La vieja sirena (56 page)

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Authors: José Luis Sampedro

BOOK: La vieja sirena
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—Eso me dice que ignoras cómo siente una mujer muy mujer: no sabes lo que de verdad es más importante para nosotras… ¿Cómo no ves claramente en Glauka, cuando en cambio eres capaz de percibir dos Ahram?

—¿Es que te ves tú misma? Yo podré ignorar lo que dices, pero tú también te desconoces: por eso no me contestas… Tampoco sabes si existe esa otra Glauka, capaz del prodigioso amor entrecruzado, el de dos andróginos: la mujer haciéndose hombre sin dejar de ser mujer y el hombre haciéndose mujer viviendo ambos los dos placeres; pero en ti no hay dos Glaukas: en eso consiste tu perfección. Como tampoco hay dos seres en un delfín, ni en una gaviota, ni en esta hoja de hiedra que da vueltas en mis dedos. Tú eres simple y enteramente vida; no desdoblada por la contaminación de las ideas, del cerebro, de todo eso que, sin embargo, nos hace humanos.

—¿Quieres decir que no soy humana? —sonríe.

—Eso es lo incomprensible. Eres, por encima de todo, ¡tan humana! La palabra no te ha contaminado. Eres sólo una y, sin embargo, me comprendes; eres también abismal y, no obstante, amas a Ahram como le amas… Vives como deberíamos vivir. Tú eres la humana, somos nosotros los deformados… ¿cómo lo consigues?

Glauka está a punto de revelarle la verdad de la sirena, su secreto. Pero ¿adónde les llevaría eso? Se reprime todavía, ha de ver mejor en sus confusiones. Piensa, ¿qué decir? Y de golpe vuelve al principio; a su pena, a la herida recién sufrida:

—Sí, quiero a Ahram; ése es el problema… Los dos le queremos, ¿verdad?

—Sí, los dos le queremos —repite Krito. Tan explosivamente que Glauka se asoma a otro misterio al percibir el relámpago en los ojos del hombre, en el acto reprimido.

Veinte días y aún no sabemos nada. ¿Y para eso tengo mis agentes? Nada del asesino ni de quienes le enviaron. ¡Pude haber muerto como un cualquiera; yo, Ahram! Como la vulgar víctima de una puñalada en los muelles. ¡En mi propia casa, rodeado de guardias! ¡Pudo haberse hundido conmigo todo nuestro plan; la red tejida durante años! Cuando no era nadie vivía más seguro con mi daga. Es para desesperar, sólo que yo no desespero. ¿Qué está ocurriendo? Tigram espía, problemas en el Campo Esmeralda, silencio de Odenato, enemigos llegando hasta mi mesa… No pude ni saltar sacando el arma. Habría que azotarlos a todos. A Mnehet, al jefe de la guardia, a los escribas del antedespacho, al portero. Pero nadie ha de sospechar en la ciudad que Ahram es tan vulnerable. El mismo sigilo del asesino para entrar aquí facilita la ocultación. ¿Qué aliado tengo?, diría Odenato. Ni pensarlo. Ahram salvado por una mujer, ¡por una mujer!, y he de agradecérselo, encima que hizo imposible tirar del ovillo y saber algo. Pero tuvo coraje. ¿Lo pagó con su enfermedad? ¿O fue envenenamiento? Nuevo misterio. ¡Qué días! Otro cualquiera se asustaría, pensaría que el destino le vuelve la espalda. Pero no a mí: a la mañana o a la tarde brilla en lo alto el mío, mi destino.

