La dorada luz del sol entraba por una ventana abierta al cálido aire de verano; debía de ser por la tarde. Estaba descansando en una cama pequeña y cómoda, tapada con una sola manta de lana. La habitación era de reducidas dimensiones y las paredes formaban un ángulo extraño, por lo que dedujo que debía de tratarse de una especie de buhardilla. Aparte del lecho, sólo había una banqueta con una palangana y una palmatoria.
Giró la cabeza y, con una mueca de dolor, se llevó la mano a la garganta y descubrió el vendaje. El recuerdo de lo sucedido la avasalló de pronto, aunque no sabía dónde se encontraba.
Una atractiva joven abrió la puerta de repente, y su expresión se animó al verla despierta.
—¿Dónde está Sasha? —preguntó Leisl.
La joven pareció sorprenderse, pero seguía sonriendo.
—Ya te has despertado. Eso está muy bien. Soy…
—Katya, ya lo sé. ¿Dónde está Sasha?
Katya alzó las cejas, asombrada.
—Ahora mismo no está aquí y me encargó que te cuidara; estás en la iglesia, en su dormitorio. ¿Te apetece comer algo?
La idea de la comida le producía náuseas, pero, deseando deshacerse de Katya por unos momentos, dijo:
—Sí, me encantaría comer algo.
—Bien, enseguida vuelvo. Quédate aquí y descansa mientras tanto. —Le dio un golpecito fraternal en la mano y se marchó cerrando la puerta tras de sí.
«¡Qué maravilla! —se dijo Leisl sarcásticamente—. Estoy en la cama del hombre a quien amo y me cuida su prometida. Es genial». Se incorporó con mucho cuidado y comprobó que le habían cambiado la ropa; llevaba una camisa de hombre muy grande para su talla, y nada más. Se sonrojó sólo de pensarlo.
Llamaron a la puerta, y
la Zorrilla
se tapó hasta el pecho.
—Adelante; ¡qué rápido cocinas, Kat…! ¡Oh!
Era Sasha, con la frente fruncida por la preocupación y vestido de nuevo con sus ropas talares.
—Buenos días, Leisl. Te llamas así, ¿verdad? ¿Estás mejor?
—Sí, gracias.
—Mira —comenzó, acercando la banqueta a la cama—, tenemos que hablar.
Leisl se recostó en la almohada y cruzó los delgados brazos bajo el pecho.
—Adelante.
—Anoche me dijiste que eras ladrona.
Se quedó helada. ¿De verdad lo había dicho?
—Me insultas, me llamas ladrona cuando ni siquiera sabes…
—Lo dijiste tú, Leisl —repitió Sasha con firmeza—. Estabas débil y no pensabas con claridad, pero sé que es cierto.
—¿Vas a entregarme? —inquirió mirando a otra parte.
La azotarían públicamente en la plaza, por lo menos, y, si el burgomaestre estaba de mal humor, tal vez hasta le cortaran las manos.
—Vamos a hacer un trato —dijo Sasha—; nadie sabe que yo… me dedico a esas cosas por la noche, y es mi deseo que siga siendo un secreto.
—Lo comprendo; llevaremos el asunto con toda discreción.
—No puedes venir conmigo.
—¿Por qué no?
—Porque es muy peligroso.
—Sasha, escucha, no tienes idea…
—Bien, ya veo que estáis conversando animadamente —dijo Katya al entrar con la bandeja.
A pesar de que antes no le apetecía, Leisl olisqueaba ahora la comida con apetito. Katya le traía puré de cereales caliente, pan y mantequilla, huevos fritos y una jarra grande de leche fresca.
—Creo —dijo Leisl cuando Katya le colocó la bandeja sobre las piernas— que me voy a comer todo esto en menos que canta un gallo.
—Bien —aprobó Katya—, así engordarás un poquito. —Leisl la miró de mala manera, pero la otra joven parecía completamente inocente—. ¿Os dejo solos para que charléis?
