El vampiro de las nieblas (42 page)

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Authors: Christie Golden

Tags: #Fantástico, Infantil juvenil

BOOK: El vampiro de las nieblas
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Sasha se maldijo por su falta de tacto al ver el rostro entristecido de Jander. El vampiro no podía entrar en el santo recinto.

—Leisl, ¿por qué no entras tú y te calientas un poco? —propuso Jander suavemente—. A nosotros, los no-muertos, no nos afecta la baja temperatura como a los mortales.

Leisl estrechó los ojos mientras miraba al vampiro sopesando sus intenciones.

—No, estoy bien; no nos pasará nada, Sasha. Te prometo que entraré si siento frío.

—De acuerdo; no sé cuánto tiempo tardaré. —Miró al vampiro élfico y a la ladrona y, por un instante, un pensamiento divertido le aligeró el corazón a pesar de las circunstancias—. ¡Qué pareja tan insólita! —musitó, y se dirigió a la iglesia.

Durante unos minutos, ni el vampiro ni la humana dijeron una sola palabra. El viento comenzó a soplar y agitó los cabellos de Leisl; la joven sintió un escalofrío y se arrebujó en la capa.

—Debe de ser una ventaja no sentir las inclemencias del tiempo —comentó, para llenar el tenso silencio.

—Supongo —replicó Jander—, aunque, si pudiera volver a ser mortal, me sentiría feliz desnudo en medio de una ventisca.

—¿No te gusta ser vampiro? —inquirió, con el óvalo del rostro iluminado por la luna.

—¡No! —exclamó, sorprendido y lleno de horror—. ¿Por qué lo preguntas? —añadió dolorido.

—No sé, es que… Lo siento. —De nuevo el tenso silencio se instaló entre ellos—. ¿Por qué quieres destruir a Strahd?

Jander tardó un rato en responder.

—Porque hizo mucho daño a una persona a quien yo amaba —contestó al fin, hablando con lentitud.

—¿La mató?

—No; le rompió el corazón y le quebrantó la mente. Asesinó a su prometido y ella enloqueció.

—¡Oh, Jander! Lo lamento —le dijo sinceramente—. Es lógico que quieras vengarte.

—Busco venganza, sí, y también el final de los sufrimientos de mi amada. —Clavó los ojos en ella—. Regresa a la vida cada pocas generaciones, ¿sabes? Y, siempre que se reencarna, el conde va en su busca para conquistar su corazón. —Sus plateados ojos se tornaron duros de odio—. Todo esto se va a terminar.

—Comprendo. El amor empuja a hacer cosas extraordinarias que normalmente no haríamos.

El vampiro sonrió, y sus dientes destellaron en la pálida luz. Curiosamente, el detalle ya no asustaba a Leisl.

—Sé que lo comprendes. ¿Y Sasha conoce tus sentimientos? —
La Zorrilla
empezaba a preparar una réplica negativa cuando Jander le hizo un gesto con la mano—. Tu rostro lo pregona a los cuatro vientos cada vez que lo miras.

—No, no creo que lo sepa —musitó sonrojada, con la mirada en otra parte—. Está muy enamorado de Katya y no me presta atención. No se lo digas, por favor.

—Tu secreto está a salvo conmigo.

Por tercera vez se quedaron en silencio, pero en esta ocasión el ambiente era amistoso.

—Ahí llega Sasha —anunció Jander, y ambos se pusieron en pie.

El clérigo se acercaba a pasos rápidos y seguros. Cuando se aproximó lo suficiente como para distinguirle el rostro, comprobaron que sonreía tiernamente y tenía los ojos iluminados.

—Hasta las mismas piedras hablarán al favorecido por la gracia de Lathander —dijo con voz trémula—. Ya tengo lo necesario. ¿Vamos?

Las piedras parecían centinelas silenciosos en lo alto de la colina. Nada había cambiado allí desde que Jander y Sasha se habían acercado por última vez, quince años atrás, y la quietud impertérrita de las peñas indicaba que sería así por siempre. Una fina capa de nieve recién caída lo cubría todo, y ninguna huella de animal ni de otra clase de ser hollaba la capa virgen. Sasha y Leisl llegaron al centro del círculo y extendieron una manta, mientras Jander se quedaba fuera del lugar sagrado que no admitiría a un vampiro, a menos que se concentrara en violar la barrera protectora; en vez de debilitarse vanamente, prefirió mantenerse al margen.

Sasha aspiró el poder que emanaba de la tierra y se empapó de él. Estudió el cielo para orientarse correctamente y comenzó a preparar un pequeño altar frente a la peña más grande. Jander miraba con atención desde fuera, y Leisl se removía inquieta apoyándose en cada pie alternativamente.

