De cómo me pagué la universidad (40 page)

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Authors: Marc Acito

Tags: #Humor

BOOK: De cómo me pagué la universidad
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Esto provoca el estallido de las conversaciones, incluso de los que han recibido ofertas tempranas de las universidades de la Ivy League. Pedir un trabajo de veinticinco páginas un mes antes de la graduación es como hacer que el ganador de la maratón de Boston camine hasta su casa. Quiero decir, ya está bien.

—Tranquilícense, damas y caballeros, tranquilícense —dice—. Si pasaran tanto tiempo escribiendo como quejándose, acabarían en una semana. En cualquier caso, no tienen que hacer ningún trabajo de investigación. Ustedes ya saben quienes son…
presumiblemente
.

Lo dice como suele decir «
obviamente
», y la clase entera se echa a reír.

—Este trabajo es más para ustedes que para mí. Muy pronto se irán, tomando caminos muy distintos, y sus vidas no volverán a ser las mismas, por lo que quiero que se detengan durante un momento y reflexionen sobre quiénes son hoy en día. Ahora. No quiero una autobiografía con los detalles de sus vidas. Quiero que hagan como hace James Joyce y me describan qué se siente al estar dentro de sus cabezas. Y quiero saber qué hace que sean como son.

Natie me da un golpecito en el hombro. En el margen de su cuaderno ha escrito: «El sábado es la gran noche».

—Por ejemplo —continúa el señor Lucas—, ¿quién puede decirme por qué creen que Joyce llamó a su álter ego Stephen Dedalus?

Debajo del mensaje de Natie, garabateo: «¿Estás seguro?».

Natie asiente.

—Se va de viaje de negocios.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Qué pasa, tengo pinta de principiante? —pregunta Natie en voz alta.

—Señor Zanni —dice el señor Lucas—, tal vez nos lo querría contestar usted. ¿Por qué llamó Joyce a su héroe Dedalus?

—Dédalo es el héroe griego que escapó de la cárcel fabricándose unas alas —contesto.

Oye, al menos me leo las versiones abreviadas a conciencia.

—¿Y hacia qué vuela Stephen Dedalus?

Ésa es fácil. ¿Hacia qué vuelan los artistas?

—Hacia el arte —contesto. Aunque no me haya terminado el libro sé que soy como Stephen Dedalus, constreñido como estoy por mi opresión burguesa—. Y hacia el sexo —añado.

La clase se echa a reír.

—Excelente —dice el señor Lucas—. El señor Zanni tiene razón, aunque lo exprese de una manera ligeramente ordinaria. Como Joyce, quiero que no se censuren. No tengan miedo de incluir los detalles sórdidos y escabrosos de sus vidas adolescentes que consideren necesarios. Nadie aparte de mí va a leer esto.

Algunos de nosotros vamos a necesitar mucho más de veinticinco páginas.

ϒ

Ese sábado, una monja y un cura permanecen de pie en la sala de estar de los Nudelman, a oscuras, presionando las caras contra la ventanilla de la entrada.

—¿Puedes ver algo? —pregunta el padre Guay.

La hermana Natie niega con la cabeza.

—¡E
H
,
MAMÁ
! —grita—. ¿S
ABES DÓNDE ESTÁN LOS PRISMÁTICOS
?

Fran chilla a su vez:

—¡E
N EL ESTUDIO DE TU PADRE
!

Natie se da la vuelta y se encoge de hombros.

—Le gusta observar a los pájaros —dice.

Desde el otro lado de la casa oigo aullar a Stan:

—¿P
ARA QUÉ LOS QUIERES
?

—L
OS NECESITAMOS PARA ESPIAR LA CASA DE LOS
Z
ANNI Y ASÍ SABER CUÁNDO PODEMOS ENTRAR Y SACAR FOTOS COMPROMETEDORAS
.

Stan se ríe.

—Chavales.

Natie se acaba de ir en busca de los prismáticos cuando veo a otro cura y otra monja salir de la casa de Al con una gran caja de cartón, que meten en la parte de atrás del Carromato. Cruzan la calle, hacia nosotros.

—¡Ahí vienen! —le grito a Natie.

Les abro la puerta.

—Buenas noches —dice la monja—. Venimos de parte del Convento de los Corazones Ensangrentados. ¿Tienen algo que quieran donar para nuestro mercadillo de beneficencia anual?

—Vete a un convento —digo, recordando una célebre frase de
Hamlet
.

La hermana Paula se quita la parte superior del hábito y se sacude el pelo.

—Se lo debe de haber tragado —digo—. Habéis llenado una caja entera.

—Sí, pero son todo cosas viejas, todas tuyas.

Estúpida zorra austríaca.

Doug me entrega las gafas del padre Guay y se saca el bigote y la perilla que le había pegado.

—Me he tomado tanto puto chocolate que pensé que esta maldita cosa acabaría por caerse dentro de la taza —dice—. Di lo que quieras de la madrastra monstruosa, pero la tía prepara un
Kakao mit Schlag
que te cagas.

O en el caso de Doug, deberíamos decir
Kakago mit Schlarga
.

