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Authors: Lucía Etxebarria

Tags: #Intriga

El contenido del silencio (22 page)

BOOK: El contenido del silencio
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—Pero ésa es una cifra altísima... —Helena de nuevo, punteando el discurso de Virgilio con la atención concentrada en sus palabras.

—Altísima, sí. Pero hay que tener en cuenta que el gobierno franquista nunca fue tan neutral como se pretendía, y que mientras duró la contienda muchos oficiales alemanes invirtieron en España su botín de guerra con la idea de refugiarse aquí en el futuro si la contienda se perdía. Así que la derrota militar nazi trajo una avalancha de refugiados a la península Ibérica. Precisamente porque durante el Tercer Reich los nazis organizaron una importante infraestructura económica en el territorio del Estado español. Se estima que, acabando la segunda guerra mundial, los nazis dejaron aquí valores entre uno y dos billones, repito, billones de pesetas...

—Eso es un fortunón... —exclamó Helena asombrada y Gabriel hubiera cedido gustoso su carísimo apartamento de Londres sólo porque ella le hubiera escuchado con semejante interés, con que hubiera clavado en él los ojos tal y como entonces los fijaba en Virgilio.

—Sí... —El guía parecía acostumbrado a que las mujeres le escucharan y le miraran así—. Sí, querida —aquel odioso apelativo, de nuevo—. Y a ese monto hay que añadirle el valor de un racimo de
holdings
: empresas de seguros, bancos, industrias químicas y eléctricas, navieras, mineras y agrícolas, etc.

»Mira, muy probablemente, de no haberse hallado los campos de concentración, el nazismo como filosofía e ideario político no habría sido tan perseguido. Así que los nazis tenían la idea de que, si perdían la guerra, podrían refugiarse en España sin tener siquiera que cambiar de nombre, simplemente como un general cualquiera de un ejército derrotado que se retira a otro país. Entonces muchos no imaginaban que los fueran a juzgar por crímenes de guerra.

»Como os decía, los agentes nazis vinieron a España porque era aquí donde habían invertido su dinero, y la mayoría de ellos simplemente se cambiaron el nombre y compraron un pasaporte nuevo en un momento en el que era facilísimo hacerlo porque los diplomáticos y los funcionarios franquistas hicieron florecer un buen negocio con la venta de documentos españoles falsos. Resultaba fácil en una España empobrecida tras la guerra civil en la que campaba la picaresca y la lucha por la supervivencia y en la que los trapicheos ilegales estaban a la orden del día. De este modo, muchos alemanes se convirtieron en españoles. Algunos ni siquiera eso, sino que mantuvieron su nombre sin reparos, confiando en que nadie los reclamaría. Una vez aquí, el ministro de Exteriores siempre encontró algún argumento oportuno para protegerlos. Después, a raíz de algunas débiles reclamaciones de extradición de agentes alemanes o colaboradores nazis por parte de los aliados, el gobierno español entregó a unos pocos. Pero muy pocos. Cuando en 1955 los aliados presentaron a las autoridades franquistas una lista de demanda de expulsión de presuntos agentes nazis, Franco ignoró la petición. Al contrario, la ayuda que esos alemanes recibieron creció. Precisamente hace unos años el periódico
El País
publicó esa lista negra, que estaba incluida en un documento desclasificado proveniente de los archivos del Ministerio de Exteriores. Y, como curiosidad, ¿qué nombre figuraba en la lista?

—El de Gustav Winter. —Helena citó el nombre de inmediato, como una alumna aplicada que quiere lucirse y destacar ante un apuesto profesor.

