De cómo me pagué la universidad (27 page)

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Authors: Marc Acito

Tags: #Humor

BOOK: De cómo me pagué la universidad
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Es un depósito del banco por valor de 10.000 dólares en la cuenta de LaChance Smith.

Abro la puerta y me encuentro a Ziba, apoyando su figura angulosa contra el marco de la puerta de manera despreocupada, mascando un bizcocho. Lo alza como si hiciera un brindis.

—Me lo he entregado como premio a la mejor actuación en la suplantación de identidad —dice.

Va vestida de monja.

Estoy a punto de preguntarle por qué, cuando veo que Natie está detrás de él.

—Felicidades —dice, y me entrega unos papeles.

—¿Qué es esto?

—Recibos. Si no me puedes dar el dinero hoy, puedo esperar hasta mañana. Qué, ¿tienes algo para beber? Tengo mal sabor de boca.

También va vestido de monja.

—No me queda vino de comunión, hermana —digo—. ¿Qué tal un poco de agua bendita?

—Los disfraces fueron idea mía —dice Ziba, siguiendo a Natie hacia la cocina—, pero tuvimos que hacer unos arreglos. Quienquiera que hizo estos trajes para
Sonrisas y lágrimas
no tenía sentido del estilo. —Se sienta—. ¿Te queda perrier?

—¿Te sirve la marca Mountain Dew?

—Sí, perfecto.

—Para mí también —dice Natie.

—¿Y qué es esto de los disfraces?

—Bueno —comienza—, resulta que para abrir una cuenta bancaria hay que demostrar una residencia habitual, por medio de un recibo de la luz o del teléfono, o algo así. Así que pensamos: ¿quién tendría una razón de peso para no tener facturas? Y nos dimos cuenta de que una monja era un caso perfecto. Ah, mira, lasaña, estupendo —dice, y va en busca de un tenedor al cajón de los cubiertos.

—¿Y ahora qué? —pregunto, mientras admiro el carné de conducir falso que Natie le ha hecho a Ziba/LaChance—. ¿Podemos hacer el cheque para Juilliard?

—Todavía no —dice Natie, metiéndose en la boca una porción de lasaña—. Aún tenemos que encontrar una manera de hacerles llegar el dinero sin dejar rastro. Aunque les demos un cheque a Juilliard desde la cuenta de LaChance, el banco puede llegar a quedarse con un registro de la operación.

—¿Por qué no sacamos el dinero en efectivo?

Natie pone los ojos en blanco.

—No podemos pagar a Juilliard en efectivo. Levantaría demasiadas sospechas.

—¿Por qué no lo sacamos en efectivo y vamos a otro banco y emitimos un cheque desde allí?

—Podríamos hacer eso —contesta, masticando—, pero es tan…

—¿Simple? ¿Lógico? ¿Fácil?

—Falto de inspiración —responde Ziba.

Natie asiente.

—Exacto. Seamos sinceros, en cuanto Dagmar se dé cuenta de que le faltan diez mil…

—Diez mil quinientos.

—Da igual. Cuando se dé cuenta de que le faltan, va a empezar a husmear. Vas a necesitar una buena coartada para demostrar de dónde sacaste el dinero.

—Podría decir que lo he ganado trabajando.

Natie y Ziba me miran.

—De acuerdo, podría decir que es de una beca.

—Exacto —dice Ziba—. Podríamos crear una beca y otorgársela a Edward.

Natie sonríe con su sonrisa todo labios, desdentada.

—Me gusta cómo piensas —dice.

Abrimos una botella de vino (Kathleen se pule tal cantidad que nunca se dará cuenta) y empezamos a diseñar la beca falsa. A Natie se le ocurre que podríamos donar el dinero a Juilliard con la cláusula de que sólo puede ser utilizado para una beca con unos requisitos tan estrictos que solamente yo pueda ser el destinatario. Así, el dinero pasará por Juilliard y no podrán relacionarme de ninguna manera con él. A mí me parece arriesgado, pero acabamos forjando una beca a la que llamamos «Beca de la Sociedad Católica Vigilante de Hoboken, Nueva Jersey (director ejecutivo, el padre G. Uay), para un prometedor joven actor italoamericano de Hoboken». Tras unos vasos de vino, comienza a sonarme bastante bien.

—¿Cómo sabrán que eres de Hoboken? —pregunta Ziba.

—Mi lugar de nacimiento está en la ficha de inscripción —contesto.

—¿Y qué pasa si hay algún otro actor nacido allí? Entonces, ¿qué?

Le lanzo una mirada fulminante, al estilo del señor Lucas.

—Está claro que nunca has estado en Hoboken —digo.

Por si acaso, Natie dice que conseguirá la lista de los actores que han sido aceptados en Juilliard y los investigará.

—¿Puedes hacer eso? —pregunta.

—¿Qué te crees que hacemos en mi club de informática? ¿Jugar a marcianitos?

A veces me da miedo.