Sasha tomó asiento e indicó a Leisl que hiciera lo mismo. El siervo de Lathander ordenó los símbolos sagrados, además de una botella con un líquido plateado y un puñado de arcilla, y comenzó a amasar la arcilla despacio y a moldearla con la forma de la gran piedra que tenía enfrente. Después procedió a entonar un cántico con voz suave y dulce, que terminó en una lenta letanía.

Cuando el sortilegio comenzó a surtir efecto, a Jander se le erizó el pelo de la nuca. Reconocía algunas de las palabras que Sasha pronunciaba. ¿Cuántos largos años hacía que no contemplaba a un sacerdote entonando una letanía sagrada?

Sasha vertió el líquido plateado en la nieve delante de la réplica de barro y, por el peculiar fluir del mineral, Jander comprendió que era mercurio. El joven elevó la voz y se detuvo bruscamente. Siguió un breve y tenso silencio, durante el cual los tres aguardaron expectantes al acontecimiento desconocido, que no tardaría en ser revelado.

De la gran peña frente a la que se habían situado comenzó a desprenderse un resplandor, y el agudo oído de Jander captó un murmullo, al que se unieron otros hasta formar un canto único y no humano. A medida que la voz se incrementaba vio la expresión de respeto, temor y ansiedad que embargaba el rostro de sus compañeros.

¡Escucha el canto de las piedras, mudas durante tanto tiempo!

En la Edad Primera, sólo piedras éramos, y en nuestras entrañas guardábamos los tesoros de la tierra. Los hombres llegaron y cosecharon aquí con ayuda de estos dones, para fines buenos. Piedra y metal, la osamenta del suelo, fueron liberados y se convirtieron en objetos bellos y sagrados.

En la Edad Mediana, el olvido cayó sobre los tesoros que guardábamos. Fuimos removidas y transformadas en objetos sagrados, en guardianas de las almas de los hombres. Concilios se celebraban aquí, y principios y finales.

En la Edad Tardía, la memoria olvidó nuestra santidad, Pocos acuden a adorar aquí, en la Edad Oscura. El miedo gobierna esta tierra. Sin embargo, lo que fue sagrado no deja de serlo. En la Edad Tardía somos refugio de los perdidos, de los que carecen de cobijo, de los solitarios, de los faltos de amor. Los protegemos del daño y no los descubrimos. Así seguirá siendo hasta que el tiempo nos desgaste y el viento esparza el polvo.

Pregunta lo que deseas y hallarás respuesta.

Sasha se humedeció los labios y después habló con voz temblorosa.

—Magnas piedras, estamos buscando dos cosas: el Santo Símbolo del linaje del cuervo y un objeto del que se habla en la leyenda como «fragmento de sol». ¿Sabéis qué son?

Hemos visto lo que buscas.

Antes de los albores de la Edad Tardía, en medio de las Nueve Noches de Terror, la Gran Arma recibió aquí la bendición. Elaborada mediante las manos de un santo, aunque no hecha por él, la trajo aquí con su último hálito, y nosotras la bendecimos.

Perdido, el fragmento de sol ahora está perdido; el que era también Santo Símbolo del linaje del cuervo. Descansa junto a los que debía proteger. No podemos revelarte nada más.

Así es el canto de las piedras, mudas durante tanto tiempo…

No cantaremos una vez más.

La letanía dejó de ser comprensible y terminó desvaneciéndose en el silencio de la noche clara y tranquila. También el resplandor desapareció. Jander tenía una extraña sensación de paz, y hasta la quietud nocturna le parecía áspera tras el cautivador cántico. Sasha estaba arrebatado.

—Gracias, bendito Lathander —susurró.

Hasta el rostro de la escéptica Leisl reflejaba incredulidad, maravilla y asombro. Guardaron un respetuoso silencio, que la joven rompió al fin.

—De modo que las dos cosas son la misma —comentó taciturna—. Sin embargo, seguimos sin saber dónde se encuentra.

—Sí que lo sabemos —corrigió Jander—. El Santo Símbolo fue hecho para el linaje del cuervo, es decir el linaje Ravenloft, la familia de Strahd. Debe de estar escondido allí, cerca de aquellos a los que debía proteger. —Miró a Sasha—. Quizá —dijo con un chasquido de la lengua—, deberíamos rebautizarte con el nombre de Pavel. ¿Estás preparado para entrar en los dominios de la oscuridad?

Sasha le sonrió con la cara todavía iluminada por la magia del paraje.

—Preparado, en cuanto lo estés tú, Nosferatu.

VEINTICINCO

Sasha miró por la ventana de su prometida hacia la mañana, engañosamente clara. Una capa reciente de nieve blanqueaba las calles y escondía los baches y la suciedad; sólo algunas huellas de caballos y personas atestiguaban las pocas almas que ya se habían levantado. El clérigo suspiró para sí y cerró las contraventanas.

