De cómo me pagué la universidad (6 page)

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Authors: Marc Acito

Tags: #Humor

BOOK: De cómo me pagué la universidad
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No puedo esperar a que mi vida comience.

Después del espectáculo, Doug, Natie y yo esperamos en la plaza de Shubert Alley, donde corre brisa, mientras las chicas van a mear. Le pregunto a Doug qué le ha parecido.

—Una obra estupenda, tío —dice, y sus brillantes ojos azules parecen haber sido iluminados desde dentro—. No sabía que se podían soltar tacos en una obra.

Tomo nota mental de que debo enseñar a Doug a referirse solamente al teatro dramático como «obra». Probablemente a los álbumes realizados por el reparto original también les llama «bandas sonoras». Tengo el camino señalado para mi trabajo.

—Y tampoco me acabo de creer que hubiera una canción llamada
Tetas y culo
. Tío, eso sí que ha sido cómico, me he reído un montón —continúa.

Quiero preguntarle si el espectáculo le ha conmovido de alguna manera, si se ha podido identificar con las frustraciones y la angustia de los personajes, si ha entendido los sacrificios que los artistas debemos realizar por nuestro arte y nuestras carreras.

—Sí, ha sido cómico —contesto.

Cobardica.

Las chicas vuelven del baño, charlando entre ellas. (¿Qué tiene ir al baño juntas que hace que las chicas se hagan amigas?) Sin embargo, en cuanto se acercan, veo que en realidad Ziba y Paula están discutiendo.

—Todo lo que he dicho es que los personajes estaban llenos de autocompasión —dice Ziba, con voz baja y grave.

—Dijiste que se
revolcaban
en autocompasión —responde Paula—. Eso dijiste. —Se gira hacia mí—. Ziba dice que el espectáculo le pareció
masturbatorio
.

—A mí también me resultó algo cachondo —dice Doug.

Ziba enciende un cigarrillo.

—Todo arte es masturbatorio —dice.

Se hace un breve silencio durante el cual todos intentamos entender a qué demonios se refiere.

—Bueno, ¿y ahora qué hacemos? —pregunta Kelly.

—¿Por qué no vamos a por unas cervezas? —propone Doug—. Hay un bar en la estación de Penn que nos sirvió alcohol en la fiesta de San Patricio.

Ziba y Paula le lanzan una mirada que deja muy claro que no piensan beber cerveza bajo la luz de los fluorescentes mientras unos trabajadores de la estación realizan anuncios del tipo «Última llamada para Joisey City».

—Conozco un sitio en el Village que es tremendamente descuidado en lo que a su política de inspección de carnés de identidad se refiere —dice Ziba.


Espléndido
—dice Paula—. Nos encanta el Village, ¿verdad, Edward?

—¿Cómo se llama? —pregunto.

Ziba hace una pausa y exhala un anillo de humo.

—Algo para los Chicos —suelta con voz de barítono—. Es un piano bar gay.

—No sabía que un piano pudiera ser gay —dice Natie.

—Sólo le atraen otros pianos —respondo.

Ziba se gira hacia Paula y Kelly.

—Lo mejor de todo es que no te tienes que preocupar de que un grupo de cretinos intenten ligar contigo.

Kelly asiente, porque es el tipo de chica al que la abordan los cretinos constantemente.

—Claro, eso está bien para vosotras —dice Doug—, pero ¿y si alguien intenta ligar con nosotros? —dice, refiriéndose a los chicos, a nosotros.

Ziba le lanza una de esas miradas de póquer que Cher le lanza a Sonny después de que él dice algo estúpido.

—Todo hombre que se sienta seguro de su sexualidad no debería sentirse amenazado por el interés de otro hombre —suelta con voz monótona mientras fija sus ojos oscuros y agitanados en Doug, desafiándole a que la contradiga.

—A mí me parece bien —dice Doug—. Mi tío de Alemania es gay.

Por el amor de Dios, ya está bien con el rollo este de Alemania.

—Estaba en el equipo olímpico de gimnasia —añade, como si eso lo explicara.


Genial
—dice Paula—. Edward, no nos lleves hacia la estación de Penn, sino al tren de la línea E.

Cinco

C
omo Natie tiene menos vello facial que la prima de Paula, Linda la Chiflada, convencer al personal más indulgente de los bares que tiene la edad legal para beber podría resultar un reto. Al fin y al cabo, se trata de un chico que todavía tiene que demostrar que es lo suficientemente alto para subirse en las atracciones fuertes de los parques. Así que no nos queda otra opción más que hacerle pasar por una chica. Nos apiñamos frente a una tienda de fotografía llamada Toto Photo: «R
EVELAMOS LO QUE SEA
…,
MIENTRAS NOS DEJE QUEDARNOS CON LAS MEJORES COPIAS
», mientras Paula y Ziba supervisan el intercambio de ropa entre Kelly y Natie. Resulta bastante increíble, la verdad. Si se le añade un poco de maquillaje, accesorios adecuados y la bufanda de Audrey Hepburn,
voilà
, un chico pequeño y feo se transforma por arte de magia en una chica aún más fea. Ziba cubre la mayor parte de la cara de bebé de Natie con sus gafas Jackie O.

