La vieja sirena (25 page)

Read La vieja sirena Online

Authors: José Luis Sampedro

BOOK: La vieja sirena
9.6Mb size Format: txt, pdf, ePub

Falta mucho por hacer todavía, el riesgo de la juventud es que Odenato se precipite. Es preciso seguir armando la trampa porque es gigantesca: todo el mundo conocido. ¡Yo le enseñaré al príncipe esa tenacidad secreta! Y Zenobia: es cautelosa. Tendremos éxito. Para él Asia, del Sinaí al este; para mí el Mare Nostrum. Roma y Persia arrinconadas. Sí, los dos son prudentes. Me sorprendía nuestra coincidencia de perspectivas, el encaje de nuestros planes. ¡Aquella noche, sobre todo! Atardecía en los jardines y abajo en la ciudad, la Gran Columnata a contraluz del sol poniente. Digna de la nuestra, con sus ménsulas a media altura de los fustes sosteniendo magníficas estatuas. Después la noche y la cena, danzarinas casi como en mi país sabeo, pero al menos en música Alejandría es muy superior. Las estrellas eran las mías, las del desierto mío, ¡cómo resplandecían! Prometiéndome que cumpliré mi juramento, se realizará mi sueño, viviré para ejecutarlo. En la mañana había brillado Arsu, el lucero adorado con mi madre, el que me envió a Krito allá en Esmirna. Krito, ¡cuántas veces acierta con sus consejos! Parece mentira: ese mismo hombre diciéndome hoy tantas tonterías.

Pero sobre todo los ojos de Zenobia, mientras planeábamos el futuro. Si fuese un poco más alta sería majestuosa. Aun así, ¡cuánto voluptuoso imperio reclinado en su diván! Superior a Odenato; ideal complemento del guerrero. «Es más astuta que yo», reía el príncipe; ella bajaba los párpados, miraba de soslayo y sonreía. Pero más que eso; es deslumbradora. Infundía su encanto a todo alrededor; si no, no podría explicarme mis sensaciones. Yo como embriagado, sin saber lo que me pasaba, pero era una borrachera lúcida. Veía estrellas increíbles: más vivas que nunca, y rojas, amarillas, verdes; no sólo blancas. Las flores más olorosas, las siervas más seductoras, los perfumes más penetrantes… Si existe un paraíso será así. Jamás me sentí igual: allí todo parecía flotar, pero a la vez era más verdadero. Yo como en trance, pero mi pensamiento alerta y clarividente. Veía el futuro al alcance de la mano… Llamar astuta a Zenobia no es suficiente; pero ciertamente sus ojos guardaban más de lo que decían. En cambio esta esclava del cabello increíble tiene la mirada más clara del mundo. Jamás sus ojos huidizos, siempre de frente y serenos. Bueno, tampoco la he mirado mucho, no se vaya a creer. Pero también puede ser otra táctica, más solapada aún. Que lo averigüen ellos; Soferis, Bashir, quien sea; no me voy a ocupar yo de esa pequeñez. ¿Qué había en la mirada de Zenobia? ¿Algo personal? Esa sonrisa, esos labios llenos, pero más de violencia que de sensualidad. ¿O me equivoco? Al menos es mi aliada. Vigilaré, pero empezamos bien. Y la alianza nos conviene a todos. ¿Por qué había de fallar?

Me ha dejado de mal humor, ese Krito. En vez de pedirme semejante locura, ¿por qué no me ha dicho que le ha regalado a ella un brazalete? Eso se lo calla, cree que no me entero. ¿Por qué se lo ha dado? ¿Y por qué lo lleva ella? ¡Cómo no iba yo a verlo en su brazo! Nunca hubiese sospechado de dónde lo había sacado a no ser por Ushait. ¿Por qué callas, Krito? Si no fueras mi estrella, si no fueras el Ahram de la palabra, eso te costaba desaparecer de aquí. Aunque mejor observarte, ver lo que haces ahora que te la he negado. ¡Ándate con ojo! A lo mejor eres un infeliz ante las mujeres y has caído en su trampa. A lo mejor ella quiere enemistarnos, crear divisiones dentro, engatusarte para valerse de ti contra mí. ¡Cuidado, buen amigo! Primero hay que aclarar la cuestión, después podré dártela. Si se me antoja prescindir de ella; pero antes quiero saber lo que pretende.

