De cómo me pagué la universidad (37 page)

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Authors: Marc Acito

Tags: #Humor

BOOK: De cómo me pagué la universidad
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Las llamas me abrasarán los pies.

—Me preguntó si sabía quién era —dice TeeJay, y me entrega una hoja de papel.

Es una fotocopia del carné de conducir falso que Natie le hizo a Ziba/LaChance. El banco lo debe de haber fotocopiado cuando abrió la cuenta.

Los diablos me pincharán la piel con sus tridentes al rojo vivo.

—¿Qué le dijiste? —pregunto, intentando no mearme en los pantalones.

—Le dije que no —contesta.

—¿Qué?

TeeJay vuelve a cruzar los brazos; los músculos de los bíceps se hinchan.

—No tenía ni idea de si ese tipo era quien decía que era, pero sabía que podía confiar en Ziba, así que preferí hablar con ella antes. Me lo contó todo.

Mierda.

—Lo siento muchísimo —digo—. No quería…

TeeJay se acerca un par de pasos.

—¿Qué era lo que no querías?

—No quería causarte ningún daño —respondo, retrocediendo unos pasos mientras me tambaleo, hasta golpearme con el columpio del porche.

—Ven aquí —ordena.

Oh, Dios mío.

—¡He dicho que vengas!

Me adelanto un paso.

—Escucha, soy muy malo en este tipo de cosas, así que ¿por qué no lo haces muy rápido y así nos lo sacamos de encima?

TeeJay abre los brazos.

Treinta y seis

T
eejay me toma de los hombros y me dispongo a ser apalizado hasta el martes que viene. Sin embargo, entonces me toma entre sus brazos y me da el abrazo más asfixiante y moledor de huesos de la historia.

—Gracias, tío —me susurra mientras aprieta.

—¿
Pr qu
'? —le digo a su pecho.

¿Qué coño está pasando aquí?

TeeJay me deja ir y pone sus enormes manos sobre mis hombros.

—Ese tipo que trabaja para Frank Sinatra se quedó un rato y me preguntó qué era lo que hacía, y si iba a ir a la universidad o qué. Y le dije que no iba a poder, porque no tengo suficiente dinero, porque mi mamá y mi hermano pequeño dependen de mi sueldo. Entonces, esta tarde, apareció esto. Correo urgente —dice, y me entrega una carta.

1 de Mayo, 1984

Harvey Nelson

Oficina de Ayuda Económica

Universidad de Rutgers

George Street 620

New Brunswick, NJ 08901

A la atención de:

Señor Thelonious Jones

First Street 319

Wallingford, NJ 07090

Apreciado señor Jones:

Le escribo para confirmarle que la Universidad de Rutgers ha recibido una donación anónima dirigida a usted con el expreso deseo de que se le pague enteramente la matrícula (incluyendo libros y gastos), así como el alojamiento y la manutención de sus cuatro años de educación universitaria.

Deseamos contar con usted para su incorporación en la universidad el próximo otoño. Incluimos aquí los documentos necesarios para su matriculación y elección de alojamiento.

Felicidades.

Harvey Nelson

Director de Ayuda Económica

Eso es típico de Frank. Se lleva mis diez mil con una mano y regala cuarenta mil con la otra.

—No me des las gracias a mí —digo, devolviéndole la carta a TeeJay—. Dáselas a Frank Sinatra.

—Sí, pero de no haber sido por tu plan descabellado, esto no habría pasado jamás.

—No todo el mérito es mío —contesto—. Natie lo ideó casi todo.

—¿Quién?

—Cabeza de Queso.

—Ah, sí, le conozco.

Me dejo caer en el columpio del porche y descanso la cara entre mis manos.

TeeJay se sienta junto a mí.

—¿Estás bien, tío?

—Sí, solamente estoy cansado.

—Porque si necesitas algo, házmelo saber.

—Con que no me hayas dado una paliza es suficiente.

—Lo digo en serio —continúa—. ¿Necesitas dinero? Tengo mucho ahorrado.

—Por Dios, claro que no, aunque gracias. Ve a comprarle algo bonito a tu madre.

—Eso está hecho —responde, y se levanta para irse.

Le miro.

—¿Y qué vas a estudiar?

—Derecho. Voy a ser abogado.

—Bien. Puede que necesite uno.

El timbre en casa de Ziba es uno de esos antiguos que se giran como una llave y que yo siempre hago sonar durante demasiado rato porque me gusta darle vueltas. La casa es de estilo victoriano y de un color jengibre; tiene una torreta en la que vive Ziba, como si fuera una princesa exiliada de un cuento de hadas. Kelly abre la puerta. Me suelta un «hola», o más bien un «holaaaaa», y mira al suelo como si estuviera avergonzada o hubiera desarrollado un súbito interés en alfombras orientales.

—Se me ocurrió que quizá querrías que te llevaran a casa —digo.

—Gracias —responde, de manera casi inaudible.

—¿Dónde está Ziba? —murmuro.

No sé por qué murmuro, pero, por alguna razón, parece lo apropiado.

