Authors: José Luis Sampedro
Y también los susurros, palabras de vez en cuando, tú ofreciéndome la libertad, ¡tonto!, ¿para qué quiero yo la libertad?, aunque me hagas libre seguiré siendo tu esclava, ofreciéndome una esmeralda recién llegada, ¿para qué quiero la esmeralda salvo para que tú la lleves en mi dedo si quieres exhibirme?, no quiero riquezas, ninguna bastaría para comprarte a ti, único bien que quiero, curioso que conocieses a Astafernes, la esmeralda me ha recordado su lapislázuli, que incluso llegases a pensar en él para usar Armenia como ahora planeas con Palmira, hasta conocías la intriga con Tirádates, ¡qué vueltas da la vida!, uniéndonos también por ese lazo, pero ¿qué más lazo que abrazarnos?, ¿y me has preguntado esta mañana si me aburría?, yo no me aburro nunca, ¿cómo es posible aburrirse estando viva?, además tú eres un espectáculo, tu información del mundo entero, un águila dominando montes y valles, tu elección de las presas, tu audacia para lanzarte, me llenas de asombro, y luego no me creo que me escuches mis pequeñas palabras, que soportes esas visitas indignas de tu tiempo, esos clientes pedigüeños, que pienses en el regalo que me esperaba en la torre, llegado en un navío mientras nos abrazábamos, ¡qué túnica voluptuosa!, del otro lado del mundo, el país de Seresh, tan lejos que ni tu ambición piensa en abarcarlo, mi cuerpo había olvidado lo que es la seda desde que Vesterico me sacó de Astafernes, aquel sibarita la usaba, me regaló un pañuelo, acariciaba mi carne con él, un tacto olvidado, ¡qué gozo recobrarlo hoy!, qué túnica voluptuosa, sorpresa para Ushait, para Nebet, «qué lino tan firme y tan fino, tan pesado», tuve que explicarles, no se podían creer que fuese obra de gusanos, Astafernes me lo explicó, me ayudaron a ponérmela, desnuda alcé los brazos para recibirla por la cabeza, ¡cómo resbaló sobre mi cuerpo!, ¡qué completa caricia!, ¡qué túnica de agua, de manos, de labios!, electrizaba mi piel, me miré en el espejo de hidrargirio, me veía casi toda de una vez, otro asombro para Nebet el espejo, qué caída de la tela, otra piel sobre la mía, suelta y viva, no debería importarme pero es que me hace hermosa para ti, Ahram, voy a esperarte con ella, no vengas muy tarde, qué dos regalos hoy, la túnica y Nebet, otra intuición de Krito, qué muchacha, cuando llegué ya eran amigas ella y Ushait, no es bonita, su cuerpo es aldeano, pesado y de piernas cortas, más bien chata, pelo negro magnífico, eso sí, pero sosiega su presencia hasta ignorándola, encarna la calma como Bashir, por cierto no le veo estos días, «se ha quedado en Tanuris», explica Ushait, en verdad este ir y venir ya no es para su edad, y menos dada su amistad con Ahram, deberían relevarle, que descanse, Ushait me dice que no quiere, pero no le ocurre nada, Eulodia me recuerda a sus compañeras de religión, tan serena como Domicia aunque no su elegancia, claro, nos llevaremos bien, a Ushait le conviene una ayuda ahora que yo estoy en palacio, Eulodia no es feminera, pertenece a la iglesia del obispo Dionisio, como la mayoría, no son terroristas aunque los llamen así, más bien «africanos» como los del obispo Cipriano, quieren independencia frente a Roma, la liberación, esa idea interesa a Ahram, hablando con Soferis de cómo apoyarles, contactar con ellos. ¡Si no hubiesen matado a Roteph qué gran caudillo!, jefe digno de Ahram, ¡qué delicia esta tela!, me tiendo a esperarte, Nebet ha bajado dejándome sola, voy a llamarla Eulodia, dejándome en mi sitio.
