Authors: José Luis Sampedro
—¡Qué cara de atravesado! —comenta un egipcio del muelle.
—Porque abomina de tanta corrupción y de tanto pecado —defiende iracundo uno que por el gorro y los rizos que de él se escapan muestra ser correligionario del rabí.
—Verdad que es mucho lujo, pero Ahram da de comer a medio puerto y es amigo de los pescadores.
—¡Para lujos ésos, que lo gastan bien! —tercia otra voz.
Son beduinos nabateos en corceles magníficos como se ven pocos en Egipto, escoltados por servidores que arrojan al pasar unas monedas. Sus tierras son desiertos, pero bajo la arena se encuentra la gran riqueza incrustada en la roca: los famosos rubíes. Viajan siempre con gran séquito, dan espléndidas propinas y son muy populares, aunque no se mezclan con nadie. Les siguen dos literas recibidas con murmullos de protesta y algún silbido, que ellos ignoran desde la seguridad de sus vehículos.
—¿Cómo se atreverán ésos?
—Son navieros, hombre. Los rodios.
—Por eso, nuestros enemigos de siempre. Aliados de los piratas.
—Al revés, los combatieron. Y además Rodas ya no es lo que era. Ahora el mar es de Alejandría. De Ahram.
—Y de Roma.
—Por ahora. Cada dos por tres un emperador y a veces más de uno, como el año aquel de los seis emperadores. Roma pierde fuerza.
—¡Dejaos de política! ¿Qué nos importa a nosotros? —ataja la mujer que ha hablado, temerosa, además de que algún escucha pueda andar cerca—. ¡Mirad, mirad la Corintia, con su mozo de ahora! ¡Eso es lujo y hermosura!
La hembra aludida es verdaderamente espléndida y la realza más el resplandor de las antorchas que la escoltan, haciendo relampaguear sus joyas e iluminando su belleza, ya no joven pero hábilmente conservada. Viste además, como las mejores establecidas de su profesión, una túnica de la carísima gasa de Cos, prácticamente transparente. A su lado un Adonis moreno, veinte años más joven, lanza a la gente miradas jactanciosas.
—¿Pero ésa no llegó a casarse con Demetrios el agoránomo?
—Estás atrasado, como siempre. Los hombres no os enteráis de nada. ¡Pues pocos epigramas han aparecido en los muros sobre su divorcio! Aún quedan algunos sin borrar y me los ha leído nuestro chico. Esa gente rica se casa y se descasa como los demás nos mudamos de sábana.
—Y a lo mejor actúa ella al final de la fiesta —tercia otro espectador.
—¿Por qué al final?
—Dicen que representa cuadros eróticos en vivo y muy calientes. En una cripta bajo la sala del banquete y sólo para los elegidos que se quedan los últimos. ¿No visteis pasar a Dulciro el travestido? Es de los que reciben el puño cerrado.
—¿Se deja pegar? —pregunta la mujer de los epigramas.
—¡Se lo deja meter por el culo señora!
—¡Por Anubis, no es posible!
Algunos ríen ante tanto candor.
—¿Os venís a tomar unas copas y luego volvemos a ver la salida? Es cuando esa gente está más graciosa. A algunos los tienen que sacar borrachos.
—No, yo me voy a dormir.
Todavía siguen llegando algunos retrasados pero pronto la trompeta en el parque anuncia el comienzo del banquete en los salones, llamando así a quienes tienen acceso a las mesas. Todos los demás, invitados solamente a la recepción previa, continúan en los jardines disfrutando de los manjares y bebidas, de la tibieza de la noche y de las conversaciones y amistades nuevas que pueden establecer en ese ambiente, hasta que el reparto final de monedas y viandas les hagan estallar en aclamaciones a la generosidad del Navegante y a la belleza de su compañera.
Fuera, los espectadores callejeros dispuestos a no perderse nada se recuestan en tierra a la orilla del camino o pasean en espera de presenciar la salida de los notables alejandrinos. Hay quienes beben de los odres o jarras llevados a propósito, consumiendo las golosinas ofrecidas por avispados vendedores ambulantes. Algunos consiguen formar ocasionales parejas que se escurren hacia la orilla más lejana de la isla, allá por donde se perdió Krito con Acilio y donde la luz del faro se estrella contra las rocas y deja arenas en sombra.
