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Authors: George MacDonald Fraser

Tags: #Humor, Novela histórica

Flashman y la montaña de la luz (26 page)

BOOK: Flashman y la montaña de la luz
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Ya he dicho que no me doy por vencido fácilmente, y recuerdo con orgullo que eché a correr a trompicones por el callejón, llamando a la policía, pero ellos se echaron sobre mí y me llevaron en volandas al jardín, donde por más que grité mi nombre y el rango con toda la fuerza de mis pulmones, me hicieron callar metiéndome una mordaza en la boca. Me arrastraron hacia la habitación del jardín y me sentaron en una silla, dos sujetándome los brazos y un tercero agarrándome del pelo. Eran bribones vulgares, pero los otros que atestaban la habitación eran todos del khalsa, algunos de uniforme; aparte de Maka y el
akali
había oficiales
sijs
, un robusto
naik
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de artillería con una cara espantosamente marcada por la viruela e Imam Shah, con cuchillos y todo. Éste lanzó mi espada corta manchada de sangre encima de la mesa.

—Dos muertos en la calle, general —dijo—. Y su ayudante, Sefreen. A los otros que estaban con él no se les ha encontrado todavía …

—Entonces para la búsqueda —dijo Maka Khan—. Tenemos lo que necesitábamos… y si uno de los otros es quien pienso que es… cuanto menos le veamos, mejor.

—¿Y la viuda? —gritó el
akali
—. ¿Esa puta intrigante que nos ha traicionado?

—¡Que se vayan los dos! Nos harán menos daño vivos que si tuviéramos que responder por sus muertes. —Señaló hacia mí y dijo—: Quítale la mordaza.

Lo hicieron y yo tosí, asustado, y empecé a amenazarles pidiendo que me liberaran y me dieran un salvoconducto e inmunidad y todo lo demás, pero apenas había empezado a advertirles de las consecuencias que podía tener asaltar a un enviado acreditado, cuando Maka Khan me dio una bofetada.

—Usted no es un enviado… ¡y ha olvidado lo que representa ser un soldado!—ladró—. ¡Usted es un asesino y un espía!

—¡Eso es mentira! ¡Yo no le maté, lo juro! ¡Fue Goolab Singh! ¡Maldita sea, soltadme en este mismo momento, villanos, o lo pasaréis muymal! ¡Soy un agente de sir Henry Hardinge…!

—¡Un agente del Casaca Negra Broadfoot! —gritó el
akali
, sacudiendo el puño—. ¡Ha mandado mensajes cifrados, traicionando los secretos de nuestro
durbar
! ¡Los ponía en la Sagrada Biblia junto a su cama… —blasfemando de su propia fe pútrida! ¡Y de allí los cogía su antiguo
punkah
-
wallah
para enviarlos a Simla! Sí, hasta que le descubrimos hace dos semanas, y le interrogamos —dijo con malévolo placer aquel maníaco—, ¡y supimos lo suficiente para empapelarlo! ¡Sí, abra la· boca, espía! ¡Lo sabemos todo!

Sin duda yo estaba con la boca abierta… en parte al enterarme de que el misterioso mensajero de la epístola segunda a los Tesalonicenses no era Mangla, tal como había sospechado yo, sino aquel anciano de delgadas piernas que manejaba mi abanico tan poco eficientemente, y que debió de haberse desvanecido sin notarlo yo, para ser reemplazado por el payaso que azoté la noche anterior. Pero ellos estaban marcándose un farol; podían preguntarle a aquel viejo bufón hasta que el infierno se helase… Los mensajes cifrados estaban en chino para él, y para cualquier otra persona, excepto para Broadfoot y para mí. Yo no razonaba con demasiada claridad en aquel momento, ya se lo pueden imaginar, pero veía por dónde tenía que ir mi contestación.

