Authors: José Luis Sampedro
Por fin se retira el prefecto, hombre tratable, quiere hacer negocios. Por supuesto aprovecharse del cargo que le han dado, como todos, hace bien, para lo que les va a durar. Jurista, se podrá negociar con él, cuestión de cifras, rechazaba ser acompañado hasta el pórtico, pero si no va uno se enfadan. Le ha impresionado Glauka, ¡qué hermosa bajando la escalera!, ¡cómo se adapta a estas ocasiones!, sus cabellos favorecidos por el color del vestido. ¡Qué porte, qué dignidad!, una reina. Lo que es de verdad, lo que somos sin que nos lo llamen, no nos hace falta basta con un rey en el nuevo imperio, Odenato.
Cada vez resulta mejor esta fiesta. Mi cumpleaños, ¡qué risa!, cualquiera sabe en qué día nací. Ni casi en qué año. Bueno, cerca de sesenta, digo cincuenta y nueve para seguir la cuenta. Los nómadas somos libres. No tenemos Casa de la Vida, ni escribas ni registros. Tengo los años de mi fuerza y Glauka me ha dado más. Puse este día por haber nacido Malki. Y el año por lo del cometa, una fecha favorable según los astrólogos. Malki sí está registrado. ¡Qué estirón dio últimamente, va a ser un muchacho espléndido! Sinuit está muy guapa también, más madura. Sí, ha madurado. Se parece a su madre cada vez más… ¡Si su padre Belgaddar pudiese verme ahora!, ya no soy el galeote huido que logró salvarle su buque mercante. Su biznieto será un príncipe quizás. En todo caso será poderoso. Roma se desmorona: emperadores peleándose por todas partes. El día menos pensado surge otro, como Ingenuo y Regaliano o como Póstumo. Disputándose los despojos. ¿Y Firmus, qué piensa? ¿Será verdadera su nueva ambición política o es un truco de negocios? Le ganaré, como le gané en la mar; ya no se le ocurre hacerse naviero. Se concentra en las cosechas, los monopolios. Veremos lo que dura. Se apoya en los sacerdotes. Como mi yerno. ¿Para qué quiere ese nombramiento de Alto Protector de Serapis en Canope? Está muy ligado a ese templo. Bueno, así me cubre ese flanco clerical, donde no me pueden ver. ¡Diablos! ¿Y si él tampoco me puede ver? Nos enteraremos, que se ande con ojo.
Ha estado todo bien, felicitaré a Hermonio. Claro que detrás está Soferis. Buena música y mejores atracciones. Esa arpista de Tanuris, Marsia, excelente, Claudino pensando en comprarla. Tengo un buen equipo. La información funciona cada vez mejor y los científicos también. Habrá que ver ese mineral que dice Filópator puede casi deshilacharse. Sería una suerte porque una piedra no arde. Puede servir para muchas cosas. Pero no hay que precipitarse. Aún queda tarea larga por hacer. Es preciso asegurarse de que Persia no será fuerte cuando demos el golpe. Odenato asegurará esa frontera. A ver qué noticias trae mi enviado a Armenia. Allí el dominio persa es muy precario, pero tampoco Roma consigue avanzar más allá desde su base en Trapezus.
Al pueblo le han llegado bastantes bebidas y monedas. Los invitados salen contentos. Siempre alguno hace el imbécil. Ese Tiriano trayendo a su mujer con el querido. Que haga en su casa lo que quiera. Pues se ha quedado por eso sin el contrato de urbanización de Taposiris. ¡Como no se lo financie Firmus! Y no en esas playas. No quiero tratos con gente así. En cambio Claudius ha estado discretísimo. Sus canciones han arrebatado. No es para tanto, pero la Juventud pone a los cantantes por las nubes. Me hubiera gustado poder escuchar la conversación con el prefecto, pero hay que atender a todos. Defendía bastante bien la situación política y hacía promesas sensatas. Tiene razón, la seguridad urbana no se resuelve sólo con los matones de Niterokes. Pero que no se haga ilusiones; tampoco se va a arreglar con sus legionarios; falla toda la seguridad del imperio.