El orgullo que Dagmar pone en su chocolate con leche fue el elemento crucial para que nuestro pequeño plan funcionara.

—Tíos, fue tan fácil —nos cuenta Doug mientras esperamos en el patio trasero, bebiendo limonada, a que vuelvan Ziba y Kelly—. En el momento en el que dije
Guten abend
, se puso dulce como una torta.

—¿Y de qué demonios estabais hablando? —pregunta Paula.

—Básicamente sobre lo imposible que resulta conseguir una buena taza de chocolate caliente en Estados Unidos, lo cual es cierto. De hecho, fue bastante agradable hablar con ella. Es una lástima que sea una psicópata.

—Bueno, como cura estuviste muy convincente —dice Paula—. Fue una actuación
inspirada
.

Aunque no fuera una inspiración divina.

Doug sonríe de forma radiante.

—¿De verdad lo crees?

Paula adelanta una de sus manos diminutas y le revuelve el pelo alocado, que estaba peinado hacia atrás.

—Al final va a resultar que después de todo sí que eres un actor.

Doug no dice nada, pero me doy cuenta de que está satisfecho. Por fin es Uno de los de Teatro.

Paula sigue explicando que, cuando fue a usar el baño, abrió las persianas de la ventana que daba a la calle para que estuviéramos seguros de que era la señal; yo les cuento lo emocionada que sonaba Dagmar al teléfono cuando me hice pasar por un agente interesado en toda su serie de secadores en las bañeras.

—Ha sido perfecto —dice Paula—. La has mantenido distraída el tiempo necesario para que le pusiéramos el sedante en el chocolate, pero no tanto como para que se enfriara. Un trabajo excelente.

Todos brindamos con nuestras limonadas.

Tenemos que esperar a que Kelly y Ziba vuelvan de su misión de reconocimiento, y parece que pasa una eternidad. Quizá soy yo, que estoy inquieto.

Me quedo escuchando el sonido de los grillos en el aire, preguntándome si algo habrá salido mal, pero de repente veo la silueta de dos monjas escabullándose por los setos de la parte trasera de la propiedad de los Nudelman. Cruzo el jardín para encontrarme con ellas.

—¿Por qué habéis tardado tanto? —pregunto.

—Cariño, habríamos llegado muchísimo antes si no nos hubieras hecho regresar hasta aquí —dice Ziba—. Además, se ha dado una ducha increíblemente larga, lo cual nos preocupó bastante. Estábamos empezando a pensar que podría haberse desmayado, y que se había golpeado la cabeza, o algo así.

—¿Ahora dónde está?

Kelly se ríe, como una metralleta.

—En la sala de estar —dice—. Ha vuelto a apagar las luces, pero ha acabado hecha un ovillo en el suelo y se ha quedado dormida allí mismo.

—Ha sido terriblemente indecoroso —apunta Ziba.

Hago que los seis volvamos por la parte trasera. Tras mi último roce con la ley estoy determinado a que no nos pillen a ninguno de nosotros; puede que tengamos problemas para explicar a los vecinos por qué una panda de curas y monjas entran y salen sin parar de una casa cuyos dueños son judíos. Por suerte, todos vamos vestidos de negro. Nos adentramos sigilosamente por uno de los laterales de la casa hasta la puerta trasera, tan discretamente como media docena de curas y monjas pueden hacerlo. La casa, evidentemente, está silenciosa, pero las luces siguen encendidas, lo cual me resulta vagamente siniestro, como en esas viejas películas de detectives, cuando llegan a la escena del crimen y la aguja del fonógrafo sigue clavada al final del disco mientras la víctima está tirada en el suelo, con las piernas medio abiertas. Vamos de puntillas hasta la entrada del Museo de los Muebles y miramos a nuestra víctima, que también está tirada en el suelo, pero de una manera más parecida al comatoso estado inducido por las drogas de Patty Duke en
El valle de las muñecas
.

—Deberíamos asegurarnos de que no se va a despertar —dice Paula.

—Buena idea —digo, y pronuncio el nombre de Dagmar suavemente.

No se mueve.

—Eh, Dagmar —digo, más fuerte.

Nada.

Me acerco.

—Eh, Dagmar —ladro—. Eres una zorra cazafortunas y me has arruinado la vida. —Se da la vuelta y comienza a roncar. Miro a mis amigos—: Comienza el espectáculo.

El último acto oficial de la empresa CV es sacar fotos incriminatorias de mi madrastra monstruosa en posiciones sexuales comprometedoras. Como con Jordan, nos damos cuenta de que fotos de Dagmar donde simplemente estuviera desnuda no sería suficiente (probablemente ya hay varias dando vueltas por ahí de su época de modelo), así que lo mínimo que podemos organizar es una orgía.

Como Paula tiene experiencia haciendo
topless
en cámara, le hemos dado el papel de la amante lesbiana de Dagmar, la hermana LaChance, que ha vuelto de la tumba para hacer una aparición estelar. Doug y yo seremos Juan y Jesús, dos empleados de mantenimiento del convento que hemos inventado para: a) tener una excusa para que haya alguien más allí sacando las fotos; y b) asegurarnos de que Al se enfada. Se nos ocurre que unas fotos de su mujer, que está buena, con una tía con las tetas grandes puede significar solamente que se reavive su vida sexual, pero fotos de ella con un inmigrante ilegal bien dotado seguro que le cabrearán.

