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Authors: Christie Golden

Tags: #Fantástico, Infantil juvenil

El vampiro de las nieblas (47 page)

BOOK: El vampiro de las nieblas
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El vampiro élfico notó cómo el poder ascendía por su cuerpo, lo sacudía brutalmente y casi le hacía estallar el corazón, hasta que salió disparado por el brazo para fundirse con el medallón de platino. Un rayo de luz emergió del cuarzo; el estallido arrancó un quejido visceral de las entrañas del elfo, y la brillante luz dorada se estrelló contra el pecho de Strahd.

El vampiro lanzó un aullido de pura agonía, se arqueó hacia atrás con el rostro contraído por el horrendo dolor y el cuerpo en tensión total. Jander lo miraba pletórico de una alegría ardiente y salvaje. Jamás había sentido placer ante los males ajenos, pero, en esos momentos, una satisfacción brutal reducía el sufrimiento de su propia mano a una mera insignificancia.

Las elegantes ropas del conde comenzaron a humear y después se incendiaron donde la luz sagrada les había dado. El rayo calaba más y más profundamente y comenzó a chamuscar y ennegrecer la carne blanca. Con un gemido, el conde se tambaleó, perdió el equilibrio y cayó tras un banco.

El cambio de posición desenfocó el rayo de luz un instante, pero Jander se movió con rapidez para volver a orientarlo. No obstante, ese segundo era lo único que necesitaba el vampiro y, antes de volver a recibir el ardiente resplandor, terminó de pronunciar un conjuro y dejó al elfo inmóvil con una horripilante expresión de triunfo y dolor. Después desapareció.

—¡No! —se lamentó Jander.

Tan cerca, lo había tenido tan cerca… Las piernas se negaron a seguir sujetándolo, y cayó al suelo.

VEINTIOCHO

Jander abrió los ojos débilmente; seguía tumbado en la capilla, sin fuerzas para nada. Intentó moverse pero sólo consiguió desplazar la mano un poco, y el esfuerzo lo hizo gemir. Al instante, alguien acudió a su lado.

—Bienvenido a este mundo —saludó Sasha suavemente—. Por un momento pensé que te habíamos perdido.

El elfo no respondió. Había ofrecido todo a Lathander para que le permitiera esgrimir el Santo Símbolo, y el dios lo había aceptado; ahora sabía que estaba agonizando.

Sin embargo, era una muerte amarga, insatisfactoria. Se sentía furioso y estafado. «
Si buscas justicia, la conseguirás a través de los niños y del sol
». ¡Falsa vidente! Él se lo había jugado todo, y Strahd seguía libre, herido pero no acabado por completo.

Se recostó boca abajo sobre el suelo. El recinto no estaba muy oscuro porque la aurora se acercaba, aunque aún tardaría un poco en llegar. Jander sentía que el oscuro corazón pétreo de Ravenloft le absorbía las fuerzas gota a gota.

—¿Qué…? —No logró completar la frase, pero Sasha interpretó en su mirada lo que deseaba saber.

—Strahd se ha ido. Creo que logró pronunciar un conjuro en el último instante. Leisl ha salido mal parada pero creo que he conseguido curarle las heridas más graves, y tú has estado inconsciente casi toda la noche. Tracé un círculo protector alrededor de los tres y he mantenido la guardia todo el tiempo. —Sonrió levemente—. ¡Y menos mal que Leisl había traído algunas provisiones! He comido y me encuentro mucho mejor.

—¿Has pasado la noche aquí?

—Sí. No sé lo que hay fuera y no me he atrevido a salir con Leisl en esas condiciones. Podrían atacarnos con toda facilidad.

Jander intentó reunir sus dispersos pensamientos; parecía que recobraba fuerzas, al menos las suficientes para hablar.

—Creo que durante el día no corréis peligro alguno. Strahd está herido, aunque no haya muerto del todo. —Pretendía hablar sin amargura pero no lo conseguía—. Leisl…, la ha mordido. En cuanto estéis listos para marcharos, id a la biblioteca de Strahd y tomad lo que os interese, pero sobre todo debes consultar un libro en particular, donde encontrarás remedio para ella.

—¿Remedio? Jander, va a ponerse bien enseguida.

—No; ha sufrido las mordeduras de una mujer loba y se transformará durante la próxima luna llena.

Sasha se quedó helado. Aquella pavorosa enfermedad era sumamente contagiosa y
la Zorrilla
debía de estar infectada ya en grado sumo. De pronto, el clérigo no podía respirar. ¿Qué habría sido de él si Leisl, su querida, valiente y cabezota Leisl, hubiera muerto? Aquellos sentimientos por la muchacha lo sorprendieron… y lo regocijaron.

