El contenido del silencio (14 page)

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Authors: Lucía Etxebarria

Tags: #Intriga

BOOK: El contenido del silencio
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—Pero, al ser menor de edad, la familia podía ir a buscarla y llevarla de vuelta a casa.

—No, no podían. ¿Cómo? Si no tenían su dirección ni forma de localizarla, y todos eran unos palurdos que no habían salido de Candelaria en su vida. ¿Crees que iban a llamar a la Interpol? En aquellos años, que yo sepa, no había acuerdos de extradición ni nada por el estilo. No, no iba a haber manera de localizar a Aneyma. Pero Yaiza y la tía tenían que ponerse de acuerdo en la versión que darían a la vuelta: habían ido a un musical, Aneyma había dicho que iba al cuarto de baño y ya no había regresado, aunque había dejado una carta en el hotel explicando que lo sentía mucho, que había aprovechado aquella oportunidad para escaparse porque no aguantaba el trato en su casa. El detalle de la carta era importante porque, si una chica de casi veinte años se iba por propia voluntad, la policía inglesa no saldría en su busca, pero si desaparecía sin dejar rastro, sí. En la carta Aneyma decía que había vendido sus joyas, que tenía dinero y que pensaba mantenerse sola. La tía, tu tía abuela Mila, le contó en el avión de regreso a Yaiza que ella no tenía ni idea de las condiciones en las que vivía su sobrina, y que si lo hubiera sabido antes... La tía no hacía más que llorar. Yaiza sabía que Aneyma no era feliz en aquella casa, pero no creía que las condiciones fueran tan horribles. Pensó que quizá Aneyma le habría contado a la tía Mila algo que no le había contado a ella. Que le pegaban, tal vez. El caso es que, cuando tu tía abuela y Yaiza pusieron los pies en Tenerife, la tía se fue derechita a Candelaria para entrevistarse con la familia, con la carta de Aneyma en la mano. En la carta tu madre decía que no podía soportar vivir en una casa en la que no la querían ni la respetaban, así que las dos familias se pelearon. La rama paterna de Candelaria acusaba a la tía Mila de negligente; la rama materna de Santa Cruz y el Puerto acusaba a los de Candelaria de maltratadores. Para evitar el escándalo, todos ellos convinieron en decir que Aneyma se había quedado en casa de un familiar por parte materna en Londres.

—Y, entretanto, ¿dónde estaba mi madre?

—En casa de un familiar, en Londres. Ésa era la verdad. Como te he dicho, el abuelo materno de Aneyma, tu bisabuelo, era terrateniente, y los plátanos que se cultivaban en sus tierras se exportaban. Las plataneras trabajaban con compañías británicas, y una de sus primas se había casado con un inglés, algo relativamente común entonces, porque siempre ha habido mucha presencia británica en Tenerife. Así que a la semana tu madre envió una carta diciendo que se encontraba bien y perfeccionando su inglés. Ninguna de las dos familias fue a buscarla. Y al poco tiempo Aneyma, efectivamente, había perfeccionado tanto su inglés que encontró trabajo como recepcionista en un hotel...

—El mismo trabajo que años después desempeñaría Cordelia.

—Efectivamente. Es decir, Aneyma, tu madre, viaja de Canarias al Reino Unido para acabar trabajando en un hotel y, años después, Cordelia, tu hermana, realiza el viaje a la inversa...

—Pero Cordelia no estaba embarazada.

—Pero sí que viajaba huyendo de una historia de amor imposible.

—Y ¿por qué dices eso? ¿Qué te hace pensar que mi madre huía de un amor imposible?