Kelly mira por encima del hombro.

—Arriba —dice.

Kelly me mira a los ojos por primera vez, lo que yo tomo como una invitación para tomarla entre mis brazos y besarla como hacen las estrellas de cine. Kelly se deja hacer durante un breve instante y después me detiene, poniendo las palmas de sus manos contra mis hombros. Se aparta, limpiándose la boca con la parte posterior de la mano.

—No podemos quedarnos demasiado —dice—. Los padres de Ziba volverán pronto.

Los padres de Ziba son una pareja extraña; los dos son tan estirados y formales, además de una manera tan extranjera, que todos nosotros, incluyendo a Ziba, pasamos el menor tiempo posible en su casa. Hay algo en este sitio, con los suelos de parqué, los cuadros con esas pequeñas lamparitas que los iluminan y las estanterías con todos esos volúmenes en varios idiomas, que hacen que uno sienta que debe discutir sobre literatura o arte mientras toma un buen vino añejo y usa la palabra «uno» como sujeto de las oraciones. Uno puede adivinar que vive gente sofisticada porque todas las fotografías son en blanco y negro.

Kelly y yo subimos hasta el tercer piso, y desde allí seguimos por la pequeña y tortuosa escalera que lleva a la torreta. El cuarto de Ziba es tan sencillo que se podría pensar que se trata de la celda de una monja, de no ser por las fotografías enmarcadas de Greta Garbo, Marlene Dietrich y Lauren Bacall. Se trata de un espacio pequeño y redondo del color de un huevo moreno; tiene una cama individual, una mesita de noche y una pequeña cómoda con cajones. Ziba dispone de otra habitación en el tercer piso en la que solamente guarda su ropa y sus zapatos.

—¿Se puede entrar? —pregunta Kelly cuando llegamos al final de las escaleras.

—Entrad.

Ziba está de pie en medio de la habitación, con una bata satinada y una toalla grande sobre la cabeza. Se la frota para secarse el pelo y después la saca y agita la cabeza.

Suelto un respingo.

—Bueno, ¿qué te parece? —dice con voz de barítono.

—Está tan… corto —respondo.

Ziba se ha cortado todo el muro de pelo largo y solamente quedan algunas puntas cortas, como si fuera un jardín sin arreglar. Con esos ojos enormes y la nariz alargada casi se parece a un pajarito, un pajarito muy elegante, pero un pajarito al fin y al cabo.

—Tiene un aire
punk
—contesta Kelly.

—Tiene un aire necesario, en realidad —contesta Ziba, dejándose caer sobre la cama y girando la cabeza como si todavía tuviera el pelo largo—. Por si la Mafia viene a buscar a LaChance.

—Eso de Frank son sólo rumores —digo.

—Todavía no entendemos cómo consiguió encontrarte a través del dinero —dice Kelly—. Lo sacamos al contado.

—Nunca subestiméis el poder de Sinatra —respondo—. Después de que Laurel Watkins le contara lo de la Sociedad Católica Vigilante, probablemente usó algunos de sus contactos de Hoboken para investigar el apartado de correos, lo cual le debe de haber llevado hasta el Convento de los Corazones Ensangrentados y a LaChance Jones. —Miro a Ziba, con su pelo masacrado—. Oh, Zeeb —gimo—, siento mucho haberte metido en este lío.

Ziba retira ese pensamiento como si se tratara de una mota de polvo.

—Edward, cariño, no seas tan dramático. Durante toda mi vida ha habido gente queriendo vernos muertos a mi familia y a mí. Tu malvada madrastra monstruosa y la Mafia van a tener que ponerse a la cola, detrás del Ayatolá Jomeini —dice, y posa sus ojos en Kelly—. No, si quisiera estar enfadada contigo, tengo una razón mucho mejor.

Kelly se sonroja.

—Sí, eso también lo siento —digo.

—Ah, no puedo culparte —contesta Ziba—. Mírala —dice mientras resigue la mandíbula de Kelly con un dedo largo y fino—, es irresistible.

Kelly da una palmadita en el espacio que hay junto a ella en la cama, para que Ziba se siente, y le da un largo beso.

Es muy excitante.

—Habiendo dicho esto —dice Ziba, lamiéndose los labios—, nunca me ha ido bien eso de ser social y no pienso empezar ahora. Sé que debe de sonar terriblemente burgués y, sinceramente, estoy un poco decepcionada conmigo misma por ser tan… tradicional —dice como si fuera el peor insulto posible—, pero es como me siento.

Las miro a las dos, sentadas juntas en la estrecha cama, tan imposiblemente hermosas y perfectas, como la luz y la oscuridad, y veo que Kelly ya ha tomado una decisión. Si pudiera ser maduro al respecto, diría que ha elegido bien; por mucho que ella me importe, por mucho que me encante acostarme con ella, no creo que pueda darle el tipo de devoción que Ziba acaba de demostrar. Si pudiera no ser maduro al respecto, haría todo lo posible para destruir su felicidad para seguir follando, pero no lo hago.

