La vieja sirena (19 page)

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Authors: José Luis Sampedro

BOOK: La vieja sirena
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—¿Y de mí qué te han dicho? —pregunta Krito sonriendo.

—También muchas cosas —risueña, pues ya no se trata de ella—. Incluso que en realidad eres mujer.

—¿Tú lo crees?

—No. En absoluto.

—¿Entonces qué? ¿Homosexual? ¿O maricón, como dicen en Rhakotis?

—No lo sé. Pero un hombre.

—Pues te advierto que también soy mujer: unas noches adoro al sol y otras a la luna… No es fácil explicarlo y, además, ¿para qué? Vivir no requiere explicaciones; sobran. Yo, cuando era joven y discutía en Atenas, lo explicaba todo. Para eso era filósofo… ¡Basura!

Ella no le cree. ¿Acaso lo cree él? La misma gaviota vuelve, más cerca. Chilla insistente.

—El ave quiere decirte algo. O la atrae tu cabello… y acude por la derecha: es buen agüero… ¿En qué piensas?

—En nada.

—Imposible —ríe Krito—. Siempre estamos pensando. Aunque no seas filósofo.

—¿Para qué quiere el noble Ahram un filósofo? —se le escapa a Irenia impulsivamente—… En eso pensaba, perdóname.

—No te disculpes; es una buena pregunta. Se la hacen muchos. Se contestan que a Ahram le divierte ver a alguien tan impotente para actuar como yo. O que mi pervertida mente le permite a veces encontrar soluciones tortuosas o inesperadas. O que soy la provocación en sus banquetes. O que me entero de cosas en Rhakotis. O que me tiene simplemente por gratitud…

El hombre ha hablado claramente divertido. Pero ahora se vuelve hacia ella, le acerca su rostro.

—No sé por qué, voy a darte ahora mi propia explicación —calla un instante y continúa, en incisivo susurro—. ¿Sabes? A veces Ahram necesita la palabra. La que comprende o la que aniquila.

La gaviota ha desaparecido, dejando como estela el silencio. «Menos mal —piensa el hombre— que no me pregunta lo más terrible: ¿para qué quiero yo a Ahram?… ¿O acaso lo está pensando tras esos ojos suyos?» Pero dice:

—Mira, ya están apilando los maderos en lo alto del faro; los hombres parecen hormigas… ¿Te gusta esto, la Casa Grande, como la llaman para no emular al palacio real del prefecto?

—Es muy hermosa, pero demasiado…

—¿Grandiosa?

—Sí, grandiosa… ¡aunque incompleta!

—Bien dicho. Y te va bien.

—Por ejemplo —estalla, impulsiva otra vez—, ¿por qué en medio de este parque tan atendido, el terreno alrededor de la torre de Ahram está descuidado? Sólo hay hierbas salvajes entre las piedras… ¿Por qué?

—Es su jardín. Como él lo quiere.

—También éste es su jardín, y está tan cultivado como el parque del palacio.

—Es que en la torre vive otro Ahram… Hay dos Ahram. ¿No lo sospechabas? Me extraña: te creo capaz de saberlo.

—¿Ya me conoces tanto? ¿Por mi pelo? —bromea ella, a gusto ya en la charla.

—Más bien por tus ojos; por su hondura y su color de mar… Pues así es: hay dos Ahram. Todo es dos, ya lo dijo otro filósofo… Siempre somos dos, pero uno es clandestino; la gente tiene miedo a su otro. Aunque Ahram no tiene miedo; yo tampoco, ya me ves. La diferencia es que Ahram separa a sus dos —señala la tapia que aísla a la torre dentro del parque— mientras que yo los junto y los proclamo. Y eso que son más diferentes los míos: un hombre y una mujer. En cambio Ahram…

—Dos hombres, claro. ¡Porque no es mujer el de la torre!

—No, pero tampoco dos hombres… ¿No adivinas?… Vamos mujer, no me decepciones.

Ella reflexiona, se remonta al origen: aquella tarde en Tanuris, el perro amenazando a Malki…

—¿Un niño? ¿Un hombre y un niño?

—¡Magnífico! Me hubieses defraudado si no lo aciertas… Toma este brazalete. Te lo has ganado.

Ella se asombra de algo tan inesperado y vacila en tomar la joya. El hombre insiste.