—Efectivamente. Y, por supuesto, el Estado español no entregó ni a él ni a los otros reclamados. España fue el país europeo que acogió a más jerarcas, dirigentes, asesinos y verdugos nazis, tanto de cuadros intermedios como de alto nivel. En ningún momento los falangistas cesaron de admitirlos, ayudarlos, otorgarles la tarjeta de residencia o aceptar su entrada en la Legión Cóndor. Contra las demandas de extradición, el gobierno siempre encontraba la excusa de que tal o cual ex jerarca nazi era importante para el Estado español debido a su posición clave en la economía o a una cualificación superior de técnico, director o representante de alguna empresa alemana radicada en España. Y, de esa manera Merck, AEG, IG Farben o Sofindus se convirtieron en auténticas tapaderas de nazis. Sofindus en particular, que tenía dieciséis filiales en España, parece haber radicado en nuestro país una estructura tan impresionante exclusivamente con tal propósito. Por otra parte, muchos agentes de la Gestapo ingresaron en la Legión española. El Almirantazgo británico recriminó este hecho muchas veces al gobierno de Franco, sobre todo porque algunos de los mandos de la Legión eran jerarcas nazis muy conocidos y significados. El gobierno de Franco respondió al Almirantazgo con una nota en que venía a decir que, dado el duro servicio que se les exigía a los soldados de la Legión, no se podía ser muy exigente respecto a su pasado.

—Qué soberbio, ¿no? Y... ¿cómo se lo permitieron?

—Se lo permitieron, Helena, y en breve te explicaré por qué. Así las cosas, no creo que os sorprenda que la ayuda al prófugo nazi se ofreciera incluso desde el ámbito institucional. En 1940, la Presidencia de Gobierno de Madrid creó el Patronato de Refugiados Extranjeros Indigentes, cuyo objetivo, sobre el papel y en estatutos, era el de ayudar a aquellos extranjeros que «vienen a buscar trabajo, asilo político o posibilidades de salir del país». Lo de extranjeros era un decir, dado que a los únicos extranjeros que este patronato ayudó fueron alemanes.

»Al final, no se sabe con certeza cuántos nazis se refugiaron en territorio de Franco. Debido al secretismo institucional, incluso hoy en día sólo podemos especular sobre ello. Enrique Múgica Herzog, que fue senador en España, defensor del pueblo y presidente del grupo de investigadores sobre el paradero del oro nazi en España, cree que alrededor de cuarenta mil nazis se refugiaron aquí. Ya os he dicho que hay quien dice que fueron cien mil y hay quien habla de doscientos mil.

—En cualquier caso, un número altísimo. —Helena ele nuevo, tan solícita, tan cautivada.

—Sí. En fin, fuera el número que fuese, el caso es que el régimen de Franco les daba su bienvenida a todos, y nadie fue expulsado por los gobiernos posteriores. Hasta que en noviembre de 1947 Estados Unidos se rindió a la evidencia, tiraron la toalla y dieron por cerrado su programa de repatriación.

—Lo que no entiendo es... ¿cómo no se presionó más al gobierno de Franco? ¿Cómo los aliados no amenazaron con represalias? —Gabriel, absorbido por la historia, había decidido dejar de lado un rato su odio carnicero, aunque, por supuesto, éste no se había extinguido en absoluto. No podía evitar que la historia le atrapara y le dividiera en dos: el Gabriel que sentía una antipatía profunda y visceral hacia Virgilio y el Gabriel que quería conversar con él, saber más de aquella historia, incluso, qué extraña y paradójica ocurrencia, hacerse su amigo.

—Necesidades políticas y estrategias de la guerra fría. A nadie le apetecía un enfrentamiento abierto con el gobierno español, dada la situación geopolítica privilegiada de la península Ibérica, y si analizas todos los factores, como la posición estratégica de España como puente entre Sudamérica, Europa y África, las simpatías de Franco hacia el nazismo, la cantidad de nazis afincados en España y los aliados que hacían la vista gorda, no os sorprenderá que la mayoría de los miembros de la Kameradenwerk trabajasen desde España.