Se volvió hacia Katya, que parpadeaba adormilada. Ella le sonrió y se desperezó con un bostezo, arrebolada todavía por el sueño. Sasha sintió un pinchazo de amor casi doloroso; se acercó a ella y le besó la frente.

—¿Cómo es que no has ido a los maitines? —inquirió la joven—. Y esa ropa… ¿Dónde tienes la sotana?

Sasha la contemplaba anhelante. Era tan hermosa, tan frágil y encantadora…

—Hoy tengo que hacer una cosa muy importante, y es posible que tarde en volver. Si…, si no regreso dentro de un par de días, lee esto. —Dejó una nota cerrada en la mesita de noche—. Te quiero, Katya, y haré todo lo que pueda por volver a tu lado enseguida. Te lo prometo.

—Sasha… —La ansiedad de su prometido le despejó la mente por completo, y frunció el entrecejo. Antes de que lo abandonaran las fuerzas, el clérigo se dio media vuelta y salió cerrando la puerta—. ¡
Sasha
! —No hizo caso de la angustiosa llamada; tenía que marcharse por el bien de todos.

Leisl lo esperaba impaciente en la iglesia, vestida con su habitual ropa de hombre; se había trenzado el cabello para evitarse molestias. Los caballos estaban ensillados y listos para partir. La joven se había encargado de recoger las herramientas necesarias y cargarlas a lomos de las bestias.

—Ya era hora de que llegaras —farfulló Leisl, ceñuda—. Hace una hora que ha salido el sol. Estamos perdiendo tiempo.

—También lo perdemos discutiendo —se defendió, al tiempo que saltaba con agilidad sobre la yegua gris—. Vamos. —Unió los muslos y la montura salió a medio galope.

Leisl lanzó un juramento y subió al caballo. Bajaron por la calle de la iglesia y atravesaron la plaza del mercado, donde había más movimiento que en el resto del pueblo. Sasha avanzaba tan ensimismado en desagradables pensamientos que no se percató de que su compañera quedaba rezagada. Poco después, cuando ya alcanzaba las afueras de la villa, el silencio circundante penetró sus meditaciones e hizo frenar la marcha del caballo. Diez minutos más tarde, Leisl apareció trotando por la calle hacia él.

—¿Qué has estado haciendo? —le preguntó—. Creía que tenías prisa por partir.

—He parado a comprar algo de comida, por si la necesitamos —le dijo satisfecha.

—Espero que no tengamos que estar allí tanto tiempo.

—Pero, en caso contrario, me lo agradecerás.

—¡No conozco a nadie que piense en comer tanto como tú!

—Porque he pasado tanta hambre en mi vida que no puedo evitarlo —le espetó con los párpados semicerrados.

Sasha bajó la mirada ante la merecida reprimenda y enfiló la yegua por el camino otra vez. Siguieron en silencio al trote cómodo de las monturas.

Sasha repasaba mentalmente los conjuros que Lathander le había inspirado generosamente, en recompensa por varias horas de oración profunda. En cuanto a los preparativos de cariz material, llevaban entre los dos un arsenal de armas: símbolos consagrados, estacas, martillos, agua bendita y ajos, además de varios objetos no santificados de plata pura, ya que Jander les había advertido de la posibilidad de encontrarse con hombres lobo dentro de los muros del castillo.

Pasaron el puente sobre el Ivlis y, al avistar el anillo de niebla, se detuvieron un momento para buscar las ampollas de líquido mágico; tras beber el amargo brebaje con un estremecimiento, se dieron ánimos uno al otro, emprendieron la desagradable travesía de las brumas venenosas a trote lento.

La fría humedad los envolvió y los aisló por completo; no oían ni veían nada. Sasha esperaba que
la Zorrilla
lo siguiera sin problemas, pero no podía comprobarlo. Varios metros más adelante, las nubes comenzaron a disiparse y vio que Leisl ya lo esperaba con un gesto burlón.

—Tortuga —bromeó con verdadera ternura; Sasha le devolvió la sonrisa débilmente.

El trayecto hasta el castillo de Ravenloft se alargó más de lo esperado. El sendero serpenteaba rodeando la montaña, y se plantearon dejar el camino marcado y seguir el rastro que se desviaba hacia la derecha; sin embargo, podrían perderse con facilidad y decidieron ir por el ramal principal aunque tardaran un poco más.

A medida que ascendían, los caballos fueron reduciendo la marcha a causa de la pendiente. Sasha acarició el cuello gris de la yegua, y el animal relinchó y giró las orejas hacia su amo.

—¿Qué es eso? —pregunta Leisl señalando hacia la izquierda.

Una carretera se extendía a lo lejos, y, a pesar de que era mediodía, la joven encontró amenazadores los enormes portones a los que conducía; las colosales estatuas sin cabeza apostadas a los lados acrecentaban su aprensión.

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