—Por favor —replicó el sacerdote.
Katya se inclinó a besarlo en la mejilla.
—Llámame si necesitas algo —le dijo a
la Zorrilla
antes de salir.
Siguió un silencio incómodo, y Leisl se lanzó a los huevos con apetito.
—¡Qué buenos están! ¿No quieres un poco? —le ofreció con la boca llena.
—No, gracias —rechazó él con un gesto.
—¿Ella sabe algo de tu… esto… afición? —inquirió señalando hacia la puerta con el tenedor.
—No, y quiero que siga siendo así. Le he dicho que te encontré esta mañana en la puerta, muy temprano. —Hizo una pausa—. Te agradezco la ayuda que me ofreces pero ya es bastante arriesgado para una sola persona, sobre todo tratándose de una chica…
—Llevo robando para vivir desde que tenía siete años, Sasha Petrovich —le espetó Leisl, con una mirada asesina—, y he salido de situaciones que te habrían hecho encanecer al momento. Es posible que esa damita dulce y encantadora no lo soporte, pero eso no significa que yo sea igual, de modo que no vuelvas a poner la excusa de que soy una chica, ¿de acuerdo?
—¡Qué manera tan lamentable de agradecer que te haya salvado la vida! —repuso Sasha sin levantar la voz.
—Perdón —dijo Leisl con la mirada hundida en el plato—. Tienes razón; pero es que soy así de brusca. —Siguió comiendo—. Katya cocina muy bien —confesó.
—Entonces, ¿no vas a traicionar mi secreto?
—No —afirmó mientras untaba la mantequilla en el pan—, no abriré la boca, siempre y cuando tú hagas lo mismo.
—Gracias, Leisl. Quédate aquí hasta que te encuentres bien del todo.
Se levantó y se marchó sin añadir nada. Leisl se quedó mirándolo con una ternura en el rostro que habría sorprendido mucho a Sasha, si lo hubiera visto. Después, volvió a concentrarse en la excelente bandeja de Katya; no tenía intenciones de marcharse sin haber terminado la comida.
La vampira olisqueó, y una sonrisa se dibujó lentamente en su rostro: sangre humana.
El lobo que estaba a sus pies también captó el olor y gruñó quedamente, con apremio. Los dos depredadores se dirigieron juntos hacia la presa.
El humano vestido de negro sería fácil de cazar. Era pequeño y delgado, y contemplaba la rápida corriente del Ivlis mientras, con poco entusiasmo, lanzaba guijarros a las negras aguas.
Se acercaron a él sin ruido, pero fue ella quien recibió una sorpresa. En el momento en que le puso las manos en los hombros, el hombre se lanzó al río intentando abrazarla a su vez.
La vampira gimió, y las aguas oscuras le inundaron la boca abierta y la nariz; ambos cayeron al fondo como piedras. La vampira era totalmente incapaz de nadar y, cuando notó que la presa pretendía deshacerse de ella, se aferró con más fuerza aún. ¡Maldito! Si ella se ahogaba, lo arrastraría también al fondo…
Oculta en un nudoso árbol cerca de la ribera,
la Zorrilla
escrutaba la superficie ansiosamente. Lo había visto todo. Sasha era, sin duda, el hombre más estúpido que había visto en su vida… y había visto muchos. Sin embargo, debía admitir que sabía perfectamente lo que hacía; al fin y al cabo la había librado de un vampiro.
Su nerviosismo aumentó al ver que ya no salían más burbujas del fondo. Esperó unos segundos, y con un juramento se lanzó al agua.
¡Por todos los dioses! El río estaba helado hasta en verano. La impresión estuvo a punto de hacerle perder toda la reserva de precioso aire que guardaba en los pulmones, pero se sobrepuso con un gran esfuerzo y se hundió más en las aguas, hasta tocar con las manos un cuerpo blando.