Sí, éste es mi sitio, mi centro, mi abismo y mi cumbrera, el que adiviné, el que alcancé peregrinando, cuántos ensayos previos, como el ciego en su noche tanteando, tocaba una brasa y creía haber llegado al fuego, tan sólo eran umbrales, y cuántas cicatrices, horas desesperadas, prisiones y burdeles, golpes y humillaciones, adioses sin retorno que se llevan el alma, y el terrible morir de la inocente, la espada asesinando a mi pequeña, traspasándome a mí, eso no lo viviréis nunca los hombres, no sufriréis la destrucción de carne que fue tuya, te derraman tu sangre y sobrevives, por todo eso pasé desnuda y sola, hasta la certidumbre luminosa, el final de la noche por tu fuego, saber que éste es mi trono y es el tuyo, ya te siento a mi lado anticipadamente, aunque se hundiese el mundo aquí estarías, porque es como esta tarde, el aire fresco y húmedo, ha cesado la lluvia pero hay en la ventana un resplandor del faro, y a mi lado la dulce lamparilla para verte mejor cuando me abraces, acarician mis manos a mis pechos, pasan sobre mi vientre, mis flancos, la seda no se interpone: refuerza la sensación como si en mí tus manos, tu fuerza voluptuosa, el máximo regalo de la vida, los dioses no sienten así, imposible imaginar a una sirena vestida, no notaría nada, yo no notaba el agua hasta que me interesé por los terrestres, luego noté hasta el aire, no el viento sino el aire quieto, envolviéndome, y tú ya no dudas, no te perdono que hayas necesitado tu amuleto para creerme, pero lo importante es que me creas, ese mensaje de la mano de tu Ittara, mi Afrodita o quien sea, ¿por qué no me lo enseñaste antes?, me torturaba creerte dudando, suponiéndome embustera, eres cruel, no es eso, es tu reserva, miedo a comprometerte, sobre todo tu estar en otras cosas, seguro en otros terrenos pero no en el mío, el de la vida y el amor, distante de tus mujeres, en cambio sin vacilar cuando despachas, como esta mañana, los navíos, los aliados, los enemigos, la fuerza, sí, la fuerza porque no te mueve la riqueza, es el poder, para aumentarlo piensas hasta en los terroristas, te voy conociendo y así te quiero, no necesito idealizarte, yo también soy de carne, eres parcial, terco, rudo, arbitrario, desprecias la lectura aunque uses la palabra, «el mejor libro es la gente», dices, tus sentimientos aplastados por la acción, en cambio ellos son mi campo, el de la vida: emoción antes que nada, y no es que tú no vivas, ¡al contrario: la vida eres tú!, pero no te das cuenta, la encarnas sin gozarla, la ejerces sin paladearla, tu carne goza pero sólo ella, no te llega el placer hasta el alma, tu orgasmo es sólo un deseo satisfecho, el Vértigo que a mí me anega en ti es Poder, Potencia como tú dices, para mí es la Vida, la que a diario sólo vivimos muy de lejos, borrosamente, en el Vértigo me baño en la misma fuente, en la Vida Total, Absoluta, así la Gran Diosa Madre que sólo conocemos a través de las diosas pequeñas, Ittara, Tanit, Ashtarté, Afrodita, con la vida es igual, sólo vivimos sus ecos pero en el Vértigo es Ella, la Suprema, la raíz del mundo insospechada por los dioses, tú en eso eres un dios, acabarás comprendiéndome, sé que tardarás pero te enseñaré, ¡eres tan testarudo, tan seguro en lo tuyo!, aún no me comprendes aunque me creas, aún me preguntas por qué renuncié a ser inmortal, por eso, tonto, por vivir la Vida, cuando ayer me llevaste al Museo, niño feliz con los técnicos, Dagumpah enseñándonos las clepsidras, los perfectos relojes de agua que usaba Claudio Ptolomeo para sus cálculos, estaban cambiando la pieza, ¿recuerdas?, la del agujerito regulador de la caída del agua, desgastada por el roce, sin embargo era diorita, la durísima roca eterna en las estatuas de los templos, la había desgastado el agua blanda, pero más aún el tiempo, todo se lo lleva, eso es estar vivo, sentir el tiempo, ¡qué claro lo