—Por supuesto.
—Pues sí, ahora que lo dices, no lo había pensado, pero sí, se trata de una situación parecida. Con una Aneyma en lugar de una Angustias. Aneyma era la heredera del dinero de su madre, y el padre sólo lo controlaba en usufructo. Toda esa familia vivía de prestado, en realidad, porque el padre actuaba como gestor de los bienes de la hija, que ella heredaría a los veintiún años, la mayoría de edad entonces. Así que debía de ser una situación muy rara, lo de vivir todos a costa del dinero de una niña a la que odiaban. Además, como ya te he dicho, tu abuela, la madre de tu padre, debía de tener un carácter insufrible y tiránico, y allí vivían todos bailando al son de los caprichos de la vieja. Aneyma, en particular, era un poco como la Cenicienta: cocinaba, planchaba y lavaba para los hermanos, que no hacían nada y la tenían vigiladísima. Con la excusa de que era tan guapa y llamativa no la dejaban salir sola ni para comprar pan. Iba siempre acompañada de su madrastra, que le ponía cara de perro a cualquiera que osara piropear a la niña o mirarla más largamente de lo que se consideraba decoroso.
—Y ¿todo eso os lo contó aquella señora? ¿Cómo sabía tanto de mi madre?
—Yaiza era la vecina de tu madre, su íntima amiga. Su única amiga, en realidad, porque, como te he dicho, Aneyma vivía muy controlada y sobreprotegida, casi nunca salía sola de casa y tenía pocas posibilidades de hacer amigos. Era muy buena estudiante y, como había sido la madre, también muy inteligente. Aneyma y Yaiza tenían la misma edad. Todas las mañanas y todas las tardes hacían juntas, caminando, la ruta del colegio a casa, y viceversa. Sólo había un colegio en Candelaria. Y a partir de los ocho años Yaiza pasaba casi todas las tardes con Aneyma haciendo los deberes, porque Aneyma era la mejor estudiante de su clase, y Yaiza iba muy retrasada. Se estableció entre ellas un vínculo muy estrecho, una especie de hermandad, así que la una ayudaba a la otra. En realidad, Yaiza se convirtió en la hermana que Aneyma nunca tuvo...
—¿Yaiza era morena?
—Sí, sí..., muy morena, de ojos negros. Piel canela. Aunque supongo que el cabello lo llevaba teñido cuando nosotras la vimos. Ya era muy mayor para no tener canas.
—Morena de ojos negros, como tú.
—Pues sí... ¿Por qué lo preguntas?
—Estaba pensando en lo que has dicho antes de que acabamos repitiendo los comportamientos de nuestros padres, incluso si no los hemos conocido. Porque Aneyma también se buscó una hermana sustituía. Quiero decir, ¿no es algo parecido a la relación que Cordelia tenía contigo? Una rubia y una morena...
—Pues no había reparado en ello, la verdad. Pero supongo que a Cordelia le habría hecho gracia oírlo. Y ahora que lo dices... Sí, la verdad es que podría decirse que Yaiza v yo guardábamos cierto parecido. Es curioso.
—¿Qué más os contó la mujer?
—Pues que desde muy pequeña Aneyma sabía que el dinero de la familia era suyo. El caso es que en la España franquista las mujeres solteras no podían disponer de cuenta corriente, no podían tocar su propio dinero sin permiso de su tutor o de su marido, y esto no cambió hasta la muerte de Franco, creo. Así que la abuela de Aneyma tenía muy claro que. si querían seguir disponiendo del dinero de Aneyma sin controles y con desahogo, había que buscarle a la niña un marido dócil para que el matrimonio se quedara a vivir con ellos y ella pudiera seguir mangoneando el dinero de su nieta. Y es curioso que la niña lo supiese. Supongo que los niños se enteran de muchas más cosas de las que los adultos creen. Captan conversaciones que no deberían oír, o que los adultos creen que, debido a su edad, no van a entender, infravalorando la capacidad de los niños para asimilar y captar conceptos. Y Aneyma no decía nada en casa, pero tenía muy claro que allí no quería quedarse, y que su única salida iba a ser la de buscarse un marido que no le gustara nada a su familia pero sí a ella. En realidad, no podía prever que a la muerte del dictador las cosas cambiarían y que ella, a diferencia de su madre y su abuela, gozaría pronto de su legítimo derecho a disponer de su propio dinero. Entretanto, ella callaba, no se hacía notar, no discutía, y sólo se abría con su amiga y confidente, la única que sabía que en realidad Aneyma era mucho más fuerte y más lista de lo que la familia podía siquiera imaginar.
