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Authors: Paco Ignacio Taibo II

Tags: #Biografía, Ensayo

Ernesto Guevara, también conocido como el Che (92 page)

BOOK: Ernesto Guevara, también conocido como el Che
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A causa del agotamiento todo se produce como en cámara lenta. Hacia las tres de la tarde se comunican con Lawton en la base del lago en Tanzania pidiéndole que retorne al Congo, porque se producirá una evacuación.
La expresión de todos los compañeros presentes cuando se escuchó el
"comprendido" del lago, cambió como si una varita mágica hubiera tocado los rostros (...) Hicimos otro intento de contacto a las siete y se fracasó; las condiciones del lago permitieron solamente una buena transmisión.

A las 2:30 de la tarde del día 20 se logra un nuevo enlace con Kigoma:
Lawton: Total de hombres
a evacuar menos de 200. Cada día que pasa será más difícil. El punto en el que estamos, está a 10 o 15 kilómetros al sur de Kibamba. Y se recibía el mensaje anhelado: Tatú: esta noche se decide el cruce. Ayer el comisionado nos dejó cruzar,

A la espera, El Che se reúne nuevamente con Masengo para organizar la evacuación. Durante la noche una barcaza se lleva a un grupo de congoleses.
Para mí la situación
era decisiva; dos hombres (...) quedarían abandonados si no llegaban dentro de pocas horas; apenas nos fuéramos caería sobre nosotras el peso de todas las calumnias, dentro y fuera del Congo; mi tropa era un conglomerado heterogéneo, podía extraer según mis investigadores; hasta 20 hombres que me siguieran, a estas alturas con el ceño fruncido. Y después ¿qué haría? Todos los jefes se retiraban, los campesinos demostraban cada vez más hostilidad hacia nosotros. Pero la idea de desalojar completamente e irnos como habíamos venido, dejando allí campesinos indefensos y hombres armados pero indefensos, dada su poca capacidad de lucha, derrotados y con la sensación de haber sido traicionados, me" dolía profundamente. "

Para mí quedarme en el Congo no era un sacrificio, ni uno, ni los cinco años con los que había atemorizado a mi gente, era parte de una idea de lucha que estaba totalmente organizada en mi cerebro. Podía contar razonablemente con
que seis u ocho hombres me acompañarían sin el ceño fruncido, el resto lo haría por un deber, algunos de tipo personal hacia mí, otros moral hacia la revolución, y sacrificaría gente que no podía luchar con entusiasmo.

En realidad la idea de quedarme siguió rondando hasta las últimas horas de la noche y quizás nunca haya tomado una decisión, sino que fui un fugitivo más.

Fernández Mell recuerda que El Che insistía en quedarse, que si no lo obligaban los del Movimiento de Liberación congolés a salir, se quedaba. Hacía bromas en medio de la tensión:
bueno compañeros, la situación está aquí como para morirse con un desorden patriótico.

Llega entonces un mensaje recibido desde Cuba, en que se le dice al Che que es una locura intentar enlazar con Mulele en el norte del Congo y que "se buscara la manera, por todos los medios, de salir de allí."

Dreke recuerda: la evacuación había que hacerla en medio de una gran cantidad de congoleses guerrilleros y de una gran cantidad de civiles, que se habían concentrado allí, huyéndole al avance de los belgas, que venían arrasando. Era un espectáculo impresionante, porque entre toda aquella multitud había heridos, enfermos, mujeres y niños, ancianos, gente que huía. Hacían falta unos cuantos barcos para sacar a todos, pero esos barcos no existían."

En esa tarde del 20 de noviembre todavía El Che hizo un intento de quedarse, porque habiendo un grupo de cubanos que no se habían reincorporado y probablemente se encontraban perdidos, él insistía en que se quedaba a esperarlos. Con los mandos cubanos se produce un fuerte enfrentamiento. Aragonés, a quien El Che le ha tirado el sombrero de un manotazo, le dice que si se trata de morir, él se sienta a su lado en el muelle después de la evacuación, para discutir sobre qué coño es el idealismo. El Che finalmente se rinde.

Nuestra retirada era una simple huida y, peor, éramos cómplices del engaño con el que se dejaba a la gente en tierra. Por otro lado, ¿ quién era yo ahora? Me daba la impresión de que, después de mi carta de despedida Fidel, los
compañeros empezaban a verme como un hombre de otras latitudes, como algo
alejado de los problemas concretos de Cuba, y no me animaba a exigir el sacrificio final de quedarnos. Pasé así las últimas horas, solitario y perplejo.

Hacia las dos de la mañana, precedidas por luces de bengala y un bombardeo, aparecen las tres lanchas de Lawton. Lo primero que se hace es montar un cañón en una de ellas.
Puse como límite de salida las tres de la mañana; a las cinco y media sería de día y estaríamos a mitad del lago. Se organizó la evacuación; subieron los enfermos, luego todo el estado mayor de Masengo, unas cuarenta personas elegidas por él, subieron
t
odos los cubanos, y empezó un espectáculo doloroso, plañidero y sin gloria; debía rechazar a hombres que pedían con acento suplicante que los llevaran; no hubo un solo rasgo de grandeza en esa retirada, no hubo un gesto de rebeldía.