¿Dormía Ushait de verdad cuando he bajado hoy? Podía estar cansada, pero hay magias, bebedizos para dormir a la gente, y entonces ser ella quien me sirva el desayuno. ¡Lo que me desespera es que nunca estoy seguro! ¿Le asomaban sin querer unos rizos o los había dejado fuera del pañuelo a propósito? ¿Por qué no llevaba el brazalete esta mañana? ¿Se quedó sorprendida cuando bajé tan temprano para hablar con Bashir antes del Consejo, o espiaba mis movimientos? Porque ya estaba en pie cuando asomé… ¡Maldita sea tanta incertidumbre! Voy a acabar con ella como sea.

Es una obsesión. ¿Me estará dando un bebedizo con la leche que tomo? Nunca he perdido tanto el tiempo como ahora. Sí, estaba levantada. En cambio cuando bajé a la gruta a medianoche dormían las dos. Ella también. Al menos no se ha atrevido a bajar nunca a la gruta: hubiera encontrado yo roto el hilo que puse. Ahí sí que es terreno sagrado; si se atreve, ¡se acabó! Pero no lo ha hecho… ¡Mira que llamarse Irenia! Si me quedo con ella se llamará otra cosa. Y es verdad, tiene los ojos glaucos. ¿Le habrá dado otro bebedizo a Bashir en Tanuris? ¡La defiende de tal modo! Me gustaría pensar tranquilo. Su decisión frente al perro, ¿fue magia sobre los animales? ¿Acaso Tijón es su demonio familiar y actuó para ponérmela delante? No, ella tenía miedo de verdad y Tijón es leal conmigo. ¿Y aquel escollo sumergido, cuando nuestro primer embarque? ¿Por qué no ha de ser natural que lo viese? Lo mismo que el amuleto de Malki. Pero después, en la isla, ¿cómo resistió tanto tiempo bajo el agua, cómo encontró la daga? En mis pesquerías de perlas hay algunos que aguantan más que yo, y ella se crió en una playa. Pero, ¿antes? ¡Ése es el problema! Sumergirse puede no ser magia. En cambio su cuerpo, en la túnica mojada, durante el regreso a Tanuris… ¡así se puso Tinab! Pero sobre todo su mirada, en eso tiene razón Krito. Su expresión cuando dejo traslucir mis sospechas. Su expresión inocente… ¿Debo creérmela?

¡Ah, no, lo de las morenas, imposible sin un secreto poder…! ¡Suponiendo que sea verdad! Si fuese una espía romana les hubiera sido muy fácil inventar la historia de Cirene y venderla con esa etiqueta. A lo mejor Amoptis está en el ajo y no la compró al azar… ¡Ya basta de pensar en ella, diablos!… Pero no debí decirle, aquella mañana en la playa, que me iba a Palmira. Era un secreto; fui ingenuo. ¡Si es que parece inocente!… Debo de estar cansado, cuando no consigo alejar mi obsesión: ¡pensar tanto y tanto en una mísera esclava! No puede ser enemigo… También es que necesito una mujer. Aunque no soy Odenato, no soy todavía un viejo. Pero me haría falta una Zenobia para hablar con ella de política y de amor. En el gineceo me aburren todas. ¡Y eso que están ansiando agradarme! Prefiero estar solo, prefiero pensar. Estuve a punto. Sí, Ahram, reconócelo, estuviste a punto. Al volver de la gruta, viéndola dormida. ¿Y si la subo arriba, la follo bien follada y me olvido? Dejaría de pensar en ella, es un remedio. Pero ¿y si caigo en sus redes porque no es inocente? Luego sería más difícil averiguar la verdad. Pero una solución, seguro que lo era… No, no; para eso cualquier otra, ésta sería un desperdicio… Y sin embargo se me ocurrió. Pero no lo hice, a pesar de que cuando Ahram piensa una cosa… Ha sido un viaje muy intenso. Pasar inadvertido por las rutas y, luego, pesar bien cada palabra en la negociación… Tengo que descansar… Que me cuiden, como me recomienda Soferis. Pero ¿en la torre? Mejor en mi alcoba en la Casa, junto a la galería… ¿Eh? Esa paloma viene aquí, parece… ¡Sí, es nuestra! Voy a llamar a Soferis; habrá noticias. Eso es lo importante y no esta mujer persiguiéndome.

