Authors: José Luis Sampedro
¡Qué bien se está tendido, con los muslos de Glauka por almohada! ¡Qué me importa a mí el oro! Obtengo cuanto quiero en un buen préstamo a la gruesa. O con la contrata del aceite. La cosecha en Tarraconense y Grecia va a ser mala y África fijará el precio, ahí tendré oro. El importador aquí quiere engañarme, le voy a echar en contra al pueblo. Que Soferis llame discretamente a un libelista. Destrimax, ese escribe epigramas sangrantes. Crear opinión, conseguir que la gente espere algo y luego ganar haciendo lo contrario. Puede ser mucho dinero; todo es poco para nuestros proyectos y nuestra red de informadores. Para eso sirven las palabras: para los libelos, para hundir a alguno, para llevar a las masas por donde se quiere. Malgastarlas en versitos como esta noche… ¡Bah!
También enamoran. Pero dichas, no escritas. Qué dulces las de Glauka a mi llegada. Suben al corazón. Qué suerte tuve aquella tarde, gracias al perro enfurecido. ¡Y cómo la quiere Tijón! Ya casi no ve, pero la reconoce de lejos. De no ser por él ni me hubiese enterado de que mi hija había comprado a Glauka. ¡Pobre Sinuit! Como su madre, de salud endeble. Y menos mal que Malki se refugia aquí; su padre le echaría a perder. Dentro de un par de años empezaré a embarcarle con Artabo, antes incluso de la efebía. Ya ha estudiado bastante. ¡Comprar aquella esclava y aprovecharla sólo para una peluca! Tenuset me la consiguió, se conserva el pelo hermosísimo. Comprendo el capricho del prefecto. ¿Por qué parecía ella avergonzada de su cabello? ¡Si es para estar orgullosa! ¿Quizás porque entró en el salón esa niña, la Yazila? No tan niña. No sé cómo me he privado de su cuerpo tanto tiempo. Ya está en sazón, con pechos firmes; pronto empezará a decaer. Además ya debe saber de cama, no sé que lío tuvo ya. ¡Ahora o nunca! ¿Qué puede importarle a Glauka? ¿No es otra de mi casa? Pronto valdrá menos.
No comprendo a Krito dejando al final que Tigram se llevase a Títira. Y hoy no estaba femenino al contrario. Hablaba con ella interesado. Parecía la chica una insignificancia y se destapó. Tan quieta y tan insinuante. Su baile me ponía cachondo. Hasta el Lysias dejó de trabajarse a Clea, que se enfureció. Y el caso es que esa chica no tiene nada. Sólo el movimiento y los ojos. Carbones chispeantes. He de gozarla; saber cómo se mueve debajo, algo especial. Además habla poco; no me gustan las charlatanas. Y me llevaré al flautista para oírle al mismo tiempo; a lo mejor con eso se encandila ella más.
Tiene razón Glauka, ese músico es bueno en lo suyo. Descubre cosas Krito en Rhakotis. Y se corrige, va menos por ese barrio. ¿Estará empezando a notar los años? Pero en Persia se movió mucho, volvió informadísimo. Es un talento, lástima lo otro. A los técnicos los dejó admirados, no sabía las cosas pero las comprendía enseguida. Sí, está mejorando; no sé por qué será, pero me vendrá muy bien a medida que progresen nuestros planes. Tienen que avanzar, yo también tengo años. ¡Harían falta más vidas cuando se tiene el mundo en la cabeza! ¡Cuando hay que abatir a Roma! Dagumpah cree que las hay, que nos continuamos después de morir. Según Krito no es imposible. Pero yo no deseo ser otro; quiero seguir siendo Ahram. Ver a Roma de rodillas. Me gustó lo de Krito: las estatuas de ahora tienen miedo. No son poderosas ni tranquilas como las antiguas. El mundo moderno tiene miedo; le faltan agallas, por eso empuja el persa, que es más bárbaro. Quedan bárbaros sin miedo; hay que hablar con los godos. Y con los del sur.
A ver qué me dice mañana Tigram, no será difícil sublevar a Armenia en su momento, incluso tierra adentro, la Armenia Mayor. Tigram tiene que definirse y entonces seguiré trabajándole. Su familia reinó y a él le tienta el trono. Pero ¿está con Roma o con nosotros? Me pareció impresionado por lo de las estatuas asustadas. Mañana le llevaré en el Jemsu a Tanuris, Neferhotep tiene consejo municipal, estará aquí y no me estorbará. ¡Sería buena idea llevarme a Títira y a otra nueva para el armenio: llevándomelo dificultaré que vea otra vez al prefecto a mis espaldas; anteayer le visitó en secreto. Volveré a insistirle; convencerle de que Roma ya no es el mejor aliado. Odenato y yo tenemos cada vez más fuerza, el cerco se cierra.
