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Authors: Marc Acito

Tags: #Humor

De cómo me pagué la universidad

BOOK: De cómo me pagué la universidad
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A principios de los ochenta, en las afueras de Nueva York, la vida no es fácil para Edward Zanni, un talentoso joven con vocación de actor y fanático de los musicales. Edward se las tendrá que apañar solito, con la única e inestimable colaboración de su peculiar grupo de amigos, para entrar en Juillard, la más prestigiosa —y carísima— escuela de arte dramático de Nueva York, ya que su padre, un acaudalado hombre de negocios, se niega a pagarle esos estudios.

Y para conseguir su sueño no dejará que pequeñas cosas como la extorsión, el chantaje, la falsificación de documentos o la suplentación de personalidad se interpongan en su camino.

De cómo me pagué la universidad
es una novela de humor, de sexo, de teatro, de música, de golfería, de búsqueda de una identidad, de amistad… Una novela desfasada, ácida e inverosímil como la vida misma.

Marc Acito

De cómo me pagué la universidad

ePUB v1.1

Mapita
06.04.13

Título original:
How I paid for College

Marc Acito, 2006

Número de páginas: 315

Traducción: Lucía Lijtmaer

Editor original: Mapita (v1.1)

Colaboran: Enylu, Mística y Natg {Grupo EarthQuake}

Corrección de erratas: Enylu

ePub base v2.1

Para Floyd, que hace que todo esto sea posible…

y que merezca la pena

Uno

L
a historia de cómo me pagué la universidad comienza como la vida misma: en una superficie acuática. No en ese lodo primigenio en el que los peces prehistóricos desarrollaron brazos por primera vez y reptaron hasta la orilla, sino en una piscina de agua fuertemente clorada, en el patio de la finca de dos plantas de Gloria D'Angelo, en Camptown, Nueva Jersey.

La Tía Glo.

En realidad no es tía mía, sino que es la tía de mi amiga Paula, pero todo el mundo la llama Tía Glo, y ella nos llama a nosotros los chicos PC, la abreviatura de Pequeños Cabrones.

La Tía Glo grita. Siempre grita. Grita desde el sótano, donde hace la colada de su hijo, el cura. Grita desde el baño del primer piso, donde restriega la bañera, para calmar sus nervios. Y grita desde su posición privilegiada detrás del fregadero de la cocina, donde remueve su salsa marinara y nos observa flotando en el agua fuertemente clorada.

Como la vida misma, la historia de cómo me pagué la universidad comienza con un grito.

—¡Eeeeeeh! PCs, ¿vais a darme una serenata, o qué?

Paula y yo movemos los labios, articulando en silencio las frases el uno al otro: «No os podéis pasar el día tirados en mi piscina gratuitamente, ¿entendido?».

Repto de lado por la colchoneta hinchable, mientras tiro, para que no se me peguen a las pelotas, de mis pantalones cortos, que llevan la leyenda: P
ROPIEDAD
D
EL
D
EPARTAMENTO
D
E
E
DUCACIÓN
F
ÍSICA
D
EL
I
NSTITUTO
D
E
W
ALLINGFORD
. (Llevo los pantalones cortos como una afirmación irónica, como tributo al semestre que pasé en el purgatorio del equipo de atletismo.) Me estiro para bajar el volumen de la radio, en la que Irene Cara está teniendo su momento
Flashdance
, por enésima vez en el día de hoy; me doy la vuelta para mirar a Paula.

Desde el agua destellan fragmentos de luz, por lo que debo protegerme los ojos con la mano para poder verla. Paula está colocada en su trono flotante, con la cabeza ladeada a la manera «Estoy lista para mi primer plano, señor DeMille», con los ojos ocultos tras un par de gafas de sol estilo gatuno, y con un parasol de encaje sobre el hombro, para proteger su piel blanquísima. Lleva uno de los viejos trajes de baño de la Tía Glo de los años cincuenta, de tipo plisado, que se estira a través de su carne como si se tratara de esos pliegues que se ven en las estatuas griegas. Es más una jaula de tela que otra cosa. El efecto deseado es el de una sensualidad exuberante del tipo Gina Lollobrigida/Sofia Loren; pero para ser francos, Paula está un poco por encima del peso adecuado en lo que a exuberancia se refiere.

