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Authors: Lucía Etxebarria

Tags: #Intriga

El contenido del silencio (20 page)

BOOK: El contenido del silencio
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»Hasta que en 1937 —proseguía Virgilio— Gustav Winter, un ingeniero alemán, se interesa por la zona y les propone un ventajosísimo trato a los marqueses de Lanzarote, condes de Santa Coloma, que eran los propietarios, para arrendarles la península. Nadie entendía por qué precisamente un alemán estaba interesado en arrendar un terreno situado en una isla perdida de la mano de Dios, pues debéis de recordar que por entonces Fuerteventura no era un destino turístico, sino una isla a la que apenas llegaban viajeros. Una isla muy poco poblada, seca, dura, paupérrima...

—Más o menos como ahora, ¿no? —Gabriel formuló la pregunta en un tono correctísimo, pero el veneno que transportaba la observación era evidente.

—Mucho peor —correctísimo también él, Virgilio no se dio por ofendido—. Para que te hagas una idea, aquí, en Fuerteventura, en Tefia, existió un campo de concentración franquista y ni siquiera tenía vallas o alambradas. Estaba en medio del desierto, así que ¿a dónde podría un prisionero escapar? En fin, como iba diciendo, el repentino interés del alemán llamó mucho la atención y más aún el hecho de que inmediatamente decidiera construir una carretera. Hubo mucho intercambio de cartas entre alcaldes, gobernador civil y demás, pero las actividades de Winter no sólo habían alertado al gobierno nacional. Al Almirantazgo británico la presencia del alemán también le había colocado la mosca detrás de la oreja: sospechaban que Herr Winter era súbdito del Reich, y que lo que pretendía construir en la isla era una base militar alemana que podía servir tanto para el suministro o abastecimiento de navíos como para la observación o para refugio.

—Winterr, Raij...
—Helena parecía paladear las palabras como si fueran los nombres de un postre exótico—. Qué bien pronuncias el alemán...

—Me encanta tener a una mujer tan guapa tan interesada en lo que cuento, no me suele suceder a menudo.

Helena sonrió, una sonrisa radiante y cálida como el propio día, y Gabriel sintió que los demonios de los celos le mordían por todas partes.

—Pero sigue, por favor, no quería interrumpir.

—;Por dónde iba?

—Los ingleses sospechaban de Herr Winter.

—Pues sí, el Almirantazgo británico insistía en que el apéndice de Jandía se había convertido en una rada privilegiada para los submarinos alemanes. Hay que tener en cuenta que Jandía constituye un enclave de importancia geográfica y estratégica incomparable, pues supone un paso obligado en la ruta a África, amén de que desde Barlovento se disfruta de una vista excepcional para poder divisar cualquier barco que viaje de un continente a otro. Tened en cuenta que por aquel entonces pendía sobre Canarias una amenaza de invasión angloamericana. Buques de guerra del Tercer Reich atracaban a menudo en los puertos canarios, eso os lo puede confirmar cualquier viejo de más de ochenta años. De aquélla llegaban regularmente a Canarias navíos alemanes a través de la consignataria Woermann Linie, con base en el Puerto de la Luz, que actuaba oficiosamente como base de inteligencia del Reich.

»Durante las dos guerras mundiales, el paso de barcos de guerra y submarinos alemanes por Canarias fue constante: naves que se abastecían en La Palma, La Gomera, Tenerife, Gran Canaria y Fuerteventura. En el caso de los puertos de Gran Canaria y Tenerife existen pruebas documentales del avituallamiento de submarinos nazis durante la segunda guerra mundial, así como de sus barcos nodriza. En Gran Canaria, las tropas alemanas contaban con un chalet en Tafira para refresco de las tripulaciones y con una estación de radio, en el Pico de Bandama. Lo dicho pues: Franco puso las islas Canarias a disposición de los alemanes, por mucho que el país, en teoría, fuera neutral.

—¿En teoría? ¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Helena, evidentemente muy interesada por la historia o, temía Gabriel, por quien la relataba.

—Neutral en teoría y no tanto en la práctica. Porque a partir de la victoria del bando franquista en la guerra civil la implicación del Estado español en el funcionamiento del Tercer Reich fue importante. El aparato franquista se esforzó mucho en estar bien sincronizado con el del Tercer Reich. Franco tuvo su parte de responsabilidad en la larga duración de la segunda guerra mundial por su intenso comercio con el régimen alemán y por el apoyo que se les presto a los nazis desde España, por más que el Estado español se definiera oficialmente como Estado no beligerante o neutral. Eso es bien sabido por cualquier historiador, especialmente por los británicos, que han escrito mucho sobre el particular.

—Tú estudiaste allí, ¿no? —intentó confirmar Gabriel, tanteando al posible rival.

—No exactamente. Fui lector en Oxford, con una beca de investigación... ¿Cómo lo has sabido? ¿Te lo ha dicho mi tía?

—Por el acento, lo he supuesto por el acento y el buen inglés que hablas. Yo también estudié en Oxford, por cierto.

—¿Qué estudiaste?