entendí cuando me asaltó de golpe!, allí en el santuario, me arrebató en sus brazos y ya no me ha soltado, brazos como la tela de mi túnica, como el agua que desgasta la piedra, suaves pero implacables, atrayentes como ese electrón que frotaban tus físicos en el Museo y atraía trocitos de papiro, ¡el tiempo es la vida y no la eternidad!, ¿quisieras ser inmortal?, ¿te gustaría luchar perpetuamente contra Roma?, el tiempo nos hace como somos, amamos tanto porque nos arrastra, para olvidarnos de él, en la desesperanza de ir deshaciéndonos, nos agarramos al ancla del amor, pero el cable se escurre, seguimos arrastrados y el alma se exaspera, gateamos con las manos sobre el cable, ¡y a veces podemos más que la corriente!, tan sólo unos instantes pero ese es el Momento, el Vértigo, como quieras llamarlo: eso es la vida, me llegará en tu cuerpo, en esos tendones, cordajes de falucho atrevido, tu casco, tu bauprés, corriendo contra el viento, ese viento del tiempo que abomba las velas, las tensa y acaricia, moviendo las cuadernas de tus costillas en el ansia, avanzando con brisa racheada, ya aprendo hasta tus marinerías, mis pescadores no eran tanto, solamente carne excitada o satisfecha, tú eres un mundo más, revelador de mi memoria, ¡cómo vibro cuando me sorprendes!, llegas por mi espalda, tus brazos me ciñen la cintura, tus manos se suben a mis pechos, tu virilidad contra mis nalgas, instalándose entre ellas, acelerando mi corazón, esperando que me dobles por el talle, me alces la túnica, me toques, aferres mi carne, me penetres mientras siento en mi nuca tu jadeo… cuando vivas eso, no cuando simplemente lo hagas, cuando te arrebate a ti también, entonces sentirás la diferencia entre un poco de vida y la Absoluta, entre la diosa menor y la Gran Madre, verás que es superior a tu poder, a tus obsesiones, al planeta en que mandas, amor tiene su luz: es una estrella, acabarás sabiéndolo, lo sabrá primero tu niño dentro, el de tu infancia, el que amaba a tu madre y ahora ha de amarme a mí de otra manera, ya te vas franqueando, hoy cuántas confidencias, te creen fenicio, cananeo, tú orgulloso de ser sabeo, creías que yo ignoraba lo de tu reina, las cristianas me hablaron de Salomón y sus amores, te alegró mi respuesta, contestaste orgulloso, el niño de tu adentro lo gritó, «de esa tierra soy yo, la de la hermosa Balkis», y añadiste, muy bajito, «ahora tú eres mi Balkis», ¡no pudiste decir nada más bello!, al fin he comprendido tu odio a Roma, escuchando tu historia, pero eso es poco para tu fuerza, vivirías mejor sin odio, tú eres más, me envuelves como mi nueva túnica, la piel que tú me has dado y con ella te espero, mientras llega la que me visten tus manos, para llevarme al Vértigo… Tu poder se ha enamorado y mi amor es poderoso: son uno como nosotros.
¿Sabes cuándo lo aprendí? Cuando asesinaron la barba de mi padre. Ahora que estás dormida te contesto, mi sirena, porque en la palabra me ganas, como Krito. Yo no te entiendo a veces, o sí te entiendo pero sé que no es así. ¿Por qué me reprochas mis planes de combate y mi hambre de poder? Mira, si tú no eres poderoso, otro mandará en ti: ésa es la verdad. Otro te humillará o te destruirá, te quitará tu dignidad y hasta tu hombría: ¡lo más grande del mundo!… Las mujeres no podéis comprenderlo, nacisteis para ser poseídas. Es así desde siempre. En cambio al hombre sometido le roban el alma. No me comprendes, pero ¿qué importa, si te doy lo que nadie y me das lo que ninguna? Nuestros cuerpos se entienden. Te lo confieso, ahora que no me oyes: cuando me hundo en ti me olvido del poder. De la hombría, del combate, de todo. ¿Sonríes? ¿Con qué estás soñando? ¿Acaso dormida oyes mi pensamiento? Como la sirena que eras. Pues gózalo en tu sueño, lo repito: me olvido de todo. Hasta de lo que soy me olvido en ti. Ya te lo dije antes, cuando volvíamos a abrazarnos.
