Authors: José Luis Sampedro
—Si vuelve a ocurrir eso, prueba con sus pies.
—¿Los de Odenato?
—Si, a veces da resultado. Mira, le descalzas y…
Glauka describe la técnica transmitida desde China para el masaje en la prominencia bajo los pulgares, la succión lenta de los dedos, el cosquilleo de las plantas… Zenobia, en su diván, se incorpora sobre el codo, acerca su cara a la de Glauka y devora las palabras.
—¿Es cierto eso? ¿Lo has comprobado?… ¿Con Ahram?
—No ha hecho falta —sonríe, superior, Glauka— Pero lo he visto, en el harem de Astafernes, a quien me vendieron los piratas.
—¿Era atractivo aquel hombre, al menos?
Ríen las dos:
—Oh, no; era gordo y untuoso… aunque muy refinado. Admirable en ciertos aspectos. Pero daba igual, nunca fui «elevada a su lecho» como decía su Gran Eunuco. Las mujeres sólo estábamos para su prestigio y para sus huéspedes. Él prefería los muchachos.
—Nosotras podemos ofrecer lo mismo —se ufana Zenobia.
Glauka no sabe qué le extraña más: si su propia franqueza o las confidencias de la reina. Pero es una noche en la que parece natural todo, allí en la frescura, con los aromas del parque confundiéndose con ese olor nuevo e indescriptible del pebetero encendido por la doncella de Zenobia. Un olor que lo hace todo ligero, aéreo y, a la vez, intenso. Cualquier deseo parece posible con él y al alcance de la mano.
—No estoy segura. Astafernes afirmaba que el orificio viril es más resistente y opresor; más excitante.
Zenobia logra disimular la impresión que le produce esa frase, oída ya a Odenato en un banquete un tanto licencioso en Palmira, aunque se refería a terceros. Y piensa que su actual secretario le fue proporcionado, cuando se casaron, por el propio Odenato, que elogió sus capacidades intelectuales innegables desde luego.
—¿Y qué hacíais las mujeres en aquel harem?
—Comer dulces y engordar, espiarnos, jugar al tablero o a lanzarnos pelotas y escondernos en el Jardín. Sobre todo intrigar. La menor cosa daba para hablar días enteros, sobre todo si significaba el más mínimo favor o disfavor para cualquiera de nosotras o para los eunucos o los muchachos… Yo aproveché para aprender a tejer, a maquillar, a usar plantas para medicinas o cosméticos… Y aprendí allí el idioma.
—Lo que yo decía. El sexo para nosotras no es tan importante.
—No creas. Se formaban parejas femeninas; se vivían historias de amor y de celos. Los olisbos aparecían por todas partes. Algunas tenían una colección, como un hombre tiene una colección de armas. Un viejo eunuco era un artista tallándolos. En marfil, en madera, en jade o mármol… ¡qué sé yo! Los hacía rugosos o lisos, más o menos grandes. Incluso de metal o de badana rellena.
Glauka se da cuenta de que exagera, se excede, pero algo la arrebata en esa noche tan extrañamente perfumada. Se siente como flotante, ajena a sí misma, irresponsable. Además experimenta un placer malévolo al mostrarse superior a Zenobia en algo que, curiosamente, ella desdeña, porque siempre ha rechazado los simulacros. Por eso mismo trata de llevar la conversación desde el sexo hacia el amor, pero Zenobia tampoco parece darle demasiada importancia, como si hubiera otros bienes más preciados. Al contrario, pasa sobre el amor para ir a parar a los hombres y a sus planes, intentando una conversación sobre los proyectos de Ahram y Odenato que ambas conocen. Pero por esa vía el interés de Glauka languidece y, además, el embrujo de la noche no le impide mantener firme la guardia, mientras siguen charlando en espera de los hombres.