Unos ocho ruandeses que se habían mantenido hasta el final en el grupo abordan las lanchas. El Che quiere subir al último, pero pensando que es una treta de su parte para quedarse, los oficiales cubanos se niegan a subir si él no lo hace. Monta en la primera lancha con Martínez Tamayo, Aragonés y Fernández Mell. Tras las lanchas, algunas barcazas y piraguas se internan en el lago aún de noche, todas traen muy baja la línea de flotación.

Dreke recuerda: "Se veían las luces de las lanchas. La travesía duró mucho, hasta aclarando el día. Todo el mundo con los fusiles en las manos. Se levantó la neblina como a las seis de la mañana. Vimos una primera avioneta. Vimos las lanchas abriéndose como en una envoltura. Yo pensaba que nos iban a joder en el lago. No se acercaron. Nos fueron custodiando hasta Kigoma."

Parecía que se hubiera ro
t
o una amarra y la exaltación de cubanos y congoleses desbordaba
co
mo líquido hirviente el pequeño recipiente de los barquitos, hiriéndome sin contagiarme; durante estas últimas horas de permanencia en el Congo me sentí sol
o
, como nunca lo había estado, ni en Cuba ni en ninguna parte de mi peregrinar por el mundo.

Hacia las siete de la mañana, cuando se veían las casas de Kigoma, se acerca una lancha pequeña. El Che desde su bote les habla a los cubanos; en versión de Dreke, dirá:
Compañeros ha llegado el momento de separarnos por razones que ustedes conocen. Yo no desembarcaré con ustedes, tenemos que evitar todo tipo de provocaciones; esta lucha que
h
emos librado ha sido de gran experiencia, yo espero que a pesar de todos las dificultades por las que hemos pasado, si algún
día Fidel les plantea otra misión de esta índole, algunos sabrán responder presente. También espero que si llegan a tiempo el día 24, cuando se estén comiendo el lechón que algunos tanto anhelaban, se acuerden de este humilde pueblo, y de los compañeros que hemos dejado en el Congo. Sólo se es revolucionario cuan
d
o
se está dispuesto a dejar todas las comodidades

para ir a otra país a luchar; quizás nos veamos en Cuba o en otra parte mundo.

Una pequeña lancha se acerca a los botes, El Che desciende: Junto a él se van Martínez Tamayo, Villegas, Coello.

CAPÍTULO 46

Dar es Salaam

Víctor Dreke, quien había sido segundo jefe de la expedición cubana en el Congo, recordará años más tarde:
"Después nos vemos Moja, me dijo El Che al despedirse en el Lago Tagañika. Fue del carajo, la gente lloró. No se sabía si había alegría o tristeza. Ya nunca volví a ver al Che."

Al llegar a Kigoma, los combatientes cubanos se recuperan. Erasmo Videaux recuerda: "Nos pelamos, botamos la mugre, estábamos casi desnudos, sin zapatos, nos desinfectamos, estábamos todos llenos de birús. Medicamentos, pomadas y sobre todo comida. La moral en ese momento era buena. Nosotros sentíamos que habíamos dado una batalla, que no éramos los culpables."

Luego serán transportados a Dar Es Salaam de donde saldrán en grupos hacia La Habana. Un pequeño grupo a cargo de Fernández Mell permanecerá en Kigoma para tratar de recuperar a los tres hombres que se han quedado en el Congo. Un par de meses más tarde lo logrará.

Mientras tanto en la embajada cubana en Dar, Pablo Rivalta recibe instrucciones para dejar libre el piso superior de la cancillería, al que sólo podrán acceder él y el encargado de las claves. Ese será el refugio temporal del Che, un Guevara peludo y deprimido, delgado a causa de la disentería y las hambres. Junto a él sus tres hombres de confianza, Harry Villegas, Coello y el capitán Martínez Tamayo.

De vez en cuando juega partidas de ajedrez con Rivalta, pero "un día que le estoy dando un jaque mate, me miró, se le veía que no estaba en el juego realmente."

Será la literatura y la comida las que lo saquen de una primera etapa de apatía y angustia. A los pocos días de haberse instalado comienza a dictarle al clavista de la embajada, apellidado Colman, unas notas a partir de sus diarios escritos en el Congo. Poco a poco aumentará el ritmo y escribirá casi constantemente durante tres semanas.