—Si alguien te pregunta a quién se lo has robado mándamelo a mí… Eso es: un niño. El otro Ahram es un niño. Todos apenas nacidos nos vamos haciendo dos: el visible y el escondido. Uno de los niños Ahram creció y se hizo poderoso; el otro no creció… —Sonríe intensa, dulcemente—. ¿Te asombra que te hable así? ¡Si supieras que te conozco desde antes de hoy…!

—Me asombra y no me asombra. Yo también creo conocerte hace tiempo.

—¿Conocerme? ¡Pues ya sabes más que yo! —su voz se hace sarcástica—. Dime, ¿quién soy?

Ella reflexiona:

—Eres quien, apenas verme, me habla tan a fondo y me hace tratarle igual…

Ahora es el hombre quien reflexiona.

—Has dejado al filósofo sin respuesta. Si tuviese otro brazalete te lo habrías ganado también.

Irenia ríe; luego ambos quedan serenos como la tarde.

—¡Irenia, Irenia!… ¿Irenia? Tiene razón Ahram, hay que buscarte otro nombre. No es fácil.

—Tuve otros: Kilia, Falkis, Nur…

El hombre los va desechando con la mano.

—Ya lo encontraremos. Nuestros verdaderos nombres vienen a nosotros.

Irenia ya no reprime nada:

—¿Dónde estabas, Krito, estos seis días?

—¿Me buscaste?

—Por curiosidad, lo confieso. Pero ahora sé que me hubiese sentido menos… sola.

—Yo también me siento ajeno, a veces. Por eso me marcho y vuelvo… Estos días he estado viviendo mi fase lunar. ¿Por qué ocultártelo?: con un amante. Éste me duró semanas, quizás hubiese durado algo más, pero lo destinaron al desierto oriental, cerca del mar; a una guarnición en la ruta de Adriano. ¡Duro sitio! No habrá tenido problemas para encontrarme sustituto; es un decurión. Nada vulgar: de la Italia Cisalpina, donde las aguas de los lagos son grises, decía —ríe con emoción—. Pretendía escribir versos… Bastante malos, pero muy dulces. Como su nombre: Tulio Emiliano… ¿Te das cuenta qué sonidos? El latín tiene eso de bueno, con otras cosas malas… ¿sabes escribir?

—No. Leo algo, pero nada más.

—Eso lo arreglaré yo… Sí, fue una hermosa luna… A Ahram también le pasa. ¡No; lo mío, no! —ríe—, ¡él es únicamente solar! Me refiero a lo de sentirse extraño a su Gran Casa: por eso vive en la torre. Pero no le basta, y entonces se va… Por cierto, la torre, ¿tú cómo sabes que no tiene un jardín cuidado?

—Trepé a una higuera y miré por encima de la tapia… Comprendo que no está bien…

—Yo te absuelvo —bromea—. Puedes verlo mejor. Ven conmigo. Conocerás a Ushait.

—¡Cuánto me gustaría! Pero debo volver al gineceo…

—Dirás que estuviste conmigo… Vamos… Y ya sabes, cuando cometas una falta, ya conoces el truco: echarme la culpa a mí, tengo anchas espaldas… ¡Pero no abuses! —continúa, mientras se pone en pie y avanza por el sendero. De pronto se detiene. Su voz se hace entrañable:

—Me gustas. No hay casi nadie con quien hablar así y a la primera.

Se vuelve y continúa andando. La mujer le sigue mientras trata de volver a anudarse el velo sobre su cabeza.

Llegan pronto a la puerta de la tapia. Krito golpea en ella y, al oír abrirse la puerta de la torre, exclama:

—Soy Krito, querida.

—Ya voy, ya voy —contesta alegre una voz algo chillona pero firme.

Abren y una mujer parecida a Tenuset, aunque unos quince años más joven, se queda mirando a la esclava. Pero antes de que pueda hablar el enorme perro que la ha seguido se interpone y olfatea a la recién llegada, moviendo la cola y gruñendo satisfecho:

—¡Tijón! —prorrumpe Ushait, en el colmo del asombro—. ¿Qué ha sido de tu mal genio? —mira a Irenia—. ¡Nunca es así con nadie!

—Me conoce. De Tanuris.

—¡Ah! ¿éste fue el perro?… Entonces eres Irenia. No viendo tu pelo no se me ocurrió… Creí que era una amiga tuya —se dirige a Krito.

