El vampiro de las nieblas (39 page)

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Authors: Christie Golden

Tags: #Fantástico, Infantil juvenil

BOOK: El vampiro de las nieblas
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Sasha se humedeció los labios con inquietud. Los ojos le bailaban de un lado a otro como los de un animal acorralado, mientras se acordaba de las náuseas que había sufrido la última vez que había enviado a una vampira al descanso eterno.

—Jander, tengo obligaciones en el pueblo. Ahora que Martyn se ha ido, soy el único clérigo experto de la aldea. Además, Katya y yo queremos casarnos el mes que viene. No puedo…

—No quiero saber nada de tus responsabilidades —replicó furioso—, ni me importa tu prometida. ¿Crees acaso que ella se librará de servirle de alimento algún día? ¿O vuestros hijos, o los hijos de vuestros hijos? ¿Qué obligación crees que tienes con un monstruo semejante? ¡Dioses! ¿Quién crees que asesinó a toda tu familia hace catorce años?

Sasha abrió la boca y soltó un grito mudo; después, hundió la cabeza entre las manos. Jander se levantó y comenzó a pasear para calmarse, pero la necesidad lo acuciaba.

—Tienes que comprenderlo —prosiguió—. Se convirtió en lo que ahora es por un pacto con una entidad oscura, y selló el pacto con la sangre de su propio hermano. Su lujuria depravada fue la causa del suicidio de una muchacha inocente. Él cree que murió, pero yo pienso que no; al menos, no por completo.

Incapaz de dominar la ira, agarró a Sasha por la camisa y lo levantó en el aire para clavar en él su mirada.

—Creo que una parte de su alma huyó y atravesó algún portal hasta caer en mi mundo. Cuando la encontré, cuando aprendí a amarla, no era más que un espíritu quebrantado y parcial, gracias a Strahd. Ambos perdimos a esa desgraciada criatura que jamás había hecho daño a nadie.

Dejó a Sasha en el suelo de mal humor y apretó los puños con furia; la ira bullía en sus entrañas otra vez, lo invitaba a caer a cuatro patas convertido en lobo y a seguir matando. Logró dominarse y, cuando volvió a hablar, estaba más sereno.

—Ésas son las obras del señor de la tierra, y no ha terminado aún. Al parecer, esa muchacha, Anna, Tatyana o como fuera su verdadero nombre, se reencarna en ciertas generaciones, y él continúa infligiendo el mismo tormento en ella y en los demás habitantes de la aldea, creando vampiros sin cesar. —Se tomó un respiro y continuó—. Voy a hacerte una promesa, Sasha Petrovich. Nunca he convertido a nadie en vampiro y te juro que no lo haré jamás. Si destruyes a Strahd, terminarás con todos los no-muertos de Barovia. ¿Serías capaz de negarme tu ayuda en una empresa así?

—Dime sólo una cosa —repuso Sasha. Vaciló un momento, mientras escrutaba los ojos de Jander con seriedad—. ¿Cómo…, cómo es?

Jander lo miró prolongadamente.

—¿Por qué? —inquirió al cabo de un rato—. ¿Por qué quieres saberlo? Tú perteneces a la luz. ¡Da gracias por lo que ignoras de los misterios de la oscuridad!

—Necesito saberlo. ¿Cómo es morir sin morir? ¿Qué se siente viviendo de…?

—¿De la vida de otros? —terminó Jander, endurecidos sus rasgos y su voz.

Emociones encontradas luchaban por la supremacía en su pecho, y un torbellino de palabras que expresaban temor, rabia, ansia, prudencia se le agolpaban en la garganta sin poder salir. Tardó un buen rato en recobrar el habla.

—La necesidad de sangre es una sed sin igual, un hambre sin parangón. Un hombre perdido en el desierto, con la lengua inflamada y la garganta reseca como el corcho, anhelante por la menor gota de humedad que suavice la sensación cuarteada y pastosa de la boca no es nada comparado con esta ansiedad. Un prisionero encerrado en una celda sin comida siente el vacío del estómago, considera las ratas con las que comparte el espacio vital y la sucia paja del jergón e incluso a su propio cuerpo como medios de subsistencia, pero aún no conoce este apetito desgarrador. Y así nos despertamos una noche tras otra. —Señaló hacia las tumbas que los rodeaban—. Salimos arrastrándonos de los ataúdes, de las criptas, de los escondites que nos procuramos entre los muertos, porque estamos muertos aunque sigamos con vida. Acechamos entre las sombras o adormecemos a alguna viajera insensata para robarle un bien más precioso que cualquier objeto material. La tomamos entre los brazos, una completa desconocida, y realizamos con ella un acto más íntimo que el compartido por los amantes, mediante el cual le extraemos la sangre y la vida. Sasha, ¿te imaginas siquiera el horror de semejante acción? Y, que todos los dioses me perdonen, ¡es maravilloso!