»Bueno, tras esta digresión creo que ahora entendéis que, teniendo en cuenta todo lo que os he contado no se puede probar de forma absolutamente concluyente que Gustav Winter fuera miembro de la Kameradenwerk, o de alguna asociación similar, pero resulta verosímil. Es decir, un hombre que monta una base militar en un enclave perdido que podría ser el escondite ideal para refugio y avituallamiento de cualquier barco, submarino o viajero de camino hacia Sudamérica o África; un hombre que cuenta con el apoyo de un gobierno fascista, gobierno que llega al punto de falsificar unos papeles para declarar a una península entera de un área de casi cuatrocientos kilómetros cuadrados exenta de servidumbre de paso... En fin, blanco y en botella.

»Pero, si continuamos con esta hipótesis, en 1950 las actividades de Winter empezaron a ser demasiado evidentes, y una cosa era que Franco diera asilo y refugio a jerarcas nazis en su país, y otra muy distinta que permitiera la actividad de una base militar que empezaba a ser un secreto a voces en una época en la que los helicópteros y los aviones aliados la habían emplazado perfectamente. De ahí que se le requiriera a Winter que destruyera la pista de aterrizaje y que paralizara las obras de construcción del muelle. La zona quedó abandonada, pero podría haber seguido funcionando como enclave de avituallamiento y refugio, aunque fuera temporal. Un retiro, por ejemplo, para ex nazis que estuvieran esperando papeles o transporte hacia otro lugar.

»Tened en cuenta que Jandía cuenta con cuatro manantiales de agua dulce, y los majoreros se aprovechaban de un sistema de canalización y riego que probablemente tenía cientos de años. Winter perfeccionó este sistema con acero alemán, y las ruinas de las tuberías aún son visibles hoy día. La casa Winter disponía de un aljibe y de un generador que cubrían las necesidades de agua y electricidad...

—Así que Cofete resultaba un lugar de retiro idílico.

—Exactamente, Helena. Recordad que todos los majoreros habían abandonado Cofete después de que Winter prohibiera la siembra en la zona y los condenara, por tanto, al hambre. La península de Jandía está atravesada por una crestería y son las montañas, precisamente, las que aíslan Cofete de los vientos alisios, de ahí el clima privilegiado. Como el terreno está en pendiente, se sembraba en bancales. Cuando Cofete era un vergel, existían unos bancales de cientos de años de antigüedad, muros de piedra que servían tanto para separar parcelas de cultivo como para aprovechar al máximo el terreno cultivable y evitar el desperdicio de agua. Al despoblarse la zona y al no haber nadie que fuera reponiendo las piedras que la lluvia o los vientos derribaban, dichos bancales se fueron derrumbando. El terreno se cubrió de piedras y todos los cultivos se perdieron. Y, así, el antiguo vergel que fue Cofete adquirió el aspecto yermo que tiene hoy.

—Y ahora, ¿qué es?, ¿un desierto?

—No exactamente, ya lo veréis. Estoy a punto de acabar la historia. En el año sesenta y dos, en una época en la que las actividades de la Kameradenwerk se habían limitado considerablemente, pues casi todos los ex altos mandos nazis va vivían confortablemente instalados en España o Sudamérica, o bien ya habían fallecido, Winter vendió las tierras de la península de Jandía pero se reservó la propiedad de la casa. Lo curioso es que antes de irse tapió los sótanos, de forma que actualmente es imposible precisar si de verdad existían, como se supone, túneles en la casa con acceso directo al mar, tal y como afirmaron en su día muchos de los sirvientes que habían trabajado en la casa. La leyenda dice que esos túneles se diseñaron para permitir el paso de submarinos, pero lo veo poco probable, pues la accidentada geografía de Jandía no da como para construir un túnel tan ancho que pudiera permitir el paso de un submarino. Y la zona, con semejantes corrientes, no permitiría maniobras muy sofisticadas. Yo tiendo a pensar que los túneles existían, ya que, de lo contrario, no veo la razón para tapiar los sótanos, pero creo que no se construyeron para permitir el paso de submarinos, sino para facilitar una huida rápida en caso necesario. Claro que todo son elucubraciones...