Antes que ella me salvó Soferis; se hizo mi escudo. Volvió a darme su cuerpo, como hace veinticinco años, cuando yo era su amante. Mi mujer y su padre murieron casi a un tiempo y entonces lo natural: enseñar el amor al hijo del amigo, al muchacho a mi cargo. Al caer el asesino Soferis quedó sobre mí, su cuerpo junto al mío. Oímos nuestros alientos. Su brazo herido, con el otro restañando la hemorragia, le impedían levantarse. Pesando sobre mí hasta ayudarle Glauka. ¿Sintió lo mismo que yo, mi carne contra la suya? ¡Qué cosas! ¡Acababa de rozarme la muerte y yo excitándome! ¡Qué deseable era su cuerpo de muchachito! Recuerdo la primera vez, sumiso, ocultando el dolor, orgulloso de sentirse ya iniciado al sexo. Su piel, su espalda…

¡Y de repente cualquier basura logra casi matarme! Veinte días sin hallar una pista. Tan sólo conocemos el cómplice; ese escriba que dejó de venir al despacho y ha desaparecido. No le hallaremos; ya le habrán matado ellos. Sólo tenemos un cadáver mudo: ningún tatuaje, solamente circuncidado, pero así muchos… No era marino, a juzgar por los pies. Tipo de ciudad, rata de cloaca; no tenía manos de nómada ni de labriego. No parecía persa; más bien fenicio, sirio. Ropas corrientes… Krito no le había visto nunca, no era de Rhakotis. Llegaría por mar; los marrajos habrán disfrutado ahora de su carne. ¿Quién le pagó? ¿Shapur o sus agentes? ¿Los judíos de aquí, por no conseguir el faro? ¿Esos sacerdotes locos, resucitadores de faraones? Sabía cómo entrar, conocía las costumbres de la Casa. El escriba le informó bien. ¡Si le hubiésemos cogido vivo! No le salvarían de una muerte lenta las tijeras de ninguna mujer.

Fue rápida con ellas. ¿La violencia del trance la puso enferma? Aquella misma noche ardiendo en fiebre. ¿Acaso mi rudeza con ella? ¡Pero si me disculpé! Además, tenía que comprenderlo. ¿Fue sólo eso? Assurgal piensa en el veneno porque ignora su mal, pero no veo la razón para matarnos a los dos. Ni se explicaría como consecuencia de haber fallado mi asesino. Con la fiebre deliraba, pero sin descubrir otros motivos. Sólo la mar, sus hermanas, su pasado, Krito confusamente, la luna, la luna; también mentó a Yazila, pero mi devaneo con ella no es para enfermar así, yo mismo se lo conté. Otro problema: no poder dejarla con Eulodia ¡en el delirio hablaba de las sirenas y su canto! Assurgal desconcertado. Como al día siguiente el médico egipcio y luego el galénico del prefecto. ¡Amarrado yo a su cabecera con tantos problemas urgentes! Nadie sabe lo que ha tenido ni gracias a qué comenzó a mejorar. Esa ciencia no es la de mis sabios, que siempre aciertan. En aquellos días temí perderla, me volvía loco. Menos mal que allá arriba mis luceros seguían brillando. La salvó Itnanna, la diosa de la caverna. Bajé a la cueva y se lo pedí a ella desesperado, a la estatua traída desde Karu, y se lo pedí a ese mar de donde vino Glauka. Aquella tercera noche decisiva; fue a la mañana siguiente cuando empezó a mejorar. Sí, la salvó Itnanna, gracias a su amuleto, gemelo del mío.

¿Qué está sucediendo? No es azar, se multiplican demasiado los problemas. Es para pensar en algún maleficio. ¿Será el odio a Glauka de esa Yazila? Los egipcios saben de magia. ¿Habrá acudido el padre a los sacerdotes de Canope? ¡Pero si sólo la follé un par de veces; me resultaba sosa! No puede ser eso, pero algo sucede. Tigram espía; menos mal que yo siempre estoy alerta. Mi agente es categórico: ese hombre espía para Shapur, aunque se diga perseguido por el persa. Al menos tengo esa información, que el prefecto y el césar de Roma ni sospechan.

