—Naturalmente, pequeña; todo perece. Es decir —la sonrisa se le borró—,
casi todo
.
Se produjo un incómodo silencio durante el cual los dos jóvenes se perdieron en sus pensamientos. Por fin, Sasha reaccionó.
—¿Cuánto te debemos?
Maruschka iba a decirle el precio habitual, pero de pronto cambió de parecer.
—No os cobraré nada. Conozco a tu padre, y por su sangre te hago este regalo una vez.
Sasha se disponía a protestar, pero lo pensó mejor.
—Te estamos muy agradecidos,
madame
Maruschka.
La vidente se levantó y abrió la puerta, se asomó y dijo unas palabras en vistani.
—Ahora debéis marcharos, niños. Nadie os molestará, y también os regalo un pasaje seguro a través de la niebla.
—Adiós,
madame
—se despidió Sasha con una profunda inclinación de cabeza.
Leisl saludó con un gesto breve y salió rápidamente tras el clérigo. Maruschka se quedó observándolos y después cerró la puerta y se sentó pesadamente sobre los cojines.
Pika
graznó y ella le sonrió con gesto cansino.
Estaba contenta de haberles proporcionado una visión certera, aunque… Por un instante, deseó con toda su alma no haber recibido el don de la visión, porque entonces no habría tenido necesidad de tomar las decisiones a que estaba obligada.
Sus responsabilidades para con la tribu trascendían los vínculos familiares, la ataban a todos los vistanis, a todo lo que éstos representaban. La protección del clan se anteponía siempre a la felicidad de los ajenos, incluso a su seguridad, y por ello tenía vetada cualquier acción que pudiera comprometer la existencia de la tribu. Eva había complicado las cosas al mezclar a los vistanis con el conde Strahd y sus maquinaciones, pero la sucesora sabía muy bien que sería una locura desafiar al señor de Barovia. No podía hacerlo ni lo haría, ni aunque de ello dependiera la vida de su propio hermano o del hijo de éste, es decir, su sobrino. Tampoco por el único ser que la había hecho pensar en el amor, aunque brevemente; una criatura de piel dorada y hermosa estampa que pertenecía a otra raza y, lo que era peor, se hallaba sumido en otro tipo de vida completamente distinto. Recordó con furia lo que le había revelado sobre su futuro; le había augurado éxito por la intervención del sol y de un niño.
La ironía de la situación se le acumuló en la boca como bilis. ¿En qué forma podría triunfar un vampiro con la ayuda del sol? ¿Cómo engendraría un niño un ser no-muerto? Sacudió la cabeza, veteada ya de gris, con tristeza.
—¡Ay, Jander! —evocó dulcemente—. Si aún te acuerdas de mí, perdona la intromisión de mi mano en la hora del desastre.
Jander no tenía la menor idea de cuándo regresaría Strahd; podía ser dentro de cinco meses o de cinco minutos. Tenía, pues, que aprovechar cada segundo, porque no lograría controlar su ira cuando volviera a verlo.
Sin embargo, debía seguir aparentando calma. Las esclavas, criaturas crueles y torpes comparadas con él o con su terrible creador, tenían ojos y eran capaces de observar. Siempre que aparecía alguna cerca de él, procuraba no traicionar sus inquietudes con palabras, miradas u obras. En cuanto a los esqueletos y a los zombis, no tenía necesidad de disimular puesto que carecían totalmente de entendimiento.
No obstante, la aguda y joven Trina era cuestión aparte. Sabía que había captado algo fuera de lo normal cuando acudió a visitarlo dos noches antes de su encuentro con Sasha. Para alejarla lo más pronto posible, tuvo que fingir un interés desmedido en los frescos.
—Quiero recuperar el resplandor original de este bellísimo colgante de rayos de sol —le explicó—. Sí, éste de aquí. Es magnífico, ¿verdad? Creo que con un poco de plata y una gotita de blanco…
Funcionó. Trina suspiró, absolutamente aburrida, y se marchó escaleras abajo; el ruido de las pisadas se convirtió en sonido de zarpas antes de llegar al final. Jander corrió a la ventana más próxima y la vio escabullirse a toda velocidad por el patio.
Acuciado por la prisa, dejó los pinceles y las pinturas y regresó a la biblioteca. Aún no sabía lo que buscaba; una clave, un encantamiento o cualquier otra cosa que lo ayudara a terminar con la plaga de Barovia: el conde Strahd von Zarovich.
Dos cuestiones, entresacadas de las investigaciones, lo obsesionaban. Una era un capítulo de la historia del antiguo ejército de Barovia; lo buscó y lo releyó:
El Gran Sumo Sacerdote de Barovia, un joven llamado Kir, llevó al pueblo a la oración. Exactamente a medianoche, se retiró a la capilla del castillo a meditar y a rogar ayuda. Obtuvo la gracia del misterioso Santo Símbolo del linaje del cuervo para empuñarlo contra el rey goblin. Mientras el héroe luchaba y conducía a sus hombres a la victoria, el Santo Símbolo también era secretamente utilizado. Más tarde, el Gran Sumo Sacerdote Kir lo ocultó en un lugar desconocido
.