»En fin, cuando lleguemos, ya veréis cómo en semejante paisaje de soledad absoluta, cuando uno se encuentra con esa villa enorme en medio de la playa... Es imposible no darse cuenta de que se trata de un elemento insólito y preguntarse qué diablos pinta esa villa allí, ya que desde luego no es, ni puede ser, por sus dimensiones, por su aspecto, por su estructura, el sitio de recreo y reposo de una familia, tal y como insistían la viuda y los hijos de Winter. El caso es que Gustav Winter desapareció hace más de treinta años, después de habitar el extremo más despoblado de las Canarias durante otros treinta. Su secreto, si lo hubo, sigue sin desvelarse, y en Jandía la población sigue creyendo en la existencia de túneles subterráneos que conducen desde los sótanos de la casa Winter hasta el mar. Fuera o no Herr Winter un espía al servicio de Hitler, la leyenda vive. Y, cuando lleguemos allí y veáis la casa y el entorno, creo que entenderéis por qué...

El vehículo avanzaba ajeno a los celos de Gabriel, a su inseguridad, a sus miedos infantiles, ronroneando como un animal tranquilo y bien alimentado, y la voz interna de Gabriel le requirió que recuperara la compostura y la contención, que controlara la expresión y los gestos, que asegurara firmemente las compuertas para impedir que se desbordara cualquier emoción inoportuna. Igual que el caracol, con los años había ido creándose un refugio a la medida de sus necesidades, una concha frágil en realidad, y que podría resquebrajarse con la simple pisada de un niño, como acababa de quedar demostrado, pero su refugio exclusivo al fin y al cabo, en el que podía replegarse, como hacía siempre, cuando se sentía vulnerable. Contuvo la respiración y se obligó a sí mismo a concentrarse en el paisaje.

8
JANDÍA

Y allí estaba el paisaje para rescatarle desde sus miedos y atraerle hacia sí, hacia la maravilla de aquel escenario espectacular y cambiante que iban atravesando. A la salida del hotel, el paisaje era parecido al de Tenerife. Las plantas se alzaban en toda su robustez y su exuberancia, con el plumaje verde extendido cual si para un abrazo, y los hibiscos explotaban casi obscenos, como frutos sabrosos o como sexos, mirando hacia un cielo azul inmóvil. Pero según fueron avanzando, el panorama cambió drásticamente y sustituyeron el cuadro exuberante por unas tierras pobres, salobres y planas, cuyo color ocre parecía provenir de su penuria y de los dolores que podían infligir a quienes pretendieran vivir de ellas. Sin embargo, había una belleza extraña en aquella tierra secana que el otoño envolvía en la amarilla dulzura de su claro sol.

Y, de pronto, una llanura pedregosa, como un gran personaje teatral, esperando serenamente. Transmitía a la vez soledad y serenidad, calma y movimiento. Porque a pesar de la aparente inalterabilidad de aquella alfombra amarilla, al menor soplo de viento los contornos cambiaban. El cielo estaba blanco y despejado, sin una sola nube, y el sol caía como lava. Pequeñas columnas de herrumbroso viento color sangre corrían paralelas a la carretera. Extrañas rocas sedimentarias, plutónicas, subvolcánicas, submarinas, hacían pensar en un paisaje lunar y contribuían a dar aún mayor sensación de irrealidad a la aventura. La topografía de la isla era como la de Ada o Helena, reticente y a la par cariñosa, con suaves lomos redondeados y antiquísimos barrancos detenidos en el tiempo que a veces daban lugar a mesas, cuchillos y cerros aislados. No había árboles, sólo palmeras y tarajales. Alguna sufrida planta parecía esconderse entre la arena, y otras recubrían las piedras con un tapiz multicolor.

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