»Cuando acabó la secundaria, Aneyma quería ir a la universidad. Entonces algunas chicas de buena familia canaria iban a estudiar a La Laguna, o a Madrid o a Barcelona. Había muchas residencias regentadas por monjas para señoritas católicas, con estrictos horarios y vigilancia. Con todo, la familia se negó. Y eso que Aneyma tenía las mejores notas no sólo de su clase, sino de todo el colegio, y había mostrado siempre un comportamiento intachable. Y, como en aquel entonces la mayoría de edad no se alcanzaba hasta los veintiún años, y aun así las mujeres solteras menores de veinticinco tenían que acatar por ley una serie de restricciones debidas al recato femenino que entonces se imponía, Aneyma no encontró manera de rebelarse contra la decisión de su abuela. Fue en aquel momento cuando decidió que se casaría con el primer hombre que encontrara dispuesto a sacarla de aquella casa, siempre que se tratara de un hombre tranquilo y dulce como su padre, o eso fue al menos lo que le dijo a Yaiza.
—Entonces, ¿mi madre tuvo otro marido canario, antes que mi padre?
—No, qué va. No he acabado de contarte la historia... La propia Yaiza, que tenía una familia muy abierta y que por tanto salía por Candelaria como cualquier chica de su edad y conocía a todos los muchachos casaderos (que por entonces no debían de ser tantos ya que, como te he dicho, Candelaria era pequeño), hizo una lista de los que podrían interesarle a Aneyma. Los que tenían un carácter más tranquilo, más dulce. El atractivo físico no contaba nada en aquella lista porque Aneyma, como te he explicado, no buscaba un gran amor, sólo quería salir de aquella casa. Y no quería pasar de las manos de una tirana a las de un tirano. Cuando ya tenían hecha una lista de cinco candidatos, Yaiza organizó la manera de que Aneyma los conociera. Verás, en el pueblo hay una tradición en la fiesta de la Virgen de la Candelaria. Ésta Virgen es la patrona de Canarias, en todo el archipiélago hay una devoción enorme hacia ella y se organizan unas fiestas sonadísimas en su honor, que parece que tienen su origen en antiguos ritos guanches de la celebración del verano. En la noche del 14 al 15 de agosto se realiza la
Caminata a Candelaria
con gentes venidas de todas las islas y de fuera de ellas, y por supuesto de Tenerife. Cada 14 de agosto se celebra una romería, y hay fiesta toda la noche, hasta la mañana siguiente, cuando se pasea a la Virgen por todo el pueblo. No sabes lo importante que es la fiesta. Viene el obispo, personalidades de toda Canarias... Esa noche todo el pueblo participa en la romería, hasta los niños pequeños. Incluso una chica tan controlada y tan vigilada como Aneyma pasaría la noche en vela. Y, por supuesto, la vigilancia se relajaría, porque el padre se iría a beber y la abuela se quedaría medio dormida en la plaza, en su silla de enea, a las tantas de la noche, como llevaba haciendo tantos años. Si había alguna ocasión en la que Aneyma conociera a algún hombre que le gustara, tenía que ser aquella noche.