—MBA.

—Ah...

Gabriel creía entender el porqué de aquel ah ligeramente despectivo y arrojado como un dardo envenenado. Los estudiantes de empresariales no estaban bien vistos a ojos de los de humanidades, como si hubieran traicionado el espíritu humanista de la institución.

—Me siento halagado de que lo hayas advertido. Tenía la intención de seguir la carrera académica, pero ahora he cambiado de opinión. Puede que escriba un libro, pero no un libro académico; un libro de divulgación, para el gran público. A veces pienso incluso en escribir una novela...

—Y ¿por qué esa decisión? Te veo realmente muy versado. Un erudito, diría yo. Serías un gran profesor, o un gran investigador —dijo Helena, y el halago debió de resultar tan agradable para Virgilio como doloroso para Gabriel.

—Gracias, pero en realidad no es para tanto. Y no me veo de profesor universitario. Quiero vivir aquí y, más tarde, ya veré. Ahora mismo no me imagino viviendo lejos de la isla.

—No me extraña... Supongo que es fácil enamorarse de este sitio. Pero tú no eres canario, ¿no? No tienes acento.

El pensamiento de Gabriel se aceleraba errátil e inseguro: quería pensar que aquello no era un coqueteo, y que imaginaba donde no había, pero le comía una envidia verde y muda de Virgilio, y una tenaz y lúcida avaricia de cada gesto de Helena.

—Mi familia lo es. Yo viví mucho tiempo en Madrid, y luego volví aquí. Es una larga historia, otro día te la cuento.

—Claro. Por favor, sigue con lo que estabas contando. Me parece muy interesante todo eso de la colaboración entre el Estado español y el Tercer Reich.

—Ah, sí. Pues, por ponerte un ejemplo, en el treinta y ocho se firmó un pacto de colaboración entre la Gestapo y el servicio de información de la policía militar española. A través de ese pacto se acordaba que expertos de las SS y la Gestapo asesorarían a agentes españoles en la lucha contra el comunismo. Lo que quiere decir que los alemanes instruyeron a los policías españoles en lo referente a técnicas de interrogatorios, torturas, ficheros, campos de internamiento, etc.

—Suena terriblemente sórdido...

—Lo es, Helena. En bastantes casos de designación de cargos policiales se llegó a aceptar la prioridad de decisión alemana. Incluso se adiestraron policías españoles en Alemania. Durante la segunda guerra mundial, Franco también puso al servicio de los alemanes parte de su infraestructura comercial con los países del sur de América, ofreciéndola a los alemanes como enlace. Y no sé si sabéis que casi cincuenta mil soldados españoles lucharon con el ejército nazi.

—Sí, claro, la División Azul —dijo Helena—. Pero no sabía que habían sido tantos...

—Creí que habías dicho que España era neutral —recordó Gabriel.

—¿Neutral? Sobre el papel, nada más. En España, la Alemania de Hitler tenía miles de agentes, unos diez mil según las listas de los aliados, infiltrados en casi todos los puntos clave del país: el ejército, la policía, la prensa, la radio nacional española, los puertos... y, por supuesto, los servicios secretos. Las academias de formación de oficiales estaban asesoradas por oficiales alemanes, y la Gestapo organizaba a la policía española. Incluso Iberia empleó aviones alemanes. Al igual que Radio Nacional de España, cuya primera emisora era completamente alemana... Es decir, que España fue el único país oficialmente neutral que apoyó militarmente al Estado nazi en su guerra. Neutral sobre el papel, repito. En el cuarenta y tres, y debido a las múltiples presiones británicas, Franco no tuvo más remedio que retirar a la División Azul del frente, pero no lo hizo porque no apoyara ya el régimen nazi, ni por un distanciamiento ideológico, sino porque no era tonto. Ya se intuía que la guerra la iban a perder los alemanes, de forma que el Generalísimo inició coqueteos políticos con los aliados para garantizar la supervivencia del fascismo español. Pero el ejército español, por ejemplo, siguió colaborando con el alemán en acciones de sabotaje a objetivos británicos. Y durante toda la guerra, España fue la encargada de transferir bienes nazis a terceros países.

»En resumidas cuentas, que cuando ese presunto agente nazi, Gustav Winter, arrienda las tierras de Jandía, en el año treinta y siete, el gobierno nacional —el gobierno del alzamiento, el de Burgos, no el gobierno legítimo de la República— está a partir un piñón con el alemán, como si dijéramos. Después, en el cuarenta y uno, cuando el fascismo ha ganado la guerra, una entidad denominada Dehesa de Jandía, S. A., compró la península entera, en teoría con la intención de destinar el territorio a la explotación agrícola. Y ¿quién era el gerente de esa sociedad?

—Gustav Winter. —Helena respondió inmediatamente, confirmando así su interés en la historia o, triste sospecha que anidaba en Gabriel como una víbora, en su narrador.

