La vieja sirena (41 page)

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Authors: José Luis Sampedro

BOOK: La vieja sirena
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—¿Y quién te ha dicho —ironiza Krito mientras Glauka recuerda a ese Yarko que la conmovió en el banquete de Ahram hace una semana— que hoy interese sentir emociones elevadas? Lo que se busca es quedar impresionado, sacudido. Ya no se aspira a la iluminación, sino al deslumbramiento.

El mimo se explayaría más en un tema que tan de cerca le toca, pero concluye reiterando que Roma se desintegra. Es un elefante muerto: tardará en desplomarse, pero ha perdido su vitalidad y hasta su identidad.

—Con tal de que no nos coja debajo cuando se desplome —murmura Krito.

—No temas —sonríe Ahram—. Seremos nosotros quienes le desjarretaremos y así sabremos cuándo va a caer.

Con eso queda examinada la situación de las dos grandes potencias del mundo: el dictador de Occidente en Roma y el de Oriente en Persia. Se hacen algunas preguntas a los dos informadores y Glauka aprovecha para encargar a Mnehet nuevos refrigerios y vino más fresco, así como el agua con la que ella se ocupa de mezclarlo. La reunión entra en un pequeño descanso y Glauka se acerca a Xira.

—¿Qué fue de vuestra gente? ¿Tu grupo se libró del circo?

—Sí; un superviviente logró avisarnos y nos desplazamos desde Cirenaica a la provincia de África cerca de Cartago. Cuando el año siguiente murió martirizado el obispo Cipriano comprendí que tenía razón Roteph, que la suya era la única vía.

—¡Roteph! ¿Le conociste?

—Sí. Había estado con nuestro grupo antes de unirse al vuestro. Entonces yo no estaba de acuerdo con su violencia; daba la razón a mi madre. Pero la muerte de Cipriano me abrió los ojos. Por eso estoy aquí.

—¿Por eso? —se extraña Glauka, que con esa muchacha va de sorpresa en sorpresa.

En efecto, al reanudarse la información es Xira la que habla de los cristianos, que cada día interesan más a Ahram porque son capaces de morir por sus ideas. Eso es decisivo en toda lucha y ellos también están contra Roma.

Xira forma parte ahora de los grupos cristianos disidentes del obispo de Roma, que pretende estar por encima de los demás, para lo cual contemporiza demasiado con el poder imperial. Ella es de los cristianos «africanos» que siguen a Rahmed, un nuevo diácono enfrentado con los ricos porque Cristo lo estaba, opuesto a los romanos porque les impiden practicar y predicar su religión, y contrario al obispo de Roma porque pretende imponer sus criterios.

—Roma es la Babilonia de Baltasar —afirma la muchacha con ojos ilusionados— y nosotros buscamos la Jerusalén de Cristo. No se pueden interpretar sus palabras en Roma lo mismo que en África. Queremos la libertad para vivir y seremos aliados vuestros si nos dais esa libertad.

—También nosotros queremos ser libres de Roma —afirma Ahram.

—En eso estaremos juntos. Pero Alejandría es otra Babilonia y aunque hayamos de vivir bajo su gobierno no queremos que nos imponga sus costumbres.

Glauka piensa que la idea de Cristo como Mujer Divina ha desaparecido ya de la mente de esa muchacha. En todo caso, de sus palabras se deduce que al menos algunos cristianos —entre ellos los de Roteph, interpreta Glauka impresionada por el recuerdo— están dispuestos a combatir el yugo romano en todo el sur del Mare Nostrum.

Eso lleva el debate hacia Egipto, después de que Bhangu insiste en que la permanente pasión de Nubia por la independencia respecto de los antiguos faraones está ahora más viva que nunca, sostenida por algo tan evidente como el diferente color de la piel, que reduce a los negros a una indiscutible marginación dentro del imperio romano. En cuanto a Egipto, todos conocen la situación. Son conscientes de que Alejandría, como Naukratis y alguna otra plaza, son enclaves griegos ajenos al mundo del Nilo e incluso que Alejandría es única, con su mescolanza de razas y religiones. El Egipto de los antiguos faraones es otra cosa y ni los Ptolomeos ni la ocupación romana han transformado gran cosa la vida del pueblo. Más influencia empiezan a tener los cristianos con su arraigo entre los pobres, pero el hecho es que en las aldeas, en las ciudades del Sur y en los templos, los mismos dioses siguen rigiendo la vida cotidiana, con las mismas estructuras sociales, como en los tiempos de Ramsés el Grande.