Le da un sorbo a su daiquiri de fresa sin alcohol, y me mira por encima de las gafas, diciendo:

—¿Qué le vamos a hacer? Nos requieren para una actuación obligatoria.

A continuación echa la cabeza hacia atrás, desencaja su amplia mandíbula y deja que fluya la primera frase del
Ave Maria
, con una voz tan pura y cálida que te dan ganas de sumergirte en ella. Me uno a su canto, armonizando mi voz con la suya de la misma manera que lo hicimos en la boda de su prima Linda la Chiflada. Nuestras voces se mezclan en una conversación que se alza sobre nuestras cabezas hacia el pesado aire de Nueva Jersey. Al otro lado de la verja encadenada, nos ladran un par de perros con pinta desagradable.

Todo el mundo es un crítico.

Sin embargo, la Tía Glo, no. La Tía Glo es un buen público, y (ya que la madre de Paula está muerta y su padre trabaja todo el día para el departamento de autopistas) un público frecuente.

—Tenéis unas voces angelicales, los dos —grita. Siempre nos dice lo mismo—. Oh, me cago en la puta, mirad la hora que es —aúlla—. Ahora cerrad el pico, que ya casi es la hora de mis telenovelas.

No puedo ver a través de la ventana con mosquitera, pero sé que está encendiendo un Lucky Strike y llenándose un vaso de gaseosa, antes de disponerse a entrar en la sala para ver
Guiding light
y comenzar a planchar.

La Tía Glo.

Paula deposita su vaso en un lado de la piscina y agita sus pequeños dedos en el agua, para limpiarlos.

—Seamos
sinceros
, Edward —dice, balanceando uno de sus brazos carnosos en el aire—, es
injusto
, a todas luces. —Paula tiene la
tendencia
a
hablar
en
cursiva
—. Estoy
malgastando
mi talento este verano,
¡malgastándolo!

Paula siempre obtiene papeles de mujeres posmenopáusicas, y este verano la tónica general continúa, ya que hace el papel de señorita Lynch en la versión de
Grease
del Taller de Verano de Wallingford.

Vuelvo a inclinar la cabeza.

—Tienes razón, hermana —digo.

En realidad no es mi hermana, pero podría serlo. Podríamos ser gemelos, si no fuera por la diferencia de nuestra tez. (Paula es el gemelo puro y blanco; yo soy el malo y oscuro.)

Aparte de eso, los dos tenemos el cabello largo y rizado, las pestañas gruesas y una gran proporción de grasa corporal. También la llamo hermana porque usa su traje de nuestra producción de
Sonrisas y lágrimas
para comprar cerveza, siguiendo la completamente correcta teoría de que nadie le pediría el carné de identidad a una monja.

Paula cierra de golpe su sombrilla y rema hasta mí usando el mango.

—El problema —anuncia— es que tengo una silueta del siglo diecinueve. Si hubiera nacido cien años antes, hubiera sido considerada una mujer
deseable
.

Ya hemos mantenido esta conversación anteriormente. Algunos hemos nacido para ser salvajes, otros, como dice Bruce Springsteen, hemos nacido para correr. Paula nació para llevar un miriñaque.

Siento que la sombrilla me da un toquecito en el hombro.

—Échales un vistazo —dice Paula apretujándose las tetas como si estuviera ahuecando almohadas—. Mira esto —añade, dándose la vuelta para agarrar un pedazo de su culo carnoso.

—En caso de tener que realizar un aterrizaje de emergencia sobre el agua, puede usar su asiento como dispositivo para mantenerse a flote —digo.