Reventó, ha estallado, llegó mi inundación, se desborda, me cubre, me ahoga… Estoy loca, estoy loca. Pensé que al volver de su viaje se daría cuenta de que existo, me dije «ahora que estoy en la torre, que me encuentra a diario», pero han pasado cinco días, ¡cinco días!, viéndole llegar y subir a su cámara, arriba, donde el lecho prohibido, viéndole bajar, oyéndole cómo me habla sin verme aunque me mire, con esa sonrisa que no es mía, separados en la noche sólo por un piso… No, no me lo dije porque no me atrevía, no me lo quería decir, no pensar lo imposible, pero ha reventado, como un volcán, Egipto con toda su violencia creadora, desbordándose en mí, deslumbrándome con esa verdad, la inundación, estrella Sopdit en mi vida, ya no puedo ocultármelo, y te llamo de «Tú», a ti mi amo, eras un mito y te has vuelto Tú, cerca y lejos como los dioses, Tú, a un tiempo la voz de Uruk, los pies de Narso, la fiereza de Roteph, Tú, señor de Alejandría, de las naves, de Oriente y de tu esclava, que no existe, no duerme, no descansa, ya me entrego al destino, a sufrir lo imposible, a arder sin esperanza, aunque al menos estoy más viva que antes, cuando quería ignorar, existir nada más.

Comenzó entonces, aunque yo no lo supe, hace setenta y ocho días, en el fin de año egipcio, el Nilo a punto, eran los días epagómenos, cuando el perro te llamó, el niño le provocó, los colmillos de Tijón afilados por los dioses, ahora veo cuan claro estaba: o la muerte o Ahram, y fue Ahram, que es mi muerte, y mi cielo cada día, pero imposible, inútil, estoy loca, si no me viste en el falucho, cuando mis pechos encresparon a Tinab, ¿cómo me vas a ver nunca?, me diste a Malki como se le da a un ayo, te lo he devuelto como tú querías, ya no sirvo de nada, otra esclava en la torre, un bulto que trae cosas, ¡y tenerte tan cerca!, hasta sentir en mi carne tu calor de hombre, respirar tu olor de hombre, no podré soportarlo, como esta mañana en tu desayuno, ¡qué suerte Ushait dormida, tu llegada temprana!, reparaste en los dátiles más que en mí, pero yo feliz tan cerca, y aún no amanecido, en la sombra más juntos, por poco derramo la leche pero ni eso te hizo mirarme, alguna vez la derramaré adrede, para que te irrites, ¡si al menos me pegases como en la isla!, hablaste al perro al salir más que a mí, le acaricias y no a mí, el otro día te fijaste en el brazalete, lo sé aunque no me dijiste nada, hoy no lo llevaba porque bajaste inesperadamente, pero lo vas a ver a diario, hasta que me preguntes, que sospeches si lo he robado, me crees maga, ¡qué más quisiera yo!, entonces serías mío, pero estoy loca, ya no pude más, me sublevé contra tu silencio, antes de pensarlo dije: «¿Estás descontento? ¿Te he servido bien, señor?» «¿Por qué había de estarlo?», no ves ni mis torpezas, estoy loca, esperaba agradarte, que dejes dormir más tiempo a Ushait, que sea yo quien a veces te suba el desayuno, a esa habitación que he visto, ¡si Ushait lo supiera!, donde reina una cama, tu cama, pienso que sólo tuya, Ushait insiste en que nunca la completas, ¿cómo lo consigues siendo tan hombre?, yo soy mujer y no puedo, pero sólo quisiera contigo, lo imposible, ni siquiera con Krito, ni por el morbo de sus ojos grises, de su cuerpo ambiguo, y ni te fijas en mi perfume, si me preguntaras te lo gritaría: «me lo regaló Krito», a ver si pensabas en mí como mujer, estoy loca o tonta, intento lo imposible, hoy no llevaba la banda en los pechos y se movían sueltos en la túnica, si no los viste en el falucho, ¿cómo verlos ahora?, imposible, estoy loca, te sorprendió encontrarme despierta, ¡pero si no duermo!, ¿crees que no te oí esta noche?, te vi cruzar de la escalera a la puerta, tu cuerpo desnudo como el de un dios, tu daga en la mano, la que yo rescaté de la mar, la medalla en tu pecho, o el amuleto, no sé cómo no grité al verte, en cuanto saliste corrí al ventanillo, tu cuerpo enrojecido por el resplandor del faro, te detuviste con el perro, a él sí le ves, ¡ojalá fuera yo perra!, ¡pero si lo soy!, en celo, desbordada, inundada de ti, pero sin alcanzarte, mi marea no pasa de tu puerta, te alejaste hacia la escalerilla de la cueva, ¡qué tentada de seguirte, desnuda yo también!, me retuvo el observarte, averiguar qué hacías creyéndote solo, y necesito saber de ti, todo, estoy loca pero no desisto, me moriré en tu busca, pero no me resigno, regresaste, ¡aún estabas más hermoso al volver por la senda!, te habías echado a la mar y tu carne húmeda relucía con el resplandor granate, me creíste dormida y te paraste junto a mí, te oí respirar, jadeabas, pensé ¡me ha visto, me está viendo!, ¿cómo no te atronó los oídos el tambor de mi corazón?, mi cuerpo casi se alzaba en el aire para ir a tus brazos, para que me llevases arriba, a ti, a hacerme tuya, a convertir la esclava en mujer, mujer que al fin se ha rendido a su pasión, la quiso ignorar por desmesurada, por imposible, pero no hiciste nada, simplemente comprobabas si había podido verte, te preocupabas por la espía, la de los poderes mágicos, la enemiga, ¿enemiga yo?, ¿estás ciego?, ¡si soy tu carne, tu imperio, tu dominio!, ¡si estoy invadida por ti, soy sólo tú!