—Sólo que falta Ramsés —exclama Artabo.

—Es al revés que en Persia. Allí hay un gran caudillo tratando de hacerse con un país disperso. Aquí hay un país, que siempre fue monolítico desde la unión de las dos coronas, pero que no tiene un caudillo.

—Hace falta un faraón —deduce Filópator.

Todos miran a Ahram, que se echa a reír francamente.

—¿Estáis locos? Ni quiero serlo ni lo puedo ser.

Glauka, que observa con frecuencia a Krito, se da cuenta de que reprime un comentario. Pero es Filópator quien recoge la impresión general:

—Habría que capitalizar esta realidad, Ahram. Egipto se uniría a quien se alzase contra Roma, todo egipcio culto, sobre todo los sacerdotes, se avergüenza de que Egipto esté sometido a un país de cultura inferior, que era una aldea cuando Egipto construía las pirámides. Sólo porque no hay nadie que dirija la lucha pueden mantener sujeto este país con dos legiones romanas, una en Alejandría y otra entre Menfis y Heliopólis, con sus destacamentos en diversos puntos.

Bhangu interviene entonces, corroborado por Soferis, para dar una noticia curiosa. Se dice que en Ptolemaida vive un muchacho descendiente por línea directa de los faraones y se habla de una profecía en el templo de Tebas, anunciando que reinará y restaurará el poder de Egipto. La información de Soferis es algo diferente, pero también incluye la existencia de un posible pretendiente al trono, cuya estirpe se ha ido continuando, desde la XXX dinastía, anterior a los Ptolomeos, en los recintos secretos de los templos.

Dagumpah interviene para comunicar que entre los eruditos del Museo se oyen a veces cosas parecidas, aunque los historiadores no lo toman muy en serio. Pero hay además algo que no es rumor: en los últimos tiempos los registros de la Biblioteca muestran un incremento en la consulta de papiros correspondientes a esa trigésima dinastía y a la subsiguiente ocupación persa. Por casualidad oyó una conversación entre dos sacerdotes referentes al príncipe nubio Khabbash, que logró reinar en Egipto como último soberano nativo, entre el asesinato de Artajerjes III y la ocupación de Darío Codomano.

—Parece claro entonces —recapitula Filópator, que está dirigiendo ese debate ante el silencio de Ahram— que hay grupos, al menos del clero, moviéndose para legitimar a un posible aspirante al trono de Egipto. Pero no creo que cuenten con medios materiales para apoyar eficazmente la pretensión. ¿No te parece?

Se ha dirigido a Ahram, que parece salir de una meditación y se limita a contestar:

—Estoy de acuerdo; no debe preocuparnos esa intriga… Pero —añade—, tienes tú razón: sería bueno que contásemos con un faraón razonable. Hay una tensión creciente. El viejo clero está irritado porque Roma ha rebajado las subvenciones a los templos, obligándoles a establecer ese llamado «impuesto religioso», que se ha hecho antipático a la población. Al mismo tiempo emerge una nueva generación de sacerdotes y escribas, junto con los desertores del trabajo obligatorio en el campo, que cada vez son más numerosos.

—Muchos de esos desertores —tercia Xira— colaboran con nosotros.

Tulio Narbonio informa seguidamente sobre las Galias y Germania. Sus datos, aunque conocidos confirman el deterioro de la autoridad imperial. Las acometidas de los bárbaros son constantes y, por otra parte, basta que lleguen noticias de dificultades en Roma para que surja inmediatamente el general oportunista, con mando en las Galias, y se proclame emperador con sus legiones.

Artabo relata, finalmente, su reciente viaje hasta el Quersoneso, al norte del Ponto Euxino, con dos semanas en Bizancio. Lo interesante en esa región es la constante expansión de los godos, que desde su descenso por el Dunuvius tienen ya bases hasta en las costas de Tracia.

—¿Han mejorado sus buques?

—Siguen siendo malos veleros, pero finos de casco y rápidos con buenos remeros, como ellos son. El buque romano sólo está seguro con un buen viento que le permita huir; de lo contrario es fatalmente abordado.

También ha viajado Artabo por el mar Eritreo cargando incienso en Mosqa y mirra en Muza. El yugo imperial se percibe muy poco en esas regiones salvo en el control de caravanas, llevado a cabo por los destacamentos romanos en las tierras nabateas. Por eso apoyan firmemente el actual gobierno de esa región por Palmira.

