(La verdad es que nunca me creí lo de Dominick Ferretti.)
—No eres una remilgada —digo—. Tú…
—Adelante, dilo. Di que estoy demasiado gorda para tener novio.
Quiero dejar constancia de que es ella quien lo ha dicho, y no yo.
Paula se deja caer en una
chaise longue
, como si se tratara de Camille, la protagonista de
La Dama de las Camelias
, en su lecho de muerte.
—¿Qué voy a hacer? ¿Que tipo de actriz puedo aspirar a ser si
todavía
soy virgen? —dice, agarrándome de la mano y tirando de mí hacia su lado—. Edward, tienes que ayudarme.
Vuelvo a colocarme los pantalones cortos.
—Escucha, hermana, me siento muy halagado, pero no creo que a Kelly…
—No seas
bobo
—dice, dándome un empujón—. Tienes que ayudarme con Doug Grabowski.
¿Doug Grabowski? ¿Doug Grabowski, el jugador de fútbol americano al que convencí para que se presentara para el papel de Danny Zuko? ¿Doug Grabowski que solía salir con Amber Wright, la chica más popular del instituto? ¿Doug Grabowski que es tan tonto que pensaba que todos los personajes de
Grease
eran griegos? ¿Ese Doug Grabowski?
—¿Qué pasa con él? —pregunto.
—¿Sabes si tiene novia?
La capacidad de Paula para delirar es increíble. En parte, es lo que hace de ella una gran actriz.
—N…, no, no lo creo —respondo.
—
Fabuloso
—repica Paula como una campana. Después hace una pirueta sobre el césped, de manera tan desafortunada que me recuerda a los hipopótamos bailarines de
Fantasía
—. Lo tengo todo planeado: nosotros cuatro, Kelly y tú, Doug y yo, vamos a ir a la ciudad este sábado a ver
A chorus line
. No creo que Doug la haya visto, y debe hacerlo, de verdad,
debe
hacerlo. Si se va a pasar todo el verano saliendo con nosotros en vez de con esos quebrantahuesos del equipo de fútbol, entonces, nuestro deber es, claramente, exponerle a las mejores cosas de la vida, ¿no crees?
—Bueno…
—El pobre chico debe de estar
hambriento
de estímulo intelectual.
—Pero…
—Edward, será una noche que recordaremos durante el resto de nuestras vidas —dice, lanzándome bruscamente mi ropa—. Ahora, todo lo que tienes que hacer es ir en coche hasta el ensayo y preguntárselo.
—¿Yo? ¿Y por qué no lo haces tú?
Paula chasquea la lengua.
—No quiero parecer avasalladora.
Dios no lo quiera.
—Además, no todos tenemos un padre rico —solloza—. Algunos de nosotros tenemos que
trabajar
.
Desliza sus diminutos pies en un par de sandalias de plástico de color rosa y se pavonea hacia la casa.
—Yo trabajo —grito, siguiéndola—. ¿O cómo llamas tú a hacer la coreografía del espectáculo de niños en el taller?
Ella se da la vuelta sobre la punta de sus pies, al estilo de una bailarina de ballet.
—Lo llamo
jugar
—dice—. Un trabajo es hacer
calzones
en una cocina que está a ciento veinte grados mientras Dominick Ferretti hace gestos obscenos con una salchicha. —Con un movimiento de cabeza majestuoso, abre la puerta de par en par—. Ahora vístete y ve —ordena, llevándome al interior para que me cambie—. Mi virginidad
depende
de ello.
E
n el exterior es posible que sea 1983, pero en el interior de la casa de la Tía Glo es 1972 eternamente: la cocina tiene apliques dorados y encimeras de linóleo naranja, y el resto de la casa está cubierto de moqueta de color tabaco y paneles de madera.
Cojo un polo del interior del congelador y me encamino al salón de juegos, donde la Tía Glo está planchando mientras ve
Guiding light
.
Imaginaos, si queréis, una boca de incendios. Ahora poned un casco negro de jugador de fútbol americano en la parte superior. Si se envuelve todo eso con un vestido estampado de flores, se obtiene a la Tía Glo. Parecería la descendiente de Blancanieves y uno de los siete enanitos.
La Tía Glo es una MDC: Madre de Cura; y ella expresa su gratitud ante tal buena suerte planchando toda la ropa de su hijo, pese a que ya ha cumplido los cuarenta. Me dejo caer en el sillón reclinable plastificado y me envuelvo en la toalla, para tener cuidado de no mojarlo.
—¿Quién se separa hoy? —pregunto, intentando quitarle el papel al polo.
—Oh, muñeco, esta pobre gente… —dice la Tía Glo, planchando y llorando, llorando y planchando. La Tía Glo llama a todo el mundo muñeco o muñeca, en parte como señal de afecto, y en parte porque no se acuerda de un carajo—. Sólo le doy las gracias a la Virgen María porque mi Benny ya haya fallecido, y que Dios proteja su alma, para saber que no tendré que pasar nunca por el dolor de un divorcio.
