De cómo me pagué la universidad (43 page)

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Authors: Marc Acito

Tags: #Humor

BOOK: De cómo me pagué la universidad
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O'er the land of the freeeee….

La multitud aplaude durante esa nota, como hace la gente en el estadio de los Yankees:

…and the home of the braaaaave!

Después de la ceremonia, me abro paso entre la gente, aceptando los elogios de los que me desean suerte y prometiendo mantenerme en contacto con gente que me es totalmente indiferente, hasta que me encuentro cara a cara —o más bien debería decir, cara a pecho— con un tipo del tamaño de un tanque embutido en una chaqueta demasiado pequeña para él. Como un cromañón, tiene una única ceja, que se seca con un pañuelo húmedo, y una cara italiana ancha y carnosa. Se parece a Jabba the Hut, de
La guerra de las galaxias
, pero vestido de Armani.

—Eh —me dice, estrechándome la mano—. Has cantado bien.

Su mano es del tamaño de un guante de béisbol.

—Gracias —contesto.

Al estar en Nueva Jersey, no pienso demasiado en ello (aquí no nos faltan sudorosos cromañones del tamaño de tanques con trajes demasiado ceñidos), e intento seguir caminando, pero me rodea el hombro con un brazo enorme. Siento como si una viga de cemento me acabara de aterrizar en la nuca.

—Ven conmigo —dice—. Hay alguien que quiere hablar contigo.

Su abrazo es demasiado firme como para ser considerado amistoso; de hecho levanta mis sospechas inmediatamente. Prácticamente me levanta del suelo cuando me guía a través de la gente.

Intento darme la vuelta para atraer la atención de alguien, de quien sea, pero Jabba me sigue succionando hacia el aparcamiento.

—¿Adónde vamos? —le pregunto a su sobaco sudoroso, que huele como la bolsa de comida que solía llevar en tercer curso.

Acelera el paso y su respiración se hace también más rápida, por el esfuerzo de tener que acarrearme.

—Date prisa —me dice.

Veo que nos dirigimos a una limusina negra alargada que hay aparcada al final, y en ese momento me doy cuenta: soy historia. En el anuario deberían haber puesto: «Probable agonía relacionada con la Mafia». Ya no es suficiente con que me sienta mal por todo lo que he hecho, que vaya a misa cada semana y que rece pidiendo perdón. No, ahora expiaré mis pecados con mi vida, corta y sin sentido.

La ventana trasera de la limusina baja; estoy seguro de que del otro lado hay una pistola con silenciador. Evidentemente, Dagmar se puso en contacto con la gente de Sinatra y, en este momento, está en el asiento trasero con su nuevo novio, un jefe de la Mafia con un traje plateado y pelo aceitoso recogido en una coleta.
Prometedor joven actor muerto en la graduación
. Próximo pase a las once.

Me sacudo hasta liberarme de Jabba. No sirve de nada oponer resistencia. Ya está. Mi corazón late tan deprisa que probablemente caiga muerto ahora mismo. Cuando hagan una película de este libro, se hará un primer plano de una mano de hombre en la ventanilla del coche; el diamante de su dedo meñique brillará mientras me haga señas para que me acerque al coche. Oh Dios, me toca el alambre alrededor del cuello. Por favor, el alambre alrededor del cuello, no. Cierro los ojos y me acerco a la ventana. «Dios te salve María, llena eres de gracia… El corderito estaba blanco como la nieve… Oh, Señor, te prometo que si me dejas vivir me aprenderé el maldito rosario.»

—Así que finalmente lo lograste, ¿eh, chaval? —dice una voz.

Conozco esa voz. La conozco tan bien como mi propia voz, de hecho. Abro los ojos y, que se me pare el corazón si no es cierto, ahí está.

Frank Sinatra.

Ya debo de estar muerto. Estoy muerto, me he ido al cielo y resulta que siempre he tenido razón: Frank Sinatra es Dios.