—¡General Maka Khan! —grité, con un falsete de indignación—. ¡Esto es ultrajantel ¡Exijo que me dejen en libertad inmediatamente! ¡Claro que envío mensajes codificados a mi jefe… como cualquier embajador, y ustedes lo saben perfectamente! Pero sugerir que éstos podrían contener cualquier…, cualquier secreto del
durbar
, es…, ¡es un abominable insulto! Eran…, eran mis opiniones confidenciales sobre la herencia de Soochet, para sir Henry y sus consejeros…

—¿Su opinión incluía que la incapacidad de los astrólogos para encontrar una fecha para nuestra marcha estaba causada por «la fina mano de una dama punjabí»? —dijo con marcado enojo—. Sí, señor Flashman, hemos leído ese mensaje, y todos los demás que usted ha enviado estos diez últimos días, así como todos los que le han llegado a usted desde Simla. —Así que por eso la correspondencia de George se había detenido—. ¡Tenemos suficientes pruebas para colgarle, espía! —gritó el
akali
, salpicándome de saliva—. Pero primero sabremos qué más ha revelado… ¡Nos lo dirá, perro traidor!

Yo no lo había entendido bien… o estaban mintiendo. Podían haber interceptado mis mensajes, pero no descifrarlos, no lo lograrían ni en un siglo. Pero Maka casi había citado al pie de la letra mis palabras a Broadfoot, y Goolab había hablado de un falso mensaje para atraparme. No había tenido tiempo para pensar que aquello era imposible… ¡No, no podía ser! La clave de aquel código estaba basada en palabras elegidas al azar en una novela inglesa de la que ellos no habrían oído hablar jamás…, y aunque lo hubieran hecho, no les habría sido de ninguna utilidad, como si fuera una caja fuerte de la que desconocieran la combinación.

—¡Todo esto es falso, os lo repito! —tartamudeé yo—. ¡General, apelo a usted! ¡Esos mensajes eran inocentes, por mi honor!

Me dirigió una larga y fría mirada mientras yo balbuceaba, y exclamó algo en voz alta y entró el trío más extraño que yo había visto en mi vida: un canijo y repelente
chi
-
chi
con gafas y un arrugado traje europeo, y dos babús obesos que sonreían afectadamente, incómodos entre aquellos rudos militares. El
chi
-
chi
llevaba un fajo de papeles que, a una señal de Maka Khan, fueron lanzados ante mis ojos… y mi corazón dejó de latir. Porque aquello era un manuscrito, en inglés, copiado literalmente, línea por línea, espacio por espacio, y en la primera página estaban aquellas increíbles palabras:
Crotchet Castle
, por Thomas Love Peacock.

Y debajo del título, con una letra de escribiente indio, pero también en inglés, estaban las instrucciones precisas para usar el libro para codificar mensajes.

10

Recordando mi carrera en la India, yo diría que de todas las maravillas que vi allí, aquélla era la mayor. Me atrevería a decir que uno tiene que estar preparado para todo en una tierra donde una campesina iletrada puede decirte la raíz cuadrada de un número de seis cifras al primer golpe de vista, pero cuando reflexioné sobre la habilidad Y velocidad de aquellos copistas, y el genio analítico del que descifró el código…, todavía me quedo sin aliento. No tanto como me quedé entonces, sin embargo.

—Su
punkah
-
wallah
confesó que usted escribía sus mensajes cifrados con la ayuda de un libro —sonrió burlón el
akali
—. Fue copiado en su ausencia, y comparado con los mensajes interceptados por estos hombres, que son muy hábiles en criptografía… ¡Un invento indio, como el mayor Broadfoot debería haber recordado!

—¡Sí, ciertamente! Un código muy simple —gorjeó el
chi
-
chi
, mientras los babús sonreían—. Bastante elemental, números de página, fechas del calendario cristiano, letras iniciales y líneas alternas…

—Ya es suficiente —dijo Maka Khan, y los despidió, pero uno de los babús no pudo resistir dirigirme unas últimas palabras—. ¡El doctor Folliott y el señor McQuedy son muy divertidos! —exclamó, y salió tan rápido como pudo.

Yo me senté, tembloroso y angustiado. No me extrañaba que hubieran podido crear un mensaje falso para atraparme… sólo con un pequeño error de estilo que yo, como un idiota, no había tenido en cuenta. ¿Por cierto, qué demonios había escrito yo en mis mensajes? Ellos habían pillado la alusión a Jeendan, aunque yo no la había nombrado siquiera… pero, ¿qué más había dicho?