—Lo cree Yaiza, por la insistencia de tu madre en no revelar el nombre del padre de la criatura que gestaba. Yaiza cree que se trataba de un hombre casado porque, si hubiera sido un muchacho soltero, Aneyma se habría casado con él. puesto que ése era el objetivo que buscaba: un matrimonio. En un pueblo como Candelaria, cualquier muchacho soltero habría estado encantado de casarse con la chica más guapa y rica del pueblo. Y, si no lo hubiera estado, la familia le habría obligado, por cuestión de honor. Esos matrimonios entre dos jóvenes que ni se querían ni casi se conocían y que sólo habían hecho el amor una o dos veces eran bastante comunes entonces. Porque las madres solteras lo pasaban muy mal, estaban muy estigmatizadas, sobre todo en pueblos pequeños, y por eso sus familias siempre intentaban casarlas a toda costa, incluso si había que obligar al padre a punta de escopeta. Sin embargo, si el padre del bebé estaba casado, nada se podía hacer. En España no existía el divorcio. Por eso Yaiza estaba convencida de que el padre del bebé que Aneyma esperaba era un hombre casado. Si hubiera sido un chico soltero, se habría casado con ella.

—E ¿imaginaba quién podía ser?

—No, no tenía la más remota idea. Pero Cordelia sí.

—¿Cordelia? ¿Cordelia sabía quién pudo ser el amante de nuestra madre?

—Sí. Más tarde, ya en casa, me habló precisamente de las constelaciones familiares. Dijo que la historia se repetía, que su madre y ella habían vivido experiencias similares y habían hecho recorridos inversos...

—¿Experiencias similares? Quizá Cordelia se refería a Richard, pero Richard no estaba casado, sino divorciado.

—O quizá se refería a otro hombre, a aquella historia de amor que la había dejado hundida en Edimburgo.

—Pero ese hombre, el hombre del que Cordelia estaba tan enamorada, su primer amor, no estaba casado.

—Quizá tú piensas en un amor adolescente, pero puede que ella conociera a alguien después...

—Sí, es posible.

—En cualquier caso, Cordelia parecía segura de saber quién era el misterioso primer amante de Aneyma. Deduje que tu madre podía haberle contado algo a Richard y que Richard se lo habría contado a Cordelia. Pero el caso es que tu hermana se negó a decirme más, a explicarme nada. Lo que sí puedo decirte es que nunca más quiso volver a Candelaria, ni retomar el contacto con la familia de tu madre, aunque Yaiza, eso sí, nos llamó alguna vez. E incluso vino a vernos al Puerto.

—Y durante todos aquellos años en los que mi madre residió en el Reino Unido, ¿Yaiza mantenía contacto con ella?

—Sí. Tu madre le escribía, le contó que en el hotel había conocido a un hombre, y que se casaba. Por supuesto, también escribía a su tía Mila. Con esa tía mantuvo un contacto estrecho e intenso durante años, hasta que la tía falleció cuatro años después, ele un cáncer. Pero tu madre no le proporcionó a Yaiza jamás una dirección ni un número de teléfono, porque temía que su familia la localizara. Pensaba que si su amiga no sabía dónde estaba, su familia nunca podría averiguarlo. De hecho, Yaiza ni siquiera llegó a saber que Aneyma se había ido a vivir a Edimburgo. Las cartas siguieron llegando con matasellos de Londres. Imagino que tu madre enviaba la carta a alguien en Londres y que ese alguien las expedía desde allí.

—Eso es fácil. Mi padre viajaba con frecuencia a Londres por razones de trabajo. Así es como conoció a mi madre. Pero si ella ya era mayor de edad, si se había casado, si había heredado, ¿por qué evitar el contacto con su familia de una manera tan extrema? ¿Por qué no comunicar a su padre que había sido abuelo, que tenía dos nietos?

—Porque los odiaba. A todos. Y no quiso volver a saber de ellos nunca más. Quiso borrar la vida que había vivido, y es posible que quisiera dejar atrás la historia de su embarazo y de su aborto. Hoy en día, la historia de su aborto suena más o menos corriente, hasta trillada, muchas veces escuchada, algo que les ha pasado a tantas amigas y conocidas. Pero para una mujer como tu madre, educada en esa cultura católica y rancia, un embarazo ilegítimo y un aborto debió ele suponer un trauma muy fuerte, algo que querría enterrar en el olvido a toda costa.

