El vampiro de las nieblas (46 page)

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Authors: Christie Golden

Tags: #Fantástico, Infantil juvenil

BOOK: El vampiro de las nieblas
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Sasha no quería creerlo, pero las apariencias hablaban de traición. Apretó el Santo Símbolo de Ravenloft en una mano y se acercó a Leisl, que temblaba ante los lobos, para darle protección.

—Sea cierto o no —replicó con voz juvenil y confiada—, sigues siendo mi enemigo, conde Strahd. ¡Venganza por la muerte de mi familia! —Hizo un gesto para esgrimir el medallón, pero el vampiro había desaparecido.

Presa de gran confusión, vaciló. Un instante después, Strahd se materializó de repente en el límite del círculo de agua bendita. Sonreía triunfante, con una aterrorizada mujer atrapada entre sus frías manos; los enormes ojos de corza de la joven estaban desorbitados de terror.

—¡Katya! —susurró, despavorido, Sasha.

La neblina que flotaba a unos cuantos metros por encima de la escena escuchó la información con el mismo pavor. ¿
Katya
? ¡La prometida de Sasha era en realidad Trina, la espía licántropa del conde! Jander quería materializarse y avisar a Sasha para que no cayese en la trampa, pero se obligó una vez más a perseverar y esperar. Sólo podría ganar a base de paciencia. Sin embargo, era difícil, por todos los dioses, limitarse a contemplar el juego de Strahd con sus amigos, como si fuera el tablero de halcones y liebres…

Sasha miraba completamente paralizado, con el rostro desfigurado por una expresión de auténtico dolor. Hasta el momento se había mantenido firme, seguro de sus convicciones con respecto al bien y a su dios todopoderoso, pero de pronto se hundió, derrotado, antes del combate.

—No le hagas daño —musitó—. Por favor, haz lo que quieras conmigo pero a ella déjala.

—Está en tus manos, Sasha Petrovich. Tira ese amuleto —ronroneó Strahd—, y ella vivirá. Si haces un solo movimiento contra mí, morirá al instante.

El señor de los vampiros retiró sensualmente el cabello oscuro de Katrina de su cuello, sacó los colmillos y se acercó a la vena que latía… más… más…

—Sasha, no lo hagas. Nos matará a todos… —comenzó Leisl. Strahd hizo una pausa y le clavó una poderosa mirada roja.

—Estáte quieta, ladronzuela —le ordenó. Leisl calló; de repente ya no sentía recelo. El conde siguió mirándola y, poco a poco, la voluntad de la muchacha se desvaneció bajo el influjo carmesí de aquellos ojos.

—Está bien —dijo Sasha con voz quebrada—. Por piedad, déjala en paz. Jamás ha hecho daño a nadie.

La amarga y maliciosa ironía atravesó a Jander de parte a parte. «Paciencia», se recordó.

El Santo Símbolo del linaje del cuervo cayó al suelo desde los inertes dedos de Sasha.

—Excelente, Sasha; me complace mucho que seas tan razonable. Ahora, por favor, dale una patada para sacarlo del círculo, ¿quieres?

Como el sacerdote, agarrotado por el sufrimiento, no dio señales de obedecer, el vampiro sacudió a Katrina por el brazo violentamente, y ella, bordando su papel, —aunque tal vez Strahd le hiciera daño de verdad—, lanzó un gemido de dolor. Sasha se movió entonces y dio una rápida patada al hermoso objeto que lo sacó del círculo con un sonido rasposo.

—Muchas gracias —dijo el conde—. Gracias por todo, de verdad. Verás: os he permitido buscar esa baratija porque yo también necesitaba encontrarla. Ahora que la tengo, la pondré a buen recaudo, ¿verdad?

Jander comenzaba a perder «visión». Nunca había permanecido tanto tiempo en estado gaseoso, pues por lo general sólo lo utilizaba un instante, para evitar ser capturado o pasar bajo una puerta. No sabía cuánto más podría esperar, por lo que comenzó a descender lentamente hacia el suelo.

