Authors: José Luis Sampedro
—Ave, Navegante. Puedes estar satisfecho. Tus invitados han gozado a gusto y no hay novedad desagradable.
—Es natural, estando todo en tus manos. Te lo agradezco, Dofinia; tampoco tú tendrás queja de mí… ¿Ha estado animado? ¿Has acogido a muchos?
—Bastantes, teniendo en cuenta que algunos no se atreven, pobrecillos… ¡y pobrecillas! Pero he tenido huéspedes ilustres.
—¿Como quién? —los ojos de Ahram brillan.
La dama se cerciora de que sólo escuchan Glauka, Soferis y Hermonio, pues si bien Ahram procura dar publicidad a lo ocurrido en la gran sala, en cambio la cripta la utiliza más hábilmente. No llega al chantaje, por supuesto, pero ofrece graciosamente el silencio y, tarde o temprano, sabe explotar esa discreción.
—El propio estratega, nada menos. Venía de arriba y contó riéndose el trucado juego de dados a costa del navarca. También el cosmeta encargado de los efebos y Legarion.
—¿El banquero? —pregunta sorprendido Ahram porque el sujeto es un socio de Firmus.
—El mismo. Y, señor, una mujer envuelta en una toga, para pasar por hombre gracias a la poca luz, pues llevaba además el cabello corto. Estuvo poco tiempo y no la vi engancharse con nadie; por lo visto sólo venía a pedirme para mañana a Victinio, mi mejor semental. No la reconocí… aunque me recordaba a alguien.
Antes de que Ahram se sienta contrariado, pues era una buena información, se oye una voz inesperada.
—Yo sí la conozco. Ave, amigos —y Krito aparece levantándose de un diván donde era un bulto inmóvil. Sonríe como siempre y resulta hasta elegante, a pesar de la movida noche.
—¿Has dormido aquí?
—¿Dónde mejor sino en mi mundo? Ah, pero hoy yo era ejemplar o, mejor dicho anti-ejemplar, pues fui la única persona casta de la reunión.
—¡Y yo! —dice Dofinia profesionalmente.
—No lo jures; alguna mano buscó la carne por entre los pliegues de tu ropa —acusa Krito provocando las risotadas de la mujer.
—¿Y quién era la dama? —interrumpe Ahram, cortando.
—Quizás la reconozcas tú también por esto —responde sosteniendo en alto un magnífico pendiente largo de oro, al estilo de Campania, sin piedras pero con un exquisito camafeo engastado—. Cuando ella hablaba con Dofinia se llevaba las manos a la oreja y debió de caérsele, pues lo encontré en el suelo. Yo estaba junto a ambas pero me creyeron dormido.
Ahram frunce el ceño intentando asociar a alguien con la joya, pero es Glauka quien acierta:
—¡Clea! ¡Recuerdo esos pendientes, me llamaron la atención! ¡Estaba arriba contigo, Krito, hablando muy animada!
—Por eso me recordaba a alguien, pero hace años ya, ¡y veo a tanta gente! —dice Dofinia.
—¿Se lo enviamos o esperamos a que lo reclame? —pregunta Soferis.
—No lo reclamará —asegura Dofinia—. Nunca lo hacen; les obligaría a reconocer cómo y dónde lo perdieron. Algunas hasta esconden el otro pendiente y acusan a una esclava de robo, para quedar bien ante sus maridos.
Ahram no dice nada y pregunta por la bailarina desaparecida. No le gusta el asunto; en la orgía alguien ha podido ser capaz hasta de arrojarla al mar. Un cadáver flotante no sería bueno para su imagen. Afortunadamente, cuando vuelven arriba y salen al parque, les comunican que ha sido hallada en un macizo de adelfas, atada con cinturones masculinos y amordazada. Se divirtieron brutalmente con ella, pero sin males graves. Ahram la indemniza, tras hacerle decir nombres y datos útiles para identificar a los autores.
Junto a la puerta Krito se despide para ir a su casa. Soferis se queda todavía disponiendo arreglos pendientes y Ahram retorna con Glauka a su alcoba en la Gran Casa. El sol, como un globo rojo descansando todavía sobre el horizonte marino, ha hecho apagar hace rato el faro, cuya cima se adorna con un lento penacho de humo. El día promete ser caluroso.
—¿Sigues pensando en el puertito? Han salido ya casi todas las barcas —comenta Glauka señalando a dos, posiblemente las últimas, que enfilan ya su proa hacia la mar abierta—. Hemos de darnos prisa.