«¿Qué haces ahí parada como una tonta, Eulodia? Vete a la torre y tráeme al instante la malaquita, que no la encuentro!… ¡Ah! ¿La tienes tú?, no estoy nerviosa pero la gente está llegando ya y pronto pasarán a palacio, he de estar en la puerta con Ahram para recibir, vamos retrasadas, claro, mientras yo tomaba mi baño tú te has distraído mirándote en el espejo, te fascina como a mí cuando me lo regaló, no te has acostumbrado a verlo en estos cinco años, no pongas esa cara de angustia, no voy a regañarte, ya sabes que me tienes muy contenta, eso, ahora sí que has de estar serena, pulso, pulso para trazarme el verde en los párpados, ten en cuenta que es polvo de malaquita, no te rías, ya sé que su precio no es nada para Ahram, pero yo soy así, me cuesta trabajo ataviarme tanto, hoy no tengo más remedio…»
Ahram me ha mandado arreglarme para agradar, sobre todo al prefecto y al navarca, los recién llegados, a ti tampoco te gustan las galas, ya lo sé, Eulodia, por eso nos entendemos, fue una suerte que aquella noche te encontrase Krito, como si hubiese adivinado que a poco iba a morir Ushait, quizás lo adivinó, Krito es muy capaz, ¡qué buena mujer!, seguía adorando a Ahram, sin celos de mí, deseando que yo le hiciese feliz, ¡cuántos sucesos en estos años!, el quinto cumpleaños al que asisto, qué nerviosa en el primero, Ahram me presentaba, él en cambio hoy como nunca, los éxitos de Odenato son los suyos, él los anticipó. ¡Cuántas cosas! ¡Hasta Krito acabó enseñándome su cubil!, una celda, como la del diácono cristiano a la que me llevó Domicia en vez de aquella cruz había volúmenes y papiros, templos de la palabra, ¿acaso adivinó la muerte de Ushait?, ¿sospechará quizás que fui sirena?, ¡imposible!, no es leal ocultárselo, a mi más que amigo, maestro, pero Ahram quiere el secreto, no desconfía de Krito pero sí de sus escapadas, de esas amistades raras, por desgracia, ¿por qué digo por desgracia? curioso: así lo dijo Ahram de Krito la primera vez que me llevó al puertito, ahora lo he dicho yo, no lo pienso en el fondo pero lo he dicho, no es desgracia puesto que es su vida, cómo nos hemos acercado Ahram y yo en estos años, ¡qué favor me hizo Amoptis comprándome!, y fue sólo para cortarme el pelo, para ofrecerlo a mi señora, la pobre ha envejecido, los dos abortos la han dañado, y la conducta de Neferhotep, me da pena, me lo relata Bashir, que lo sabe por Tenuset, me di cuenta la última vez en Tanuris, no hace un mes, en cambio Malki un muchacho, ¡qué alto y fuerte el que era mi niñito! ¡qué orgulloso montando el camellito hijo de Al-Lat!, a su lado, en la camella, Bashir, orgulloso del discípulo, «tiene madera de camellero», acariciando a su Al-Lat, «seguramente su última cría, ya va estando vieja», ¡qué estampa la de Malki!, y Ahram resplandeciente aunque lo quiera marino, ¡cuántas cosas!, y las debo a que Amoptis vio mi pelo, no, se las debo al destino, a la Diosa Madre, a la Vida, querían ofrecerle a Ahram otra estrella, él me lo dice, Krito el lucero de la mañana, yo el de la tarde, el definitivo y más hermoso, los dos en esta medalla que llevo escondida bajo el disco de oro, igual que la suya, su mejor regalo, pero a veces no escucha a sus estrellas, no nos escucha, el poder le embriaga, su buena suerte le absorbe, en estos años de catástrofe imperial siempre para él buenas noticias, las malas fueron pocas y menores, los godos empezaron ya en el Ponto a construir naves, apresaron algunas de Ahram, pero no le preocupó, ¡qué muerte la de Vesterico!, lloré cuando me la contó Artabo, a su manera me quiso, pero fue digna de