Se trata sólo de un beso rápido, pero estamos en el instituto.
El concepto que ha ideado el señor Lucas para el segundo acto es genial. En vez de nuestra ropa de moda de los años ochenta, salimos vestidos con trajes de
yuppies
. La idea es que ya nos hemos hecho mayores y que Jesús es como un político, candidato a algo. Los fariseos salen con televisiones huecas en la cabeza y hablan con acento sureño, como si fueran telepredicadores. El señor Lucas quiere que la gente entienda que incluso si Jesús retornara hoy, seguiría siendo rechazado y crucificado.
No me extrañaría si pierde el empleo por esta obra.
El segundo acto transcurre muy bien, pero cuanto más nos acercamos a la escena de la traición, más nervioso me pongo. Puedo sentir la tensión sobre el escenario, pero no sé si me la estoy imaginando yo solo. Eso es lo raro de la tensión. Cuando tú estás tenso, ¿cómo puedes saber si hay alguien más que está como tú? A lo mejor sólo parecen tensos porque tú estás tenso. En cualquier caso, la puerta trasera del auditorio se abre y todo el público se gira a mirar a Doug caminar, haciendo de Judas, hasta el borde del escenario.
Le miro a los ojos profundamente, como cuando se mira el mundo desde el espacio.
—Amigo, haz rápidamente lo que tengas que hacer —le digo.
Un foco le sigue mientras sube las escaleras hasta el escenario. Cruza hasta mí, se para y se gira hacia el público como para hacerle una señal al ejército romano. Yo también me giro, esperando que me bese en la mejilla.
Y entonces, en un único movimiento completamente inesperado, deseado e impresionante, Doug toma mi cara entre sus manos y me besa directamente en los labios. Todo el mundo suelta un respingo: el coro, el público y, sin lugar a dudas, el padre de Doug, el amargado repartidor de bollería industrial. Nadie se ríe ni dice nada. Es increíblemente radical. Me refiero a que estamos en Colonial Wallingford.
El tiempo parece detenerse mientras yo saboreo el tacto de los labios finos y suaves de Doug sobre los míos. No sé si esto ha sido idea del señor Lucas o un capricho extraño de Doug; la verdad, a mí qué me importa. He soñado con un beso como éste en innumerables ocasiones, antes de quedarme dormido por las noches, pero nunca, jamás, pensé que pasaría, y menos frente a toda la escuela. No hay lengua, ni nada por el estilo, pero su boca se abre y, durante un instante, yo inhalo aire mientras él lo suelta, como si me estuviera insuflando vida. Va en serio: si el beso de Judas tuvo algo que ver con éste, entonces Jesús murió feliz.
Nuestros labios se separan. El espectáculo debe continuar, y más vale que sea jodidamente deprisa, si no queremos que la gente empiece a alucinar. Siguiendo las indicaciones de la dirección del señor Lucas, me subo al podio y hablo al público como si estuviera dando un mitin. Sin embargo, en cuanto empiezo, se levanta una figura de la quinta fila y dice:
—Perdona, Jesús…
Me adelanto, buscando la voz en la oscuridad. La figura eleva una pistola y dispara. El tiro resuena en todo el auditorio.
Todo el mundo se vuelve loco. La gente grita. Rompo el paquete de sangre que llevo bajo el pecho y me retuerzo por el suelo mientras la figura (Boonbrain), sale disparada por la salida más cercana. Un par de miembros del público salen tras él, creyendo que es real. El escenario se vuelve de color rojo y empiezan a atronar unas guitarras eléctricas.
Es jodidamente genial.