Ahram le tiende los brazos desde el diván en que se ha sentado.
—No, amor mío. Ya bajé al puerto antes. Cuando te desperté volvía de allí. Psachys, el de la taberna, me dio muchos saludos para ti, mi reina.
—No me dijiste nada —se queja ella mimosamente, acudiendo a su lado.
—No te despertaste. Y yo quiero ir cuando aún no han salido. Que me vean todos sobrio, despejado, como siempre. Ahram da fiestas porque tiene que darlas. Porque así negocia luego mejor con los jerarcas y los ricachones, y puede crear más empresas y dar trabajo a más gente y ayudar a sus amigos. Pero Ahram no es un juerguista; no vive como la alta sociedad la que ignora el puertito. Sí, estuve allí y les llevé viandas, vino y cerveza. Que disfruten también ellos.
—Así te adoran, sinvergüenza.
—Sí, pero no porque les compro, sino porque estoy con ellos. Porque voy allí y ato un nudo ballestrinque como ellos. Y anuncio el tiempo mejor que ninguno.
—¿Mejor que yo? —continúan los mimos.
—No. ¿Cómo iba a hacerlo si nunca fui sirena?
—Pero eres un tritón.
Los besos les silencian. Pero Ahram continúa:
—¿Cómo estuvo todo?
—Muy bien, pienso. El nuevo cocinero es espléndido. Tuvieron mucho éxito los lechoncillos que parecían intactos y luego estaban rellenos de salchichas trufadas.
—¿Qué tal el prefecto? Anda, predíceme esa nube.
—Te entenderás mejor que con el otro. Algo fatuo, creyó que me impresionaba con sus referencias a la sociedad romana. Y miraba mucho hacia la bajada de la cripta; supongo que le habrían hablado y tenía ganas. Pero no se atrevió.
—Es la primera visita que nos hace. Si dura aquí acabará bajando. Y si no le mandaremos a casa lo que quiera.
—Cuidado, porque es susceptible. Y no es tonto.
—Bueno, veremos. Ya le he pedido una audiencia. Y ahora dime qué hacemos con esto.
En la mano levantada de Ahram se balancea el pendiente encontrado por Krito. A la luz del sol se aprecia mejor la fina ejecución del camafeo. Una joya discreta pero valiosa, para entendidos.
—Se lo enviaremos, supongo.
—Por supuesto —responde Ahram—. Pero sería una buena idea que se lo llevaras tú misma, como para hacer amistad. Krito siempre dijo que esa mujer tenía secretos y los datos del navarca son vitales para mí… ¿Qué te parece la idea? De mujer a mujer le resultará más delicada la devolución.
—Como quieras —y añade, pícara—: Pero ¿no serás tú el que tiene más interés en intimar con ella?
—Prefiero las mujeres de la mar. Me excitan más.
—¿De veras?
—Compruébalo ahora mismo.
Ella suspira, como si le costara un gran trabajo acceder a lo que está deseando. Aunque piensa en cuál de las bellas asistentes a la fiesta estará quizás pensando Ahram mientras la acaricia. ¿Qué importa, si ella está a solas con él, que va a llevarla a la cima? Pero se interpone en su mente otra figura.
—¿En quién piensas? —adivina Ahram mientras la conduce al lecho, sorprendiéndola y alegrándola con esa adivinación.
—En el aulista. El de la doble flauta.
—¿Qué aulista? No me fijé.
—Tocó sólo para nosotras, las mujeres, cuando nos retiramos dejándoos a vosotros con vuestras siervas y bailarinas… Ya sé que la música no es lo tuyo, pero aquel ciego fue asombroso. La doble flauta creaba melodías de otro mundo. Estando en medio de nosotras tocaba sólo para él o para alguien ausente y muy presente… Prométeme traerlo alguna otra vez, para mí.
—Preguntaré a Hermonio dónde le encontró.
—No; le encontró Krito. El propio aulista me lo dijo. Fue una sorpresa de Krito.
—¡Déjate de Krito y piensa ahora en nosotros! —corta Ahram con cierta aspereza.
—¿No me dejas ni desmaquillarme? Anoche caí rendida en la cama y no tuve tiempo.
—¡Me voy a comer hasta la malaquita!