Cuando hagan una película de mi vida, éste será el momento en que yo me iré graciosamente, dejándolas juntas, como si fuera Humphrey Bogart diciéndole a Ingrid Bergman que tiene que subirse a ese avión. En la escena siguiente se me verá conduciendo el Carromato hasta casa, solo, mientras Frank canta
In the wee small hours of the morning
para la banda sonora, ganándome la simpatía del público por mi estado desafortunado y sin amor, pero eso no es lo que pasa en la vida real. De hecho, pese a ser desafortunado y carecer de amor, sigo teniendo que llevar a Kelly de vuelta a casa; allí volvemos a vivir juntos de manera platónica, excepto que ahora yo soy el que quiere practicar el sexo a cada rato y ella es la que lo evita.

Este cambio es una mierda.

Treinta y siete

N
oche de estreno de
Godspell
. El señor Lucas me deja que guíe a todo el reparto a través de una meditación, como calentamiento. Sé que suena muy espiritual, demasiado de moda para un instituto, y algunos de los chicos se echan a reír y hacen muecas, pero me parece importante que nos ajustemos al estado mental necesario para el espectáculo. Los guío por la visualización que me explicó mi madre, nada radical, simplemente imaginarte tu cuerpo lleno de luz blanca y exudar todo tipo de negatividad; cosas así. A mí también me calma, pero me pone un poco triste, lo cual me suele pasar cuando bajo el ritmo lo suficiente como para darme cuenta de cómo me siento. A todos lados a los que miro hay padres de chicos que prácticamente no hacen nada en el espectáculo, merodeando con ramos de flores y convirtiendo todo el hecho en algo importante. Al como mucho se presentaría, lo cual es mucho más de lo que puedo decir de mi madre, que puedo asumir que yace en alguna fosa común. Eso pasa en Sudamérica, en serio, la gente desaparece. Lo sé. He visto
Missing
(
Desaparecido
).

Voy al baño del despacho del señor Lucas para comprobar el estado de mi maquillaje, una vez más, y para evadirme de todo el caos. Lo que veo en el espejo me sorprende. En un principio, el señor Lucas y yo pensamos en que conservara la barba para conseguir un estilo más bíblico, pero como su concepto de la producción es muy moderno, me ha pedido que me la afeite. Me alegra comprobar que todo eso de correr me ha servido de algo. Mis ojos quedan grandes en el rostro y mi mandíbula y mis pómulos están afilados y estilizados. También he crecido casi tres centímetros; Kathleen insiste en que eso es mérito suyo.

—He ayudado a crecer a otro hijo —dice.

Alguien golpea la puerta, y, como si fuera su entrada, aparece Kathleen con un ramo en la mano.

—¿Interrumpo al artista en medio de su obra? —pregunta.

Me ha traído orquídeas. Mis favoritas. Me invade una oleada de emoción y lanzo mis brazos a su alrededor, por lo que casi la hago caer.

—¿Estás bien, cariño?

Apoyo mi cabeza sobre su hombro.

—Has hecho tanto por mí —digo con voz ronca—. No sé cómo podré compensarte jamás.

Kathleen se aparta de mi lado para poder mirarme.

—No puedes —dice—. Y no deberías. —Alza una mano y juguetea con un rizo de mi frente—. Simplemente acuérdate de que cuando tengas mi edad y alguien más joven que tú necesite ayuda, ayúdale, ¿de acuerdo?

Asiento.

—Te he manchado el hombro con maquillaje —digo.

Le echa un vistazo al manchurrón que hay sobre su blusa:

—Lo conservaré para siempre —anuncia—. Algún día esa mancha valdrá mucho dinero.

Kathleen.

El auditorio está completamente lleno. Incluso desde detrás de la cortina se puede oír el murmullo de excitación. Como actúa Doug, hay muchos chicos populares que normalmente jamás vendrían a ver la obra. Me lanzan un par de silbidos cuando me quito la camisa durante la escena del bautizo, lo cual, teniendo en cuenta que hago de Jesús, no es realmente lo más adecuado, pero me alegra el cumplido. Natie recibe las mayores carcajadas, especialmente cuando recita las bienaventuranzas con la voz del Pato Donald. Y Doug lo hace sorprendentemente bien en su doble papel como Juan Bautista y Judas. Tenemos un dúo muy importante que Kelly ha coreografiado: tiene pasos con sombrero y bastón que resultan muy complicados. El número sale muy bien. Cantamos:

Yes, it's all for the best…

Durante el intermedio, el señor Lucas reúne a todo el reparto, nos dice que cree que va muy bien y nos pide que nos concentremos.

—Es un público estupendo —dice—, pero muy ruidoso; y se volverá todavía más ruidoso después de que se coman todas las golosinas que les ofrece la banda de música. Así que recordad, cuando Judas traicione a Jesús con un beso, es esencial que marquéis el tono para el público. Acordaos: ese beso es la confirmación de que vuestro salvador está condenado a muerte. Si os lo tomáis en serio, ellos también lo harán. —Nos mira a Doug y a mí—. Esperemos —murmura.

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