—Sí, claro, visto así... Tiene su lógica que no quisiera volver a saber nada de Candelaria. Sobre todo si se había construido otra vida. Un marido, dos hijos...

—imagino que la historia debe de haberte impresionado.

—Sí, la verdad es que sí.

—Por eso he esperado para contártela. Pero pensé que tenías derecho a conocerla.

—Y creíste bien. Me alegra que me lo hayas dicho.

—También te lo he contado porque pienso que, de alguna manera, este descubrimiento tuvo algo que ver con la necesidad de Cordelia de integrarse en una..., no sé, una especie de familia sustituía. Creo que la secta de Heidi le daba esa sensación de pertenencia a una estructura que la acogía con amor incondicional, la que se supone que debe proporcionarte una familia.

—Pero que no siempre te proporciona. De lo contrario, no habría tantos casos de violencia doméstica.

—Sí, pero supongo que si no has tenido familia idealizas esa estructura, o piensas que te falta algo. Además, esa convicción que ella tenía de que había repetido la historia de su madre, de que las teorías de las constelaciones familiares funcionaban, aceleró su búsqueda de una razón mágica, espiritual, que guiara su vida. Al menos, eso creo yo.

5
EL INFINITO EN UN GRANO DE ARENA

Acabada aquella conversación, Helena debía regresar a su trabajo en el herbolario, que abría a las cinco. Se ofreció a llevar a Gabriel hasta la casa de Punta Teno, pero él se negó. Podía perfectamente ir andando, era un paseo de media hora por una carretera recta y disfrutando de un paisaje excepcional. Además, necesitaba pasear, necesitaba pensar. Asimilar todo lo que había escuchado. Acompañó a Helena a la tienda y emprendió el camino a la casa.

La cabeza le hervía. Demasiada información en muy poco tiempo. Uno no se entera todos los días de que tiene tíos y hermanastros, de que su madre ha vivido una vida que él desconocía por completo. De que su madre no es la persona que él creía que era. Aunque, pensaba Gabriel, probablemente eso le pasaba a todo el mundo antes o después. En cierto modo, se sentía traicionado por Aneyma, porque le hubiera ocultado información esencial sobre sus orígenes y su identidad. Quizá, pensó para exculparla, su madre pensaba revelársela más adelante, cuando él tuviera edad para entender, pero murió antes de poder hacerlo. O quizá su madre tenía todo el derecho a querer dejar su vida atrás, a borrar huellas y eliminar pistas. ¿Por qué no? Gabriel daba vueltas y más vueltas al hecho innegable de que la mayoría de nosotros no pensamos o no queremos pensar en el hecho de que nuestros padres han tenido una vida anterior a nuestro nacimiento, con sus errores y faltas, con su confusión y ambigüedad. Empezamos nuestra vida entregados a los dos seres más importantes de ésta: nuestro padre y nuestra madre. Hacia ellos nos mostramos abiertos, puros, vulnerables y totalmente dependientes de su amor y su atención. Deseamos, y por tanto esperamos, que sean tal y como nosotros los imaginamos: fuertes, heroicos, resistentes, generosos. Y cuando no lo son, cuando no se adaptan a nuestras expectativas, nos atascamos en la queja de lo que no recibimos, de lo que no nos dieron, de aquello a lo que creíamos tener derecho y se nos negó.

Para apartar esos pensamientos de la cabeza, Gabriel intentó concentrarse en el otro tema que esa mañana le había removido por dentro. ¿Qué mensaje secreto había en la habitación de Cordelia que él había sido incapaz de descifrar? Había algo, de eso estaba seguro. Era como cuando se levantaba con una melodía en la cabeza y era incapaz de recordar el título de la canción o el nombre del intérprete y esa melodía le perseguía obsesivamente durante días, o como aquella vez, en Londres, en la que fue a ver una obra de teatro en cuyo texto reconoció frases enteras de una novela que ya había leído, pero no podía recordar tampoco el título del libro o el nombre del autor, y se pasó meses intentando hacer memoria hasta que por fin, una mañana, aliviado, lo supo. Y fue a la estantería y escogió el libro y leyó la misma frase: «¡Y pensar que he desperdiciado años enteros de mi vida, que he querido morirme, que he sentido el amor más grande por una mujer que no me gustaba, que no era mi tipo!» Era Marcel Proust.