El público no tiene un respiro. El escenario es un caos: hay cincuenta adolescentes chillando; entran corriendo miembros del coro vestidos de enfermeros, médicos, policías y periodistas, para restablecer el orden, pero lo único que hacen es complicar las cosas. Y en medio de todo, yo permanezco quieto, sobre un charco de sangre. Es esto, esto, esto, esto es de lo que se trata. Esto es ser actor. Ser capaz de conseguir una reacción tan fuerte de cientos de personas a la vez: ese poder es increíble, irresistible y humillante. Si queréis, pensad que estoy necesitado, porque me encanta el aplauso. No obstante, que sepáis que la razón por la que actúo es por momentos como éste, en los que se puede conectar con un público y llevarlos a otro nivel, alegre o triste, da igual. Eso es lo que hace que valga la pena.
El reparto se agrupa junto a mí y jadeo mis últimas frases.
—Oh Dios, me muero…
A mi alrededor, los discípulos dejan ir lágrimas verdaderas, incluyendo a Natie, quien, para mi sorpresa, suelta sollozos dignos de romperte el corazón. Yo no puedo evitar sentirme muy, pero que muy feliz mientras me entrego al placer sensual de fingir.
«Morir, dormir. Dormir, tal vez soñar.»
Natie me cierra los ojos suavemente. Algunos de los discípulos apenas pueden cantar, ya que se ahogan por la emoción. Sin embargo, yo no siento nada. Bueno, tal vez «nada» no sea la palabra más adecuada. Es más como una noción de la Nada, una sensación de calma que me invade como agua templada. Mientras los discípulos me llevan a la parte de atrás del auditorio, nada me preocupa. No existe Al, ni Dagmar, ni Juilliard. Ni siquiera tengo que llevar mi propio peso. Los discípulos cantan las últimas notas de
Prepare ye
en el pasillo, y finalmente me dejan caer suavemente sobre el frío suelo de linóleo. No me quiero mover. Nunca más. Poco a poco abro los ojos como si me despertara de un sueño, y espero el aplauso.
Silencio.
No estábamos preparados para esto. Termina el espectáculo, la gente aplaude. Así es como funciona esto.
—¿Qué hacemos? —murmura alguien.
—Esperad —digo.
Entonces, de repente, comienza. No hablo de ese tipo de ruido falso que se oye en las películas cuando empiezan un par de personas lentamente y poco a poco todo el mundo se une; no, este aplauso comienza como un súbito trueno. Nunca he oído nada parecido. Es como si se hubiera abierto el cielo. Comienza a sonar la música y bajamos por el pasillo hasta el escenario; la gente se vuelve loca, alzándose sobre sus pies y dándonos una ovación enorme, real. No es el tipo de ovación en el que un par de idiotas de las primeras filas se levantan y aplauden, porque son el tipo de idiotas que hacen esas cosas, y el resto de la gente se siente obligada a levantarse. No. Esta vez el público se levanta como un único ente, como llevados por una ola gigante. Es una locura. Cantamos una última repetición de
Day by day
y siento que estoy tan pleno y contento que podría salir de mi cuerpo.
Siguiendo mi ejemplo, hacemos una reverencia conjunta, una, dos y hasta tres veces. El aplauso sigue siendo fuerte y nos permite permanecer allí de pie, deleitándonos con el buen ánimo de la gente, que nos premia por un trabajo bien hecho. Hago un gesto en dirección a la banda de música, que hace una reverencia, y camino hacia los bastidores, donde están Kelly y el señor Lucas. Este le hace un gesto a Ziba, situada en el escritorio del escenógrafo, para que se una a ellos; les guío hasta el escenario. El aplauso se hace más fuerte a modo de reconocimiento. El señor Lucas siempre se demuestra contenido y humilde en estas situaciones, pero sus ojos brillan, orgullosos. Creo que preferiría no tener que subir al escenario en absoluto, pero sabe que insistiremos. Volvemos a hacer una reverencia final y nos alejamos para dejar espacio para el telón. Nos miramos los unos a los otros, como siempre hace el reparto cuando se cierra el telón. Somos suficientemente maduros para no dar gritos de alegría (es tan poco profesional), pero el señor Lucas nos para en seco gritando:
—¡Que nadie se mueva!