11. La revelación

—¡Muchacha! ¿En qué piensas? ¿No te enjabonas?

La esclava aprovecha el tiempo libre durante la mañana para lavarse el cabello con el agua del pozo junto a la torre. Como Ushait tiene razón, coge un pequeño trozo del mejor jabón fenicio, el de barrilla con grasa. «¡Si conocieras mis pensamientos dirías que estoy loca! Además ¿qué importa mi pelo, si no lo aprecia su dueño?», piensa Irenia. Pero desvía el tema:

—Este pozo es un milagro. Tan cerca del mar y el agua se puede beber. Eso sí, hay que largar mucha cuerda.

—Es único en la isla —aclara Ushait—. El amo dice que es regalo de una estrella. Estaba cegado cuando se construyó el palacio y lo descubrió él mismo al arreglar la torre en ruinas. El agua que usan en el palacio y los jardines viene de la ciudad, por un conducto que pasa bajo los arcos del Heptastadio.

«Ushait siempre charlatana», piensa Irenia, que sólo tiene ganas de cavilar a solas. Para empeorarle las cosas, por el sendero se acerca Bashir, a quien en otras circunstancias le hubiera encantado recibir.

Trae un hermoso pez cogido de las agallas y, después de saludarlas, lo entrega a Ushait para que lo cocine.

—Toma. Recién salido de la mar.

—Ya me lo esperaba —comenta Ushait—. Cuando salió el amo tan temprano y no echó a andar hacia palacio, supe que bajaba al puerto.

Ya le han contado a la esclava cómo le gusta a Ahram al amanecer, cuando salen las barcas y llegan las nocturnas, reunirse con los pescadores de la aldea o los del puerto pesquero del Eunosto, al otro lado del Heptastadio. Le encanta charlar con ellos e invitarles a un jarro de cerveza; le recuerdan sus primeras navegaciones juveniles. Salta descalzo de un bote a otro, examina las redes, se entera de cómo va la temporada, pregunta por los familiares.

Bashir elogia el cabello de Irenia.

—No sé para qué lo cuido —responde enojada— porque volverán a cortármelo.

—¿No ha aparecido la peluca de la señora? —pregunta Bashir con ojillos maliciosos y una intencionada sonrisa.

«¡Encima le divierte mi percance!», piensa Irenia, más furiosa todavía.

—¡Qué cosa más rara ese robo! —interviene Ushait—. ¿A quién puede aprovecharle?

—Pues a cualquiera de las señoras que fueron a Canope para vestir a Malki —responde Bashir—. Ese día desapareció la peluca y ¡la miraban todas con una envidia!… Pero no te preocupes, Irenia. Aunque te lo corten, te vuelve a crecer tan de prisa…

Other books

The Eternal Darkness by Steven A. Tolle
Three Great Novels by Henry Porter
Pregnancy Obsession by Wanda Pritchett
Drawing Dead by Andrew Vachss
Drawing Conclusions by Donna Leon
The Goblin Emperor by Katherine Addison
A Quiet Death by Marcia Talley
This Is Falling by Ginger Scott