Junto a las fotos enviamos a Al la siguiente carta de parte de la Sociedad Católica Vigilante, con su membrete incluido:

19 de Mayo, 1984

Apreciado señor Zanni:

Es mi triste deber informarle de las horribles fechorías cometidas por su mujer con la hermana LaChance Jones. Le adjuntamos aquí una carta que encontramos en la celda de la hermana LaChance, junto con estas escandalosas fotos.

Me despido con pesar,

Padre G. Uay

Entonces, adjuntaremos una carta perfumada con la firma falsificada de Dagmar, que dice lo siguiente:

Liebe LaChance:

Gracias por traer contigo a Juan y Jesús para nuestra noche juntas. Después de todos estos meses con Al, había olvidado lo que es sentirse completamente satisfecha.

Aquí te mando el primer pago para nuestra libertad. Pronto, muy pronto, seremos libres. Solamente necesito un poco más de tiempo para transferir más fondos para poder estar juntas, finalmente.

Paciencia, Liebchen.

Dagmar

Cecil B. DeNudelman toma el control.

—De acuerdo, todo el mundo a su posición —dice.

—¿Qué posición? —pregunta Doug—. No tenemos posición.

—Vale —contesta Natie—. Lo primero que necesitamos hacer es…, ah…, quitarle el albornoz a Dagmar.

Todos nos miramos. De acuerdo, esto sí que es raro.

—Oh, por el amor de Dios, ya lo hago yo —dice Ziba. Se arrodilla y desata el cinturón del albornoz, abriéndolo de par en par—. ¡Oh, caramba! —espeta.

Dagmar está completamente desnuda.

—Espero tener ese cuerpo cuando tenga su edad —dice Kelly.

Siento que la boca se me queda seca. Hace un par de meses me habría sentido completamente agradecido de tener una erección, pero el hecho de que ahora me la ponga dura mi madrastra desnuda realmente me perturba, especialmente porque voy vestido de cura. Me giro hacia Natie para poner las cosas en marcha, pero él está ahí parado, con la boca abierta.

—Vale —digo, dando una palmada con las manos—. Eh…, hermanita, si no te importa desnudarte, empezaremos contigo.

—De acuerdo —dice Paula, como una actriz profesional.

Nos da la espalda, se quita la parte de arriba de su traje y lo deja caer, revelando bragas y sujetadores de color lavanda.

Paula se lleva las manos a la espalda y desata el grueso sujetador.

En cuanto pone los pulgares bajo el elástico de las bragas para bajarlas, suelta:

—Ahora confío en que todo el mundo se comportará de manera madura.

—Evidentemente —digo—. ¿Verdad, chicos?

—Claro —dice todo el mundo, menos Natie, que de repente parece estar haciendo una audición para el papel de Hellen Keller.

Paula se quita las bragas y se da la vuelta.

—¡Hostia, joder! —chilla Doug—. Tiene las tetas del tamaño de dos jarras de leche.

Kelly le da un golpe a Doug.

—Doug, lo has prometido —dice Paula, tapándose.

—Lo siento, pero es que, tío, son…

—Edward, dile que se calle.

—… hermosas.

La piel inmaculada de Paula se cubre de manchas rojas.

—Lo digo en serio —dice Doug—. Pareces una mujer de un cuadro, o algo así.

Paula desliza sus dedos diminutos por el pelo, a la manera de Sofia Loren.

—De acuerdo —dice—. Pongámonos con ello.

Se echa al suelo junto a Dagmar; yo cojo una silla sobre la que ponerme de pie, para tener el ángulo adecuado para las fotos. Doug tiene razón: los pechos de Paula son magníficos. Sus pezones son oscuros, grandes y se extienden por el paisaje blanco como la nieve de sus pechos, que son tan blancos que puedes ver las venas azules bajo la superficie, como el agua que queda atrapada bajo el hielo. Si estas fotos no tuvieran que ser incriminatorias, serían bastante artísticas.

—Esto es un poco raro —dice Paula, acurrucándose junto a Dagmar.

—Te acostumbrarás —contesta Kelly, y todos nos echamos a reír.

El ambiente es ahora más relajado, como si sacar fotos para hacer chantaje fuera un juego en una fiesta. Natie se vuelve a unir al mundo de los vivos.

—Asegúrate de que no se le vea la cara en las fotos —dice.

—Hecho —contesto, apretando el interruptor—. Vale, Paula, descansa un rato. Doug, te toca.

—Vale —dice, sonando como si no pudiera esperar a que le toque.

Mientras empieza a desnudarse, Ziba y Kelly comienzan a tararear música de
striptease
. Doug responde haciendo algunos de los pasos de baile de la Asquerosa Renée, lo cual resulta bastante inquietante si se tiene en cuenta que va vestido de cura. Termina sacándose rápidamente los calzoncillos, dejando ver su mejor elemento.

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