A la mañana siguiente Ahram y Odenato embarcan muy temprano, con sus colaboradores, en un nuevo buque ligero, para dar una ojeada a los astilleros de Antiphrae, ya que Ahram no puede llevarle por falta de tiempo, a los más importantes del sur. Horas después, Zenobia concede una audiencia colectiva a las damas importantes de Alejandría y entre ellas retiene para una conversación a Clea, recordando haberla conocido en Palmira cuando residió allí con su anterior marido el epistratega. Clea aprovecha para entregarle respetuosamente un memorial referente a los deseos de una persona amiga suya en Palmira. La reina entrega el pergamino a su secretario y atiende a otra dama, mientras Clea cambia unas palabras con Glauka antes de retirarse. Terminado el acto Zenobia confesará a Glauka, entre otros comentarios, que no piensa hacer el menor caso de la petición porque Clea, durante su estancia en Palmira, empezó mostrándose muy asidua en la corte para acabar luego distanciándose de Zenobia, de una manera extraña.
Almuerzan solas porque el Euro retrasa el retorno de los hombres desde los astilleros, acompañándolas únicamente Krito que, para sorpresa de Glauka, no se muestra especialmente brillante. Zenobia piensa ya en la inmediata partida de Alejandría y quizás por eso no vuelven a plantearse temas importantes: solamente comentarios acerca de la Roma que va a encontrar Zenobia o sobre las dos magníficas pelucas que ha adquirido ella para seguir el viaje. Los precios en tetradracmas o en denarios se mezclan con noticias de Zenobia sobre Palmira y, especialmente, sobre el fascinante mercado de las caravanas y las informaciones que con ellas llegan de tierras muy lejanas. Krito les habla de la representación teatral de la víspera —ganaron los apostantes por un burro de verdad, aunque el mimo fue sustituido en esa escena por un profesional alejandrino con conocidísima capacidad de admisión— y añade que al ser algo corta la atelana se completó el espectáculo con un concurso final de bellezas por votación popular, ganado por una protegida de Dofinia.
Al fin, bien rebasado el mediodía, arriba la nave con las banderas de Ahram y Palmira, y desde ese momento todos se consagran a trasbordar a la cuatrirreme a los viajeros. En la despedida, con altos funcionarios de la prefectura y el propio prefecto en la escalinata del palacio, se abrevia el protocolo, pues quieren aprovechar el mismo viento que les retrasó para navegar hacia el oeste rumbo al fondeadero de Taposiris, evitando así viajar durante la noche.
¡Por fin se fueron! ¡Qué par de días más apartada de mis costumbres! Aunque no ha sido tan difícil; le temía yo a este conocimiento de Zenobia, a sus impresiones sobre mí, siempre me resistí a ir a Palmira, en su último viaje Ahram estaba bien dispuesto a llevarme, aquí no ha sido tan difícil, pero sí muy confuso, no sé qué pensar, ¿qué es esa mujer?, por un lado atrae, seduce, ¡qué hábil!, por otro previene, una piensa que hay algo más, conmigo encantadora, aunque a veces marcase distancias, lo comprendo, y sin embargo me desconcierta, por supuesto le obsesiona el poder, en eso es como Ahram, ¡cuánto temo, Afrodita, lo bien que podrían entenderse en ese terreno!, más incluso que Odenato, él a guerrear, ella le empuja, pero él no pediría más, soberano de su patria, imprescindible para Roma, ella aspira al mundo entero, su comentario sobre Cleopatra, y lo aprovecha todo, el guepardo encadenado, en cuanto llegamos a la Casa dejó de verlo, mandó apartarlo, es para el público, «impresiona ¿verdad?, es casi una pantera —me dijo—, pero cerca huele mal y puede hacer daño. Es bonito, sobre todo cazando; a la carrera ese animal es una belleza», sí, Zenobia es cazadora, le brillaban los ojos al decírmelo, resplandecían sus dientes, es curioso, con su tipo uno la vería más en un harem, lánguida, tendida en los divanes, pero esa mirada, ese imperio, ese alerta constante, la ambición es su nervio, y luego a veces se me ha confiado, ¿o también era seducción?, no sé qué pensar, la última noche, interesada en el sexo pero en la técnica solamente, es más sensual que sexual, y lo usa como arma, a Krito no le afectó, se mostraba indiferente, en cambio Ahram impresionado, perdería la cabeza por ella, menos mal que están tan lejos, ella no haría más que utilizarle, pero la mira embobado, Krito en cambio frío durante la comida, se lo reproché cuando se fueron, mientras Ahram se iba a la prefectura a comentar la estancia, Krito se ha disculpado, no pudo remediarlo, no le dice nada esa mujer, pero comprende mi desconcierto, me lo explica,