Paula le da un vuelco a mi colchoneta con una de sus gruesas piernas del siglo diecinueve.

Emerjo a la superficie e intento que caiga, tirando de sus pies diminutos.

—No, no, no, no, Edward,
por favor
, el pelo, el pelo —dice—. Tengo que estar en el trabajo dentro de una hora.

—De acuerdo —digo, nadando de espaldas hasta la parte menos profunda—. No obstante, en lo que al siglo diecinueve se refiere, tengo dos palabras para ti.

—¿Ah, sí?

—Sí: sin anestesia.

Puedo oír su profunda risa achocolatada mientras alzo la mirada hacia los cables de alta tensión, que zigzaguean a través del cielo de color azul celeste. Adoro hacer reír a Paula.

Salgo de la piscina.

—Estás tomándote todo esto de
Grease
de la manera equivocada, hermana. Piensa en nosotros como en unas estrellas invitadas, como Eve Arden y Frankie Avalon cuando aparecieron en la película. —Plenamente consciente de que yo no sería un Danny Zuko convincente, en vez de eso opté por interpretar al Ángel Adolescente—. Deja que Doug y Kelly se devanen los sesos aprendiendo la letra de la maldita
Hand jive
. Al final, tú y yo volveremos a robar todo el protagonismo con nuestras excelentemente labradas interpretaciones cómicas.

Paula suspira. Sabe que tengo razón.

—Además —añado—, por una vez tengo cosas más importantes de que preocuparme.

Por supuesto, estoy hablando de mi audición en Juilliard.

Juilliard.

En el caso de que viváis en Iowa, o algo parecido, y no sepáis nada de nada, a lo mejor debería explicar que Juilliard es la mejor institución del país en lo que a interpretación se refiere. Es el Tiffany's de las escuelas de arte dramático. Todos los famosos fueron ahí: Kevin Kline, William Hurt, Robin Williams…, y desde que fui el protagonista de
Vivir de ilusión
, durante el noveno curso, he sabido que yo también quería ir. Ya tengo un monólogo infalible para la audición contemporánea (el Mozart de
Amadeus
, un chico/hombre travieso que nací para interpretar); pero también necesito encontrar una pieza clásica, así que me he comprado un ejemplar nuevecito de las obras completas de Shakespeare, muy bonito, con tapa de terciopelo y hojas con acabado dorado: me voy a pasar el verano entero leyéndolo. Y además, conseguiré un buen bronceado.

Paula aparca su barcucha hinchable en la parte menos profunda y extiende su mano hacia mí para que la ayude a levantarse. Me mira, frunciendo el ceño, como si yo fuera un vestido que no se decide a comprar.

—¿Qué pasa? —pregunto.

Suspira y se da golpecitos con una toalla. (Nunca se debe frotar, siempre hay que darse golpecitos, porque frotar no es bueno para la piel.)

—¿Sabes guardar un secreto? —me pregunta.

—Claro que no —le digo—, pero ¿cuándo te ha impedido eso contarme algo?

Ella extiende su dedo meñique.

—Juramento de meñique.

Enlazo mi meñique con el suyo y respondo:

—De acuerdo. Juramento de meñique. ¿De qué se trata?

Mira a su alrededor, para asegurarse de no ser oída.

—¿Te acuerdas de cuando te conté sobre la noche en la que dejé que Dominick Ferretti me llevara a la parte de atrás del horno de las pizzas?

—Sí.

—Te mentí.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Bueno, Kelly y tú habéis hecho prácticamente de todo. No quería que pensaras que era una especie de remilgada.

Paula exagera. En realidad, mi novia Kelly y yo no hemos llegado hasta el final; de hecho, ni siquiera hemos practicado el sexo oral, pero supongo que comparado con la existencia monacal de Paula, somos una pareja salida del
Kama Sutra
.

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