él, su barco sólo contra cuatro trirremes imperiales, al final las dejó abordarle mientras destrozaba él mismo su casco para hundirse deprisa, arrastró a dos naves, no le cogieron vivo Ahram puede hacer frente a esos piratas, y en tierra cuenta con Odenato, sus caballos y camellos ligeros vencieron a Shapur, ¡qué contento se puso Ahram por haberlo previsto!, derrotó también a Quietus cuando éste se proclamó emperador en Emesa, salvó el trono para Galieno, que le ha nombrado gobernador romano de Oriente, ahora va a venir a Alejandría de paso para Roma, Ahram está feliz, se alojará aquí, ¡qué triunfo para mi hombre!, vendrá Zenobia, ¡qué poco habla Ahram de ella!, pero piensa más de lo que calla, le deslumbró en Palmira entonces, menos mal que no ha vuelto a verla, tengo ganas y miedo de encontrarla, ¿por qué miedo?, después de cinco años estoy segura de Ahram, ¿qué me importa que a veces vaya al gineceo?, también goza con otras fuera, supongo que también en sus viajes, pero nada ha cambiado al estar juntos, sigo viviendo el Vértigo, ¿llegaría a acostarse con Zenobia cuando negoció con ellos?, hubiera sido peligroso por Odenato, ¡como si el peligro disuadiese a Ahram!, veremos cómo es Zenobia, a mí no me engañará, soy tan mujer como ella y hasta más, para algo fui sirena, y no me ciega el poder, en cambio ella obsesa del mando, incitando a Odenato, ¡ay, ya sonó la trompeta!, «tienes razón, Eulodia, no es la nuestra, es a lo lejos, el prefecto está entrando en el Heptastadio», pero en cuanto llegue tocan aquí, «tráeme el espejo, sí, han quedado bien, el izquierdo demasiado hacia la sien, ¡no, no lo toques, no hay tiempo!, ¿mezclaste bien la cera con la malaquita?, nada más horrible que cuando a la madrugada se descascarilla a veces el maquillaje, ya sé, ya sé, es cera de los oasis, déjalo así», los desiertos del sur dan la mejor cera, es curioso que cuando el desierto produce algo resulta mejor, más fuerte que lo mismo producido en el delta, como mi Ahram, hombre de los desiertos, aunque luego se hiciese a la mar, lo que yo daría porque ya hubiese pasado la fiesta y estuviéramos aquí los dos solos, te contaría otra historia mía, cómo te gusta escuchar mi vida, has de contarme más la tuya, no quiero ser yo sola, como esa reina tuya, la Balkis, tenía jóvenes narradores contándole fábulas todas las noches, sería un poco hombruna esa reina, perdía el tiempo como tú antes lo perdías, menos mal que te voy encarrilando, ¡el daño que hacen los dioses alejándonos de la vida!, bueno, ellos no, sus portavoces de aquí, los que dicen representarles, ahora están vociferando contra las costumbres, «¡no, esas sandalias no, mujer!, las otras, aquéllas, ¡si te lo dije antes!, las del medio talón de marfil y las correas de crin de león con las planas estoy muy bajita a su lado, él lo sabe y no le importa, pero hoy habrá muchas cotillas en la fiesta, luego nos sacan en los panfletos», de todas maneras saldremos en ellos, los sacerdotes de todas partes condenarán el lujo, los del Serapion son más tolerantes, además están agradecidos, los demás también reciben nuestros donativos pero tienen que atraerse a otra clientela, ahora salen con que la peste es castigo de los dioses, les ha dado por meterse además con los homosexuales, dicen que la peste se ceba más en ellos, tonterías, la peste es la de siempre, la vida tiene de todo, ¡como si los homosexuales fueran lo peor que hay en el mundo!, ¡como si no los hubiera en los templos!, ¿y cuál de los dioses será el que castiga?, ¿o se habrán puesto de acuerdo todos? Seth, Serapis, Jehová, Mithra, Cristo, ¿será