«Es mujer contradictoria, fruto de la frontera, de la encrucijada de caravanas, como yo mismo, ya sabes, nacido en Clazomene y criado en Teos, entre Jonia y Eolia y ambas a su vez entre Grecia y Oriente», dice que las fronteras son confusas pero creadoras, en ella hierve la vida más que en los centros, «¡y hay tantas fronteras!: la piel de nuestro cuerpo, los linderos geográficos, los tiempos entre dos épocas, el que estamos viviendo ahora, Glauka, entre el final de Roma y el futuro», qué seguro está de eso, yo no lo veo tan claro, pero ese futuro no me incumbe, me importa el presente, quisiera menos incertidumbre, ver si esa pareja real está de verdad al lado de Ahram y para siempre, eso es lo que me importa, ¿quiere ella a Odenato?, «todo lo hago por él, se lo merece todo», ¡cuéntaselo a otra!, si yo fuese hombre me podrías engañar, pero soy mujer y veo tu pasión, es el poder y no el amor, pero qué hábil para herir mientras sonríes, mil elogios de Alejandría, pero luego el canto a Palmira, «este lago que tenéis al lado huele a estancado, todo lo de Asia lo recibimos antes, el desierto que nos rodea es una barrera defensiva», su orgullo de Palmira, una calle con columnas comparable con la nuestra, «en cierto sentido mejor, en los fustes hay ménsulas para sostener estatuas de dioses y ciudadanos, una lección para el pueblo, una presencia…»
Su falsa tolerancia, su astuta condescendencia convertida en superioridad, pero a mí qué me importa, mejor que me desdeñe, anoche dejándome hablar del sexo para luego llevarme a su alcoba y enseñarme su olisbos, de marfil pero con funda de seda, ¡qué idea más estupenda!, bien ajustada, la costura invisible, me hablaba triunfante, «no puedes figurarte, qué tacto, liso pero rozante, ya me entiendes, por supuesto cambio la funda cada vez, allí es imprescindible, vivimos más encerradas, yo puedo salir pero siempre hay testigos, Odenato en largas campañas, o esto o entre mujeres, ¿a ti te gusta?», claro que me gusta, pero con una Domicia, con Clea fue mera gimnasia, sólo el placer, ¿cómo sería con Zenobia?, claramente me invitaba, era curiosidad morbosa, igual que con Clea, estoy segura, en todo caso la técnica del pie no la sabía, ese olisbos fue su revancha, y no le importa el Odenato ausente, al contrario, mientras tanto ella gobierna, no me importa que triunfe sobre mí, Ahram es mío y está satisfecho, la etapa en Alejandría un éxito, por cierto Clea me engañó el otro día, me dijo que había tratado poco a Zenobia, ahora resulta que fue asidua del palacio real, ¿o acaso es Zenobia la que miente?, no encajan sus versiones, no me fío de ninguna, ¿qué se dirían de verdad en su charla?, otro detalle más para sospechar de ambas, lo comentaré con mi Ahram.
Ahram es mío, sí, por eso soy suya, pero anoche no fueron al teatro, o si fueron se escaparon pronto, me fío más de Krito cuando nos dijo que en la famosa escena actuó un burro, Ahram contó que otro actor con piel de asno, no vieron la obra completa, ¿dónde irían?, seguro que se dejaron ver al principio en el palco del prefecto, se lo había cedido, y cuando empezó la comedia se retiraron adentro, se escabulleron, Krito estará enterado, pero no lo dirá, o quizás a mí sí, está raro últimamente, sigue extraño, tengo que aclarar con él las cosas, amigo imprescindible, no me imagino sin él, le necesito en este mundo complicado, me devuelve el norte en estas intrigas de poder que no me importan, él me lo dirá, pero yo lo adivino, se fueron con mujeres, como todos, la verdad es que Zenobia ha de pesarle a Odenato, aunque le sea también imprescindible, aunque gobierne ella, y no le da el Vértigo, seguro, Odenato buscándolo, pasar por Alejandría y no probar sus mujeres, imposible, con la fama que tienen, se irían donde Dofinia, o algo mejor, algunas damas de aquí, se volverían locas, alguien lo arreglaría, el mayordomo, cualquiera, pero eso no me importa, como no me importa Clea, otra por el estilo, el Ahram verdadero es sólo mío, el que lleva el niño dentro, el otro es un hombre más, ha de hacer su papel de hombre, incluso por prestigio.