Pero ¿qué ocurre en el Campo? Hace días que no han llegado palomas con informes. Si pasa una semana más tendré que enviar a alguien. Pero Artabo está fuera hasta el mes que viene y el asunto es delicado. Más aún después de aquel accidente con la máquina. Ocurren cosas raras. ¿Se habrá infiltrado algún saboteador? ¿De quién? Siempre pensé que a Odenato le pasó algo así en Ctesifonte. ¿Cómo diablos no pudo conquistar la ciudad si el persa estaba vencido? ¿Tendré enemigos en el Campo? Si hace falta pondré una trampa y cazaré a quien sea.
Me esperaba despierta. Sus muslos, sus dedos en mi pelo. ¡Qué descanso! ¿Cómo piensas en descansos, Ahram? ¿Son los años? Y su canto, ese canto para mí solo. Ahram y su sirena… No son los años, es el sueño… No, yo no envejezco, todavía.
Me hubiese perdido lo mejor de la noche si no hubiese vuelto atrás para oír a Yarko, hasta entonces decepcionante, sólo música de fondo con el arpa mientras hablábamos, comprendo que tocase por rutina, en cambio aquellas primeras notas me retuvieron, retrocedí hasta la entrada del salón, Hermonio mirándome asombrado, ¡esa flauta! y la bailarina, los dos, ¡qué sabios, qué voluptuosos, qué profundos!, lo decían todo, indecible pero todo, esa Títira que sólo había hablado con Krito, casi insignificante en su juventud, demasiado morena, y luego resulta ser así, una flor abierta de pronto… Krito la había adivinado, por eso la hizo danzar, ¿qué se dirían durante la cena?, ¡qué instinto el de Krito! me compensó del mal rato antes, ese capricho del prefecto, había mirado mi pelo toda la cena, tener que deshacer el perfecto peinado de Licinio, ya está viejo pero un artista, no sé cómo otras van a ese Fenecio de moda, ¡qué vergüenza desnudar mi pelo! darlo a tantas miradas, ¡ojalá no lo hubiese permitido Ahram! Clea tragándose la envidia, y la mirada de Krito acusadora, ésa fue mi vergüenza, ¿por qué?, esa mirada dolorida, me traspasó, salí casi llorando, menos mal el milagro, la flauta me compensó de todo, lo mejor de la noche que ha estado bien, luego se han divertido, Ahram ha vuelto contento, dormido en mi regazo, me encontró sentada, junto a la ventana, se tendió en el suelo con su cabeza sobre mis muslos, así se ha quedado, mi Ahram, su cuerpo con más años me atrae más aún, estuvo todo bien, número justo de invitados, las chicas discretísimas una selección atinada, excelente la Dídima del archidikasta, hermosa y culta, la mejor de las cuatro con dignidad secreta, orgullosa de ser mujer, me hubiera gustado hablar más con ella, todas muy bien vestidas pero ninguna como Clea, quiso triunfar en su despedida, de dónde habrá sacado ese lino finísimo, dijo que de Eubea, ¡y qué bordados!, una simple cenefa, pero hay que entender para apreciarlo, siento que no la viera Eulodia, me ha dado una idea para la tela que he visto en el emporio, me alegro de que se vaya Clea, aunque ya no me preocupaba como cuando volvió, hace cuatro años, por suerte no le interesé, a Ahram tampoco le duró el capricho, pero no me gustaba encontrármela, no sé por qué, como una nube oscura en un día hermoso, me alegro de que se vaya, ojalá se fuese también esa Yazila intrigantuela, antes las masajistas no aparecían en las fiestas, ahora por si acaso se accidenta una bailarina, quiere ser vista, provocar, quizás a Ahram que no le hace caso, ¡cómo se lo agradezco!, aunque los hombres nunca se sabe, pensar que Neferhotep no lloró mucho tiempo a Sinuit, bien pronto empezó con Clea, se siguieron viendo, de vez en cuando en estos cuatro años, extraña relación, él no da la talla, ¿entonces?, pero eso le gusta a ella, a los hombres no se les acaba de entender nunca, claro que a Neferhotep no me interesa entenderle, viene menos por aquí, en cuanto se aseguró de que Ahram no le reclamaba Tanuris, tampoco es