—Ya había oído hablar del famoso Santo Símbolo del linaje del cuervo —proseguía Strahd—, pero no sabía con exactitud
qué
era esa maldita cosa. El Gran Sumo Sacerdote Kir murió antes de pasarle el secreto a Sergei, y debo reconocer que no tenía la menor idea de que el colgante de mi estimado hermano fuera el terrible y sagrado Santo Símbolo. Tenía a los sacerdotes en un concepto más elevado; creía que lo tendrían celosamente guardado. Pero gracias a vosotros, mis queridos amigos —se inclinó burlonamente hacia Sasha y Leisl—, ahora la chuchería está en mi poder. Recógela, querida —ordenó a Katrina.

Como si se quitara un vestido, Katrina se despojó de su máscara de vulnerabilidad, y su enérgica carcajada resonó por la sala al tiempo que abrazaba a Strahd por el cuello y le besaba la pálida mejilla.

—¡Oh, qué
listo
eres! —Como una criatura recogiendo flores, se acercó al medallón y lo levantó con orgullo. Sasha la miraba, y de pronto su mente se descongeló un instante sólo para reconocer un horror más.

—¡No, Katya!

—Ahora empiezas a comprender, querido. —Su sonrisa se amplió y se tornó salvaje—. Qué fácil ha sido engañarte. ¡Qué fácil!

Sasha se recobraba de la impresión de la traición, y su sangre vistani comenzaba a bullir ante el engaño. Sus cejas se unieron, y una tormenta digna del gitano más puro comenzó a acumularse en sus ojos. Con un bufido, alcanzó el redondel de madera dorada, el símbolo mismo de Lathander.

—¡Clérigo insensato! —rugió Strahd—. ¡Te atreves a amenazarme en mi propia casa! ¿Pretendes destruir la tierra sin una causa?

De pronto, un sonido siseante se arrastró a los pies de Sasha; el agua bendita que había derramado comenzaba a evaporarse en delgadas columnas. El redondel de Sasha estalló en llamas, y el sacerdote dio un grito de dolor; los siete lobos se movían agitados.

—No, sentaos y vigilad —les ordenó Strahd, para el bien de Sasha—, y procurad que el sacerdote contemple lo que le ocurre a su amiga, al menos durante un rato. —Se volvió hacia Katrina—. Tómalo cuando quieras —le dijo.

Katrina, con el Santo Símbolo todavía en la mano, miró a Sasha y una lenta mueca transformó su hermoso y salvaje rostro.

—Ven, Sasha, mi amor; bésame. ¿No quieres besarme?

Echó la cabeza hacia atrás y aulló con una voz inhumana y gutural, y la piel se resquebrajó para dar paso al pelaje lobuno.

—¡Katya! —Sasha no podía creer apenas la horrenda realidad que se revelaba ante sus ojos.

Los ojos de Katrina no habían cambiado, pero la nariz y la boca se habían prolongado en una parodia grotesca de hocico de lobo. También el rostro se le llenó de pelos grises. Leisl no hacía nada; se limitaba a mirar al vampiro extasiada.

—Ven, querida —la invitó con su aterciopelada voz—, ven a mí.
—La Zorrilla
comenzó a moverse despacio hacia Strahd—. Ya que eres responsable de la muerte de mis esclavas, creo que sería justo que te convirtieras en la primera de una nueva generación, ¿no te parece?

—¡No! —gritó Sasha, momentáneamente distraído del terrorífico espectáculo que ofrecía Katrina lamiéndose las mandíbulas a escasos metros de él—. ¡Déjala!

Al oír el grito, la loba se detuvo y volvió la cabeza hacia Strahd.

—¿Cómo? —inquirió con un aullido grave—. ¿Piensas convertirla en vampira?

—Sí, eso creo —repuso Strahd sin prestar atención, mientras pasaba un dedo sobre la mandíbula inferior de Leisl—. Me parece que Jander Estrella Solar no ha huido en realidad. Es un loco muy noble, y se sentirá muy herido al saber el destino de esta criatura; y también al clérigo le dolerá contemplarlo. Por otra parte, creo que va a ser una compañera interesante.