El manuscrito va tomando forma, se titulará "Pasajes de la guerra revolucionaria (el Congo)", y estará dedicado a "Baasa y sus compañeros caídos, buscándole sentido al sacrificio." En el prólogo dirá:
Esta es la historia de un fracaso, desciende al detalle anecdótico, como corresponde a los episodios de la guerra, pero está matizada de observaciones y de espíritu crítico, ya que estimo que, si alguna importancia puede tener el relato, es el permitir extraer una serie de experiencias que sirvan para otros movimientos revolucionarios.
La victoria es una gran fuente de experiencias positivas, pero también lo es la derrota y más aún, en mi opinión, cuando en este casa, los actuantes e informantes son extranjeros que fueron a arriesgar sus vidas en un territorio desconocido, de lengua distinta y al cual, los unía solamente los lazos del internacionalismo proletario inaugurando un método no practicado en las guerras de liberación modernas.

En ese mismo prólogo informa que según sus deseos,
estas notas serán publicadas transcurrido
con
bastante tiempo desde su
dictado, y, tal vez el autor no pueda hacerse responsable de lo que aquí está dicho; el tiempo habrá limado muchas aristas y, si tiene alguna importancia su aparición, los editores podrán hacer las correcciones que se crean necesarias, mediante las pertinentes llamadas, a fin de aclarar los acontecimientos o las opiniones a la luz del tiempo decantado. El Che no sabrá que el manuscrito no será conocido públicamente sino casi 30 años más tarde y ni siquiera porque haya sido publicado íntegramente.

Y afilará su capacidad autocrítica, como si fuera un ejercicio de sicoanálisis, desnudará sensaciones, se juzgará con una dureza mayor que la que utilizó al medirse en los "pasajes" cubanos. Y en esa autocrítica dejará el mejor retrato de su personalidad que el historiador haya conocido:
Me toca hacer el análisis más difícil, el de mi actuación personal. Profundizando hasta donde he sido capaz el análisis autocrítico, llegué a las siguientes conclusiones: desde el punto de vista de las relaciones con los mandos de la revolución, me vi trabado por la forma un tanto anormal en que entré al Congo y no fui capaz de superar ese inconveniente. En mis reacciones fui disparejo; mantuve mucho tiempo una actitud que podría calificarse de excesivamente complaciente, y a veces tuve explosiones muy cortantes y muy hirientes; quizá por una característica innata en mí; el único sector con quien mantuve sin duda relaciones correctas fue con los campesinos, pues estoy más habituado al lenguaje político, a la explicación directa y con el ejemplo y creo que hubiera tenido éxito en ese campo. No aprendí el swahili con la suficiente rapidez y con la
suficiente profundidad; fue un defecto atribuible en primera instancia al conocimiento del francés, lo que me permitía comunicarme con los jefes pero me alejaba de las bases. Faltó voluntad para realizar el esfuerzo necesario.

En cuanto al contacto con mis
hombres creo haber sido lo suficientemente sacrificado como para que nadie me imputara nada en el aspecto personal y físico, pero mis dos debilidades fundamentales estaban satisfechas en el Congo: el tabaco, que me falt
ó
muy poco,
y la lectura que siempre fue abundante. La incomodidad detener un
par de botas rotas o una muda de ropa sucia o comer la misma pilanza de la tropa y vivir en las mismas condiciones, para mí no significa sacrificio. Sobre todo el hecho de retirarme a leer, huyendo de los problemas cotidianos, tendía a alejarme del contacto con los hombres, sin
contar que hay ciertas aspectos de mi carácter que no hacen fácil el intimar. Fui duro, pero no creo haberlo sido excesivamente; ni injusto. Utilicé métodos que no se usan en un ejército regular, como el de dejar sin comer; es el única eficaz que conozco en tiempos de guerrilla. Al principio quise aplicar coerciones morales y fracasé. Traté de que mi tropa tuviera el mismo punto de vista que yo en cuanto a la situación, y fracasé; no estaba preparado para mirar con optimismo un futuro que debería ser avizorado a través de brumas tan negras como el presente.

No me animé a exigir el sacrificio máximo en el momento decisivo. Fue una traba interna, psíquica. Para mí era muy fácil quedarme en el Congo; desde el punto de vista del amor propio del combatiente, era lo que cuadraba hacer; desde el punto de vista de mi actitud futura, sino lo que más convenía, era indiferente en el momento actual. Cuando sopesaba la decisión, jugaba en mi contra el que supiese lo fácil que me resultaba el sacrificio decisivo. Considero que debería haberme sobrepuesto en mi interior al lastre de ese análisis autocrítico e imponer a una determinada cantidad de combatientes el gesto final; pocos, pero debíamos habernos quedado.

Por último pesó en mis relaciones con el personal, lo pude palpar bien, aunque es totalmente subjetivo, la carta de despedida a Fidel. Esta provocó qué los compañeros vieran en mí, como hace muchos años, cuando empecé en la Sierra, un extranjero en contacto con cubanos; en aquel momento, el que estaba de llegada, ahora, el que estaba de despedida. Había ciertas cosas comunes que ya no teníamos, ciertos anhelos comunes a los cuales tácita y explícitamente había renunciado y que son los más sagrados para cada hombre individualmente: su familia, su tierra, su medio. La carta que provocó tantos comentarios elogiosos en Cuba y fuera de Cuba, me separaba de los combatientes.

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