Tienes que comprenderlo: sin poder no eres nadie. ¡Lo aprendí tan de golpe y tan de niño! Cuando asesinaron la barba de mi padre. Tú acariciabas la mía hace un momento. La gozabas en tu cuello. Hasta entre tus muslos; ya ves si olvido ser hombre. Yo nunca le había hecho eso a una mujer; era cosa de esclavos, de lesbianas. Pero contigo es tomarte de otro modo. Yo también amaba aquella barba en mi mejilla; la de mi padre. Primer recuerdo de mi piel, más fuerte que el de la teta de mi madre. Aquel pecho era tan suave como mi propia piel; la barba de mi padre era fuerza. Levantaba la manta de la puerta para entrar en nuestra tienda y se me acercaba como un gigante. Su voz recia frente a la de mi madre. Sonaba como el cuerno de carnero que congregaba a la tribu; la de mi madre era la flauta de nuestras danzas. Siempre les estoy viendo. Mi mundo era la tienda, dentro todo era eterno: las dos voces, el tapiz, los besos. Fuera todo cambiaba: las rocas, las arenas, el ganado que va y viene, el cielo que hiela o quema. El sol se iba y la luna venía. Todo girando alrededor de la tienda; dentro mi mundo siempre el mismo. Las barbas del gigante, las manos de mi madre. El gigante levantándome hasta el cielo antes de sentarme en su hombro; yo sentía su barba en mis muslos desnudos. Luego me dejaba resbalar despacio y la barba rozaba mi mejilla. Era la firmeza, me hacía invulnerable. No lo creerás, pero yo me daba cuenta. Cuando asesinaron aquella barba, me alcanzó de golpe la inseguridad.
Porque la degollaron. Aquella tarde grabada a fuego en mí: un niño de cinco años. La degollaron ante mi vista. Delante de la esposa, brutalmente sujeta por dos hombres, una mano tapándole la boca. Pero no sus ojos, para que se llenaran de horror. Mujer recién violada viendo morir a su hombre. Dos monstruos le sujetaban. Otro con casco empenachado se le acercó por detrás. Una de sus manos puso la espada por delante; la otra agarró la barba para forzar hacia atrás la cabeza. Así fue, la agarró para presentar el cuello a la espada. No lloré; aquello pedía más que el llanto. Si hubiese llorado las lágrimas hubieran hervido en mis ojos ardiendo… Su vida se desparramó en sangre. Mi madre forcejeaba impotente. Dos manos me cogieron a mí. Yo era sólo ojos: mirar y no olvidar. Aun ahora lo veo con el horror de entonces. Sin haberlo sufrido no se puede saber de la vida…
Pasaron a cuchillo a nuestro grupo. Supongo que habría gritos, lucha, muertos y muertos, jinetes derribando tiendas, incendiándolas, animales en fuga… Pero yo sólo veo la barba ensangrentada, los ojos sin mirada, la espada, los alaridos de mujer y el casco empenachado. Las manos que me agarraban me lanzaron a las del casco, que me alzaron. Como hacía mi padre pero al revés, porque me vi sobre un enano. Le escupí desde arriba y se rió. Al bajarme me rozó su cara, pero en vez de barba sentí el bronce de las carrilleras. Hablaron en su lengua. No la entendía, pero sé lo que dijo: «A éste dejadle vivo; ya ha aprendido la lección. Ya conoce el poder de Roma». Sí, la aprendí, sé lo que es. Lo más odioso del mundo. Más tarde supe de Aníbal niño, jurando odio eterno a los romanos. No lo haría con tanta rabia como yo, que no me dormiré en ninguna Capua. ¿Por qué nos destruyeron, de qué éramos culpables? Pastores nómadas, como fuimos siempre. Pero no les hacía falta un porqué, el poder no necesita razones: eso aprendí. Dice Krito que el tiempo es un río hacia el mar de la muerte y ahora me dices tú que el tiempo es la vida misma, que de él y en él vivimos, que resistirle en derrota es nuestra dignidad. Pero no es la vida: el tiempo es la muerte…
Yo sueño lo mismo más de una noche: de una ciudad ha partido hace años un guerrero. Todo en el sueño es negro, la ciudad y el desierto y el guerrero, con casco negro y espada que no brilla. En el casco dos huecos, pero no se ven los ojos. Avanza despacio pero sin descanso. Sé que me alcanzará. Le veré llegar sin miedo; y si antes siento que me debilito demasiado correré yo hacia él. Ése es el único poder que acato; ninguno más ha de oprimirme.