—Voy ahora mismo a buscar ese libro —dijo, poniéndose de pie al instante.

Jander hizo un ruido con la boca y buscó al clérigo con la mano sana.

—Sasha, no te vayas todavía. Me parece que no voy a durar mucho.

El sacerdote se arrodilló de nuevo junto al compañero caído y le dijo:

—No, Jander, tú también te repondrás enseguida; has pasado la noche, y creo que es una buena señal. Bueno… a ver si… te busco algo de comer.

Calló de repente, sin saber qué hacer y deseando ayudar en lo que fuera. Echó un vistazo alrededor y se dio cuenta de que Jander se hallaba tendido justo bajo un agujero de las vidrieras, rotas la noche anterior por los lobos. El día despuntaba ya, y el cielo se teñía de gris pálido.

Tomó al elfo por debajo de las axilas y comenzó a tirar de él como para apartarlo hacia la sombra, pero el vampiro lanzó un grito de protesta.

—Jander, perdona. No quería hacerte daño; sólo pretendo quitarte del sol.

Jander hizo un gesto de negación. Los pensamientos le bullían en la cabeza y parecía que le procuraban cierta paz.

—Espera.

¿Había fallado a Anna en realidad? Debilitado y liberado de la impulsiva sed de venganza, examinaba sus «sueños» atentamente. Siempre le habían causado alegría y dolor al mismo tiempo, pero de pronto intuyó que había en ellos algo impropio.

Repasó todo lo que sabía sobre la naturaleza de Tatyana: había entregado sus joyas a un pobre; se había enamorado, pero no de un bizarro héroe de guerra sino de un clérigo amable. Incluso en Aguas Profundas, cuando era apenas una fracción de sí misma, había regalado su comida a las compañeras de habitación sin guardar nada para sí. ¿Un alma tan luminosa sería capaz de inducirlo a la venganza, de castigarlo con pesadillas cuando vacilaba?

No. De improviso, y con absoluta claridad, comprendió que si el verdadero espíritu de Anna lo hubiera visitado en sueños habría sido para instarlo a que perdonara todos los pecados de Strahd. Al fin y al cabo, a él lo había perdonado por quitarle la vida y Anna sería la primera en ofrecer consuelo a cambio de maltratos; eso era lo que hacía su alma tan hermosa.

Entonces, ¿de dónde provenían las visiones, demasiado reales como para ser mero producto de su imaginación? El hilo de la conciencia se le escapaba, pero lo aferró con voluntad y sonrió para sí.

Por fin captaba la belleza horrible, perversa y cuidadosamente planeada de aquella tela de araña. La propia tierra, o los poderes oscuros responsables de su nefanda creación, querían atraparlo desde aquella fatal orgía asesina, tantas veces lamentada, en el asilo de Aguas Profundas. Barovia le había dado fuerzas, había alimentado sus ansias vengadoras siempre que disminuían; había duplicado el sufrimiento y el anhelo de su espíritu por la luz; lo había nutrido con sustancias corrompidas para que el odio medrara.

La tierra jamás le permitiría destruir a Strahd; sólo lo había llevado allí como compañero de juegos para el hijo favorito de la oscuridad. Strahd había aprendido mucho de él con los años, y la tierra había absorbido con deleite la desesperación del vampiro élfico. La solución era perfecta; lo había manipulado constantemente, concediéndole pequeñas victorias y falsas satisfacciones de vez en cuando.

Los poderes oscuros tampoco deseaban la destrucción de Jander. Lo preferían vivo, deseoso de venganza, revolcándose eternamente en el dolor de la pérdida. También engullirían a Sasha destrozándolo o pervirtiéndolo con un celo excesivo en la caza de los muertos vivientes. En cuanto a la desgraciada y torturada Tatyana, él jamás podría hacer nada por procurar el descanso de su alma. Regresaría sin fin, siglo tras siglo, para placer de la tierra.

No; los poderes oscuros querían a los dos vampiros vivos. Incluso en esos momentos sentía una fuerza renovada inyectándosele en el cuerpo, y en lo profundo de sí mismo ansiaba ponerse a resguardo de los implacables rayos del sol. La preocupación de Sasha le hacía perfectamente el juego a las demoníacas manos de la tierra. No obstante, ahora que lo comprendía, se procuraría algo parecido a una victoria sobre la desolación que se abría ante él.
A través del sol y a través de los niños
, había profetizado Maruschka. La clarividente no se había equivocado.

—No —dijo con suavidad y firmeza al niño concebido la noche de su llegada a Barovia—. Déjame ver la luz.

—¡No puedes! ¡Morirías…!

