede salir.

Así que

, que había algo más. Nunca había pensado ver a Gardner incómodo, pero así era, él se estaba rascando la grisácea barba y mantenía los ojos apartados de los míos, y yo sentí un extraño presentimiento. Se aclaró la garganta.

—¡Ah!, ¿no se lo ha dicho Mangla? ¡Oh, que el diablo se la lleve! —Me miró directamente a la cara—. ¡Mai Jeendan quiere casarse con usted! ¡Sí señor!

El cielo sabe por qué mi primera reacción fue mirarme en el espejo del aula. Un rufián del Khyber de ojos orgullosos me devolvió la mirada, lo cual no ayudaba mucho. Tampoco mi recuerdo del aspecto que tenía yo cuando era una persona civilizada. Y posiblemente el Punjab había agotado mi capacidad de asombro, porque una vez que la primera sorpresa de esa asombrosa proposición hubo pasado, no sentí nada sino un inmenso agradecimiento… Después de todo, una cosa es ganar el corazón de una dama, y es buena cosa, pero cuando una devoradora de hombres que ha probado los mejores bocados desde Peshawar a Poona grita «¡Eureka!» con uno, no hay que sorprenderse si uno se mira al espejo. Al mismo tiempo, es una situación bastante fuerte, y mis primeras palabras, posiblemente instintivas, fueron:

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