—No veo una mierda —masculla.

Para asegurarnos algo más (o simplemente, porque es divertido), creamos nuevas identidades legales para el resto de nosotros. Kelly y Ziba son un par de alumnas de Yale del último curso, del equipo de atletismo. Paula y Natie son un par de chicas modernas del SoHo que salen de marcha por la ciudad; Doug y yo interpretamos el papel de una joven pareja homosexual.

Una pareja de homosexuales enamorados.

Al pobre Doug parece que le va a dar un ataque, pero le convenzo de que estará más seguro si ya está en los brazos de un tipo. Lo que no le digo, claro está, es que de hecho yo he tenido una experiencia homosexual, ya que el verano pasado experimenté con un chico en el programa de teatro de verano de Bennington College. Supongo que eso me convierte técnicamente en una persona bisexual, pero yo prefiero considerarme simplemente de mente abierta. Como actor, hay que ser receptivo a todo tipo de experiencias.

Entramos por parejas, y dejamos que pasen unos minutos entre cada entrada para no atraer la atención. Al ver cómo entran los demás, me invade la excitación: hay algo emocionante en el hecho de actuar en la vida real, ya sea simplemente en comprar un billete de autobús con acento inglés, o en fingir que se es retrasado mientras se espera en la cola del supermercado.

—¿Estás listo? —le pregunto a Doug.

Para mi sorpresa, responde tomándome de la mano. Me siento raro. Pese a que he hecho el tonto con otro tío, no recuerdo haberle cogido de la mano, y de una manera un tanto
Alicia a través del espejo
, me siento casi, no sé, reconfortado. Tomo nota mental de recordar estos sentimientos por si alguna vez debo interpretar a un homosexual.

Descendemos por un pequeño tramo de escaleras que hay por debajo del nivel de la calle para poder entrar. Teniendo en cuenta la referencia histórica de la placa que hay colgada junto a la puerta de entrada, Algo para los Chicos empezó siendo un bar clandestino durante la época de la prohibición, por lo que al entrar no puedo evitar sentir una cierta emoción de enfrentarme a lo prohibido, al pensar que estamos adentrándonos en un lugar en el que la clientela estuvo formada por gánsters y sus chicas.

La habitación es pequeña y subterránea, como una cueva; está bañada por una luz magenta y brumosa que da a los pósters de Broadway que penden de las paredes un extraño tono psicodélico. El sitio está abarrotado, pero inmediatamente ubico a Ziba y a Kelly que se esconden en una mesa en un rincón oscuro. Doug parece ponerse nervioso ante la posibilidad de tener que hacerse lugar empujando a través de una multitud de cien hombres que cantan a grito pelado la última estrofa de
I feel pretty
, del musical
Mi querida señorita
; pero como es parte del reparto de esta obra, me rodea con su brazo y se sumerge entre ellos. Me alegro de que actúe con tanta serenidad, pero me avergüenza pensar lo suave y blanda que debe de parecer mi cintura en comparación. Me tengo que poner en forma este verano, sin falta.

Logramos llegar hasta Kelly y Ziba, que sorben unas piñas coladas a través de sus pajitas, lo que me sorprende, porque es sensual y elegante a la vez.

—¡Lo logramos! —grito, por encima del ruido.

Ziba mira a su alrededor como si se tratara de la jodida Mata Hari.

—Intenta no llamar tanto la atención —dice, lo que resulta totalmente innecesario, teniendo en cuenta que estamos rodeados de hombres que van tan calientes que podrían disparar la alarma contra incendios ellos solos.

—¿Dónde están Paula y Natie? —pregunto.

Kelly se ríe frente a su piña colada.

—Natie ha sido capturado por un travestí —dice—. Alguien llamado señorita Delito Menor le agarró como si se tratara de un bolso, y no le hemos vuelto a ver.

Miro a través de la sala y veo un par de gafas de sol Jackie O que miran furtivamente desde detrás del carnoso brazo de alguien que se parece a una mezcla de Marilyn Monroe y un camionero. En ese momento comienza a aullar una voz de soprano, a modo de sirena:


Summertiiiiiiime… and the livin' is easy

Me doy la vuelta y contemplo a Paula, perpetrada sobre el piano, a punto de practicarle una felación al micrófono. Hablando de llamar la atención. Me aventuro a través de la marabunta de cuerpos, en busca de cerveza. Cuando ya estoy a mitad de camino, entre la multitud, me topo de frente con un camarero flacucho que lleva una bandeja llena de bebidas por encima de la cabeza.

—Oh, gracias a Dios que estás aquí —grita, entregándome su bandeja—. Sé un cielo, anda, llévale esto a la mesa de jesuítas cachondos que están por allí, ¿de acuerdo?