Y mis técnicos, ¿qué pasa en el desierto? La primera paloma del hombre de Artabo no aclara nada. ¿Se han infiltrado allí mis enemigos? Esos sí serían los romanos; igual que se cuelan en mis astilleros, donde no me importa. Pero allá abajo es otra cosa. He de ir yo mismo a aclararlo todo, y pronto. Aprovecharé para acercarme a las tierras de Punt; hace años que no veo al viejo Mlango. Aún mandará, si vive, aunque reine ya algún hijo suyo. Un rey digno de ser mi amigo, ¡qué coloso! ¡Y qué negritas me ofrecía! Curioso, el peligro de muerte me hace recordar placeres: Soferis, aquellas muchachas de Punt… ¡Qué fuerte el deseo la otra noche! ¡Si Glauka no hubiese caído enferma!

Sí, la curó el amuleto de mi diosa. Con ella empezó a remontar. Luego, sobre todo, Krito: ésa es la verdad. Su compañía, en cuanto ella pudo tenderse fuera, en el jardincillo. En cuanto bajó la fiebre, su obsesión por ser llevada a la torre. ¡Qué débil se quedó! Llegaba él con Marsia y su arpa; a veces con el flautista. Verdaderamente extraordinarios sus efectos. Se reponía de día en día. ¡Y nadie sabe de qué! Una crisis, dice el galeno, como si eso explicase algo. Ni Assurgal, que con los astros no suele fallar.

Lo del Campo puede estar movido por el prefecto. ¿A ver si me resulta un viejo zorro? Pero yo soy águila. Bashir hubiese averiguado algo más del muerto. Conocía bien las razas y seguía una pista como nadie. Como aquella vez, cuando nos robaron las esmeraldas de nuestro escondite. Lo que Krito con la palabra, él con la acción. Sí, el reciente peligro me hace recordar. ¿Qué hubiera sido de Soferis quedándose sin padre a los trece años? Yo hice de padre después; ¡el suyo me ayudó tanto en la empresa de Belgaddar! Un hombre demasiado religioso: creía que hay cosas prohibidas por los dioses. Si hubiera tenido más arranque se hubiese hecho tan poderoso como yo. Claro que no había nacido en la pobreza. No le habían asesinado a su padre ante sus ojos; no le habían encadenado al remo de una galera. Después de vivir eso, tiene uno derecho a todo. Éste es un mundo de fieras: o devoras o te devoran. Así que salvé a Soferis, le enseñé lo que es la vida; el otro día se la jugó por mí. Decía Krito que mi mayor placer, cuando yo gozaba de Soferis, era cometer casi un incesto. Yo me reía. Siempre así de raro Krito. No piensa como todo el mundo. Ha cavilado demasiado y le enredan las palabras. Pero ¡cómo ha cuidado de Glauka!

Krito mi estrella, la primera. Desde que me salvó con aquel discurso. Lo reconozco: allí la palabra fue útil. Porque los jueces eran como Krito, claro, entre soldados no hubiese habido palabras sino muerte. Mi estrella, la que mi madre me mostraba alzándome en brazos hacia ella al amanecer. Arsu, venciendo a la noche ya en retirada. ¡Cómo olía el mundo entonces! Ninguna flor, ningún perfume fue luego tan poderoso. También intenso en el jardín de Zenobia, pero era otro poder. Yo aspiraba, aspiraba, sostenido en alto por mi madre. Fijaba la vista en aquella celeste lumbre palpitante. Era Arsu, antes que el sol, quien ahuyentaba la oscuridad y traía el día. Por su nombre conoció Ittara que yo era sabeo; sin eso yo hubiera ignorado siempre mi origen. Me envió a Krito. Luego a Glauka me la trajo Azizu, el lucero del destino cuando asoma por la tarde.