por votación?, el único sensato hablando de los dioses es Krito, ahora por lo visto otro profeta en Roma, o un filósofo, no entendí bien lo que me dijo Krito, un tal Plotino, sus ideas le gustan al emperador, dicen que más aún a la emperatriz Salonina, quiere fundar la ciudad de Platonópolis, Krito se ríe de sus ideas dice que ese hombre primero escribe lo que imagina y después se lo cree porque lo ve escrito, ¡cuánto le debo a Krito en estos años!, nunca podré pagárselo ¡si pudiese saber lo que le ocurre! amigo incomparable desde la primera charla, en el banco de los delfines, aquella mañana casi de mi llegada aquí, ¡qué diferente de Ahram!, los dos polos del mundo, por eso se complementan y se oponen, se necesitan como yo las palabras de Krito, «ya no te hacen falta», me dijiste, estos días hará un año, se me heló la sangre, ¿cómo iba yo a pasar sin oírte? ¿pensaba desaparecer de mi vida?, y además tú sabías que no era cierto, puedes seguir enseñándome toda la vida, algo te ocurrió entonces, diste un vuelco por dentro, no he logrado saberlo, no quisiste confiarte, pero ¿acaso me he confiado yo a ti?, ¡ahora se me ocurre, lo pensé antes!, ¿fue que averiguaste mi origen marino y te dolió mi silencio?, ¿te duele todavía?, te lo diré pronto, Krito, te lo diré, perdóname si fue eso, no, sería otra cosa, ¡cuánto te debo!, gracias a ti conozco Alejandría de verdad, Ahram no tuvo nunca ocasiones de enseñármela, no descansa y ése es mi dolor, ¿tendrá tiempo alguna vez para mí?, es decir para él, tiempo para su vida, Krito espera que yo lo consiga, cuando Ahram me libertó, me quiso su esposa y no quise, Krito me dio la idea hablando de Pericles, «tú puedes ser la Aspasia de Ahram», su hetaira, como Aspasia, Phriné, tantas, su compañera, aunque no soy tan completa, no domino la danza y sólo un canto secreto que sólo mi amor escucha, el canto de las sirenas, pero a él no le importa, quiere mi compañía en otras cosas, le soy útil, ahora me da la razón, mejor que ser esposa, como hetaira asisto a los banquetes, estoy con él entre hombres, opino cuando está con los suyos, sobre todo en los ágapes para ellos solos, soy uno más, gracias a eso estamos más tiempo juntos, aunque él en esas ocasiones no me ve como mujer, obseso con sus planes, pero ese tiempo es nuestro, y me encanta el nombre: compañera, ¡qué hermoso es ser tu compañera, la de Ahram el Navegante!, «¡ay, ahora sí es nuestra trompeta! », ha llegado el prefecto, los del banquete van a entrar, ¿estará todo bien? Hermonio me juraba que sí, en el parque, en los salones altos, en los de abajo, en la cripta, «Eulodia, la túnica, esa de color turquesa, la misma seda que me regaló por primera vez, cuando Krito te trajo aquí, ¿recuerdas?»… «cinco años y cuántas cosas, el tiempo se lo lleva todo, hasta los recuerdos aunque se le resisten»… «¿estoy bien?, ¡mujer, no exageres!, a Ushait le hubiera gustado verme, ¿recuerdas el año pasado?, dame los collares», me hubiese gustado llevar el brazalete de Krito, ahí en el fondo de la mar al pie de la cueva, pero no he logrado volver a verlo en mis zambullidas, ¿se lo habrá llevado una antigua hermana mía?, pero nunca me encontré sirenas por aquí, ¿las aleja tanto barco, tanto desperdicio de la ciudad? ¿y para qué las quiero?, no me comprenderían «¿has sujetado bien los broches?, no quisiera perder estas perlas, sí, caen bien, he de gustar», pero a quien quiero gustar es a él, sobre todo a él, a nadie más que a él, ¡ah, y la cadenita en mi tobillo!, recuerdo de la ajorca, sigo siendo su esclava aunque me haya declarado liberta.