A muchos kilómetros del castillo de Ravenloft, en las entrañas de los montes, una delgada loba gris y marrón entraba en una cueva recóndita. Atravesó cojeando un laberinto de galerías hasta llegar a un ataúd, colocado allí en secreto por un astuto vampiro con un propósito definido. La loba tenía una paletilla tiesa a causa de una cuchillada y su lomo estaba marcado para siempre con la señal de la plata.
Olisqueó el féretro, movió la cola ligeramente y después la dejó caer, decepcionada. El amo no despertaría ese día. Subió de un salto a la tapa de la caja de caoba, bostezó, dio dos o tres vueltas y se enroscó para dormir. Seguro que cuando despertara la perdonaría, y, cuando reviviera con el hambre agujereándolo en lo más hondo de la garganta, Katrina se ocuparía de proporcionarle una víctima reciente con que mitigar la sed. En breves minutos, la loba dormía, respirando reposadamente.
El vampiro malherido soñaba.
Strahd había recibido heridas graves y casi había muerto a la luz del sol. Sufría unos atroces dolores que lo obligarían a descansar durante semanas, o meses tal vez, incluso años. De todas maneras, ¿qué significaba el tiempo para un vampiro?
Jander había estado a punto de acabar con él, pero él se había enriquecido a costa de la sabiduría que le había dado; ahora dominaba más cosas, conocía más, y además no ignoraba quién era su peor enemigo.
Volvería a encontrarse con Sasha Petrovich, y, esta vez, el muchacho no vencería. ¿Y su Tatyana? Su alma había quedado liberada unos momentos, pero estaba ligada a Ravenloft de una forma dulce y lastimosa, como él mismo. Strahd estaba condenado a amarla por toda la eternidad, y ella a reaparecer, con diferentes nombres pero siempre idéntico rostro de hermosas facciones e igual alma quebrantada, para que él la amara.
Volvería a verla, y un día ella se enamoraría también. Strahd von Zarovich estaba determinado a que sucediera así. Disponía de tiempo, paciencia y poder para convertir en realidad prácticamente todos sus deseos. Al fin y al cabo, la tierra lo obedecía.
El vampiro descansaba y soñaba, y el día clareaba sobre Ravenloft.
[1]
Daggerdale
: literalmente «Valle de la daga», en patético contraste con el nombre anterior, Merrydale, que significa «Valle alegre». (N. de la T.)
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