Permanecemos escuchando el ruido del aplauso, que cae como si se tratara de una lluvia torrencial. Acto seguido, el señor Lucas hace un movimiento con las muletas en dirección a los bastidores:
—¡Telón! —dice.
El telón vuelve a alzarse y el público sigue allí, aplaudiendo rítmicamente mientras hacemos una última reverencia. No me importa qué es lo que tenga que hacer: limpiaré retretes, cavaré zanjas, pero de ninguna manera voy a dejar de disfrutar de una vida dedicada a esto. De ninguna manera.
Se cierra el telón y me dirijo a Natie, cuyo rostro está hinchado y rojo como su cabello. Le rodeo con mis brazos y él apoya su pequeña cabeza de queso contra mi pecho.
—Ha sido tan real —susurra.
Le doy palmaditas en la espalda.
—Sí, lo sé —contesto.
Entonces todo el mundo se dirige a mí, como si quisieran comerme: gente que conozco, gente que no conozco, todos: el señor Lucas, Kathleen, Kelly, Ziba, Fran y Stan Nudelman, la Tía Glo. Vaya donde vaya hay abrazos y felicitaciones, pero no del tipo de «muy bien, estuviste fantástico»; no, esta noche ha pasado algo, algo que ha afectado a todo el mundo de una manera profunda y poderosa, algo que es más importante que yo, el espectáculo y todos nosotros.
Los atletas y las animadoras (la gente como Duncan O'Boyle y Amber Wright) se reúnen en torno a Doug y solamente puedo verle un instante a través del escenario repleto. Me guiña un ojo y siento que aparece una sonrisa en mi cara.
La señora Foster, la mujer de mi vecino obsesionado por la jardinería, aparece de la nada, me agarra de los codos y dice:
—Edward, solamente quería decirte que cuando tenía tu edad, también quería estudiar teatro y mi padre no me dejaba —dice mientras se le llenan los ojos de lágrimas—. Siempre me he arrepentido.
Nunca habíamos hablado.
Se aparta, proporcionándome, de repente, una vista completa a través del escenario. Entonces lo veo, jugueteando con las monedas de sus bolsillos y mirando a su alrededor como un animal enjaulado.
Al.
Me saluda con la cabeza varias veces, sonriendo de manera tensa y con la boca cerrada, mientras deja atrás a Dagmar y cruza el escenario. Nos encontramos en medio.
Silencio.
—Buen trabajo, chaval —dice finalmente, y me da una palmadita en el hombro.
—Gracias, papá.
Más silencio.
—Parece que has perdido algo de peso.
—Sí —contesto.
—¿Te dan bien de comer?
—Sí.
—De acuerdo —suelta, como si eso cerrara algo abierto. Mira por encima del hombro a Dagmar—. Supongo que es mejor que me vaya —dice.
Asiento.
—Cuídate.
—Ya lo hago —respondo, pero suena más agresivo de lo que pretendía, y me arrepiento inmediatamente.
Al se frota las manos y se da la vuelta lentamente.
—Bien…, bien —dice.
De repente, siento cómo alguien me rodea la cintura con las manos desde atrás y me levanta por los aires; me doy cuenta al instante de que se debe tratar de mi nuevo mejor amigo, TeeJay.
—¡Has estado increíble, tío! —grita—. Mañana vuelvo a ver la obra.
Me deja en el suelo y me estrecha la mano de esa manera en la que antes haces un gesto con el puño. Desvío la mirada durante un instante para intentar ver a Dagmar y a Al, pero ya se han ido.
—Te acuerdas de mis primas, ¿verdad? —pregunta TeeJay.
Me doy la vuelta y saludo a Bonté, Shezadra y a la otra, cuyo nombre suena como algo parecido a Neumonía. Detrás de ellas está la bajita y regordeta, Margaret, mascando uno de los cordeles de la capucha de su chaqueta deportiva. Todas sonríen y saludan, pero de una manera un tanto reverencial, como si el hecho de haber interpretado a Jesús me otorgara automáticamente un cierto respeto.