—¿Lo ve? —dijo Maka Khan—. Lo último que ha escrito ya lo sabemos. ¿De qué más se ha enterado allá en la fortaleza?

—¡Nada, se lo juro por Dios! —supliqué—. ¡General, por mi honor! Protesto… ¡Sus criptógrafos están equivocados… o mienten! ¡Sí, eso es! —aullé—. Es un maldito complot para desacreditarme… ¡que les da una excusa para la guerra! ¡Bueno, pues no os servirá, malditos hijos de puta! Es decir… que sí, sí que os servirá… Así aprenderéis…

—¡Dejemos que se calme! —dijo el
akali
—. ¡Está balbuceando estupideces, como una criatura! —hubo gruñidos de asentimiento de los otros, y yo casi lancé un grito de terror.

—¿Qué queréis decir, maldita sea? Soy un oficial británico, y si me tocáis un dedo… —Apretaron la mordaza de nuevo en torno a mi boca, de modo que sólo podía escuchar con horror mientras el
akali
juraba que el tiempo apremiaba, así que cuanto antes me convencieran mejor, y luego discutieron sobre esto y lo otro hasta que Maka Khan los hizo salir a todos de la habitación salvo a mis tres guardianes y al
naik
marcado de viruelas. Su cara me daba escalofríos, pero me consoló un tanto el hecho de que Maka hubiera tomado las cosas bajo su control; por muy bruto que se hubiera mostrado al llamarme «espía» y «asesino», era un caballero y un soldado, después de todo, y eso todavía cuenta. Bueno, allí de pie, alto y erguido, mirándome y retorciéndose su grisáceo mostacho, podía haber sido cualquier coronel de la Guardia Montada, de no ser por el turbante. Y lo que es más: se dirigió a mí en inglés, para que los otros no pudieran enterarse de nada.

—Hablaba usted de guerra —dijo—. Ya ha empezado. Nuestra vanguardia ya ha cruzado el Satley.
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Dentro de pocos días habrá un encuentro entre el khalsa y la compañía del ejército comandada por sir Hugh Gough. Le digo esto para que pueda comprender cuál es su posición… Usted está ahora fuera del alcance de toda posible ayuda de Simla.

Así que finalmente había pasado, y yo era prisionero de guerra. Bueno, mejor aquí que allá… Al menos, estaba fuera de peligro.

—¡No, no es un prisionero! —exclamó Maka Khan—. ¡Es un espía! —dio una vuelta por la habitación y se inclinó para mirarme torvamente a la cara—. Nosotros, los del khalsa, sabemos que nuestra reina regente se ha convertido en una traidora. También sospechamos de la lealtad de Lal Singh, nuestro visir, y de Tej Singh, nuestro comandante en jefe. Usted ha sido íntimo de Mai Jeendan, su amante. Sabemos que ella ha tranquilizado a Broadfoot a través de usted…, se deduce claramente en sus mensajes recientes. Pero ¿qué detalles de nuestro plan de campaña ha revelado ella exactamente: qué cantidades, qué disposiciones, qué líneas de marcha, objetivos, equipo? —Hizo una pausa, y clavó sus ojos negros en los míos—. Su única esperanza, Flashman, está en una confesión completa… e inmediata.

—¡Pero yo no sé nada, se lo repito! ¡Nada! ¡No he oído ni una palabra de… de planes ni objetivos ni nada por el estilo! Y no he visto a Mai Jeendan desde hace semanas…

—¡Su esclava Mangla le visitó a usted la noche pasada! —Sus palabras surgieron rápidas como el rayo—. Pasaron unas horas juntos. ¿Qué le dijo ella? ¿Cómo ha pasado ese mensaje a Simla? ¿A través de ella? ¿O ha sido Hadan, que finge ser su ordenanza? ¿O por otros medios? Sabemos que no ha mandado ningún mensaje hoy…

—¡Que Dios me juzgue, eso no es verdad! ¡Ella no me dijo nada!

—Entonces ¿por qué le visitó?