¡Maldita sea, no salgo de los recuerdos! No puedo permitírmelo; hay mucho que hacer. También el silencio de Odenato. Me informa mi gente, pero él, ¿por qué no me tiene más al día? Me inquietan sus impulsos, hay que frenarle un poco; es demasiado directo y aún no lo tenemos todo a punto. Buen soldado, pero no tan buen político. Aún no podemos descubrir las intenciones ante Persia y Roma. Hay que socavarlas más, provocar conflictos internos, nacionalismos, apoyar las rebeldías, fragmentarlos. Y entonces Odenato y yo; Palmira y Alejandría con Egipto. Egipto es indispensable, ¡si Malki fuese mayor! El año próximo embarcará y se asomará a los negocios con sus tíos en Roma, en Cirene, en Atenas. De tierra ya sabe bastante. ¡Qué buen jinete le hizo Bashir! ¡Cómo galopa en la playa sobre el hijo de Al-Lat! Ahora que galope sobre las olas, como su abuelo. ¡Qué vida te espera, niño mío; qué alto empiezas! Pero has de aprenderlo todo desde abajo; Bashir hubiera sido un gran maestro. Otra vez recordando, no quiero: lo pasado, pasado. Hay que guiar a Odenato, Zenobia me ayudará porque es más astuta que él. Tiene esa intuición de las mujeres, aunque no nos comprendan.

Como Glauka, ¡qué adivinaciones! A veces demasiadas. ¿Influiría también lo de Yazila? Pero nunca fue celosa; nunca le importaron mis otras mujeres. Y Yazila ahí, en el gineceo, madura ya con sus diecinueve años. ¿También diría Krito que cometí un incesto? Casi la he visto nacer pero es distinto. Diecinueve años, ¡cómo pasa el tiempo!… ¡Basta de recordar, no quiero pudrirme! ¡Acción, acción!

El lagarto no ha vuelto, la piedra sigue ahí recordándole, ungida por el sol que a él le gustaba, pero no ha vuelto… Hace ya uno, dos, tres, cuatro días eso: cuatro días, ahora no los confundo, antes sí, será por eso que no ha vuelto, porque éste es otro tiempo, el de fecha tras fecha, apareció desde el principio, desde que me bajaron al jardín por primera vez, ¡qué nueva era la primavera!, ¡qué tesoro recobrado!, le descubrí en el acto, quieto sobre la piedra, palmo y medio de largo, era una joya espléndida, fastuosa malaquita con grises y oro, en el perfil un ojo de velado azabache, saetera y abismo, sólo mostraba vida su garganta latiendo una piel blanquísima midiendo los momentos, al compás de su sangre, pulso del universo, de un tiempo que no fluye, pura suma de instantes cada uno absoluto, sin principio ni fin, sin torrente ni espuma, reflejos de un estanque, me cautivaba, ignoro cuántos días para mí uno solo, por el aire pasaban sol y luna iban gentes y venían, revolaban palabras, susurraba la brisa, fugacidades todas, y yo en el tiempo inmóvil, el de aquella garganta sobre la piedra: ya, ya, ya ya, ¡qué libertad de lo perecedero!, ¡qué descubrir de permanencias!, y así, ¡qué iluminación, qué claridades!, y por eso no ha vuelto el dios lagarto, porque ahora ya distingo cada fecha, pero nadie me quitará aquellos instantes vividos en su reino, nací de la confusión, me salvé de delirios…