Incluso antes de su apoplejía, la Tía Glo actuaba siguiendo una lógica propia. Ella es, después de todo, la mujer que llamó a su único hijo varón Angelo D'Angelo.
La cara rechoncha de la Tía Glo se llena de sudor y lágrimas, y su brazo cubierto de
crêpe
se agita mientras plancha hacia delante y hacia atrás. Detrás de ella cuelgan de una cuerda de ropa los cuellos de Angelo, como si se trataran de alas cortadas de paloma.
—Es terrible para los niños —dice.
Por Dios, eso no.
Conozco esa mirada de payaso triste vestido de terciopelo negro, ese tono comprensivo, ese paño caliente de pena que los adultos siempre me quieren restregar por todo el cuerpo. Lo que la Tía Glo en realidad quiere decir, lo que siempre quieren decir, es: «Estoy segura de que tu madre tenía sus razones, Edward, pero ¿qué clase de madre abandona a sus propios hijos?».
A mí siempre me dan ganas de decir que estoy bien. Estoy bien. Tengo mi carrera por delante. Mi arte. Mis amigos. Además, no es como si nunca viera a mi madre. Es cierto que nunca sé cuándo se va a presentar, pero es lo que la hace tan fabulosa: es un espíritu libre. Nuestro lazo es mucho más espiritual que temporal. Pese a esto, todo el mundo me trata como si fuera el jodido Oliver Twist.
La Tía Glo continúa llorando y planchando, planchando y llorando, y nos quedamos en silencio durante un momento, lo cual, siendo italoamericanos, es poco común. Mi bañador comienza a darme picores y quiero irme, pero también quiero quedarme. Hay algo en la manera en que la Tía Glo llora que lo hace consolador, supongo que es porque yo no puedo llorar. Probablemente ése sea mi peor defecto como actor, pero simplemente no puedo. A veces intento forzar las lágrimas, empujando y gruñendo como si estuviera estreñido, pero acabo sintiéndome atrapado dentro de mi piel, como si estuviera desesperado por salir. Así que, en vez de eso, me quedo sentado con la Tía Glo, viendo
Guiding light
, mientras la televisión proyecta sombras en la pared que hay a nuestras espaldas, mientras ella llora por los dos.
Saco a Elvimma (El Viejo Mercedes de Mamá) de la entrada de la casa de la Tía Glo y lo dejo en el callejón sin salida que hay junto a ésta. Pese a que Elvimma fue un regalo de mi padre a mi madre, él insistió en quedárselo como parte del acuerdo de divorcio, el muy avaricioso. Y mamá le dejó hacerlo porque a ella no le importan ese tipo de cosas. A mi madre le va todo lo relacionado con la realización personal, por eso se largó cuando yo tenía doce años, para encontrarse a sí misma. Puede que Al pague mis estudios de actor, pero quien realmente me entiende como artista es mi madre. Siempre me ha dicho: «Si quieres ser un basurero, hazlo, pero sé el mejor basurero que puedas». Saludo al vecino de la Tía Glo, un italoamericano que lleva pantalones cortos y calcetines oscuros, y que está regando sus tomateras. Acto seguido realizo el giro letal a la izquierda en dirección a la avenida Wallingford.
Cuando hagan una película de este libro, aquí empezarán a salir los títulos de crédito. Allí estaré yo, avanzando tan campante con mi sombrero de fieltro, mientras la banda sonora,
Summer wind
, en la versión de Frank Sinatra, ayudará a establecer el tono adecuado de arrogancia y contoneo. Frank es pura arrogancia y contoneo.
Lo que se ve puede llegar a sorprender. Puede que Nueva Jersey sea el estado más densamente poblado de Estados Unidos (o, como prefiere decir Paula, el estado con la población más densa), pero eso no es lo que se infiere en Wallingford.
Wallingford Colonial.
A veinte minutos de cualquier punto de Wallingford uno puede encontrar el Nueva Jersey en el que se piensa generalmente, el de los vertidos tóxicos, los tipos duros que dicen «chavala», las bandas callejeras, los guetos y la famosa carretera Garden State. Sin embargo, en el momento en el que alguien se acerca a Wallingford, las casas se retiran de la calle al menos a un buen paso de la acera, como si fueran demasiado buenas para ser vistas cerca de la calle, y se expanden hacia arriba y hacia los lados, y brotan de ellas pequeñas torrecillas, tejados y chimeneas. Wallingford fue fundada en 1732, y se enorgullece de manera absurda y desproporcionada de su pasado colonial. Las tropas americanas puede que acamparan en Camptown (o como preferimos llamarle nosotros, Villa Gases, por la comida de la cafetería) y tomaran parte en una versión de una batalla de agua del siglo dieciocho en Battle Brook (la localidad más cercana), pero, de alguna manera, Wallingford acabó convirtiéndose en la esencia de lo tradicional y lo pintoresco.