—¡Pues no será así
! —gruñó la mujer loba.

Se dirigió a Strahd; sus manos aún conservaban cierta forma humana y sujetaba el Santo Símbolo como si fuera un arma. Sólo los ojos de Strahd delataron la sorpresa ante el ataque repentino, pero no se movió; aún no.

—Todo ha sido por culpa tuya, ¿sabes? —lo increpó Katrina enarbolando con firmeza el amuleto—. No dejas de traer mujeres que te alejan de mí. Te preguntabas por qué morían todas asesinadas; pues bien, era gracias a mí. Yo, transformada, las llevaba hasta Sasha, y él las mataba. ¿Y ahora dices que vas a convertir a
ésa
en vampira y a empezar otra vez con lo mismo? ¡No! ¡Me niego!

—Katrina, querida —dijo Strahd, dejando a Leisl a un lado—, no es posible que creas que esta chiquilla digna de lástima pueda arrebatarte el sitio que ocupas en mi corazón. ¡No es más que una diversión para mí, y una forma de vengarme, simplemente! Pero, si te molesta tanto, la mataré sin más.

—Adelante —le exigió, con los ojos humanos rebosantes de amargas lágrimas celosas que corrían por las mejillas peludas. Bajó el brazo un poco y aflojó muy ligeramente la presión de los dedos sobre el Santo Símbolo.

—¡No! —protestó Sasha.

«Ahora», se dijo Jander.

Sin previo aviso, un esbelto lobo dorado saltó delante del grupo y se apoderó del medallón con los dientes. Con mayor velocidad que nunca, el vampiro se transformó en niebla y en elfo, sin deshacerse del amuleto. Le abrasaba, igual que antes, y le producía un dolor furioso. La mano ennegrecida despedía olor a carne quemada, pero Jander no prestó atención.

Entonces sucedieron muchas cosas al mismo tiempo.

Katrina, desbordada de rabia, terminó su transformación animal y, convertida en un enorme lobo gris y marrón, saltó sobre Leisl, la alcanzó de pleno y la tiró al suelo. Sin embargo,
la Zorrilla
logró alcanzar el puñal que Jander le había dado y clavó la plateada hoja
ba’al verzi
en el cuerpo del animal, mientras se protegía la garganta con la mano izquierda. La daga se hundió profundamente en el lomo de Katrina.

La loba aulló, se retorció de dolor y lanzó una dentellada al brazo de Leisl. La muchacha lanzó un quejido ahogado y perdió la daga; nunca la habían herido de aquella forma. La loba contra quien luchaba parecía estar en todas partes a la vez. Le arañaba el rostro con las garras, y el pelo del animal la sofocaba mientras los afilados dientes caían otra vez sobre la sensible carne, la mordían y la cercenaban.

Iba a morir y lo sabía, pero no quiso darse por vencida y opuso hasta la última gota de sus mermadas fuerzas a la temible criatura; mas no luchaba con uñas y dientes como las fieras por su propia vida, sino por Sasha.

Las zarpas traseras le rasgaron el vientre brutalmente, y la muchacha gimió al ver brotar la sangre. Un aliento picante, saturado de carroña, se le acercó a la garganta y la visión se le borró.

Sasha se enfrentaba a los otros lobos con rapidez y eficacia. Había saltado hacia la lámpara de aceite y, con una oración, la había lanzado sobre los animales. El charco de aceite estalló con un bufido en cuanto la mecha cobró vida. La luz lo inundó todo e hizo retirarse las tinieblas hacia los rincones como ratas culpables. Las llamas alcanzaron a dos lobos, que salieron aullando precipitadamente; otros dos también se retiraron chamuscados por el fuego y los dos restantes se tiraron sobre Sasha. El clérigo se defendía con el martillo, el mismo que había utilizado para acabar con las vampiras. Mató a una de las bestias con un golpe certero en la cabeza que le aplastó el cráneo, y el ejemplar que quedaba decidió que había recibido bastante y desertó.