—Y ¿cómo estaban las chicas tan seguras de que en una sola noche mi madre iba a enamorar a un hombre para que se casara con ella?
—La idea no tenía nada de descabellada, aunque a ti te lo parezca. Estamos hablando de la chica más rica del pueblo y, para colmo, una belleza. Y hace casi cuarenta años de eso, en un pueblo pequeño de Canarias. Entonces se suponía que las chicas llegaban vírgenes al matrimonio, así que si una muchacha, digamos, decente te gustaba de verdad, tenías que casarte con ella. Eso de conocerse antes del matrimonio no se estilaba. Pues bien, esa noche Aneyma se puso el traje más bonito que tenía y se soltó la melena, bien lavada y cepillada; cosa que no hacía nunca. Y en cuanto la abuela se durmió se dedicó a coquetear con todos los hombres que Yaiza le iba presentando, los de la lista que su amiga previamente había confeccionado. A eso de las tres de la mañana, Yaiza se fue a bailar con el chico que entonces le gustaba y perdió de vista a Aneyma. La volvió a ver al día siguiente en la misa, con la mantilla puesta y expresión de ser la perfecta jovencita católica. Yaiza no imaginó que nada especial pudiera haber sucedido, ni Aneyma le contó nada tampoco. Pero sí que a partir de entonces, cuando salía acompañada por la madrastra a hacer las compras o a pasear, siempre había algún joven que la seguía o que la interceptaba en el camino y hablaba con ella, sin que la madrastra pudiera hacer nada por impedirlo. Y Yaiza sabía que a veces Aneyma, por la noche, cuando en la casa dormían, salía por la puerta trasera, la de la cocina, para hablar con algún amigo. Pero su amiga no tuvo nunca noticia de que hubiera un pretendiente especial.
—Lo que me cuentas me suena tan... extraño.
—¿Por qué?
—No sé... La verdad es que no recuerdo mucho a mi madre, pero no imaginé que tuviera una vida tan... tan novelesca. Antes he dicho que lo que contabas parecía una obra de Lorca, ahora me da la impresión de que hemos llegado a García Márquez.
—Pues prepárate porque aún no ha llegado lo más novelesco de todo.
—La razón que precipitó la huida de mi madre.
—Exactamente.
—Cuenta.
—Un mes después de la romería, Aneyma le hizo una confesión a Yaiza: estaba embarazada.
—¿De quién?
—Nunca se supo, Aneyma no lo dijo. Sólo dejó clarísimo que no quería tener el niño.
—Y no lo tuvo, por lo que se ve.
—No.
—¿Alguna hierba abortiva de las que has citado antes?
—No, nada que ver. No, no utilizaron hierbas abortivas ni recurrieron a ninguna mujer de pueblo. En España, en aquel entonces el aborto estaba prohibido, en cualquier caso, incluso aunque la vida de la madre corriera peligro, pero se practicaba. En Canarias también, por supuesto. Se trataba de un secreto a voces. Abortar en España era muy peligroso, muchas mujeres fallecían en la intervención. ¿Qué podía ser peor, tener el niño y asumir la marginación y el oprobio que entonces acarreaba una madre soltera o acabar en una prisión o muerta, desangrada, en una camilla de mala muerte, en el saloncito de alguna de las aficionadas que se dedicaban a practicar abortos clandestinos en condiciones inhumanas y con una aguja de ganchillo como principal herramienta?
—Que espanto...
—Así que la solución consistía en viajar a Londres.
—¡A Londres!
—Ya atas cabos, ¿no? Por entonces las clínicas inglesas llevaban ya casi una década de experiencia, porque la ley británica se aprobó a mediados de los sesenta.
—En el 67.
—Y tú, ¿cómo conoces ese dato?
—Tuve una novia médica... —Era la primera vez que Gabriel mentaba a Ada en voz alta desde que empezó a salir con Patricia, pese a que no había habido un solo día en el que no hubiera pensado en ella, aunque lo cierto era que, desde que había llegado a Canarias, el recuerdo de Ada se había ido atenuando sensiblemente, engullido por la preocupación por Cordelia—. Y feminista.