Sasha estaba petrificado de espanto y compasión ante el relato de Jander, que por primera vez en su vida se había decidido a compartir con otra persona sus tormentos interiores. El elfo ya no lo miraba; sus ojos se perdían en la distancia, dentro de sí mismo, contemplando algo que el clérigo jamás vería.

—La novia que se acerca a su amado por primera vez sólo percibe una sombra de lo que es nuestro éxtasis. El pintor que completa su obra maestra atisba apenas nuestro gozo. La sangre
es
vida y no existe nada comparable a la maravilla de tomarla, de sentir que desciende y te colma como si fueras una copa vacía que por fin se llena. El arrebato es falso, y lo sabemos;
lo sabemos
… y sin embargo lo consumamos.

«Después, el momento pasa y entonces contemplo el cuerpo exangüe que yace entre mis brazos y me maldigo. ¡Oh! Ella está viva… Alivio mi conciencia diciéndome que sólo tomo la vida cuando es imprescindible o cuando traspaso los límites de la razón; pero he violado a esa mujer y me avergüenzo.»

«Y, para ella, los colmillos son de fuego y hielo, punzantes e irresistibles. Nota que la sangre se le escapa de las venas como si le rasgaran el corazón mismo, pero su impotencia es total, absoluta, mayor que la de una criatura recién salida del seno materno. Se establece un equilibrio infernal, porque nosotros también somos incapaces de oponer resistencia a la necesidad; olemos a los mortales, rastreamos el precioso icor como el recién nacido percibe el efluvio cálido y lechoso de su madre. No existe peor maldición que la nuestra. —Se quedó en silencio y Sasha creyó que había concluido; sin embargo, siguió hablando suave y amablemente, toda la furia transformada en doloroso arrepentimiento.»

«Cuando respiré por primera vez, yo no era un ser pervertido. Después fui guerrero al servicio de causas nobles, y los animales del bosque sentían un temor sano al captar mi olor en el aire. Los hombres eran mis hermanos o mis dignos enemigos, y honraba y respetaba a las mujeres; creo que no pecaría de inmodestia si dijera que el mundo mejoraba por donde yo pasaba.»

«No podrías hacerte idea de lo que sufro ahora. Los caballos se negarían a llevarme sin una orden explícita; las bestias salvajes huyen despavoridas en cuanto me acerco; me ha sido vetada la compañía de todo ser excepto los perversos como Strahd, a quien nada le importo y por quien yo siento aún mayor desapego. El sol, cuyo nombre forma parte de mi apellido, es fatal para mí, y en el mundo no queda nada hermoso a lo que pueda aspirar. Vivo en la oscuridad y en la destrucción, y las extiendo como una plaga. Hasta la tierra me abomina. ¡Mira lo que sucede cuando la toco! —Enfurecido de nuevo, puso la palma desnuda sobre el césped que crecía alrededor de la tumba; se oyó un leve crujido, y, cuando la levantó de nuevo unos segundos después, el clérigo vio la hierba agostada al contacto de la mano.»

—Y Anna… ¡Oh, Anna! —gimió en voz alta—. Strahd destruyó a Tatyana y seguirá haciéndolo, aunque fui yo quien le quitó la vida. Ni aunque lo pagara con mi agonía hasta el fin de los tiempos sería suficiente. He pecado mucho, Sasha, y nunca lo he negado, pero también mis heridas son numerosas. Hijo del joven gitano, ¿vas a ayudarme? ¿Vas a ayudarme a vengarla y a salvar el alma de todos tus seres queridos?

El ruego de Jander habría ablandado hasta el corazón más pétreo, y el de Sasha era vulnerable. Llevaba más de la mitad de su vida luchando contra el mal, merodeando entre las sombras nocturnas, en el dominio de los señores de los no-muertos, clavando estacas y cercenando cabezas para que no volvieran a levantarse. Leisl aligeraba la carga, aunque no lo suficiente.

Ahora, Jander pretendía que atacara al vampiro más poderoso de la región, pero estaba cansado. ¿Acaso no había hecho suficiente? ¿Es que jamás podría concederse un respiro? ¿No podría abrazar sin temor a su querida Katya durante la noche, nunca, sin que se lo impidieran los recuerdos y las pesadillas?

Cosas más tenebrosas que los recuerdos y las pesadillas poblaban las noches de Ravenloft. No podía permanecer impasible sabiéndolo.

—De acuerdo —dijo, con los ojos cerrados—. ¿Qué es lo primero que hay que hacer?

VEINTITRÉS

Cuando Sasha regresó, Leisl estaba esperándolo en su habitación, sentada en la cama sobre las piernas. Había preparado una taza caliente de vino para combatir el frío del camposanto, y se la pasó sin palabras; Sasha la tomó en silencio.

—Supongo que viste al… esto… al elfo —comentó el clérigo por fin, con tono cansado, al tiempo que se recostaba en la almohada y se restregaba los ojos.