Había hermosas mujeres, y hasta las griegas y romanas vienen ya medio desnudas en sus gasas transparentes, como las egipcias. Hasta al gran rabino se le saltaban los ojos mirándolas, ¡tiene gracia! Es de agradecer que haya venido, con los manejos que se traen acerca del combustible del faro, a ver si me quitan la concesión y se la quedan ellos. Han hablado ya con el prefecto, porque me ha hecho una insinuación. Pero en buen tono. En cambio me parece que va a exigir más barcos en esta campaña. Los piratas atacan las líneas comerciales y necesitan muchas trirremes para defenderlo todo. Será cuestión de discutirlo. Si exige demasiado iré a Roma a ver al emperador, con el apoyo de Odenato. Ahora Roma no puede negarle nada. Pero tampoco quiero dar la sensación de que entre Palmira y yo hay todo lo que hay. Ni de que necesito a Odenato para nada.
Ha asombrado mi anuncio de que tendré a Odenato y Zenobia en mi casa, camino de Roma. ¡Un rey en Alejandría, en casa de un naviero! No se ve todos los días. Claro que lo presento como puramente comercial: mis barcos prolongan sus caravanas y a la inversa. Todos asombrados, aunque algunos lo sabían. Mientras no sepan más no me importa. Habrá que explotar esa visita. El prefecto preferiría alojarles en su palacio; seguro que se ha apresurado a invitar a Odenato. Pero todo lo más aceptará un banquete. En Oriente todo ha cambiado ya: la fuerza no es Persia ni Roma sino Palmira y mis barcos. Cuando estemos preparados del todo… ¡ah!
Krito llegó antes de que se marchara el prefecto. Ciertamente cuando me hace falta no me falla. Y estaba impecable; se había cambiado, porque antes de a la fiesta le vi salir vestido para ir a Rhakotis. Estaba encantador: sereno y relajado. Un verdadero estudioso tratando de temas jurídicos. El prefecto sorprendido. Todo perfecto; ningún incidente serio; sólo esos borrachos de siempre que hay que poner en el pórtico y llamar a sus asneros, o llevarlos a sus casas. Claro que aún queda lo más comprometido: la fiesta en los salones de abajo, y en la cripta. Se sueltan todos el pelo. Aunque también es menos gente y de más calidad. Se ha quedado hasta el navarca, yo creí que se iría acompañando al prefecto. Y acompañando al navarca, también nuevo como el prefecto, ha vuelto aquella Clea, ¡qué cosas! Hablaba con Krito muy animada. ¿Cuándo se marchó de Alejandría? Fue antes de la derrota de Valeriano. Krito insistía en que ella se dedicaba a manejos políticos, lo recuerdo. Nunca pudimos confirmarlo; sus líos amorosos sí, pero eso… Creo que se divorció del estratega aquel o quien fuera. O la repudió él, si acabó enterándose de sus líos. Esa charla con Krito, como si quisiera seducirle. ¡A buena parte va! Ya me lo contará él.
Cinco años ya que vi a Glauka, heroica frente al perro. Ahora Tijón la adora. ¿Y quién no? Perfecta; todo el mundo la admira. Me la envidian. ¡Y eso que no saben lo mejor! Sólo le falta un poco de… De ambición, eso es… Cinco años y el mundo ha dado la vuelta. Mi plan empieza a estar maduro. Después sí, amor mío; en cuanto termine mi tarea el poder no será tu rival. Descansaré en tu pecho, seré solamente tuyo. Déjame terminar mi trabajo: ¡entonces, entonces verás! Porque ya no falta mucho y aún seré todavía el hombre que te incendia toda.
Glauka se retiró muy tarde, dejando a Ahram con los últimos trasnochadores. Pero no hace mucho que cerró los ojos cuando le despiertan sus pasos. Hasta dormida los conoce.