Dofinia tiene clase; vino a saludarme después de liquidar sus honorarios con Ahram y nos entendimos en el acto, yo porque conozco su género, ella porque sabe mucho de mí, incluso demasiado, alguien la informa, algunos de esta casa van a la suya, claro, quizás Artabo, pero es muy leal y nada indiscreto, serán otros de más abajo, ¡Assurgal, naturalmente!, necesita informes para sus predicciones, aparte de los astros, y ella recoge cotilleos a espuertas, pero no los regala, exigirá otros a cambio, conozco muy bien ese tráfico, sí, seguramente Assurgal, he de advertir a Ahram, ¡que ya lo sabrá, porque lo sabe todo!
Algo también sacaría de mí, con su conocimiento de las gentes, no puedo parecer, ni aunque lo deseara, una hetaira encontrada virgen por Ahram, ha venido a estar a bien conmigo, pero también a explorarme, a ver si soy futura disponible, como los años pasados no bajé nunca a la cripta, ¿para qué si lo tengo todo visto?, venía también a sonsacarme, es lista, las pesca al vuelo, por eso tan en las alturas de su profesión, no vale cualquiera, también me hizo ofertas, muchos elogios de Victinio el semental, el solicitado por Clea, al preguntarle por esa mujer un gesto de ignorancia, «No es de las mías —dijo—, hoy me ha sorprendido, cuando estuvo aquí hace cinco años tenía ella sus historias, ya usted me entiende, señora, ella y unas pocas amigas, pero en sitio propio, nunca llegué a enterarme», ¿no se enteró o no me lo ha dicho?, y volvió al Victinio que a lo mejor chulea a Dofinia, y después dio la vuelta a la cosa, ver si yo sería propicia, ¡menuda ganga para ella poder meterme en otra cama!, el dinero y la influencia la hetaira de Ahram nada menos, sería discretísima seguro, pero me lo haría pagar, sin perjudicarme, no hay que matar al avestruz de los huevos de oro, tiene mucha clase, en cuanto vio que no hay nada que hacer pasé un buen rato, hablando ya como entre compañeras, porque le dije algo de mi pasado, lo acabaría sabiendo de todos modos, se puso ni servil ni aduladora, me ha hecho recordar luego mis meses en Bizancio, no fueron mis mejores tiempos pero los viví, la vida nunca es peor, es la vida, ella piensa lo mismo, de pronto me sorprendió, muchos le preguntan por mí, y mujeres también, por lo visto hace tiempo tengo intrigada a la ciudad, debí suponerlo pero ni se me ocurrió nunca, que me dejen en paz, al hablarle como igual me la he conquistado, a Ahram podrá venirle bien eso algún día, me hará favores a cambio de otros, en ese campo ningún hombre de Ahram podrá moverse como yo, además la mafia de esas señoras, seguro que contacta con todo el mundo, se traspasan las chicas, se recomiendan los clientes, ¡qué idea!, buscar una chica lista y situarla en el mejor burdel de Palmira, ¡qué fuente de información!, con lo que dicen los hombres en una cama, a lo mejor descubríamos algo de Zenobia, para Ahram la mujer perfecta, ni se le ocurre que la reina pueda ser otra cosa, estoy deseando su viaje, conocerles, aunque también lo temo, ya veremos.