—Bingo. El señor Winter, quien se convirtió en el propietario de facto de la península de 1937 a 1962. Resulta extrañísimo que un simple particular, en años tan turbulentos, invirtiera tanto dinero en un área geográfica casi olvidada y de tan difícil acceso. Por no decir que no se entiende que dispusiese en España de contactos al más alto nivel para montar un tinglado jurídico-económico como el que lió. Parece evidente que Winter contaba con el apoyo y la colaboración del gobierno alemán, ¿no?

»Así que, durante la segunda guerra mundial, el señor Gustav Winter, dueño de la península de Jandía, no hace nada por mejorar la agricultura local. Desde luego no inicia ninguna de las acciones supuestamente encaminadas a hacer de Jandía la fértil y próspera explotación agrícola que había prometido crear. La mayoría de los majoreros que vivían entonces en la zona ya han fallecido, pero relataban que el señor Winter dormía a menudo en la playa y que de noche se veían luces extrañas allí. Habéis de tener en cuenta que por entonces no había luz eléctrica, y que los majoreros vivían en Cofete, en la aldea, que no está tan cerca de la playa. La idea de construir a pie de playa es muy moderna. En poblaciones de mar, las viviendas se construyen lejos de la costa, al abrigo de posibles mareas o inundaciones, e intentando evitar que la sal que trae la brisa del mar erosione los muros de las casas. Así que, de noche, con el frío y la oscuridad, nadie paseaba por la playa. Cofete, ya lo veréis, no era sino una pequeña agrupación de casitas alejadas de los bancales y la playa. Cuando lleguemos allí comprobaréis que la playa de Barlovento está bastante desierta, pero en aquellos años lo estaba todavía más. Sin luz eléctrica, desde Cofete, de noche, era imposible entender claramente lo que sucedía allí, qué maniobras se estaban llevando a cabo. Pero las luces sí que se veían.

—De forma que ¿es posible que los ingleses tuvieran razón y que barcos y submarinos atracaran allí?

—La verdad, no lo sé. Creo que el oleaje y las corrientes de aquella playa no son los más adecuados para atracar, pero ésa es una opinión personal. No me atrevo a aventurar nada... La cuestión es que llega el año cuarenta y cinco. La guerra ha terminado, el Reich ha sido derrotado, sus máximos dirigentes han muerto, están prisioneros o han huido. Y a Gustav Winter se le presenta la oportunidad de su vida. Hasta entonces, según parece, si creemos en la leyenda, Winter no había sido sino un mero hombre de paja para el Reich. Las operaciones de compra se habían materializado a nombre de una persona física, Gustav Winter, pero probablemente se trataba de un simple testaferro. Sin embargo, en el cuarenta y cinco, dado que nadie iba a reclamar la propiedad ni a hablar de unas operaciones que se habían realizado en el más alto secreto, el ingeniero se convierte en el verdadero dueño y señor de la península de Jandía. Y es precisamente entonces, a partir de ese mismo año, acabada la guerra, cuando Winter realiza una serie de obras y acciones de lo más misteriosas.

—¿Misteriosas como las luces que se veían en la playa? —preguntó Helena.

—Veo que vas captando el espíritu de la historia. —Virgilio le dedicó una sonrisa cómoda, la de un hombre seguro de gustar. Ella le correspondió con otra, luminosa y abierta, que se le clavó a Gabriel en lo más oscuro de su orgullo. El brillo en los ojos de Helena le creaba un dolor que conocía demasiado bien, que creía haber dado por muerto y olvidado pero que renacía allí, en Canarias, como si el sol hubiese hecho germinar una semilla mucho tiempo enterrada—. En primer lugar, querida —ah, cómo odiaba Gabriel aquella palabra— te cuento: el señor Winter aisló la península. Veréis, de costa a costa, colocada en el istmo que separa la península del resto de la isla, existe un antiquísimo muro de piedra seca, un auténtico tesoro antropológico que levantaron los primitivos pobladores de Fuerteventura, quizá para delimitar los dos antiguos reinos de la isla: Jandía y Maxorata. Se trata de una verdadera reliquia arqueológica. La Pared de Jandía, llaman aquí al muro. Pues bien, Winter construyó una alambrada paralela a La Pared de forma que nadie pudiera entrar o salir de la península sin que él lo supiese, pues en la puerta de la alambrada había centinelas día y noche. —Gabriel encontraba a Virgilio tan pedante, tan tronante y vanidoso, con su discurso cargado de datos y su acento pomposo y hueco como un tambor, que no entendía por qué Helena parecía tan fascinada, y si lo entendía, aún peor, porque podía imaginar que a Helena le embobara el continente y no el contenido.

—Pero eso no tenía mucho sentido, ;no? Si has dicho que el acceso a Jandía era tan difícil que ni el cura se aventuraba a llegar para rezar el responso de los fallecidos... —La conversación fluía entre Virgilio y Helena. Gabriel permanecía al margen, herido pero también, a su pesar, curioso e intrigado. Virgilio tenía una extraña cualidad de Sherezade que le iba atrayendo despacio hacia su historia, como las sirenas que engañaban a los marinos con su canto, por mucho que aquellos intentaran resistirse.

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