Todos esos informes territoriales se complementan con otros de Filópator y Narbises. El primero alude, con reservas sólo captadas por Ahram, a recientes estudios sobre las aplicaciones del hidrargirio y de los nuevos espejos, así como a la piedra filamentosa que quizás podría tejerse para hacer corazas incombustibles y a los venenos obtenidos en el serpentario y en un laboratorio de botánica. Se explaya mucho más sobre los grandes buques emparejados, con un puente intermedio que los convierte en una sola embarcación, sin duda lenta, pero con una capacidad de transporte sin precedentes, para fines políticos o militares. Para asombro de Glauka, guarda silencio sobre el espíritu de fuego, sin duda porque Ahram quiere seguir manteniendo el secreto.

En cuanto a Narbises, su informe está lleno de tecnicismos financieros que la mayoría no pueden seguir adecuadamente. Sólo suscita general curiosidad su referencia a las maniobras de ciertos grupos alejandrinos, empeñados en arrebatar a Ahram el monopolio del suministro de leña para la hoguera del faro, que es un excelente negocio, pero que exige disponer de una flota que están tratando de contratar. Aunque el rendimiento de la contrata es grande, a Ahram lo que más le interesa es el prestigio y la fuerza que otorga al contratista, pues una interrupción de la iluminación acarrearía un escándalo extraordinario y el cese de las autoridades romanas, aunque se declarase culpable al transportista. No en vano el faro de Alejandría es un símbolo: la luz del Mare Nostrum. Con este informe se da por concluido el Consejo y todos se levantan y reagrupan.

Hace ya un rato que el gran abanico colgado del techo viene oscilando lentamente, movido por siervos que lo manejan desde fuera del recinto, sin poder escuchar la conversación. Las bebidas y vituallas se hacen más copiosas y consistentes al llegar el almuerzo y la mayoría de los no residentes se acerca a cumplimentar a Glauka, aunque algunos la conocen ya de una reunión anterior. Sútides, especialmente, expresa su gran deseo de saludarla, después de haber oído tantas alabanzas.

—Más noticias tenía yo de tu fama teatral —sonríe Glauka.

—Yo, en cambio, por haber convivido con Ahram cuando estuvo en Roma durante las fiestas del milenario, deseaba vivamente saber cómo sería la mujer capaz de estar a su altura y seguir a su lado desde hace un lustro. Ahora lo comprendo muy bien y me sentiré muy honrado si aceptas mi invitación para asistir al teatro cualquiera de estos días. Espero que tampoco te defraudaré.

Glauka agradece el cumplido y promete su asistencia. El éxito del estreno, precisamente la víspera, resuena ya por toda la ciudad y será agradable ir al teatro con Ahram.

¡Curioso encuentro con Xira!, la vida sorprende siempre, quién me lo iba a decir, nunca supe de ella pero ella sí de mí, me lo ha estado contando después de la reunión, alguna vez se incorporó a nuestro grupo, no se me dio a conocer, ni siquiera cuando yo ya había estrechado mi relación con su madre y con Domicia, le he preguntado por qué, me ha respondido paralizándome, con sus ojos negros, directos, encima de su sonrisa, «porque te odiaba», lo ha dicho así, como si nada, mientras nos abanicábamos y una sierva nos traía refrescos, estábamos relajadas, ella también contenta del encuentro, «te encontraba odiosa», me ha repetido, me ha visto atónita, dolorida, se ha echado a reír, me ha cogido de la mano, «ahora no, claro», me ha acariciado, yo sin comprender nada, se ha explicado, primero temía que yo la reemplazara como sucesora de su madre, y ella se sentía muy capaz de defender a la Mujer Divina, de propagar su verdad mejor que yo, he rebatido ese argumento, yo no era ni siquiera cristiana, más hubiese debido temer a Domicia, se me ha reído en la cara, «¿Domicia?, no tenía fibra; era inteligente, sabía muchas cosas, pero no tenía fuerza», mi asombro aún mayor, ¡qué diferente manera de ver a una persona!, ha seguido sin dejarme reponerme, golpe tras golpe, «y después vino lo peor, lo de Roteph», ¡resulta que Xira estaba enamorada de Roteph!, él había estado antes en el grupo de ella, la había cautivado aquel guerrero desde el primer momento, ése era un hombre, él sí que le arrancaría a Roma la libertad para el culto cristiano, soñó con unirse a él pero Roteph se pasó a nuestro grupo, el de Porfiria, le llegaron rumores de la preferencia de Roteph por mí, «¿cómo no iba a odiarte? —remacha—, además la vida es poca cosa sin odiar a alguien», ¡qué mirada he de haberle dirigido!, «claro, no me comprendes, a ti te ha ido bien en la vida», entonces he sonreído, ¡si ella supiera!, mi sonrisa casi la ha enfadado creyéndola burla, me insiste enérgicamente, «Roteph tenía razón, era la verdad, ir predicando amor al prójimo cuando nos asesinan es mala manera de luchar por nuestra fe, te lo digo para que veas que seré buena aliada de Ahram, lo seremos, nos une el odio, hay que aplastar a Roma, tampoco queremos Egipto, es el pasado, demasiado blando, ya has visto cómo no se quitan de encima a sólo dos legiones en tan inmensa tierra, el futuro es el ancho mundo, al oeste, Cirene, África, Numidia, las dos Mauritanias hasta el mar, aquel mar, el otro, ése sí que será el nuestro —le relampagueaban los ojos—, nos vamos organizando, tenemos infiltrados en las oficinas romanas, nos avisaban de la persecución y así salvamos a muchos, tenía razón Roteph, el odio es mucho más eficaz que el amor, de modo que somos aliadas y me alegro, sé que querías a mi madre, ella se había dejado domesticar, así la trató mi padre, aquel hijo de puta», estaba exaltada, se me clavaban sus palabras como saetas de hielo, me daba pena pero resultaba admirable, ¿qué acabará siendo esta muchacha?, apenas treinta años, ¿cómo creer sus odios viendo sus ojos cálidos?, sus blanquísimos dientes mordisqueando panecillos dulces o los piñones, los labios sorbiendo el zumo de granadas con miel y vino en agua fresca, cómo creer sus odios, pero ardía al expresarlos, y el caso es que sus palabras me han recordado las de Krito, diciendo que hay otros mundos…