Hay otros problemas, Sinuit quebrantada de salud, Ahram no se da cuenta, he hablado con ella pero no se me ha confiado, yo creía que al cabo de cinco años ya se habría acostumbrado a mi posición aquí, no he hecho más que favorecerla y demostrarle cariño, porque es verdad, se lo tengo, es la madre de Malki, una señora mejor que muchas, pero no acaba de aceptarme, parece como si yo hubiera seducido a su padre con mi famosa magia, como si hubiese usado malas artes, hay hijas así, sobre todo cuando la madre murió siendo ellas muy niñas, menos mal que Malki sí me quiere, el caso es que hay que cuidarse de ella, además está preocupada, no me lo explicó pero le inquieta Yazila, no sabe lo que pasa pero algo, se ha hecho una mujer, pero un carácter muy raro, tan pronto insoportable como mansa y llorando a escondidas, dice Sinuit que una mujer muy deseable, va a cumplir quince años, ya tendría que estar casada, no sé en qué piensa el padre, cualquier día le da un disgusto, esa chica es difícil, ¿amores contrariados?, pretenderá demasiado, una trepadora peligrosa, a mí me sigue odiando, Amoptis no le da importancia, los hombres no se dan cuenta de nuestras cosas, tampoco Ahram de la salud de Sinuit, incluso Krito es así, ¿por qué llegaría tan tarde a la cena?, parecía indiferente a todo hasta que se animó, pero entonces nos salimos las esposas, si no hubiese habido otras yo me hubiera quedado, pero tenía que atender a las demás, sólo le vi empezar a animarse, a decir sus cosas, fue después de su charla con Clea, claro que vi los pendientes, ¿no me iba a fijar en ella, siendo tan llamativa?, resulta seductora con ese peinado de hombre y sin caderas, ellos dos hablando y hablando, a veces parecía que me miraban, ella muy elegante, hay que reconocerlo, esa túnica malva un acierto, a mí no me sentaría igual pero a ella perfecta, ¿otra de las escapadas de Krito?, ya me he cansado de preguntarle, ¿qué haces por Rhakotis?, claro que me lo figuro pero quiero saberlo por él, contesta como cuando se pone a explicar, «abismos del espíritu, degradación ardorosa», creí que su casita iba a revelarme algo pero es casi una celda, un templete, ni las ropas se veían detrás de aquel espléndido tejido sasánida, el único lujo, «un recuerdo», me dijo, ¿bajaste anoche a la cripta detrás de aquellos dos travestidos de Dofinia?, comprendo que te gustasen, eran hermosos, femeninamente hermosos y turbadoramente andróginos, ¿te atraía por eso Clea?, no creo que los encuentres iguales por Rhakotis, ¡y qué bien maquillados, qué arte para componerse!, también Dofinia no parecía el saco de cebollas que probablemente será en la cama, bien ceñidos los pechos y ocultándose en espléndidos pliegues, me recordó mi ama de Bizancio, algunos todavía la deseaban pero se hacía valer, ¡qué profesional!, y luego el postín de acostarse con ella, de eso presumirían muchos hombres, los vanidosos de su pene grande, del número de coitos seguidos, ¿habrá quedado Yazila embarazada? pero eso no es problema salvo para las mujeres ignorantes, por desgracia lo son casi todas, ¡pobres de ellas!, me lo dirá Bashir, cuando venga unos días cada vez pasa más tiempo en Tanuris, hasta Ahram le echa de menos, estuvo aquí hace poco, fastidiado del reúma pero tan entero como siempre, sus ojos tan cariñosos para mí, cojeando, con su raíz de quem en la boca, ése sí que es oro puro, hombre-hombre vida verdadera, aunque también hay otra, con verdad no evidente sino oculta, no se puede tocar el aulos como el de anoche sin llevar dentro algo, el peso, la llama, la quemadura de una verdad vital, de la verdad de uno y nadie más, ¡cómo sonaba esa flauta!, me recordó a Nagularis, el ciego del burdel, mi paraíso en Bizancio, cuando le llamaba alguien para presumir ante nosotras las pupilas, me hacía llorar de dicha y de tristeza a la vez, la más indecible felicidad, tengo que volver a oír a este de anoche, Yarko, preguntarle a Krito de dónde sale, si hay de eso en Rhakotis valdrá la pena, ¡qué detalle de Krito!, y sin decirme nada, como siempre, era una música también de infinitos, de las estepas, sonaba a la de Nagularis, que era escita, un poco al canto de Uruk, cómo sonaría la flauta de Pan, no, ésta más dolorida, curioso, aunque nuestro canto no era dolorido esa flauta me lo recordaba, el canto de las sirenas ¡qué pena lo que se pierde Ahram!, claro, la música es puro placer, Astafernes sí gozaba la música, aquel menino suyo era un prodigio con la lira, los medio borrachos que oían a Nagularis no le apreciaban, pero yo me daba cuenta de que en medio de la orgía aquel hombre estaba solo, daban ganas de correr a él, aunque se comprendía que gozaba estando solo con su pena, era la soledad de la montaña, hombre con signo de aire, hermoso pero vulnerable a causa de su ceguera, una fruta con mancha, hermosura de la perla, luminosa, opalina, pero opaca, no sé cómo decirlo, qué cosas se me ocurren, las lecciones de Krito, se pega su palabra, era una aurora oscura, un rayo mutilado, sólo se salvaba en su música, su doble melodía como dos serpientes entrelazadas en la cópula… No he vuelto a saber de él, de Nagularis, el ciego de las putas de Bizancio.