—Señor Sinatra —me oigo decir—. Lo siento muchísimo. No quería…

—No te apures, chaval —dice, apartando la idea con su mano tachonada de diamantes—. Tienes cojones. Eso me gusta.

—Gracias.

—Soy yo el que te debería estar agradecido. De no ser por ti, el nieto de mi primo no iría a Juilliard. —Sonríe y es como si la tierra se hubiera acercado un poco más al sol. Tiene los ojos más azules del mundo—. Hazme saber si puedo hacer algo por ti —dice—. Los chicos de Hoboken tenemos que apoyarnos. —Mira su Rolex—. Ahora me tengo que largar. Sammy me espera en Atlantic City y siempre entra en estado de pánico cuando llego tarde.

Le hace un gesto a Jabba, como diciéndole que es hora de irse y me quedo mirando el modo en que la limusina desaparece lentamente, como un barco que se aleja a través del mar.

Evidentemente, los dioses están de mi parte. O por lo menos, Frank Sinatra lo está, y eso para mí ya es más que suficiente.

De hecho, ni siquiera debería estar graduándome, y no lo digo únicamente por beber siendo menor de edad, por la conducción temeraria, por el consumo de drogas ilegales en propiedad federal, por el allanamiento de morada, por el desvío de fondos, por los fraudes, por las falsificaciones, por los chantajes y por el gran robo del buda. No. Yo no debería estar graduándome porque nunca entregué mi trabajo del
Retrato del artista
.

Había demasiado que hacer, con todo eso de demandar a mi padre, pero, finalmente, aquí está. Gracias por ser tan paciente, señor Lucas. Al final resultó que necesitaba mucho más que veinticinco páginas. No es James Joyce, pero trabajé con lo que tenía. No es culpa mía que sea de Nueva Jersey.

Así es como me pagué la universidad. Así es como malgasté mi juventud.

Agradecimientos

H
ace falta un suburbio para criar a un escritor, y por suerte yo tuve docenas de cazadores entre el centeno que lograron que saliera vivo de la adolescencia.

Así que muchas gracias a todos mis amigos, profesores y padres postizos de la escuela secundaria, especialmente a Amanda Burns y a Mary Susan Clarke.

Quiero darle las gracias a mi madre y amiga Megan Garcia, a mi talentoso hermano Neal, y, especialmente, a mi impresionante padre, Chase Acito, el mejor padre que un tipo pudiera desear: gracias por no ser como los Zanni.

Gracias a la Dama Sinclair y al Estupendo Vecino Brooke por leer el manuscrito; a Chuck Palahniuk por recomendarlo; a mi mánager, Frederick (de Hollywood) Levy, por abrirme las puertas; y, particularmente, a mi agente, Edward Hibbert, por guiar esta historia con tanta perspicacia e inteligencia.

Quiero brindarle un especial agradecimiento a mi editor y ojo de lince de Broadway Books, Gerry Howard, y a su hábil asistente, Rakesh Satyal. A Mike Jones de Bloomsbury Publishing; a mi coagente británico Patrick Walsh; a la productora Laura Ziskin y a su vicepresidenta Leslie Morgan. También a Shannon Gaulding, de Columbia Pictures. Tanto Hacienda como yo os agradecemos que me hayáis incluido en una nueva categoría impositiva.

Y por encima de todo, mi gratitud eterna es para mi amado compañero Floyd Sklaver, por su tierna devoción hacia mí y este libro. Ojalá todo el mundo pudiera ser tan afortunado en el amor como lo soy yo.

Finalmente, gracias a ti, querido lector, por llegar tan lejos. Asegúrate de contárselo a todos tus amigos.

MARC ACITO
, nació en New Jersey y fue expulsado de la escuela de arte dramático a la que asistió por diferencias irreconciliables con sus profesores: ellos no pensaban que tuviera talento y él estaba convencido de lo contrario. Acito escribe una columna humorística que se publica en diarios alternativos estadounidenses.

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