—¡Natieeee! —grita TeeJay, mientras le alza la mano, para chocarla—. Tío, has estado graciosísimo. Cuando hiciste lo del Pato Donald pensé que Margaret se iba a mear encima.
—Cállate —dice Margaret, dándole una palmada en el brazo y sonriendo tímidamente a Natie.
—Venga —sigue TeeJay—, hazlo otra vez.
Natie se sonroja.
—No querréis volver a oírlo, ¿en serio?
Las chicas insisten. Natie comienza a recitar las bienaventuranzas con la voz del Pato Donald y las chicas se agarran las unas a las otras mientras se ríen. Se reúne una pequeña multitud para el bis; siento cómo la mano grande de TeeJay se posa sobre mi hombro.
—¿Podemos hablar un momento? —pregunta. Nos dirigimos a los bastidores y nos sentamos en el escritorio del escenógrafo—. Odio tener que decirte esto en tu gran noche —dice—, pero pensé que deberías saberlo inmediatamente.
Siento que el corazón me sube hasta la garganta.
—Una tía loca extranjera vino hoy a hablar con mi madre.
D
agmar sabe todo lo que necesita saber. Sabe que el mismo día en que alguien se hizo pasar por LaChance Jones para sacar diez mil dólares en efectivo de su cuenta, la Sociedad Católica Vigilante donó la misma cantidad a Juilliard para una beca a la que yo podía optar, pero que no obtuve. Pese a que estoy muy preocupado por mí, lo estoy más por Ziba, cuya fotografía fotocopiada está en las manos retorcidas de Dagmar. Es más, ahora que ha encontrado el rastro de LaChance, que le lleva directamente hasta la madre de TeeJay, Dagmar está a un solo paso del increíble (y probablemente unido a la Mafia) poder de Frank Sinatra. Olvidémonos de la cárcel. Voy a acabar haciendo compañía a los peces.
Así que ahora deberéis entender por qué no me hace mucha ilusión eso de ir al baile de graduación. Es difícil reunir el entusiasmo necesario para un rito adolescente de cambio como éste cuando puedes tener que enfrentarte a una muerte lenta y dolorosa. Kelly sugiere que hagamos nuestra propia fiesta antibaile de graduación.
En realidad, nada me apetece demasiado. Siempre me he sentido un tanto desanimado después de un espectáculo, pero esta vez esa sensación es tremendamente fuerte, y eso que he ganado el premio
Brownie
al más mesiánico. No me había dado cuenta de lo vacía que me iba a resultar la vida sin
Godspell
, es como si hubiera dejado atrás el mundo technicolor de Oz y tuviera que volver a la Kansas en blanco y negro (de hecho, nunca he entendido por qué Dorothy no se quedaba en Oz, la verdad. ¿Por qué dejar una tierra en la que los árboles hablan y los espantapájaros bailan para volver a hacer tareas domésticas en un terreno semidesértico?). Es más, de repente se instala la lúgubre idea de tener que buscar otro trabajo. A mi alrededor la gente se está preparando para irse a la universidad. En cuanto me uno a una conversación, se hace un silencio e inmediatamente me doy cuenta de que estaban hablando de la universidad, pero que no quieren hacer que me sienta mal. Me siento como un intocable indio, como si me hubieran tirado con todos los perdedores y los desechos humanos en la sección de fumadores, con los tipos que no van a hacer nada con sus vidas. Me imagino a mis amigos, volviendo a casa para las vacaciones, llenos de emociones, ideas nuevas y bromas eruditas universitarias en las que yo no puedo participar o que soy incapaz de entender, hasta que finalmente comiencen a evitarme. Seré el que se quedó atrás, el perdedor que quiere revivir sus glorias del instituto, pero que finalmente acaba siendo un alcohólico hinchado y triste que se pasa el día dando vueltas por los bares de Nueva Jersey, buscando pelea.