Además de fraude, falsificación y malversación de fondos, crear una organización no gubernamental del tipo 501(c)3 es una de esas cosas que jamás pensé que haría en mi vida. Qué demonios, ya me cuesta suficiente descifrar mi formulario W-2 para trabajar en El Pollo Feliz. Por suerte para nosotros, Hacienda permite las donaciones personales de hasta 10.000 dólares, por lo que no tenemos que preocuparnos de que se inmiscuyan, añadiendo así delitos federales a mi expediente, en expansión permanente.

La primera situación financiera que cubrir es conseguir un apartado de correos para la Sociedad Católica Vigilante (las siglas CV son la típica aportación chispeante de Ziba), lo que requiere desplazarnos hasta Hoboken, algo que generalmente yo evito. Kelly me presta el Carromato (ahora que Kelly se ve con Doug de manera oficial, se siente un poco más generosa conmigo), y después de que el padre Uay hace un viaje dolorosamente fácil a la oficina de correos (¿quién va a cuestionar los motivos de un cura?), hago una visita no prevista a la casa en la que nací.

Me cuesta mucho encontrarla, porque ha cambiado mucho. Hoboken se está convirtiendo en el lugar de residencia de los
yuppies
que trabajan en Manhattan, porque los precios todavía son asequibles. Como resultado, se están reformando casas y construyendo en parcelas vacías. Después de detenerme a preguntar varias veces por direcciones (la gente es muy amable con los curas), encuentro la pequeña casa de dos plantas en la que crecí hasta cumplir seis años. Supongo que debería darme igual, pero me hace feliz ver que la casa está muy cuidada. La han pintado de color amarillo mantequilla, las ventanas son de color negro y la puerta es de un rojo brillante. Hay un nuevo seto en la propiedad, y el árbol del pequeño jardín delantero es ya tan alto que ahora le da sombra a la casa. Una vez Al le puso un columpio al árbol, pero Karen y yo nos mecimos con tanta fuerza que se cayó y ella se rompió la clavícula. Mi madre se puso tan histérica que para cuando llegó la ambulancia, tuvieron que sedarla y amordazarla; la colocaron en la parte trasera, mientras que Karen fue junto al conductor.

Eran buenos tiempos.

Una vez tenemos el apartado de correos, necesitamos ir al centro de información profesional para aprender cómo hacer una verdadera carta empresarial. ¿Quién me iba a decir que un actor necesitaría saber todas esas cosas? Ésta es nuestra carta:

3 de febrero, 1984

La Sociedad Católica Vigilante de Hoboken

Apartado de Correos: 216

Hoboken, NJ 07030

A la atención de:

Universidad de Juilliard

Oficina de Asistencia Económica

60 Lincoln Center Plaza

Nueva York, NY 10023

Apreciados señores:

Me complace entregar este cheque a la división de Arte Dramático de Juilliard por valor de diez mil dólares de parte de un contribuyente anónimo de la Sociedad Católica Vigilante de Hoboken. La intención es que el dinero se destine a pagar el primer año de matrícula de un prometedor actor italoamericano nacido en Hoboken, Nueva Jersey.

Nuestro benefactor, un nativo de Hoboken, es conocedor de primera mano de los retos que deben encontrar los artistas e intérpretes y espera que esta primera donación pueda ayudar al desarrollo de un individuo talentoso de su amada localidad natal.

Con todos sus respetos les saluda,

El padre G. Uay

Presidente

La insinuación con respecto a Sinatra es idea mía. Ayuda a darle cierta credibilidad, además de arrogancia y contoneo.

Al haber asegurado mi primer año de universidad, decido que puedo participar en el musical de primavera. Este año hacemos
Godspell
, y sé que soy perfecto para el papel de Jesús, pese a que estoy cometiendo varios delitos. Así que dejo mi trabajo en El Pollo Feliz.

Adiós y hasta nunca.

Ya era suficientemente malo cuando tenía que llevar un gorro de papel al trabajo, pese a que lo modifiqué lo que pude y lo situaba en mi cabeza con un cierto ángulo para darle un toque irónico, pero para mi vergüenza completa, mi jefa decidió que llevaba el pelo demasiado largo y que necesitaba una redecilla. (Como si la Señorita Raíces Negras y Permanente Reseca pudiera dar consejos capilares.) Entre el pequeño gorrito estilo militar y la redecilla, más bien parecía que fuera una de las hermanas Andrews a punto de cantar una de sus canciones de los años cuarenta. Y no precisamente la guapa, la del medio, sino la alta y desgarbada, ésa, Maxene o LaVerne, nunca he podido distinguirlas.

Además, el propio Jesús dijo: «Mirad los lirios del campo, cómo crecen. Ellos no trabajan ni hilan», así que me pregunto, ¿por qué demonios debo hacerlo yo? El trabajo duro puede que se pague bien a la larga, pero los beneficios de la holgazanería son inmediatos.

El primer día de ensayo es muy extraño. El señor Lucas le ha pedido a Kelly que prepare la coreografía del espectáculo («Bueno, no esperará que lo haga yo, ¿no?», dice), y, por increíble que parezca, ahora en los ensayos va a ser más difícil evitarnos que en casa.