Wallingford es una ciudad dormitorio, lo que quiere decir que la mayor parte de la gente trabaja a una hora de distancia, en Manhattan, y aquí solamente duerme. Por una parte, el término ciudad dormitorio me resulta
sexy
, porque me imagino todo tipo de gente de apariencia respetable haciendo intercambio de parejas y llevando a cabo orgías tras las puertas de sus casas, pero probablemente solamente quiere decir que aquí no ocurre mucho más que el acto de dormir.
Llego hasta la calle Washington y permanezco sentado frente al volante durante un instante, decidiendo qué dirección tomar, mientras el motor diésel de Elvimma traquetea como una locomotora. Si me dirijo a la izquierda, casi hasta la autopista, llegaré a Oak Acres, el barrio en el que me cuesta admitir que vivo. En Oak Acres no hay torrecillas ni chimeneas. De hecho, ni siquiera hay acres de robles, como indica su nombre, solamente casas estilo rancho desperdigadas, con caminos circulares y columnas falsas diseñadas para contentar a la gente que tiene más dinero que gusto. Oak Acres está lleno de italoamericanos y judíos que se han mudado de sitios como Bayonne u Hoboken, por lo que los patricios de Wallingford llaman a la zona Acres de Hoboken. Giro a la derecha y me dirijo al instituto.
Aparco en mi zona habitual, en la que se puede leer «P
LAZA PARA
A
PARCAMIENTO
T
EMPORAL
», porque me gusta pensar en mí como en alguien que simplemente está de paso por un instituto suburbano de Nueva Jersey, y no que estoy matriculado aquí. Cuando de este libro hagan una película, éste será el momento en que terminarán los títulos de crédito.
Me introduzco a través de una puerta lateral que solamente conocemos Los de Teatro («Los de Teatro» es un concepto que puede resultar desdeñoso en boca de algunos, pero en realidad somos la gente más auténtica en esta prisión de niños bien). La Asquerosa Renée, la coreógrafa, está subida sobre el escenario, enseñando
Hand jive
mientras, a su vez, asquea a todo el mundo con su tóxico olor corporal y el acné en la espalda.
Su excusa para no bañarse es que es una ex hippy, o algo por el estilo, pero, en mi opinión, hay un estatuto que limita la consideración del olor corporal como acto de rebeldía. Un chaval de noveno curso me ve y me señala con el dedo, dirigiéndose a los otros chicos del coro.
—Sí, chicos, así es —dice la Asquerosa Renée, elevando sus temibles cejas estilo
Star Trek
—; el famoso Edward Zanni nos ha honrado con su presencia.
Hago un gesto
grand port de bras
a los del reparto.
—Enseñémosle lo que hemos estado haciendo mientras él andaba por ahí, perfeccionando su bronceado —dice.
¿He conseguido algo de color? Mola. Sin un bronceado parezco estar desfallecido. Busco la mirada de Kelly y la saludo. Ella me observa desde debajo de sus mechones de pelo rubio y me saluda con la mano, con ese típico gesto que hacen las chicas guapas, moviendo los dedos, en vez de usar la mano entera. Mueve los labios, diciendo «hola», o más bien «holaaaaaa», para ser exactos, y me sonríe, mostrando las dos hileras de dientes. Lleva puestos un par de zapatos de la obra, para los números de baile, y la combinación de tacón alto con pantaloncitos cortos estrechos de un material parecido a una toalla, que le da el aspecto de prostituta adolescente en el telefilme de la semana.
Es una buena imagen.
Se da la vuelta e introduce sus pulgares bajo los pantaloncitos, para poder bajárselos un poco por su culo de chica de dibujo de cómic, y siento que mi polla fría y arrugada se mueve en mis calzoncillos.
La Asquerosa Renée grita:
—Cinco, seis, siete, ocho…
Renée guía al coro durante el número de
Hand jive
, pero la gente tiene problemas para seguir su coreografía, típicamente inepta. Kelly, que hace el papel de Sandy, da vueltas por el escenario, mientras los músculos de sus piernas se definen como los de una yegua en forma, y aterriza en los brazos llenos de venas de Doug Grabowski, que baila como alguien a quien se le hubiera dormido un pie. (¿Qué se puede esperar de alguien cuyo modo corriente de expresión física consiste en derribar a los demás en un campo de fútbol americano?) Doug lleva una camiseta en la que se lee «P
ROPIEDAD
D
EL
D
EPARTAMENTO
D
E
A
TLETISMO
D
EL
I
NSTITUTO
W
ALLINGFORD
», pero como se trata de un atleta, no pretende ser irónico.
Él y Kelly hacen buena pareja, son muy, no sé, muy Hemisferio Norte, supongo. Kelly podría salir con un montón de tíos como Doug, jugadores de fútbol americano que tienen cuellos más gruesos que sus cabezas, chicos populares que se gritan los unos a los otros por sus apellidos en el pasillo; esos chicos que cuando en clase se les pide que hablen, lo único que hacen es balbucear. Sin embargo, por alguna inexplicable razón, me ha elegido a mí. Es el equivalente adolescente a que la princesa Diana de Gales deje al príncipe Carlos para salir con alguien normal. Nunca pasará.