Authors: José Luis Sampedro
Se lo dije a Filópator, este barco necesita algo más de quilla, buen casco y rápido, buena arboladura coge bien el viento, pero demasiado abierto al balanceo. Un riesgo en la tormenta, menos mal que tuvimos buen tiempo, demasiado, y viento contrario para volver de Antiphrae. Justo el que yo quería para retrasar la vuelta, a ver si les convencía de que se quedaran una noche más. Pero Zenobia se empeñó en partir, mala suerte. ¡Estaba todo tan bien calculado entre Clea y yo!
Ha fallado esa noche, pero el resto un éxito. Ahora saben de verdad los alejandrinos quién es Ahram el Navegante: el anfitrión de un rey, a su altura. Al prefecto lo tengo impresionado, al imponer Odenato mi presencia en la entrevista entre ellos dos, como si yo fuera un dignatario imperial. ¡Lástima una estancia tan corta!; hubiera sido bueno llevar a Odenato al sur, al Campo Esmeralda. Allí vería a mis técnicos; tendría idea de lo que preparamos. No sólo pongo mis barcos en nuestra empresa, también mis sabios, que van a dar muchas sorpresas. El que tenga mejor técnica impondrá su poder en el futuro y los romanos no inventan, aunque construyan. Pero no les podía retener aquí mucho más, en Roma habrán de estar días y empieza la estación no navegable. ¡Cómo se pierde el tiempo entre la burocracia imperial! A lo mejor a su vuelta, si la fecha lo permite, podrá ver Odenato la doble nave ya en marcha, en Antiphrae no construyo lo mejor. Tampoco convenía enseñarle más viniendo el navarca. A ver si a la vuelta pueden quedarse un par de días.
La llegada fue espléndida, que aprendan en Alejandría. Estaban todos y los ausentes en el muelle del palacio rabiando por estar. ¿Qué hacía allí Firmus?, yo no le invité. No tiene cargo público, aunque sea un ciudadano importante. Tendrá que aclarármelo Soferis; seguramente le habrá invitado la prefectura. ¿No dice que no le interesa la política? Pues se mueve demasiado para que sea cierto. Tendremos que vigilarle más de cerca. No es verdad lo que dice. Su especulación en granos para el monopolio imperial le relaciona mucho con los templos y los sacerdotes: los grandes terratenientes del país. Y hablaba mucho con mi yerno; ¿querrá Neferhotep volar por su cuenta? Pero ¡si yo soy sus alas! Y mi hija descuidada, tiene razón Glauka no está bien de salud. La culpa es de ella, por no plantarse ante el marido. Tenía que venirse aquí, Tanuris seguiría dando las mismas rentas. Pero es débil, se deja avasallar. Su madre era lo mismo, ¡si no me hubiese yo cuidado de ella!
¡Magnífico caballo! Un potro para un emperador. Tu lo montarás, Malki; desfilarás un día al frente de todos en ese caballo. Tú vivirás la obra de tu abuelo. No serás un egipcio gordo e intrigante como tu padre; serás como Odenato, pero sabiendo más del mundo, porque yo te enseñaré. Le hiciste muy buena impresión al rey y el gimnasiarca habló muy bien de ti, vales para la lucha en la palestra. Un regalo espléndido. Y las sedas para Glauka magníficas. ¡Cómo lucirán en su cuerpo! Gran consideración hacia ella. Hay colores como pensados para su pelo. La ventaja de controlar las caravanas; se elige lo mejor. Claro que mis esmeraldas impresionaron a Zenobia; y el cinturón de placas de oro era digno de Odenato; en la cena lucieron ambas cosas.