—O sea que son así. Lo vi, sí, y también noté que no tenía sombra a la luz de la luna y que tenía la cara manchada de sangre. —Intentaba hablar con calma, pero no lo conseguía completamente—. ¿En qué locura te has metido, Sasha Petrovich? ¡Creía que estábamos en pie de guerra contra esas cosas, y no dedicándonos a charlar con ellas en los cementerios!

Sasha no estaba seguro de la conveniencia de aclarar la situación a
la Zorrilla
, pero, en realidad, ya sabía mucho. Peor sería si ella decidía «ayudarlo» sin su consentimiento, porque las cosas podrían empeorar muchísimo enseguida. Aspiró con fuerza y dijo:

—Ese vampiro se llama Jander Estrella Solar y salvó a mi padre de la muerte hace muchos años. Es como una especie de amigo de la familia. —Sonrió sin ganas—. Y vive con el conde Strahd en el castillo.

—¡Vaya! ¡Es genial! —Leisl arrugó la nariz—. Un vampiro y un tirano loco y mago. Tienes unos amigos estupendos, Sasha.

—¡Leisl! —exclamó falsamente indignado; pero, como de costumbre, la franqueza de la joven lo hizo reír a pesar de todo y comenzó a tranquilizarse. «Vino es exactamente lo que necesitaba», pensó mientras tomaba otro sorbo; resultaba curioso que Leisl siempre se anticipara a sus necesidades, incluso antes de que él se diera cuenta—. No es exactamente lo que parece —prosiguió—. Jander está urdiendo un plan en contra de Strahd, que, por cierto, también es vampiro. —Se quedó mirándola con expectación.

—Si los dos son vampiros —dijo levantando una ceja—, ¿por qué Jander lo odia?

—¿No te da miedo?

—¿Por qué? Tú y yo salimos casi todas las noches en busca de esos condenados. No me dan miedo los vampiros… Los humanos resultan más imprevisibles —terminó con tono duro—. Son verdaderos monstruos, por si quieres saber mi opinión.

—Leisl —repuso Sasha despacio, y la joven se puso en tensión, recelosa—, ¿cómo te hiciste ladrona?

—No quiero hablar de ello —replicó. Cruzó los brazos, y sus labios adquirieron una expresión de tozudez. En otra ocasión, Sasha no habría indagado, pero tenía que saber si podía confiar en ella para la peligrosa misión que había aceptado.

—Verás, respeto tu vida privada pero no estoy dispuesto a llevarte al castillo de Ravenloft si no sé lo que te bulle en la cabeza —le dijo sin tapujos.
La Zorrilla
escrutó sus ojos prolongadamente.

—De acuerdo —se avino al fin, con cierto deje hostil—. Voy a contártelo. Mis padres cultivaban la tierra en una granja a las afueras del pueblo y, cuando tenía siete años, una manada de lobos decidió cenarse a toda mi familia. Yo era la menor de cuatro hijos y tenía una habitación en el ático para mí sola; por eso me salvé. Me quedé allí acurrucada, muerta de miedo, durante cuatro días con sus noches, hasta que el hambre me empujó a salir. Nadie del pueblo quiso acogerme y pasé semanas comiendo de las basuras. Entonces, el viejo aquel dijo que él me daría cobijo entre los suyos. ¡Vaya compañía, narices! El tipo se llamaba
Zorro y
su familia estaba formada por huérfanos como yo a quienes enseñaba a robar en su propio beneficio. No estaba mal —añadió con un toque de odio y orgullo—. Yo lo hacía tan bien que
Zorro
empezó a llamarme
Zorrilla
… y al poco tiempo me despidió con una patada porque, según él, ya estaba preparada para actuar por mi cuenta. Tenía entonces trece años, Sasha, acabados de cumplir, y más miedo que vergüenza. Salí adelante porque siempre me cubría bien la retaguardia y jamás confié en nadie; hasta hoy. —Su mirada se tornó blanda—. Tú eres la excepción. Bien, ahora ya sabes que puedes confiar en mí también.

Sasha olvidó cuánto le molestaba a veces esa mujer delgaducha, lo importuna que llegaba a ser, y la abrazó suavemente. Ella se quedó muy rígida al principio, pero después se relajó y lo abrazó a su vez, y así permanecieron un momento.

Jander le había dicho que regresaría al cabo de una semana para ver lo que había encontrado. Sasha y Leisl comenzaron a buscar todo lo que pudiera atar cabos en la misión contra el señor de Barovia. El clérigo cumplía con sus deberes sacerdotales con eficiencia, pero tenía la mente en otra parte. Pasaba largas horas entregado a la oración, sentado en la alfombra de su cuarto, completamente solo. «Lathander, ahora necesitamos tu ayuda; guíanos, por favor», rogaba.

El Señor de la Mañana no se manifestaba ni inspiraba a su siervo con luz divina, de modo que el sacerdote y su ayudante tuvieron que volcarse sobre la magra biblioteca de la iglesia. La sala era pequeña, atestada, escasamente ventilada y sin ventanas; olía a polvo y a moho, y los libros llevaban demasiado tiempo sin haber sido tocados por manos humanas.

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