Algo parecido le sucedía entonces. Había algo en la habitación de Cordelia que él había pasado por alto. Pero ¿qué? Una frase: «
To see the world in a grain of sand, and to see heaven in a wild flower, hold infinity in the palm of your hands, and eternity in an hour.
» Arena, los granos de arena, playas...

¿Por qué su hermana, al partir, había dejado allí su libro favorito, su posesión más preciada? ¿Estaba dejando un mensaje?

Al llegar a la casa dirigió sus pasos directamente a la habitación de Cordelia. Allí estaba, silenciosa como una tumba, digna como una pirámide que guarda su secreto. Gabriel abrió el libro de Blake. Los billetes a Fuerteventura tenían fecha de un año antes. «
Infinity in a grain of sand.
» Arena. No sabía nada de Fuerteventura, excepto que en las agencias de viaje británicas las fotos de la isla siempre enseñaban playas. Playas de arena blanca.

Uno por uno, abrió los libros y los sacudió como ya había hecho antes, por si acaso. No cayó ningún papel. Revisó dentro de los zapatos, de los bolsos, en los bolsillos de las chaquetas, por si Cordelia hubiera dejado allí una nota. Encontró algunas monedas, pañuelos de papel, caramelos... Nada especial. Volvió a abrir cada cedé. Leyó los títulos de los álbumes. Y entonces se dio cuenta. ¿Cómo no había reparado en algo tan obvio la primera vez?
Infinity
. Algo, una intuición radical y profunda, le dijo que ése no era el nombre de un grupo de música. Metió el cedé en el ordenador. Había una carpeta titulada «
Paradise»
. Otra vez Blake. Dentro había varias subcarpetas, ordenadas por fechas. Abrió la primera. Fotos de Helena en la playa, en topless. Los pechos eran como Gabriel los había imaginado, pequeños y redondos. Helena cocinando. Helena y Cordelia abrazadas, sonriendo a la cámara. Cordelia bebiendo un refresco con una pajita. Helena con gafas de sol. Cordelia con un sombrero de paja. Cordelia con el pelo mojado. Helena, Cordelia, Helena, Cordelia, Helena, Cordelia. Cordelia llamándole desde una lejanía más profunda y oscura que la geográfica.

Las siguientes carpetas contenían fotos similares. La vida que Cordelia había llevado durante los últimos años desfilaba ante sus ojos. Una Cordelia sonriente, radiante como él no la recordaba. En algunas, un hombre mayor, atractivo, que supuso sería Martin. Una piscina al borde de un acantilado, las dos chicas mirando a cámara, vestidas con sendos trajes blancos. Numerosas puestas de sol. Playas de arenas blanquísimas y aguas turquesas como las que aparecían en los folletos de agencias de viajes. También playas de arena negra y acantilados que recordaban a los de Escocia. Hibiscos. Hortensias. Fotos tomadas por la noche en las que Cordelia aparecía abrazada a desconocidos sonrientes. Cordelia con el pelo largo y rubio que le caía por debajo de los hombros. Más tarde, Cordelia con el pelo corto. Helena vistiendo un traje negro ceñido y escotado, con una copa de champán. Cordelia en top y shorts, al lado de una bicicleta. Cordelia con jersey a rayas, sentada en la terraza de un café, fumando un cigarrillo. Cordelia irradiando confianza en sí misma. Cordelia segura de quién era. Una Cordelia feliz, viviendo una vida feliz que él no había podido compartir.

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