—Lo es —responde gravemente. Y añade, volviéndose a Irenia—: ¿Ves cómo Ushait te admite? No eres aquí extranjera.

—Será porque vengo con Krito —responde ella sonriendo entre asombrada e intimidada.

Pero los ojos de Krito expresan algo distinto.

¡Qué irreal el parque visto desde aquí arriba! ¡Qué fantástica mezcla de la plata lunar y las llamas del faro sobre los árboles y los senderos!, como Krito, la luna y el sol a la vez, más placer admirarlo que acostarme, imposible dormirme, quisiera andar por ahí como ese vigilante perro, Tijón, ¡qué sorpresa!, se lo trajo aquí, «para estar más seguros, que me ayude a guardar esto», ha explicado Ushait, pero ¿acaso aquí no hay perros?, ¡y qué cariñoso Tijón conmigo!, no empezó así en Tanuris, me quiere más que allí, ¿qué ocurre?, suceden cosas a mi alrededor, me envuelven, como la muchedumbre esta mañana, ¡qué ciudad!, digna de Egipto aunque es más bien griega, esta tierra produce calles como engendra flores y dioses, Antioquía ni comparación, siendo la tercera ciudad del imperio, a lo mejor ni Roma vale tanto, no tiene mar, y ahora de golpe ya no soy extranjera, después de esos seis días abandonada, sin Bashir siquiera y Ahram invisible, como los dioses, pero ya no, lo ha decidido Krito, no soy extraña, ¿por qué?, ¿sólo por nuestra conversación?, qué delicados delfines del banco, sé que es verdad, algo me lo dice también, por primera vez arraigo en Egipto, esta ciudad, este jardín de Ahram, su casa creada por él, sus salones frente al puerto, su gineceo aparte y su torre secreta para el Ahram secreto, el otro Ahram, cómo acierta Krito, ¡qué hombre!, ¡qué tonterías me habían contado quienes no le comprenden!, le ponían de maricón, de loco, de cínico y farsante, ¡están ciegos!, entiendo de travestidos, teníamos en Bizancio, los invitaba Astafernes, ninguno era como él, ¡qué palabras de hombre las de Krito!, y su modo de mirarme, medio maestro medio compañero, no sé decirlo, sin duda hombre, ¿hablaría como mujer a ese amante suyo?, seguro muy capaz pero conmigo hombre, incluso vestido como estaba, ¡y elegante además!, ¿por ser hombre me avergonzaba mostrarle mi cabello?, todavía no ha crecido a mi gusto, sus grises ojos alargados, leve sombra de ojeras, lograban más que desnudarme, llegaban al fondo, ¿me avergüenza todavía desnudarme?, ¿a estas alturas?, ante él sí, y ante Bashir, y en el falucho yendo a la isla, mis pechos revelados por la tela mojada, peor que desnudos como los de una sierva, ¡delante de Ahram!, y los rijosos marineros, doloroso, excitante, Krito creyó que yo temía el castigo por mostrarle mi pelo, pero era esa vergüenza, quizás lo adivinó, es tan perspicaz…