—Pues sí, el aborto era legal en el Reino Unido, y por eso las mujeres españolas que podían permitírselo iban a abortar a Londres. El problema era que salía carísimo.
Unas doce mil pesetas, cuando el sueldo medio en Canarias rondaba las diez mil y había que contar también con dinero para los gastos de estancia en la ciudad y el coste del billete o de los billetes si había acompañantes. En 1973, para ir a Londres desde Gran Canaria había que pasar por Madrid, y todo el viaje, con operación incluida, podía costar en torno a sesenta mil pesetas, una verdadera fortuna en aquellos años. Pero Aneyma tenía joyas que había heredado de su madre y que nunca utilizaba... y Yaiza fue la encargada de ir a Tenerife a venderlas. El segundo problema fue organizar el viaje. Imagina, con lo vigilada que estaba la niña, que nunca había salido de la isla, cómo iba a decir que quería viajar a Londres, y sola. Así que recurrieron a una tía de Aneyma, hermana de su madre, que vivía en el Puerto. Como el Puerto era zona turística por entonces la gente ya era mucho más abierta. Yaiza fue a visitarla y le explicó todo el problema. Además, necesitaban a alguien que hablara inglés para entenderse con el personal de la clínica. La tía de Aneyma hablaba un inglés más o menos decente, pero ella apenas manejaba el inglés básico que le habían enseñado en el colegio, y Yaiza, que no era buena estudiante, ni lo hablaba ni lo entendía. La tía se inventó que quería regalarle a la sobrina un viaje de fin de semana para ir a ver un musical a Londres y así celebrar su diecinueve cumpleaños. Y, claro, lo normal era que la sobrina invitara a su mejor amiga. De alguna manera, la tía Mila convenció a la abuela de Aneyma asegurándole que ella actuaría de carabina. La abuela de Aneyma se sentía pequeña al lado de aquella mujer tan cosmopolita y tan viajada, y no supo negarse. Yaiza recordaba a la señora diciendo, preocupada: «¡Y ahora qué les ha dado a todas ustedes para irse a Londres a comprar ropa!», porque no era extraño entre las amigas jóvenes de aquellos primeros años setenta quedarse embarazadas y salir a abortar. La abuela les dijo a las niñas que fueran bien abrigadas para que no cogieran frío, pero cuando se bajaron aquel día del avión en Londres brillaba un sol de justicia. Era mayo. Supongo que debió de ser muy difícil... por los nervios, el miedo, el primer viaje en avión, el calor y las molestias propias del embarazo... el caso es que cuando Aneyma salió del aeropuerto, donde la esperaba una enfermera de la clínica abortiva, se desmayó. Coincidieron en la consulta con otra chica del Puerto, hija de unos amigos de la tía, una de las mejores familias del Puerto, que iba con su madre. Imagina la situación... Nadie hablaba de aborto en aquellos años, y menos que nadie, la gente de derechas y religiosa, que ponían el grito en el cielo al oír hablar de legalización pero que luego enviaban a Londres a sus hijas a abortar en secreto. Al cabo de algunas horas, Aneyma ya estaba en el hotel. La intervención se había realizado un viernes y estaba previsto que regresasen en el vuelo del domingo. Pero el domingo por la mañana Aneyma se sentó a desayunar con Yaiza y le comunicó que ella no pensaba regresar.
—¿Se quedaba en Londres?
—Efectivamente. Había hablado con la tía Mila, la había puesto al corriente de los problemas que tenía en casa, y la tía había convenido en enviarle dinero para que se estableciera allí, en Londres, hasta que alcanzara la mayoría de edad y heredara. Yaiza no sabía bien qué había podido contarle Aneyma, pero la tía estaba muy escandalizada.