La vampira estaba muerta, pero se mantenía firmemente asida a Sasha y su peso le impedía a éste liberarse. Leisl no distinguía nada en aquella oscuridad pero se imaginó que el bulto que se debatía era Sasha y desprendió las manos muertas de su cuello. Algunos trozos de carne, arrancados a los huesos del monstruo por la fuerza de las procelosas aguas, pasaron rozándole la cara. Durante unos breves segundos, Sasha se enfrentó a ella, pero enseguida salió disparado hacia la superficie con Leisl detrás.
Empezaron a toser como tísicos, entre atragantones y grandes bocanadas de aire; después, Sasha dio unas fuertes brazadas hasta alcanzar la orilla. Una vez en tierra, completamente ateridos, Sasha buscó la capa y se la ofreció a Leisl, que la aceptó de buen grado, deseando que los dientes dejaran de castañetearle.
—No tendrías que haberme seguido —la reprendió Sasha—. Podrías haberte hecho mucho daño; incluso podrías haber muerto. Esto que yo hago es arriesgado.
—Desde luego —bufó—. Te habrías aho…, ahogado, de no haber sido por mí. —Abrió la capa—. Ve…, ven aquí conmigo. Te morirás si no t…, te calientas un poco.
Sasha vaciló; la imagen de Katya le atravesó el cerebro por unos instantes, pero la hizo a un lado. Leisl apenas podía ser considerada una mujer, y sin duda no suponía amenaza alguna para Katya en el corazón del clérigo. Se acercaron más, y Sasha cerró la capa para crear calor.
Cubrieron el camino hacia el pueblo en silencio; Leisl era casi tan alta como Sasha y acompasaba los pasos a los del sacerdote sin dificultad.
—Entonces, ¿cuándo es la próxima partida?
Sasha se detuvo y le clavó la mirada desde la corta distancia que los separaba.
—¿Por qué crees que voy a llevarte conmigo?
—Seguro que sí —sonrió con malicia—, porque, si no, le contaré a tu preciosa Katya lo que haces por las noches.
Sasha se sonrojó de rabia. No se avergonzaba en absoluto de sus actividades como justiciero de vampiros, pero no quería implicar a su inocente futura esposa en algo tan peligroso. Si se llegaba a descubrir, ella estaría más expuesta que nadie. Por otra parte, Katya ya había sufrido bastante en su corta vida y no deseaba añadirle preocupaciones de ningún tipo.
La Zorrilla
arqueó una ceja.
—¿Bien? ¿Qué prefieres? ¿Un compañero o una prometida furiosa? —No había elección posible, y lo sabía. Sin tomarse siquiera la molestia de responder, Sasha le quitó la capa y se alejó—. ¡Eh! —lo llamó, y echó a correr tras él.
—Tendrás que jurar fidelidad a Lathander —sentenció sin mirarla—. Es la única forma de que podamos trabajar juntos.
—De acuerdo. De todas formas, ese dios me cae más o menos bien.
—Tendrás que aceptar mis órdenes sin siquiera cuestionarlas.
—Bien, acepto.
—Y se acabó el robar. No estoy dispuesto a trabajar con una persona que vive del robo.
Leisl abrió la boca para protestar, pero enseguida la cerró otra vez.
—De acuerdo. Entonces, ¿ya está?
La miró por fin, con una mezcla de exasperación y risa incontenible.
—¡Eres una auténtica lata! Ya lo sabías, ¿verdad?
La joven hizo un gesto burlón.
—Movéis vos —dijo Strahd con suavidad.
Jander examinó el tablero con el entrecejo fruncido. Jugaban a un juego, inventado por el propio Strahd, que se llamaba «Halcones y liebres». Naturalmente, el señor de Barovia siempre escogía los halcones. Sin embargo, a medida que el elfo se ejercitaba en el juego, planteaba mayores retos a Strahd. Se produjo una larga pausa durante la cual sólo se oía el crepitar del fuego. Poco después, Jander movió la liebre dos cuadros a la derecha.