Y el prestigio ha crecido, la etapa un éxito, ha quedado contento, los reyes complacidos, los alejandrinos enterándose de lo que es el Navegante, y más poder: lo que le importa, ahora volver a nuestra vida, los problemas permanentes, me ha impresionado Sinuit, nadie se ha ocupado de ella, yo no podía atada a la reina, ¡qué apagada la he encontrado!, aunque la ilusionaba el protocolo, estar en primera fila, figurar en la cena, pero el marido ni caso, muy en Excelso Señor y representante del Consejo, su pobre mujer oscurecida, sólo Krito a su lado muchas veces, yo se lo pedí, ¡qué hombre tan sensible, qué capaz de ternura!, alarmado también por ella, la ha encontrado sin ánimo, desengañada, solamente su hijo, pero también alejado, el egoísmo de los jóvenes, además ya Malki en el gimnasio, «no tiene ganas de vivir», dice Krito, Malki viene más por aquí que a Tanuris cuando está libre, le propusimos a Sinuit que viviera con nosotros, más cerca de su hijo, no aceptó, Neferhotep la disuade me parece, está más libre viniendo él solo a Alejandría, sabemos que tiene amigas, las visita, lo dice Eulodia, quizás se equivoque, pero estos cristianos muy bien informados, se lo comunican todo, qué leal esa mujer, no olvida que Krito la salvó, preocupada por él, por su extraño vivir, a veces me asombro, no comprende que alguien tan sabio no sea religioso, aunque fueran dioses paganos, Krito se ríe oyéndola, pero con cariño, dice que él está fuera de todos los Olimpos, él es hombre de frontera, siempre aplica esa idea, distinguir entre frontera y centro, ¡qué sugestiva cuando me la expuso!, ayer aplicándola a Zenobia, también Odenato, árabe pero romanizado, su abuelo Hassan ibn Udhaina fue ya senador romano hace treinta y dos años, los Udhaina, los Odenatos, entrenado en infantería romana pero conocedor de la caballería parta, y nómada con los dromedarios, yo también fronteriza, entre el mar y la tierra, entre sirena y mujer, aunque ya no, el retorno imposible, mujer hasta el final, como Tiresias, el modelo de Krito, me encanta ese personaje, sirenidad perdida, pero algo puede quedar, una perspectiva distinta, por eso mis recelos ante Zenobia, no acabo de entenderla, ¿seguirá leal a Ahram en el futuro?, ¿pensará en él sólo como instrumento?, necesitan los navíos pero ¿y luego?, desde los barcos solos no se dominan imperios, y ella tiene uno, Egipto no es de Ahram aunque lo crea, Krito se lo hace notar siempre, ¿pensará ella también en Egipto?, ¿lo deseará después?, no entiendo, no es mi mundo, claro que Roma lo impediría, Egipto es tesoro personal del emperador, ¿pero y con Roma debilitada?, me pierdo en ese terreno, menos mal Odenato, se entiende con Ahram, casi me alegro de que anoche se escaparan juntos, una complicidad, eso une a los hombres, sus pequeñas pillerías, y él piensa en más al este, en la India, ¿por qué no?, para eso los barcos, si Alejandro Magno los hubiera tenido mejores quién sabe a dónde hubiese llegado, Ahram siempre lo recuerda, también piensa en la India, de Odenato me fío más, pero Zenobia, Zenobia… va a Roma para conquistar, es muy capaz, tan seductora, a su lado yo me controlaba peor, aflojaba mis riendas, ¿o era aquel pebetero?, ¿qué quemaría allí su doncella?