justo Ahram culpándole de la muerte de Sinuit, no se ocupó de ella pero Ahram tampoco, cuidado que se lo dije, ahora Ahram se siente culpable y se descarga en el yerno, hemos ganado a Malki, cada vez se parece más a Ahram, y en el genio también, le gusta el gimnasio, el día libre viene a vernos, trece años ya casi catorce, y guapo, ¡si lo cogiera Clea!, por fortuna se marcha, pobre mujer, ¿alcanzó alguna vez el Vértigo?, lo dudo, su sexo en la cabeza y no en la piel, se defiende con la inteligencia, nosotras hemos de jugar como podemos, con las cartas que nos dejan, ellos tienen la culpa, ¡qué raro es encontrar un Ahram!, ¡qué suerte la mía!, esta noche ella provocando a Lysias, el prefecto se dio cuenta, pero a él le interesó aquel chico, Ahram lo comentó al llegar aquí, riéndose, «no se ha atrevido a llevarse al muchacho a una cama», «tiene miedo de que informen a Roma, pero le proporcionaremos un encuentro, se llevó a una muchacha», hoy no había cripta sino alcobas para quienes quisieran, era una cena seria, le pregunté por Krito, en qué fase está, mera curiosidad, «en ninguna, salió solo, poco después que tú, creo que a su casita», no le pregunté más, Ahram cansado y contento, se me durmió en seguida, como un niño pequeño, dormido se transforma, ¡tan tierno!, insistiendo en Odenato, Palmira su obsesión, ¿la inspirará Zenobia?, siempre me lo pregunto, soy tonta, mi rival es el poder y no las hembras, no ha vuelto allí desde hace cuatro años, desde que ellos vinieron, su obsesión son los ejércitos de Odenato, complemento de sus barcos, convencido de su estrella, de su destino, buen diálogo sobre los dioses, siempre Krito el mejor, su exclusiva Diosa Madre, pero se equivoca, los inmortales existen, yo lo era, ¿por qué no le he dicho nunca mi verdadero origen?, me pesa engañar a Krito pero no me resuelvo, empiezo a pensar que no es por Ahram, me resisto por algo mío, yo misma no lo sé, los dioses existen pero cambian, la inmortalidad pasa a otros, más que en el Olimpo viven en el alma humana, cuando se deja de creer en ellos han de irse, no se adónde, lo que ahora ocurre, por eso no he vuelto a ver ninguna hermana mía, ya desisto de buscarlas nadando al pie de la torre, irán a unos Elíseos para dioses, otro Olimpo subterráneo pasan sin haber vivido, pobres hermanas mías ¡cuánto debo a aquellos pescadores!, a mi Narso, esta vida que vivo, esta inmortalidad en cada instante, al siguiente veremos, lo comprendiste Afrodita, fuiste clemente conmigo, ¿recibirás otro nombre?, ¿decae Roma porque pasan sus dioses o al contrario?, ¿y cuáles son los nuevos?, ¿la Mujer Divina de mis femineras?, los obispos la rechazan, hombres al fin, pero no es nuevo un dios que muere, Krito me lo enseñó, Tammuz y Osiris resucitan, al oírselo aquel día estuve a punto de revelarle mi secreto, ¿por qué no lo hice si confío en él como en nadie?, ¡qué loco deseo de inmortalidad!, sed de los hombres, ¡no valoran la vida porque la tienen!, en eso es fuerte Ahram, es como yo, nada de ser inmortal sino que dure la vida, pero la confunde con el poder, éste le roba aquélla, irá cambiando, voy quitándole la venda de los ojos, ¡necia inmortalidad!, sus momentos eternos porque monótonos, lo mismo día tras día, eternidad tras eternidad, sin sorpresas sin ríos interiores, sin angustias ni asombros, sin dolores que enseñan el valor del placer, con amores de capricho que no son refugios contra el tiempo, sin Amor, ¿por qué se marchó pronto Krito del simposio?, el muchacho que se sentó a sus pies fue a tiro hecho, seguro que le conocía, ¡cómo deseaba a Krito, ser tomado por Krito!, ¡qué entrega en su mirada!, ¿por qué no tomó a Títira, la bailarina, toda la cena junto a él?, ¡cómo me gustaría haberles escuchado!, él adivinó su sensualidad, por eso la hizo bailar, ¿cómo