Han hablado mucho las dos, Glauka está contenta de sus conversaciones, aunque aún no ha podido darme detalles. Tengo curiosidad por saber qué piensa de la reina. Las mujeres no se aprecian unas a otras, sobre todo cuando valen. Seguro que me señalará defectos. Y claro que Zenobia los tiene, como todos, pero es la esposa ideal para un monarca. Con la gente de aquí sensacional. Me gustaría haberlas escuchado a las dos. Debía de estar preocupada pensando en el viaje a Roma; es muy importante para ellos, para todos nosotros. Sería eso, porque la he visto menos propicia que en Palmira. ¡Aquella noche mágica, bajo las estrellas, con el humo de los pebeteros! Cuando llegamos ayer y las encontramos en la galería olía igual. Me sentí como en Palmira ¡No haber podido hablar a solas con ella! Y empeñada en zarpar, a pesar de nuestro tardío retorno. No me sirvió de nada retrasar la vuelta. El piloto asombrado de mis maniobras. El navarca algo menos pero yo le dije que conocía mi buque; le hablé de la quilla insuficiente y lo aceptó. Artabo me adivinaba ¡qué ojillos de pícaro ponía al mirarme! ¿Por qué se ha empeñado ella en marcharse, en negarme la entrevista a solas, durante la noche? ¡Estaba todo tan calculado! Logré encandilar a Odenato con Clea que estaba conforme. ¡Nada menos que en la cama de un rey, y buen mozo como Odenato! Para él una romana de lujo, esposa del navarca, ¡vaya bocado! Con la alcoba de Odenato separada yo hubiera podido visitar a Zenobia y ¡quién sabe! En Palmira se insinuaba. ¿Habrá cambiado alguna cosa? Por lo menos hubiéramos hablado íntimamente; la conocería mejor. Mujer de muchos recursos. Quizás ha temido que nos sorprendiera Odenato. Pero ¿cómo decirle que iba a estar retenido por Clea? A ver si a su retorno, disipada la preocupación por Roma. Es seductora, pero lo que me importa es su política; manda mucho en Odenato. Y es ambiciosa, muy ambiciosa. Interesará verla después de su estancia en Roma, a ver qué efecto le ha hecho. Muy ambiciosa; hay que estar alerta.
¿Acaso le molestaría no haber asistido a nuestro Consejo, como yo estuve en el suyo palmireno? Pero lo compartió al principio; conoció a toda mi gente y luego no podía quedarse, tenía que visitar a la prefecta. Además Odenato asistió a todo. Le impresionaron mis amigos. El informe técnico de Filópator más que nada. Le sorprendió conocer mi buena red de agentes; para comprobarlo hice a Dicantro exponer la situación en Palmira. Tuve una gran idea en mandarle allí con tiempo; acababa de llegar. Dijo cosas incluso fuertes, pidiendo perdón y expresando su respeto: los rumores en Palmira acerca de los reyes. Odenato en parte lo celebraba y me felicitaba; pero en parte se alarmaba. Lo encajó muy bien. No estaría ella enfadada por eso. Y Krito brillantísimo, con esas ideas que viene teniendo: el futuro es del Sur. Grecia es el pasado, Roma y Persia dos grandes potencias, pero ambas ya en declive. El futuro es la orilla sur del Mare Nostrum y lo desconocido más al sur aún. Desde las Columnas de Hércules hasta el Indo. Y más allá del Indo. El mundo es más grande que Roma y Persia: el mundo del futuro.
Odenato impresionado, ¡no sabía lo que puede hacer Krito con la palabra! Se considera un Alejandro y más que Alejandro; con la técnica de hoy se puede más, las naves del macedónico eran canoas comparadas con las mías. Yo puedo desembarcarle en la India. Pero eso será para más adelante. Antes hay que doblarle las rodillas a Roma; apoyarnos en Palmira con Oriente y mis barcos con bases en Egipto. Y no creo que necesitemos un faraón como pretende ese Antonino del templo de Canope; puede ser otro gobernante. Los campesinos egipcios no se amotinan, sólo son las ciudades y éstas se controlan. Además sé cómo arrastrar a los campesinos: basta con darles las tierras de los templos que ellos cultivan, explotados por los sacerdotes. Krito dice que creen demasiado en los dioses. Pero ¿y si dejan de creer? Hay cada vez más cristianos en el campo y ésos serían felices poseyendo esa tierra. Seguirían al que se la diera y les dejara practicar su religión. Tendré que hablar con Glauka. Su Eulodia puede relacionarme con los cristianos de aquí, los clandestinos, no me interesan sus jefes, me hablarían más de su dios. Egipto puede ser nuestro fácilmente. Y dirigir con Palmira ese gran sur de Krito. En algo le doy la razón: el gran enfrentamiento actual no es ya entre Roma y Persia, esa vieja pelea del este contra el oeste, sino entre el sur y el norte. Los esclavos contra los dueños de las riquezas, en un lado y en otro. De este lado es Mauritania, Numidia, y Cirene y los demás; del otro Armenia, Sogdiana, Bactria, Hyrcania… esas tierras que conoce Dagumpah. La sesión del Consejo fue un éxito; vio claramente Odenato quién es Ahram. Y lo comprobó en el astillero de Antiphrae: los sistemas de organización del trabajo de Filópator y nuestras máquinas auxiliares no existen en ningún otro sitio. Ni en la misma Roma.