Le ve llegar sigiloso, diluida su silueta en la ceniza rosa del amanecer. Al verla despierta se inclina y la besa:
—Descansa, estarás fatigada. Ya se acabó.
—¿Y tú?
—Voy a hacer la ronda.
«La ronda; siempre en pie de guerra mi hombre» piensa ella mirándole amorosamente.
—Te acompaño, aunque estaré despeinada… ¿Irás luego al puertito?
—Tu pelo es hermoso siempre —responde eludiendo la pregunta—. Bien. Vamos a ver lo que ha dejado esa gente —sonríe lobuno.
—Tus peces en la red —sonríe ella también— Vamos. ¿Sin problemas?
—Lo de siempre. Algunas roturas, varios con el vino pesado… Faltaba una bailarina cuando se retiraron todas. Ya aparecerá, si no se la ha llevado algún personaje. Hermonio asegura que no.
—Me fío de Hermonio.
—Y yo. Empecemos por el parque.
Recorren las estancias de los escribas, a estas horas desiertas y ordenadas. Cruzan otras de recepción y salen al parque por la escalera lateral. Les espera Soferis, acompañado del mayordomo y un par de sirvientes.
—¿No te has acostado, Soferis?
—También me divierte esto, jefe.
Hermonio informa. Los invitados a la mera recepción se han divertido bastante juiciosamente. Han dejado la basura de costumbre, han tronchado una joven palma real, han rociado de vino el Hermes de la glorieta y se han cagado en la taza del surtidor, aparte de las vomitonas esperables. Lo único llamativo son las manchas de sangre en un banco.
—Riñeron dos —afirma uno de los siervos, que figuró como invitado, pero pertenece en realidad al servicio de seguridad, para proteger a las personas y las joyas—. Les separé y uno sangraba de un puñetazo en la nariz.
—Bueno —ataja Ahram—, si eso es todo me voy a ver ahí dentro, donde todavía quedarán algunos.
—Unos cuantos —sonríe el mayordomo disponiéndose a acompañarle, con Soferis y Glauka. En el interior encuentran a otros dos empleados de seguridad, con ropas de comerciantes sirios.
—No conozco a estos siervos —comenta ella, para ser oída sólo de Ahram.
—Los alquilo a propósito —contesta en el mismo tono—. Es la manera de difundir por toda Alejandría la corrupción de las personalidades. Estos criados lo cuentan todo. Hay dos que vienen siempre porque me consta que tienen amigos panfleteros. Así aseguro la publicidad.
Glauka ya no se extraña de las fiestas dadas por Ahram. Al principio las creía inútiles; le fatigaban, le quitaban tiempo y no añadían nada a su renombre. Ahram la convenció. No las ofrecía para su propio prestigio, sino para el desprestigio de los romanos importantes. Quería difundir la noticia de sus vicios y torpezas. «Quiero convertirles en cerdos ante el pueblo», dijo. «Lo malo —reconoció— es que hay gente ante la que esa conducta provoca admiración. Pero, en conjunto, es útil desenmascarar a las autoridades. »
Llegan al gran salón. Los aromas exteriores del parque y el glorioso piar de los pájaros se convierte allí dentro en una atmósfera pesada, humosa por las lámparas todavía encendidas, apestando a flores ya marchitas y a sudor y restos de manjares.
—¿Cómo está el vomitorium? —pregunta Ahram, señalando a una puerta.
—Ya lo han limpiado —aclara Soferis.
Alzan algunas cortinas y al entrar la luz exterior se aprecia mejor el desorden: como tras un vendaval de locura. Mesitas volcadas, candelabros por el suelo, apagados ya pero después de haber producido quemaduras en los tapices, guirnaldas y flores pisoteadas, una vomitona de alguien que no llegó a tiempo al sitio adecuado, vino derramado, una cortina arrancada y medio colgando. Y, en medio de aquel caos, algunos cuerpos humanos con ropas manchadas o desnudos. Uno ronca sonoramente; otros yacen en un sopor ebrio, con los ojos medio abiertos. La esposa de Tiriano duerme desnuda sobre un triclinio.