—¿Que por qué…? Porque… porque nos llevamos bien, ¿comprende? Quiero decir… hablamos, ¿sabe?, y… ¡Ni una palabra de política, se lo juro! Sólo conversamos… y eso…

¡Dios!, sonaba fatal, como suele pasar con la verdad, y aquello les puso furiosos.

—¡O es usted un imbécil o cree que lo soy yo! —rugió—. ¡Muy bien, no perderé más tiempo! A su
punkah
-
wallah
le convencimos para que hablara… bajo un dolor insoportable, que confío se ahorrará usted a sí mismo. Usted elige: o me lo cuenta aquí y ahora, o se lo dice a este amigo en la celda de abajo. —Señaló al
naik
marcado por la viruela, que se adelantó un poco, desdeñoso.

Por un momento no pude dar crédito a mis oídos. Oh, me habían amenazado con tortura antes, claro, salvajes como Gul Shah y aquellos asquerosos malgaches… ¡pero éste era un hombre de honor, un general, un aristócrata! No podía creerlo de alguien que podía haber sido hermano del propio Cardigan, maldita sea…

—¡Usted no se atreverá! —chillé—. ¡No le creo! Es un truco… un truco cobarde y despreciable. ¡No se atreverá! Está tratando de asustarme, maldito sea…

—Sí, eso es —su voz y sus ojos eran fríos—, pero no es una amenaza vacía. Hay demasiado en juego. Estamos ya por encima de las cortesías diplomáticas, o de las leyes de la guerra. Pronto cientos, quizá miles, de hombres morirán de forma espantosa al otro lado del Satley, tanto británicos como indios. No puedo respetarle a usted cuando el destino de la guerra depende de lo que usted pueda decirme.

Por Dios, él hablaba en serio, y ante aquella mirada de acero yo me derrumbé finalmente, sollozando y rogándole que me creyera.

—¡Pero si yo no sé absolutamente nada! ¡Por el amor de Dios, esa es la verdad! ¡Sí, sí, ella les está traicionando! ¡Ella prometió avisarnos… Sí, lo ha retrasado, y ha hecho que los astrólogos lo estropearan…!

—¡Me está contando lo que ya sé! —gritó él con impaciencia.

—¡Pero es que es todo lo que sé, demonios! Ella nunca dijo una sola palabra de planes… Si lo hubiera hecho se lo diría, seguro. ¡Por favor, señor, por misericordia, no les deje que me torturen! No podría soportarlo… ¡y no les serviría de nada, maldito sea, viejo y cruel bastardo, porque no tengo nada que confesar! Oh, Dios, si lo hubiera se lo diría, si pudiera…

—Lo dudo. En realidad, estoy seguro de que no lo haría —dijo él, y ante aquellas palabras y aquel tono, que sonaban de repente tan secos, casi cansados, renuncié a seguir balbuceando y le miré de hito en hito. Él estaba de pie, erguido, pero no con desagrado, ni con desprecio por mi discurso incoherente…, más bien parecía pesaroso, con un toque de nobleza ofendida, incluso. Yo no lo comprendí del todo hasta que, horrorizado y sorprendido, él siguió, con la misma voz tranquila—: Está jugando el papel de cobarde demasiado bien, señor Flashman. Casi me hace creer que es usted un ser abyecto, insensible y sin honor, un perro que lo confesaría todo, que lo traicionaría todo ante una simple amenaza… y con quien, sin embargo, la tortura no surtiría efecto. —Sacudió la cabeza—. El mayor Broadfoot no emplea a ese tipo de gente… Su reputación prueba que todo eso es falso. No, usted no dirá nada… hasta que el dolor le haga perder la razón. Usted conoce su deber, como yo conozco el mío. Esto nos conduce a ambos a vergonzosos extremos… a mí, a la barbarie por el bien de mi país; a usted, a esta pretensión de cobardía… ¡Un truco legítimo en un agente político, pero nada convincente para el hombre que defendió el fuerte Piper! Lo siento —su boca se movió durante un momento, y juraría que hasta había lágrimas en sus malditos ojos—. Le puedo dar una hora…, antes de que empiecen. ¡Por el amor de Dios, úsela para entrar en razón! ¡Llevadle abajo!

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