—Llegaré a la madriguera en cinco movimientos —anunció.
Strahd estudió el tablero, totalmente inmerso en la partida.
—No si pongo en juego el azor —ronroneó, abatiendo la pieza sobre la liebre de Jander. Recogió la piedra gris y la dejó a un lado con la otra que le había retirado ya—. Jander, siempre olvidáis proteger la retaguardia.
—Y vos —replicó satisfecho— siempre pasáis por alto los detalles. —Saltó dos cuadros con la coneja—. La coneja ha llegado a la madriguera; según las reglas, esto me da opción a… —contó las piezas que quedaban en el tablero— introducir cinco gatitos más. —Alargó la mano hacia los guijarros grises caídos en poder de Strahd y escogió cinco con la alegría bailándole en los ojos.
—Jugáis a la defensiva —subrayó el conde.
—Soy la liebre; no me queda otra opción.
—Me aburro —protestó Trina, que llevaba toda la velada alicaída.
Strahd pasaba pocas noches en casa últimamente, y la pequeña no se conformaba con que el conde prefiriera jugar una partida con Jander en vez de dedicarse a ella. Se estiró cerca del fuego y extendió un brazo sobre un gran lobo gris que dormitaba ante la chimenea.
—Silencio —gruñó el conde, en el preciso momento en que llamaban a la puerta—. Adelante.
Una de las esclavas se asomó.
—Excelencia, ha llegado un vistani y desea veros. Dice que es importante —anunció.
—Ahora bajo —contestó, atento a la esclava y olvidado del juego—. Jander, Trina, enseguida regreso. —Se levantó, se detuvo, movió una pieza y sonrió al elfo fríamente—. La coneja está muerta. —Desapareció con una fioritura y un crujir de seda negra y roja.
Trina ocupó la silla vacía.
—Enseñadme a jugar, Jander —le pidió mientras observaba las piedras redondas y pulidas.
—Esta noche no. —Tras una larga pausa, preguntó—: ¿Sabes adonde va Strahd desde hace unos meses?
—No. Antes me llevaba con él, pero ahora ya no. Dice que está buscando a alguien. ¿Por qué estas piezas son grises y las otras de colores diferentes?
Jander no la escuchaba. Pensaba en el conde y se preguntaba si él sería consciente de lo mucho que había cambiado. De modo que «buscaba a alguien». No era sorprendente; lo que sí lo sorprendía de verdad era que el conde no hubiera comenzado a asesinar metódicamente a la población en busca del desconocido vengador. Había optado por desaparecer de vez en cuando durante una semana o más para llevar a cabo sus investigaciones y reforzar la red de espías.
No obstante, tanta discreción en la forma de proceder no indicaba que el señor hubiera aceptado su suerte con calma. Jander sabía que, en algún momento, la telaraña se cerraría sobre Sasha y deseó buena suerte al joven.
—Los vistanis han encontrado a otra de las mías —anunció Strahd; Jander salió de sus elucubraciones con un sobresalto. El conde estaba en la puerta y temblaba de furia contenida.
—¿Cómo ha sucedido esta vez? —preguntó el elfo.
—La ahogó. Era Marya. ¡Maldito sea,
maldito
mil veces! —El elfo recordaba a Marya, la novedad más reciente en el grupo de bellezas; una mujer voluptuosa de grandes e hipnóticos ojos que había impresionado a Strahd considerablemente. Tenía motivos para encolerizarse más que de costumbre—. Este enemigo es extraordinario. He repetido a mis esclavas una y otra vez que no viajen solas. Están advertidas y, sin embargo, él las sorprende siempre y termina con ellas. Cegó a Shura para que no lo viera y me lo dijera después. Me pregunto si este personaje misterioso será más que mortal. —Sonrió arteramente—. Por fortuna, conozco encantamientos nuevos para enfrentarme a él.