Nadie ha vuelto a ver el Santo Símbolo de Ravenloft ni sabe dónde se halla. Hasta el día de hoy, ningún otro ministro lo ha encontrado ni utilizado. No obstante, y fuera de toda duda, su mágico poder contribuyó a la merecida victoria de nuestro noble conde Strahd
.
—«El Santo Símbolo del linaje del cuervo, el Santo Símbolo de Ravenloft» —repitió en voz alta—. Un objeto de grandes poderes benéficos y nadie sabe dónde está. —Rió sin ganas ante la ironía.
El otro tema que le daba vueltas en la cabeza era una antigua narración sobre un intrépido héroe infantil llamado Pavel Ivanovich, y su misión de recuperar un fragmento de sol. Había escuchado retazos de la leyenda en boca de Sasha, la noche en que asesinaron a su familia. Dejó los remordimientos que aún lo asaltaban después de tanto tiempo y se concentró en el cuento. Pavel vencía a Nosferatu; tal vez hubiera algo de verdad en todo aquello.
Pasó una semana buscando desesperadamente entre las montañas de libros de la colección de Strahd. Una tarde en particular, paseaba inquieto por el castillo en espera de la caída de la noche y, poco después del ocaso, abandonó la guarida en forma de lobo. La primera nieve de la estación, una suave cortina de copos, había caído durante las horas de sol, y el bosque estaba moteado de cristales y fantasmagóricos bultos blancos bajo el claro cielo de luna llena.
Se dirigió hacia el pueblo veloz y ágilmente, hasta que captó en el aire el aroma de una presa fresca, que le recordó la necesidad de alimentarse antes de que terminara la noche. El olor almizclado de lobo y el cúprico de la sangre de venado se mezclaban con el inconfundible rastro de Trina, y comenzó a buscarla.
La encontró en un pequeño calvero bastante alejado del lindero del bosque, a cobijo de posibles miradas desde la aldea. Le pareció cauto por su parte, puesto que la joven no estaba transformada por completo; arrancaba pedazos de carne con zarpas lobunas y salpicaba la nieve de sangre. La presa despedía vaho en el aire helado, y varios lobos más comían ruidosamente en las cercanías.
Jander se transformó en elfo para hablar con ella.
—¿Sabes cuándo volverá Strahd? —le preguntó, disimulando el asco que le producía verla engullir de aquella manera el venado que había abatido con la ayuda de los otros animales.
Trina lo miró con ojos humanos en la cara lobuna; sacudió la cabeza y se pasó la larga y rosada lengua por las mandíbulas.
—Todavía tardará un poco, supongo, porque en los viajes cortos suele llevarme con él.
Hablaba con una especie de gruñido gutural, inteligible no obstante, aunque varias octavas por debajo de su tono habitual. Hundió la dentadura vorazmente en un trozo sanguinolento e imprimió un giro a la quijada lobuna para asirlo mejor. Se oyó entonces un crujido de huesos triturados, y el elfo se dio la vuelta.
Volvió a tomar forma de lobo y siguió camino de la villa. En cuanto salió del cobijo de los árboles, procedió con mayor cautela moviendo su cuerpo animal como una sombra sobre la nieve. Llegó al borde del cementerio y se deslizó entre el follaje de los pequeños árboles que lo rodeaban. Allí, lejos de miradas indiscretas, recuperó su forma élfica y atravesó por entre las tumbas hasta la iglesia.
Sasha lo esperaba, acompañado por otra persona; los dos bultos se ocultaban juntos en un banco de madera sin pulir, discretamente situado contra el muro del edificio. En cuanto se acercó, ambos se pusieron en pie.
—Creía que estaríamos solos tú y yo —comentó Jander, receloso.
—Así era, pero ella es de confianza. Jander Estrella Solar, te presento a Leisl, mi… compañera de correrías nocturnas. —Hizo una pausa y después añadió—: Ya te conoce.
—No sabía que los elfos se convirtieran en vampiros —comentó la joven, sin dejar de mirarlo abiertamente—. Claro está que tampoco conozco tantos elfos… ni tantos vampiros.
—Bien, ahora ya conoces a uno más de cada uno —replicó con cierto sarcasmo al tiempo que inclinaba la cabeza burlonamente—. Dime, Leisl, ¿por qué estás aquí esta noche? Sé lo que empuja a Sasha, pero ¿y a ti?
—No puedo consentir que Sasha se las vea con Strahd él solito, ¿no crees?
Una sonrisa jugueteó en los labios del elfo; satisfecho al parecer con la respuesta de
la Zorrilla
, se volvió hacia Sasha.