Me deslizo en el teatro y observo entre bambalinas. El señor Lucas y Kelly hablan con Ziba, que está encargada de la escenografía, y Doug, que, esencialmente, es mi antagonista como Juan Bautista y Judas. Me quedo petrificado, sin saber qué hacer y sintiéndome como un Cabeza de Queso preso de la indecisión. Desde detrás de mí oigo una voz que dice:

—Esto es una mierda.

Me doy la vuelta y veo a Natie, con la cara arrugada como una masa a medio amasar. Me coge del brazo y dice:

—Venga, vamos a arreglar esto de una vez por todas.

—Déjalo —contesto, pero me arrastra con la suficiente fuerza para que me tambalee por el escenario y se me caigan los libros.

Todo el mundo se da la vuelta para ver qué ha pasado, y me siento todavía más estúpido. Recojo mis libros, maldiciendo a Natie en silencio, y me acerco a Kelly. Todo el mundo intenta pretender que no me mira, excepto el señor Lucas, que parece contemplar este pequeño drama matinal como un divertimento.

—Disculpe, señor Lucas —dice Natie—, pero necesitamos un momento para ocuparnos de algo.

El señor Lucas nos mira por encima de sus gafas y murmura:

—Evidentemente.

—De acuerdo, escuchad —nos dice Natie a Kelly y a mí—, si vosotros dos no queréis hablaros cuando estéis en casa, al resto nos da igual, pero en el instituto: sí, ya está bien. Tenemos que hacer una obra y vosotros dos le vais a sacar toda la diversión al asunto. Kelly…

Kelly se gira, con los ojos desiguales llenos de lágrimas, y se muerde el labio.

—… todos sabemos que Edward te hizo una cosa muy fea, pero lo siente mucho, muchísimo. Ha estado bajo mucha presión y necesitamos que dejes de castigarle de esta manera.

Parece que Kelly esté a punto de decir algo, pero Natie se gira para dirigirse a mí:

—… Edward, tuviste tu oportunidad con Kelly y la cagaste, así que deja de actuar como un pirado si ves a Kelly y a Doug juntos.

Doug resopla. Natie le apunta con un dedo regordete.

—Escucha, chaval: para ser el supuesto mejor amigo de Edward, no has hecho una mierda para ayudarle a pagar la universidad, así que ponte las pilas, ¿de acuerdo? Y Ziba…

—¿Sí, Nathan?

—Bonito vestido.

—Gracias.

—De nada. Ah, escucha: corta ya el rollo de mujer fría. Doug pasa de ti. —Se dirige a nosotros como si fuera un sargento de instrucción y fuéramos el peor grupo de reclutas que haya visto en su vida—. Me estoy dejando el culo para conseguir dinero para la matrícula de Edward y necesito que trabajemos en equipo. Así que cuando cuente hasta tres, nos daremos un abrazo grupal y empezaremos a comportarnos como amigos otra vez, ¿de acuerdo? Uno…, dos…, ¡tres!

Natie.

ϒ

Una semana más tarde, dos curas (el padre Guay y el padre Grabowski) y tres monjas (las hermanas Ziba, Kelly y Nudelman) se apretujan en el interior de un tren con destino a Hoboken. No estoy seguro de que los disfraces sean necesarios, pero ya los considero como los uniformes oficiales de la empresa CV y una señal de nuestra solidaridad mutua. Somos como el carnero divino.

Me gusta vestirme de cura. No es sólo que me ponga en un estado de conciencia espiritual, sino que hay mucha gente que me pide disculpas por no ir a misa más a menudo, y yo puedo perdonarles. Es agradable.

La primera parada es el banco de LaChance en Camptown; allí, por pura diversión, Ziba extrae los diez mil en billetes de cien. Eso son cien billetes de cien. Nadie, a parte de Ziba, ha visto todo ese dinero junto, así que nos turnamos para contarlo, mientras cada uno de nosotros hace el mismo chiste: que lo vamos a robar y fugarnos. Estamos tan emocionados que nadie es capaz de tener una conversación normal, así que cantamos canciones de
Godspell
durante el resto del viaje (ya lo sé, ¿a que es tremendamente homosexual? Bueno, nosotros somos así).

Nos metemos todos juntos en el banco de Hoboken, por razones de seguridad, aunque, aparte de los criminales más curtidos, ¿quién osaría robarle a un grupo de monjas y de curas? Es más, Hoboken tiene una larga tradición histórica de conexiones con la Mafia, así que la visión de un cura con diez mil dólares en efectivo no parece sorprenderle nada al cajero. Todo el mundo se reúne en torno a mí mientras yo escribo las palabras «Universidad de Juilliard» en el cheque.

—Alabado sea el Señor —dice la hermana Nudelman.

Meto el cheque en el sobre con la carta de la Sociedad Católica Vigilante y lo cierro, cortándome levemente con el papel al hacerlo.

Casi hemos terminado.

Lo único que falta es entregar el cheque en Juilliard. Hubo una cierta controversia con respecto a este paso, pero finalmente decidimos que darlo en mano era la manera de asegurarnos de que llegara a su destino.

Paramos a comer algo y, pese a estar vestido de cura, me siguen confundiendo con un camarero. Salimos del restaurante, riendo y bromeando, cuando oigo una voz que me es familiar y que dice mi nombre.

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