no aprovechó ese cuerpo todo fuego?, a mí me provocaba, cómo ondulaba quieta, debe saber durar, Krito en ninguna fase, dice Ahram, estuvo brillante, cómo se burló de los técnicos, ¡y le creen frío, escéptico!, ignoran su ternura, desesperanzada a veces, su sensibilidad al rojo blanco, ¡cuánto sabe de amor!, más que esos personajes, gozadores bastardos, ambicionando el poder sin la fuerza de Ahram, amando sus pequeñas poltronas, suspirando por favores del César, ¡cómo desprecia Krito esas miserias!, ¿qué le pasaba hoy?, ¿qué le pasa hace tiempo?, sus altibajos, no son sus fases sino otra cosa, más de fondo, sus huidas, cuando se marchó al Campo Esmeralda, pretextó conocer la obra de los técnicos, no me lo creí ni un momento Ahram sí le creyó, no profundiza en su amigo, Krito huía a su soledad, y la otra vez, cuando se fue a Persia, Ahram encantado, volvió con muchos datos, pero ¡qué interminable ausencia!, y cuando se embarcó con Artabo, no podía creérmelo, ¿qué hacía Krito en la mar?, ¡qué largos meses!, sin él me faltaba algo, Ahram con sus asuntos, conmigo sólo las noches ¡encendidas noches!, pero ¿y el larguísimo día?, ¿y estar sin la palabra de Krito?, un viaje incomprensible, ¿buscando a sus dioses?, ¿el andrógino?, en eso se equivoca, no es el andrógino quien mejor goza sino el hombre o mujer con la pareja opuesta, al andrógino el otro no le añade nada, hace falta carecer para recibir, Domicia era otra cosa, el placer no el Instante, éste con lo distinto, como el baile y la flauta, cómo abrazaré a Ahram cuando despierte, mi niño, mi hombre, voy a cantarle, mi canto de sirena, como una nana, sólo él me lo ha oído sólo ofrecido a él, ¡qué delicia su pelo crespo!, se resiste a mis dedos en caricia, no me atrevo a moverme y despertarle, me duelen las rodillas de la postura, le regalo esa pequeña tortura, si pudiera dormirme así, qué extraordinaria noche, hasta la luna brilla más, vencedora del faro, me dan ganas de cantar, el jardín es de plata, un temblor rosa de la hoguera en lo alto, me envuelve la luna como a mis hermanas, necesito cantar, suavito, que siga dormido mientras estiro las piernas, te cantaré bajito y nos dormiremos juntos, ¿me oyes en sueños, Ahram mío? Escúchame… ¡Cuidado! ¿Qué se mueve ahí abajo, entre las frondas?, no es un guardián, se oculta entre los árboles le ha delatado su túnica blanca, ahora no se mueve ¿un invitado?, ¡coronada de hiedra la cabeza!, ¡es él siempre rechaza las rosas en los banquetes!, es Krito y me ha oído cantar, ha estado oyéndome cantar, el canto de las sirenas… Krito…
—No es nada, no tiene importancia —dice Soferis, llevándose la mano al hombro. Pero por entre los dedos que aferran la articulación se escapa lentamente la sangre y su rostro está pálido.
Ahram, de pie, mirando el cuerpo del hombre tendido y la sangre que se derrama de su cuello, trata de comprender lo ocurrido. ¡Ha sido tan repentino! Unos momentos antes despachaba unos asuntos con Soferis mientras, al lado, Glauka urdía unos hilos de colores en su pequeño telar de la galería aneja. Entonces penetró el hombre, le tomaron por un mensajero, avanzó respetuoso llevando un memorial en la mano. De pronto el hombre se irguió, el respeto se convirtió en violencia, el pergamino en un puñal afilado. El pupitre sobre el que firmaba documentos impidió a Ahram levantarse con rapidez y defenderse. De no interponerse Soferis, que recibió el golpe en su hombro, la daga se hubiese hundido en el pecho de Ahram. Y aún hubiera logrado el asesino su propósito, repitiendo el ataque por encima de un Soferis inhibido por el dolor, si Glauka, alertada por el grito del escriba, no hubiese acudido con sus tijeras en la mano, hundiéndolas en el cuello del agresor, acertando a cortarle la yugular con toda la fuerza de su mismo miedo.