—No trabajo…

—Gracias, tesoro —dice—. Me toca a mí en cuanto esta
drag queen
acabe con
Summertime
.

Le echo un vistazo a las bebidas que tengo en la mano y decido que esta presencia inesperada de alcohol, pagada por la mismísima Iglesia católica, apostólica y romana, es sin duda una señal divina, así que llevo la bandeja de vuelta a nuestra mesa. Ninguno de nosotros puede adivinar qué es lo que pidieron los jesuítas cachondos, pero está clarísimo que no se trata de vino de comunión. Aplaudimos sonoramente a Paula, que intenta hacer un bis, pero es apartada (un tanto bruscamente, diría yo) por el camarero flacucho, que canta
I could have danced all night
, de
Mi querida señorita
, con un registro a lo Julie Andrews.

Miro cómo Paula se abre paso a través de la multitud, aceptando cumplidos y mezclándose con los demás como si se tratara de la alcaldesa de Villa Gay.

—¡Mira! —grita, entregándome una tarjeta que anuncia algo denominado
Les Femmes Magnifiques
—. Un productor me ha dado esta tarjeta, ¡un productor de verdad! —dice, señalando a través de la habitación a un hombre gordinflón que está intentando ligarse a la señorita Delito Menor—. Se trata de un local que hay aquí mismo, en el Village. El nombre quiere decir «mujeres magníficas». ¿No es
apasionante
?

Después de acabar de un trago con un vaso lleno de lo que creemos es whisky y agua bendita, decido subir a cantar algo. Me deslizo a través de la multitud mientras todo el mundo canta
Anything goes
, de Cole Porter, y me coloco apretadamente junto al pianista, un tipo calvo que tiene una cara alegre de Humpty Dumpty, el huevo de
Alicia en el país de las maravillas
.

—Saludos y salivaciones, monada —dice—. ¿Qué vas a cantar?

—¿Conoce
Corner of the sky
, del musical
Pippin
?

Me mira como diciendo: «Es un piano bar gay, claro que conozco
Corner of the sky
de
Pippin
», y ataca la introducción. Me siento sobre la tapa del piano con las piernas cruzadas, sonriendo con cara de pícaro seductor, lo cual, al ser yo un pícaro seductor por naturaleza, me resulta fácil. En unos instantes percibo un cambio en el ambiente. La multitud se acalla y algunos de ellos sonríen de manera cómplice entre ellos. Estoy convencido de que reconocen el talento en cuanto lo ven.

Rivers belong where they can ramble.

Eagles belong where they can fly.

I've got to be where my spirit can run free,

got to find my corner of the sky.

La gente me da un gran aplauso y alguno tiene el buen gusto de gritar: «¡Otra, otra!», por lo que invito elegantemente a Paula a que suba a cantar nuestro mayor éxito,
Carried away
, de
Levando anclas
, el musical de Gene Kelly y Frank Sinatra, que es algo así como nuestra filosofía de vida. A lo que a nosotros respecta, cuanto más, mejor.

El número tiene un mayor éxito, y ya que Kelly y Doug se han hecho lugar a empujones hasta la primera fila, nos parece totalmente natural pasarles los micrófonos e insistir en que canten
Summer nights
, de
Grease
. Doug está avergonzado al principio, pero los tipos del público le animan con entusiasmo, especialmente en cuanto comienza a hacer la coreografía de la Asquerosa Reneé, en la que agita la pelvis. Al menos cuatro hombres le dan su número de teléfono antes de que termine la noche.

Me fijo en Kelly y en él, y siento una oleada de orgullo subversivo al saber que un jugador de fútbol americano y una antigua animadora están actuando frente a un grupo de gays extasiados. Miro a Paula, que se comporta como si fuera Barbra Streisand, en
¡Hello, Dolly!
, de vuelta a Harmonia Gardens, y a Ziba, que fuma sin parar sus cigarrillos extranjeros en una esquina, y entonces me fijo en Natie, que está a punto de perder la virginidad de un modo que jamás había imaginado, y me invade una sensación de determinación casi evangélica. Mi deber consiste en ser el misionero de este verano de magia y travesuras. Debo guiar a la procesión de la gente de teatro como si fuera Artful Dodger en
Oliver Twist
. Tengo que ser el Peter Pan de mis amigos, secuestrándolos hacia el País de Nunca Jamás, el lugar en el que nadie se hace mayor.

Ya con un objetivo claro, de un salto me siento sobre el banco del piano, y animo a la gente a que cante, por lo que en un momento, el bar entero se balancea y canta: «
Tell me more
,
tell me more
…». Resulta abrumador encontrarse en el centro de toda esa energía y entusiasmo (me refiero a que si sólo nos centramos en el volumen, ¿alguien se puede hacer una idea de lo ruidosos que pueden llegar a ser cien hombres gays?), pero la oleada de buenos sentimientos que fluye a mi alrededor me eleva los ánimos.

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