Delirios de fiebre, me han dicho que tres días en la alcobita de la Casa, todos sufriendo por mí, curioso: yo nada, al contrario, encontrándome de nuevo, sentía otra vez mi cuerpo intensamente, casi como en el santuario de Afrodita, internas vibraciones, otra vez mis torrentes, mis pulsos redoblando su tambor, «has estado a la muerte», me repiten, y era estar en la vida, gozar la mortalidad, la vida no es Momento permanente, ese Vértigo dado por Ahram, si lo fuera no percibiríamos su explosión, o quizás la vida toda es Momento pero nosotros incapaces de sentirlo, decimos «vida», «río», «fuego», sin vivirlo, tomamos por llamaradas las brasas del hogar, por amor el placer, por exaltación la existencia, por eso mi fiebre era estar viva, una hoguera como el faro, consumiéndome pero encendiéndome, ardía en ella todo mi pasado, la mar y la isla, el harem y Domicia, Ahram y Zenobia, todo chisporroteaba, todo hervía, «está delirando», decían, estaba viviendo, la fiebre me hacía llama, avivada a la sombra de la muerte, y al fin llegó el lagarto, su tiempo inmóvil que trajo todo al orden, ¡qué claro lo importante!, Yazila y Zenobia disipadas, y el poder y la envidia, todas las mezquindades, en cambio refulgía lo perenne, amores y amistad que son lo mismo, Ahram y Eulodia, Krito y Bashir, Domicia y Malki, y el calor de la vida: el sol y el mar, todo activo en el tiempo del lagarto, qué claridad para verme, «¿es que te ves tú misma?», dijo Krito, ¿cuánto tiempo ha pasado de aquel día?, el tiempo del lagarto: suficiente para verme muy adentro, ahora sí que podría contestarle a Krito, y le contestaré según pregunte, y nos contestaremos ciertamente, «en ti no hay dos Glaukas», ¿y qué falta hacen? en una estoy toda, ¡qué inmaduros los hombres, siempre analizando, clasificando! ¡Incluso Krito, mucho más sabio que el niño Ahram!