El joven sacerdote se lanzó al rescate de Leisl como un ángel vengador, con el delicado rostro transformado por una justa ira. Leisl percibió vagamente el grito del clérigo y el brillo de un objeto contra las ancas de Katya.

La loba lanzó un aullido prolongado y estremecedor que no terminaba nunca; cuando por fin enmudeció, la criatura había desaparecido con el muslo izquierdo humeante, herido por la plata pura de uno de los santos objetos de Sasha. Leisl tuvo el tiempo justo de contemplar el amado rostro del clérigo lleno de preocupación antes de perder el sentido sobre su brazo.

Mientras tanto, Jander había logrado por fin enfrentarse a su enemigo, y un placer ardiente y brutal lo embargaba a pesar del dolor. Levantó el Santo Símbolo de Ravenloft dispuesto a estampárselo a Strahd en la cara.

—¡Loco! ¡No puedes utilizar eso contra mí!

—¡Ah! ¿No? ¡Yo adoraba a Lathander, Strahd! ¡
Lathander el Señor de la Mañana
! Y esto —señaló hacia el medallón— es un fragmento de sol.

Algo parecido al miedo ensombreció el anguloso rostro de Strahd. El gesto de ira se suavizó para intentar aplacar al elfo.

—¿Qué pretendéis hacer, amigo mío? —Intentó halagarlo con una voz dulce como la miel—. Semejante acto os destruiría también a vos con toda seguridad. ¡Miraos la mano!

El tono era hipnótico, balsámico, pero Jander no se rindió; escuchaba tan sólo el ardiente odio blanco que le llenaba el pecho.

—No lo sabéis todo —le espetó—. Permitidme que os hable de Anna antes de que muramos los dos.

—Sí, sí; ya me acuerdo. Aquella desgraciada muchacha loca cuyo atormentador vinisteis a… —De pronto se interrumpió—. ¿Creéis que yo fui el culpable?

—Sé que lo sois. No se llamaba Anna, pero eso era lo único que podía pronunciar después que destruísteis su mente. Así como ella no era más que una parte de su verdadero ser, Anna era un mero fragmento de su verdadero nombre:
Tatyana
.

—No —susurró el conde, pálido por la emoción y el dolor—. Mientes, elfo. Tatyana cayó entre las brumas…

—Sí, es cierto que cayó entre las brumas —prosiguió Jander al tiempo que se acercaba despacio al vampiro. La quemadura de la mano aumentaba, y apenas podía soportarlo ya—. Al menos una parte de ella, pero no íntegramente. La otra parte deseaba liberarse con tanta fuerza que consiguió hacerlo realidad y apareció en mi mundo, desquiciada por los horrores de que había sido testigo. ¡Horrores que

la obligaste a vivir!

—¡No! ¡Yo la amaba! Sólo pretendía…

—La destruíste, maldito. Cuando la encontré no era más que una cascara, y, a pesar de todo, lo poco que se traslucía de su alma fue suficiente para enamorarme. —Las traicioneras lágrimas le llenaron los ojos y amenazaron con borrarle la visión; cerró los párpados con rabia para quitárselas—. No me habría importado que amara a Sergei, porque él la hacía feliz,
íntegra
. Tú la tenías entera y la destrozaste. ¡Maldito seas por ello! —exclamó elevando la voz hasta llenar la sala con su explosión de odio.

—Jander…, ¿estáis dispuesto a
morir
por esto? —inquirió Strahd totalmente perplejo.

El elfo respondió con actos y elevó un ruego a Lathander, dios de la mañana y enemigo de los vampiros. «Sólo pido una cosa —pensaba—: enviadme al abismo más oscuro después, pero permitidme sólo este último acto positivo».

Su mano ya no era más que un amasijo de carne abrasada, pero todavía sujetaba firmemente el medallón y lo levantó en dirección a Strahd.

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