—Sasha, escucha tus propias palabras. —Rió tiernamente sin dejar de mirar la ansiosa expresión del clérigo—. Ya estoy muerto y jamás podré destruir a Strahd. Estamos condenados a ser enemigos por los siglos de los siglos, y yo me convertiría en un ser amargado y retorcido, desesperado siempre por conseguir una victoria que jamás me sería concedida.

—¿Vas a rendirte tan fácilmente?

—No; prefiero morir así por voluntad propia. —Miró hacia la aurora—. Rápido, escúchame. Cuando me vaya, sigue con nuestra misión, y, por la salvación de tu alma y la de todos los que amas, no pierdas de vista las razones verdaderas. Destruye a Strahd si puedes. Le proporcionarás la paz y salvarás a innumerables almas de un destino pavoroso, pero no lo hagas jamás con ánimo de venganza.

—Pero…

—Cuídate mucho de la misma tierra porque intentará corromperte a través de tus propias virtudes, y actúa seguro de ti mismo, amigo mío. Ahora, cuando todo termine y llegue el día, baja a las mazmorras a liberar a esos desgraciados y, luego, escondeos Leisl y tú.

—En el pueblo hay personas que dependen del Señor de la Mañana —objetó.

—Estará allí aunque faltes tú, como siempre ha estado; cada cual encontrará el camino hacia él. Pero Leisl y tú representáis una amenaza para Strahd e intentará acabar con vosotros en cuanto se recupere. No sé cuánto tardará, pero se recobrará y os perseguirá. De eso podéis estar seguros. —Cerró los ojos.

Se quedaron en silencio un momento; Jander apoyaba la cabeza sobre el regazo de Sasha, y, sin pensarlo, el clérigo se sorprendió de pronto acariciando tiernamente el dorado cabello. «No es justo —se decía—, Jander no quería esto». El elfo pertenecía de corazón al mundo de la luz, tal vez con mayor derecho que él o Leisl. No merecía morir así, reducido a cenizas por los rayos del sol.

—¡No! —explotó Sasha con una vehemencia que lo sorprendió incluso a él mismo—. ¡
No morirás
! Jander, no lo hagas. —Se preguntaba por qué era tan duro de contemplar y por qué una cálida humedad le corría por las mejillas.

Maravillado, Jander alzó la mano y tocó las saladas lágrimas y las acarició con los dedos.

—¿Sabes cuánto tiempo hacía que nadie lloraba por mí? —dijo con voz queda, profundamente conmovido. Aquel castillo, a pesar de ser cruel y violento, le había dado mucho. Así era como tenía que morir, no con una estaca en el corazón o ahogado en la oscuridad o entre las llamas que recordaban burlonamente la proximidad del infierno. Sentarse al sol una vez más, sentir los rayos cálidos y amorosos un instante antes de que comenzara el dolor: sería una muerte agradable. Recordó las palabras de Lyria: «Es mejor morir a manos de un amigo». Ahora lo comprendía, y no había mejor amigo que ese valiente e impulsivo muchacho medio gitano y el propio sol glorioso—. No lamentes mi muerte; hace siglos que la deseo ansiosamente. Pero quédate aquí conmigo mientras… ¿Te quedarás, Sasha?

—No pienso dejarte —repuso embargado por la emoción.

—Ayúdame a sentarme —le pidió con una sonrisa.

Sasha lo ayudó y, con mano débil, Jander palpó en el cinturón hasta sacar la flauta; se la llevó a los labios con un gran esfuerzo, inhaló y comenzó a tocar a la alborada.

Ya no le importaba lo que el sol le hiciera o dejara de hacerle; sólo sabía que cualquier cambio que le produjera sería mejor que la desgraciada existencia que había soportado durante cinco siglos. Por fin terminaría la oscuridad, la muerte en vida que se alimentaba de la vida. Fuera lo que fuese, cenizas o carne calcinada u otra cosa totalmente inesperada y tal vez maravillosa, dejaría de pertenecer a la oscuridad.

La música fluía como agua a medida que el cielo se iluminaba; el elfo había descubierto los negros fraudes de la tierra. Él, un ser pervertido, había enarbolado el Santo Símbolo contra un congénere vampiro. Tal vez el Señor de la Mañana había encontrado la forma de derramar su belleza sobre esa tierra de pesadilla; tal vez el alba traería una vida nueva y auténtica a Jander, en vez de terminar pacíficamente con su no-muerte.

Mientras la melodía brillaba como la misma mañana, Jander contemplaba el claro horizonte con anhelo, en espera del milagro. El sol se despegó por fin de la tierra y cayó sobre él como una bendición. Jander cerró los ojos y libó sus rayos.

EPÍLOGO

BOOK: El vampiro de las nieblas
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