Buena idea asomarnos al teatro y hacernos ver allí, para escabullirnos pronto a la casita preparada para nosotros por Dofinia. Esa mujer hace bien las cosas; aunque cobrase el doble valdría la pena. Odenato estaba harto ya de conversaciones oficiales; el cuerpo le pedía otra cosa. Maravillosas muchachas sirviéndonos la cena. La gran sorpresa se la llevó cuando aparecieron Clea y su amiga. Casi me abraza Odenato. «¡No te iba a ofrecer pupilas de la casa!», le dije. Ya se había fijado en Clea durante la cena que le ofrecí, formaba parte del plan. Era un buen contraste frente a las opulentas formas de sus mujeres. Y hubiera podido tenerla además toda esta noche en su alcoba, pero Zenobia lo ha trastornado todo… ¿Llegaría a sospechar algo? Es muy capaz; Podría ser la explicación de sus prisas… Por poco nos descubren cuando volvimos, con la pregunta sobre la escena del teatro. Hube de improvisar. Ya me enteraré mañana: si sacaron un burro de verdad le diré a Glauka que me pareció poco delicado para contárselo a la reina… No, no sospechaban mi plan, es que Zenobia está obsesionada con Roma, se juegan mucho en el viaje. Y yo también; quién sabe lo que puede ofrecerle el emperador, que tanto le necesita ahora. ¿Podría Odenato cambiar de campo y unirse lealmente a Roma?… No, no lo creo; Roma ya no puede ofrecerle más. Y yo tengo mi destino, mis dos luceros. Hasta ha llegado hoy una paloma del Campo Esmeralda con buenas noticias sobre el espíritu de fuego. Por cierto, la nueva masajista, Yazila, estaba curioseando sobre mi tablero mientras yo me secaba, ¿habrá visto el mensaje? Tendré que andar con ojo. Podría espiar para su padre. Es más agradable verla que a la difunta. Su cuerpo encandila como el de las negritas del rey Mlango, moreno, bonitos pechos. Y esos ojitos redondos siempre risueños, mirando a todas partes, provocativos… Pero a Glauka le haría daño saberla en mi cama; otras no le importan pero ésta le hizo todo el daño que pudo en Tanuris… Lástima, me gusta, está mejor que la amiga de Clea anoche. ¡En fin, dichosas mujeres!
Volverán de Roma satisfechos y verán que aquello es un elefante muerto de pie; sólo falta desjarretarlo y caerá. Tendré entonces tiempo para llevarme a Odenato al sur, al Campo Esmeralda, con Zenobia si quiere acompañarnos. Dispondré aquí alguna noche para que él goce bien de Clea y ésta procure sonsacarle sus intenciones… ¡Y quién sabe lo que puedo lograr con Zenobia!… ¡Adelante, Ahram, adelante hacia tu destino!