—No he encontrado nada definitivo en el castillo de Ravenloft, aunque presiento que las respuestas a lo que buscamos se hallan en alguna parte de la biblioteca del conde. Hay dos cosas que creo merecen especial atención; en primer lugar, ¿sabes algo del Santo Símbolo del linaje del cuervo?
—No, y tampoco he descubierto grandes cosas en cuanto a las religiones primitivas de Barovia. En la iglesia no hay documentos al respecto.
—Qué curioso.
—Eso mismo pensé yo; supongo que todos los anales han sido destruidos deliberadamente.
—O los han llevado a otra parte. En fin, qué le vamos a hacer.
—¿Qué era el Santo Símbolo del linaje del cuervo? —preguntó Leisl, que se sentía un tanto marginada. El elfo la miró con sus plateados ojos.
—Un amuleto sagrado muy poderoso, al parecer, que fue utilizado contra los goblins mientras el ejército de Strahd luchaba por la liberación de Barovia. Por desgracia —añadió apesadumbrado—, se mantuvo en secreto y nadie, excepto los iniciados, sabía con exactitud qué era. El misterio pasaba de sacerdote a sacerdote, creo, y la línea se truncó en algún momento. Esperaba que Sasha supiera algo más pero… —Su melodiosa voz calló tristemente.
—¿Y qué es aquello otro que tenías que decir? —inquirió Sasha.
—Seguro que te parecerá un despropósito, pero existe una antigua leyenda sobre no sé qué tontería de un fragmento de sol y un niño. Sin embargo —sonrió—, a veces se puede extraer una verdad del fondo de una leyenda. Lo difícil es desentrañarla. —Vio sorprendido que Sasha y Leisl intercambiaban una mirada curiosa.
—Leisl y yo hemos llegado a la misma conclusión; ese cuento es la única clave que hemos encontrado. ¡Ah! Y otra cosa… Tal vez tú lo comprendas; se trata de un mensaje misterioso que a lo mejor nos sirve de algo. ¿Qué podría significar «El que más ha amado tiene el corazón de piedra»?
—No lo sé. Por lo general, los corazones de piedra no aman en absoluto. ¿Alguna otra adivinanza? Solía acertarlas todas, tiempo atrás.
—En ese caso, a ver qué te parece ésta: «La piedra te dirá lo que quieres saber».
—A mí me parece que podría referirse a grabados en la piedra —terció Leisl—, o a una estatua, o a alguna frase inscrita en una pared. Tiene que ser algo así porque si no ¿cómo van a hablar las piedras?
Jander asintió despacio, pero su frente seguía arrugada y comenzó a pasear. Leisl hablaba con lógica, aunque por algún motivo la conclusión era incorrecta. Las respuestas, o al menos parte de ellas, estaban allí,
justamente al alcance de la mano
, en el límite exacto de sus conocimientos. Si pudiera concentrarse lo suficiente… De pronto lo comprendió.
—Existe un sortilegio que hace hablar a las piedras —dijo—. ¿Lo conoces?
—No. ¿Tan importante te parece?
—Bien, veamos. Pensad en una piedra, muro o edificio en Barovia que haya podido presenciar acontecimientos que nos sirvan de algo.
—El castillo de Ravenloft —sugirió Leisl.
—Evidentemente —replicó Sasha—, pero eso sería muy peligroso. —Miró alrededor, hacia las frías formas grises empolvadas de blanco que señalaban los lugares donde reposaban los muertos—. ¿Lápidas?
—No. —Jander sacudió la cabeza enérgicamente—. No creo que hayan sucedido muchas cosas interesantes en el cementerio; sabemos dónde está el vampiro.
—¿La plaza del mercado? —apuntó Leisl—. Estoy segura de que esos adoquines han sido pisados por mucha gente.
—Es un sitio demasiado transitado, incluso por las noches —musitó Sasha— y no podemos arriesgarnos a que nos vean. La iglesia es de madera, desgraciadamente.
Jander, que no dejaba de dar cortos paseos mientras escuchaba a medias, se volvió hacia ellos.
—¡El círculo de piedras! —exclamó—. Es tierra sagrada. ¿Cuánto tiempo hace que existe ese lugar, Sasha?
—No lo sé; siglos, supongo… —Comenzó a sonreír—. Jander, es ahí; ¡tiene que ser ahí!
—¿Nos vemos aquí mañana otra vez, para darte tiempo a hacer los preparativos? —preguntó el elfo.
—¿Nos sobra tiempo?
—No tengo la menor idea. Strahd puede prolongar su ausencia un mes, o tal vez ya haya regresado al castillo en estos momentos.
—En ese caso, no hay tiempo que perder. —Sasha adoptó una expresión firme—. Se trata de una buena causa. Sin duda Lathander la bendecirá y me concederá la magia necesaria. Voy a orar al altar; mientras tanto, vosotros dos entrad y… ¡Oh!