¿Qué le ocurre a Krito?, últimamente me preocupa, a veces temo que me esquiva, le veo menos en nuestro banco, pero cuando me encuentra es cariñoso, siempre el mismo, una delicia oírle hablar, y sin embargo es diferente, le conozco muy bien, temo que me oculta algo, lo que me faltaba, Bashir con frecuencia ausente, apenas se mueve de Tanuris, le pregunto a Ahram y no me lo resuelve, «Bashir puede hacer lo que quiera, se lo merece todo», no saco nada más, tampoco me hace caso en lo de Sinuit, ¿por qué no se la trae a la Casa Grande?, me mira casi con reproche, «en Tanuris están en plena cosecha, no pretenderás que Neferhotep deje aquello» ¡pero si el Excelso se pasa los días en Alejandría con el pretexto del Consejo municipal y aquello lo lleva Amoptis!, el caso es que Ahram no le quiere aquí, tampoco sé nada de lo que pasa con Yazila, he escrito yo misma una carta a Sinuit, me costó trabajo pero la aprobó Krito, muy orgulloso de mí, la respuesta fue vaga, seguro que ella no quería dictar la verdad, ¿qué pasa a mi alrededor?, no me importa Yazila, pero hay que vigilarla, lo más extraño es Krito, su carácter más difícil aunque no sólo conmigo, hoy casi ha provocado la ira de Ahram, cierto que siempre sale con ideas inesperadas, precisamente para ser útil, pero es que hoy dudaba de la concepción global de Ahram, no se puede planear lo mismo para el mundo romano y persa que para un mundo más grande, esto lo cambia todo, ¿por qué Krito hablando así?, si se le hiciera caso tendría Ahram que volver a empezar, no sé, son cosas demasiado complicadas, un mundo más grande, ¡qué difícil!, Ahram no quiere oír hablar de eso, lo comprendo, ¿y qué se dejó callado Krito cuando se habló de necesitar un faraón?, no puedo seguir así, he de preguntarle a Krito lo que le ocurre, si tiene algo contra mí ha de ser un malentendido, todo se me tuerce, la mala racha, y lo más doloroso es Ahram, no se ha resignado, no se resignará, cuando empezó a amarme esperaba un hijo de mí, yo no le engañé ni por un momento, se lo advertí en seguida, el médico de Astafernes me lo dijo, que no volvería a ser madre, me destrozaron los piratas aquellos días a bordo, mientras no me enteré de nada, tantas brutalidades, Ahram no se queja, esperó bastante tiempo a ver si yo estaba equivocada o aquel médico, me han visto otros, sé que ha encargado amuletos, no me dice nada, pero sé que quisiera un hijo mío, por fortuna está Malki, se ha concentrado en él, ahora quiere que venga otra temporada con nosotros, y Malki me quiere, es un consuelo.

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