Por fuera, en el tiempo ordinario, ellos iban y venían, sin conocer mi mal que era su angustia, ¡cuánto celebro el fallo de los médicos!, el fracaso de la orgullosa ciencia, discutían mi trauma ante el puñal, la tensión de la vida, el posible veneno, me divertía oírles, con mi lecho a la sombra de la torre, frente a la piedra trono del lagarto, sabiendo que el veneno es la Casa del Poder, y por eso en mi delirio reclamaba retornar a este origen donde me tomó Ahram, eso me ha salvado y Tijón el primero, me lo han contado, me trajeron inconsciente, al llegar a la puertecilla acudió el perro, silencioso, acercó su hocico a mi mano pendiente y me hizo abrir los ojos, pronuncié su nombre reconociéndole, no pudieron oírlo pero vieron moverse mis labios, ¡qué alegría de Ahram!, entrañable Tijón, tan viejo ya, apenas te mueves, podrías ser el lagarto de este otro tiempo, el cotidiano, el que se nos escapa y se nos lleva, porque ya estoy en él: cuento los días, ya estoy de nuevo aquí, ya he renacido, pasó la crisis como dicen ellos, con ponerle ese nombre se conforman, ¿y no ha pasado nada?, vi muerto a Ahram en un repente, y mi ciego resorte clavando las tijeras y aquel cuerpo yaciendo ensangrentado, y el reproche de Ahram aniquilándome, y mi llorar todo el día mientras él se afanaba tras las pistas, el Ahram insensible además del infiel, el encaprichado con Yazila, y mis últimos tiempos de confusión, desvío, incertidumbre, a eso le llaman «crisis», por fortuna ese tiempo del lagarto cribando lo fugaz de lo inmutable, por ejemplo Yazila, a él no le interesó nunca y de pronto tuvo el capricho, provocado en el banquete, infatuación de macho, ¡pero me hizo tanto daño!, me dice Eulodia que ya ha pasado, pero ¿y si le hubiera hecho un hijo en esas noches?, ¡qué horror!, precisamente de ella ¿cómo pudo herirme así?, y me lo anunció él mismo, aún estaba caliente de esa carne, lo dijo jactancioso, incluso desdeñándola, «demasiado verde», ¿cómo pudo ser capaz?, pero eso ya no es nada, hasta en él es pasado, le conmovió mi fiebre, buscándome remedios, y trajo hasta sacerdotes según dicen, los de Isis, que tanto le deben, un rabí, pidió a Eulodia que rezase, siempre a mi lado en la Casa durante la fiebre, por eso reteniéndome allí, fingiéndose tranquilo cuando yo podía hablarle, aquí ha venido menos, sus asuntos, delegando en Krito, ¡un Krito tan distinto!, ¿renacido también?, ¿y por qué?, un Krito imperturbable, disponiéndolo todo, un hombre en la tormenta, seguro en el timón, ni un paseo nocturno a Rhakotis, ni un solo día travestido, y su acierto al traerme a Yarko, ¡qué adivino con sus ojos ciegos!, esa música revelándome a mí misma, al principio mi guía, luz al fondo del laberinto, pero en el tiempo del lagarto se hizo mi compañera, evocaba conmigo, ondulante como la mar, flexuosa como las algas, recordándome mi origen, ayudándome a verme como soy, mujer con memorias de sirena, reconstruyéndome fronteriza como Krito, a ver claro también en los demás, el ansia callada de Eulodia, mi primera acción al volver a este tiempo, llamar al escriba de la Casa de la Vida, registrar su liberación: ya no es esclava, su Jovino estuvo presente, ¡cuánta luz en los ojos de ambos!, ya dueños de sus vidas, pero Eulodia no quiere abandonarme, nos traeremos a Jovino a la Casa, lo desataremos de su noria en el faro, hace feliz dar felicidad, a Ahram le cayó bien ese muchacho, otro hombre del desierto, me trajo miel del sur, la de abejas salvajes, el dulzor en la fuerza, golosina de todos cuantos venían, los consejeros de Ahram, se asomaban prudentes, orden de no cansarme, Malki conmoviéndome, Ahram tiernísimo en las noches, todos tan transparentes, lúcida en mi languidez, era el tiempo del lagarto, de pronto el relámpago de su lengua, cazando un insecto invisible, yo también he captado lo invisible a la luz de ese tiempo y veo hasta en mi fondo… Ahora cuento las fechas, las distingo, por eso pido a Eulodia un espejo, se me ha ocurrido que estaré fea y aviejada, es el final de mi alumbramiento, el principio de mi reintegración, Eulodia me adivinó, lo veo en su sonrisa, «no te inquietes, señora; estás hermosa», me miro y no lo estoy, pero sí, de otro modo, algo ha cambiado en mí desde aquel día, sigo siendo la misma que llegó a la torre hace nueve años, la misma que Ahram hizo sirena en su gruta ahí abajo, Ahram ahora inquieto por mi suerte, me lo repetía Eulodia, olvidado de todo, me lo confirmaba Krito, Ahram sin pensar en sus negocios, mientras los despachaba, sin hablar de Palmira, ni siquiera de sus sabios que tanto le inquietan ahora, olvidado de todo, decía Krito, ahora vuelve a tener a su Glauka, la preparada por todos para él, ¡cómo he interpretado estos días mi vida! Narso la carne, Uruk la sangre al galope, el harem y Bizancio las técnicas, Domicia la caricia honda y la identificación, todo trayéndome a Ahram en este Egipto donde todo es posible, ya están hablando de la inundación como cuando me compraron en Tanuris, hasta Amoptis me condujo a Ahram, pero este Egipto es capaz de más, de crearme nueva siendo aquélla, de hacerme renacer, también soy fronteriza, como Krito, estos días indispensable, perfecto, hasta ha conquistado a Eulodia, «Dios acabará tocándole el corazón», me repite, le considera un hermano, a pesar de su vida tan condenable para ella, porque Krito es un bálsamo cuando se ocupa de alguien, como de mí estos días, por cierto apenas vuelve, sólo un momento y vacilante, no es ya el timonel del tiempo del lagarto, habrá vuelto a Rhakotis, y ¿por qué dijo aquello de Ahram: «los dos le queremos»?, le salió del alma, de lo más hondo, pero lo que me importa, esas otras palabras, decisivas, «De ti no me escapo, no me niego ante ti», ya no podrás negarte, ya todo se ha hecho claro en ese tiempo inmóvil, el tiempo en que has sido perfecto, el hombre seguro, ya estoy en este tiempo pero no olvido eso, que hay otro tiempo nuestro, no te contesté pero ya he oído mi respuesta, la que nos da la vida.

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