Ahram pasea por el salón una mirada complacida. Hermonio fue siempre un excelente mayordomo pero la supervisión de Glauka le hace superarse con un acierto manifestado en la disposición de las flores y en las renovadas cubiertas de los triclinios. El sol de poniente dora el mármol en la colosal estructura del faro, todavía apagado, e ilumina al otro lado del puerto el hermoso palacio real, envuelto en sus jardines con el templo de Isis Lókida. Ese paisaje se ofrecerá a los ojos del nuevo prefecto durante la cena hasta que, diluyéndose en la noche, reaparezca enrojecido por la alta hoguera del faro. Esta vez los comensales no son muchos: dieciocho en total distribuidos en seis triclinios, dispuestos formando dos herraduras enfrentadas para que todos se vean durante el simposio. Una mujer en cada triclinio estimulando la intención y la palabra, sin alentar todavía los deseos, que podrán satisfacer más tarde, cuando aparezcan las danzarinas y los muchachos, quienes no prefieran retirarse apaciblemente. Hasta ese momento sólo la suave música del aulos y el arpa, con alguna canción, gracias a Yarko, requerido por Krito para gozo de Glauka, y a Marsia, la arpista incorporada desde Tanuris al servicio del palacio, a la muerte de Sinuit.
Además de recibir por primera vez al nuevo prefecto —un hábil mercader de Cartago, nombrado por haber prestado servicios a la casa imperial sin dejar de enriquecerse—, la reunión ofrece una despedida al navarca Gelio Anneo y a su esposa Clea, que muy a disgusto parten para otro destino militar en Éfeso, después de cuatro años en Alejandría, sobreviviendo a dos cambios de prefecto. Ahram contempla esa partida con indiferencia, casi con alivio. La utilidad de Clea para la información secreta costó más de lo que suministró, pues casi todos sus informes llegaron también por otras vías, y sólo ofreció el beneficio de tener siempre propicio al navarca. Las picantes entrevistas de las primeras semanas no retuvieron mucho a Ahram porque las preferencias eróticas de la dama no coincidían con las suyas y pronto las redujo a una cortés convivencia, si bien Krito continuó manteniendo hasta el final unas relaciones de las que se obtuvieron los datos más interesantes relativos sobre todo a la administración imperial en Egipto. Como siempre a la llegada de un nuevo prefecto, hay que reajustar las vías de información y Ahram confía en que el simposio, con el vino y la buena compañía, le permita empezar a conocer el talante del recién nombrado. Por añadidura, asistirá un invitado notable, de paso por Alejandría: un noble armenio emparentado con el recientemente fallecido Tirádates, miembro por tanto de una de las familias alguna vez reinantes en su país y bien recibido en Roma por su posición y su cultura. El propio prefecto sugirió que se invitase a ese Tigram Fenesiades, al mismo tiempo que excusaba la asistencia de su esposa, todavía viajando desde Roma.
Entran ahora los acompañantes, los dos músicos y las cuatro muchachas enviadas por Dofinia para alegrar con su belleza y participar en la conversación. Hermonio entra y sale dando los últimos toques y disponiendo los servicios. Las mesas auxiliares están dispuestas con los aperitivos y las cráteras de bebidas: vino para mezclar con agua, cerveza, hidromiel y refrescos. Hace rato que un humo suavemente perfumado se desprende de los pebeteros. Ahram saluda a las muchachas, les dedica unas frases de aprecio y se retira para volver con Glauka cuando le comuniquen la llegada de los primeros invitados.
Al fin están reunidos todos los comensales, tendidos en los divanes. Ahram procede a la libación ritual, esta vez en honor de Poseidón, y propone como simposiarca al prefecto, de acuerdo con las normas de cortesía. Todos aceptan y el alto funcionario presenta su cabeza para que la propia Glauka, a su derecha en el diván, le corone con una guirnalda como director de la reunión. Acepta el nombramiento con unas palabras de gratitud y de elogio a la compañera de su anfitrión, sobre cuyos hermosísimos cabellos —dice— se sentirían más a gusto las rosas que acaba de recibir, y ofrece al dios Serapis una segunda libación, declarando abierto a continuación el diálogo. Clea pregunta al armenio, tendido a su derecha, si conocía Alejandría, y ante la respuesta negativa le pide una impresión sincera. El viajero se deshace en alabanzas, encareciendo el esplendor de la ciudad, el encanto del puerto con la importancia comercial del emporio, la efervescencia del tráfago callejero y la intensidad de la vida cultural, reflejada incluso en la abundancia e ingenio de los murales satíricos sobre la actualidad, más llamativos que en la misma Roma, aunque no siempre haya él podido captar el sentido por desconocer los apodos locales de los personajes aludidos. El comentario suscita risas generales y la evocación de algún ejemplo.