—¿No está su amigo? —se extraña Ahram, que conoce la ausencia del esposo porque le despidió él mismo.
Uno de los empleados de seguridad explica, algo confuso:
—Se encaprichó conmigo y tuve que acabar tirándomela cuando todos se animaron. El amigo se enfadó y se marchó irritado.
—No estabas aquí para eso —reprocha Ahram secamente.
—Fue imposible evitarlo, señor. Llegó a ordenármelo el estratega, incitado por ella. De resistirme no hubiese yo parecido un invitado.
Ahram calla pero toma nota mental para evitar a ese hombre en un futuro servicio, aun admitiendo que se viese forzado. Quizás el estratega obró además de mala fe, porque meses atrás había pretendido los favores de la dama sin conseguirlos.
Dos efebos de la escolta del gimnasiarca, que impuso su admisión pues en principio no acceden a esas fiestas, duermen angelicalmente uno en brazos del otro. Otras dos parejas, una de distintos sexos y otra del mismo, aparecen igualmente abrazadas. Pero lo más interesante para Ahram es ver a dos hombres maduros, muy desvestidos, uno de los cuales reposa su cabeza entre los muslos de una mujer, con la boca cerca del sexo femenino. El otro abraza a su compañero por la espalda, en posición muy reveladora.
—¡Qué barbaridad! —finge escandalizarse Ahram, para llamar mejor la atención de los presentes—. ¡El navarca y el archidikasta! ¡El gran almirante de la flota y el primer magistrado! Nunca lo hubiera pensado.
—Fue por el juego —aclara el de seguridad que ya intervino—. Empezaron a jugarse a los dados las prendas para llegar al desnudo y crecieron las apuestas. Estos se jugaron sus culos y perdió el navarca. Ese juego está de moda en Roma.
Ahram le estimula con la mirada a que hable y el hombre continúa alegrillo aunque, consciente de su profesión, sólo bebió el mínimo necesario para no resultar sospechoso.
—… El almirante se quejaba, pero aguantó valeroso las embestidas por la popa. De lo que no se había dado cuenta es de que el magistrado había jugado con los dados cargados.
Una historia ideal, se regocija Ahram. Se repetirá por todas partes y se escribirán ingeniosos epigramas. La Marina y la Justicia; además ambos romanos. Ideal. Pero finge sentimientos contrarios.
—Hermonio —ordena severamente—, cuídate de que se les vista y de que sean llevados discretamente a sus casas.
En ese momento algo se mueve rápidamente por el suelo, con extraños sonidos que por un momento alarman a Glauka. Es el cerdito del cantante, que desaparece por otra puerta. Ahram, riendo, ordena que se lo devuelvan a Claudius.
Vistos los salones, Ahram se dirige a las escaleras que conducen a la cripta, ordenando a los de seguridad que permanezcan arriba. Ahí se habrá desarrollado lo más tumultuoso de la noche, incluido el espectáculo erótico al que aludía el enterado de la plebe, reservado a los privilegiados dispuestos a todo. Quizás por eso, por tratarse de profesionales de la orgía, o de aficionados tan capaces como ellos no se encuentran abajo sorpresas. Quedan, sí, un par de travestidos y una muchacha de las contratadas con quienes departe tranquilamente la famosa señora Dofinia, dueña del lupanar más selecto de Alejandría, a cuyos servicios recurre en estos casos Ahram para que se encargue de animar la cripta con su personal. La mujer inclina sus gorduras frente a quienes descienden por la escalera y luego yergue su bien peinada cabeza. En su rostro redondo, terso y maquillado, sonríen unos ojos tranquilos y astutos a un tiempo. La dama es la imagen misma de la respetabilidad y ni ella ni quienes le acompañan —los tres se han puesto de pie para retirarse escaleras arriba después de saludar— muestran signos de embriaguez. Glauka admira el elegante drapeado de la túnica que viste la dama, hábilmente concebida para disimular su obesidad.