¿Por qué me ha dado el brazalete?, desdeña los lujos me han dicho, pero no era sólo por desprenderse, es algo más, y bien labrado, una loba amamantando a dos niños, un recuerdo de Roma, claro, ¿regalo de su amante?, no lo llevaré mucho, se extrañarían, esa gente envidiosa, pero lo acaricio, explícame tú lo que ocurre, por qué ya no soy extranjera, tú que has estado en su muñeca, ¿para qué necesita Krito a Ahram?, no me atreví a preguntárselo, ¡demasiado me atreví!, él me empujó a preguntarle y no me dio miedo, tampoco él teme, me estuvo investigando, como todos ellos, Bashir, Ushait mientras me recibía en la torre, los amigos de Ahram, y hasta el escriba, Soferis, me hizo llamar el segundo día para anotarme en los libros, ¡cómo me miraba para adivinarme!, no fueron preguntas administrativas, y no es un mero escriba, es el secretario, con despacho aparte de las oficinas, los de fuera me miraban cuando salí, seguro que él no llama a otros siervos para anotarlos, también amigo de Ahram, en sus ojos como una chispa del mirar de Ahram, se reconocen por eso, por las maneras, no sé, hasta la buena de Ushait, andará por los cuarenta, Tenuset la llamaba siempre mi pequeña, aún no es vieja, no tanto como su hermana, aún puede que sea mujer, mi madre en Psyra con sus años más de uno aún la miraba, en fin, yo me entiendo: me escudriñaba mucho, guardiana de la torre, ¿me creerá también espía?, la miré divertida, no se ofendió, no se ofenden conmigo, tampoco Ahram y era el primer día, cuando el perro, ese Tijón ¿por qué se lo ha traído?, ahora como si enlazara la villa y esta casa, ¿por eso no me siento extranjera?, ¿ha sido su olfato animal el decisivo para admitirme?, mensajero quién sabe de qué, ¡ah, pero he entrado en la torre!, ¡claro que no soy extraña!, ¡qué emoción!, aunque ninguna sorpresa, una sola habitación abajo, con el hogar, poyos de piedra alrededor, en alguno dormirá Ushait, la mesa en el centro, más grande y alta que las egipcias, los taburetes, a veces Ahram se traerá aquí a su gente, esos consejeros como los llaman, quién sabe si alguna mujer, me dijo Bashir que no, y curiosa hornacina, sin estatua, hacia arriba la escala de madera, allí sí lo más secreto, el recinto de Ahram, no me subieron, bastante ha sido entrar tan pronto, no pediré demasiado, ahí se refugia, ¿necesita refugiarse el Poderoso?, Krito me lo ha hecho ver, supo adivinarme, «te falta algo», comprendió que no era sólo Malki, claro que se me aleja, se hace muchacho, pero es otra cosa, ahora puedo comprender ese refugio, es para el otro Ahram, claro que un niño, ¿cómo no iba yo a saberlo?, también Uruk y hasta Narso que vivían sin cavilar, cuanto más hombres más niños por dentro, ¿y Krito otro?, ¡quién sabe si una niña!, ¡dímelo, brazalete!, me has sido dado como llave de este mundo, tú me has abierto la puerta y no Ushait, en Bizancio llevaban un anillo los clientes del burdel: no entraba cualquiera, ¿y yo qué soy?, ¿estás loca, Irenia?, no eres nadie, una esclava con ajorca en el tobillo, ni aún sabes de tus padres, seguro no fueron diosa y mortal, perdí la memoria por lo que fuera y me abandonaron, eres menos que nadie, ni siquiera te llamas Irenia, ya por poco tiempo, te espera un nuevo nombre, el de este nuevo mundo, ¿será ya el verdadero?, después de tantos otros, Kilia el primero, desde el banco la playita me parecía la de Psyra, con las barcas varadas,¡qué lejano todo!, incluso Domicia se aleja en una niebla, ¡y sólo hace tres meses!, Egipto engendrador revoluciona, confunde, y esta vorágine urbana, y este reino de Ahram, encerrado y abierto, el niño Ahram, ¿seré yo también dos?, ¿quién entonces mi otra?, ¿el hombre de Domicia?, ¿seré hombre y mujer, como Krito?, ¡ni hablar, estoy segura!, ¡yo era mujer con ella, más mujer aún que a solas!, ¡por eso fue tan hondo, tan suave, tan inmenso, tan violento!, ¡por eso las caricias eran de luna y fuego como este jardín, quemaban y calmaban!, ¡durando mucho más que con los hombres!, entonces, ¿quién mi otra?, ¡que el nuevo nombre sea para siempre!, estoy cansada ya de aprendizajes, ¿y si sólo soy una?, la otra perdida en Psyra, antes de llegar, la niña olvidada, no fui nunca mi otra, pero en algún sitio hube de vivir la infancia, en algún país y con algunos padres, ¿es eso lo que me falta y no Malki?, necesito a mi otra, ¿quién me la devolverá?, estoy mutilada, como Uruk, incompleta, entonces seré dos como todo el mundo, como estos niños que maman de la loba romana en el brazalete, los acaricio, el uno mató al otro, ¡yo no la maté!, me la mataron, sólo soy una mitad, y no me importa llorar, llorar, llorar, lo necesito, tres meses sin caricias, no soy Uruk, no tengo su fuerza para vivir mutilado, para guerrear sin piernas, también era poderoso aunque no navegante, a su manera, ¡qué fuerte!, me llevó hasta lo alto…

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