El caballero del templo (36 page)

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Authors: José Luis Corral

Tags: #Histórico

BOOK: El caballero del templo
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—Voy a hacer todo lo posible para acabar con esos caballeros del demonio.

—Me alegro; yo, en vuestro caso, haría lo mismo, pero tened cuidado porque son muy poderosos.

—Los judíos, Sicilia y Nápoles, ahora el Temple…, tenemos muchos puntos que discutir, señor embajador.

—Sobre los que espero que Aragón y Francia lleguen a un buen acuerdo.

—Yo también lo deseo. Y ahora, si me lo permitís, tengo que acudir a ver a su majestad.

Nogaret le dio la mano a Castelnou y salió de la sala.

—Agradezco vuestra mediación para esta entrevista, señor Villeneuve —le dijo Castelnou a Antoine.

—No tiene importancia, es mi trabajo. Y además, vos me caéis bien.

* * *

Jaime de Castelnou y Hugo de Bon se encontraron, según el plan de citas previsto, frente a la catedral de Nuestra Señora. Tras comprobar que no eran seguidos, los dos templarios se dirigieron por separado hasta la orilla del río Sena y se sentaron en una zona discreta.

—¿Has averiguado algo, hermano Jaime? —le preguntó Bon.

—No demasiado. Nogaret trama algo, y desde luego odia al Temple, pero no me ha avanzado nada sobre sus planes —Jaime no se atrevió a confiarle todo lo que le había dicho Nogaret, pues por un momento receló del joven Bon.

—Dicen que ese hombre es muy inteligente y astuto, y muy difícil de engañar. Seguro que ha intentado confundirte.

—No lo sé; cuando le confesé que conocía la historia de sus padres pareció muy afectado, pero reaccionó enseguida y mostró sin ambages su animosidad contra el Temple. Dile al maestre que tome precauciones, tal vez debería poner en alerta a todas la encomiendas.

—¿Crees que el rey será capaz de atacar al Temple?

—Creo que no, pero sí es capaz de denunciar a la Orden ante el papa. Los cargos que se nos atribuyen en los rumores que Nogaret ha hecho circular por París son tan graves que la Inquisición podría actuar contra nosotros y acusarnos de herejía.

—¿Sin pruebas? —preguntó Bon.

—Estuve dos años en Roma y puedo asegurarte que para la Iglesia no es necesaria prueba alguna para acusar e incluso condenar a un hombre.

Capítulo
V

L
os rumores sobre los templarios eran cada vez más escandalosos. Nogaret había recopilado todo un listado de cargos contra los caballeros de Cristo y para asentar su denuncia estaba recabando información contraria a la Orden. Sus agentes localizaban a caballeros y sargentos que habían sido expulsados del Temple para que a cambio de dinero ratificaran todas las acusaciones.

A mediados del verano de 1307 Jaime de Castelnou había recabado suficiente información como para estar seguro de las intenciones de Nogaret y de su rey. A principios de agosto se presentó ante el consejero real para decirle que tenía que regresar a Aragón.

—Hace ya varias semanas que intento alcanzar un acuerdo con vos, pero me dais largas y más largas. Mi señor don Jaime me requiere; debo volver a Barcelona, y lamento hacerlo sin ningún resultado positivo para nuestros reinos —dijo Castelnou.

—Lo siento, embajador, pero el reino de Francia está preocupado por asuntos más urgentes. ¿Necesitáis un salvoconducto?

—No estaría de más.

—El vicecanciller os lo expedirá; con él no tendréis ningún problema para llegar hasta los dominios del rey de Aragón.

Los dos hombres se saludaron con frialdad. Por un momento Castelnou pensó en que no hubiera estado de más liquidar allí mismo a ese tipo, pero se contuvo, aunque en aquel momento supo que más adelante tal vez se arrepintiera de no haberlo hecho.

Se despidió de La Torre de Plata y pagó la cuenta, que ascendió a una buena suma; después paseó por las calles de París hasta que comenzó a anochecer, y con las últimas luces del día se dirigió hacia el Temple, deteniéndose en cada esquina y comprobando bien que no lo seguía nadie.

* * *

Jacques de Molay acababa de cenar y aguardaba a Jaime de Castelnou en la sala capitular del convento parisino. El maestre saludó al templario y le ofreció un poco de vino.

—Me alegro de que no hayas sufrido ningún contratiempo. Temí que ese Nogaret pudiera descubrirte.

—En el Temple me han enseñado a superar este tipo de situaciones.

—¿No has podido averiguar nada más?

—No; por más que lo intenté, lo único que pude sacar de Nogaret es que odia al Temple y que, si pudiera, acabaría con nosotros. Los rumores de los delitos que los agentes de Nogaret nos atribuyen se conocen en todo París y he decirte, hermano maestre, que la mayoría de la gente los cree.

—Tenemos que informar al papa de todo esto; él nos dará protección y desmentirá tan falsas acusaciones.

—Yo no haría eso.

—¿Por qué?

—Clemente V está al servicio de los intereses de Francia; no se puede confiar en él.

—El papa es el vicario de Cristo en la Tierra y su elección está inspirada directamente por el Espíritu Santo; es la única autoridad a la que los templarios debemos obediencia. Si negamos esa realidad, rechazamos todo aquello en lo que se sostiene nuestra fe.

—Pero el papa ha obrado en beneficio de Felipe el Hermoso, a quien le debe su tiara pontificia.

—Voy a pedirle a su santidad que abra una investigación sobre esas acusaciones que nos atribuyen los rumores. Así, todo el mundo verá que no tenemos nada que temer, ni ningún delito que ocultar.

—Antes de eso deberíamos pactar con el papa el resultado final de las pesquisas.

—No hay nada que temer, somos inocentes.

—Conozco a más de un inocente que ha ardido en la hoguera, hermano maestre.

—No digas eso, hermano Jaime, ni tan siquiera lo insinúes, porque podrías ser acusado de herejía.

Castelnou calló. Aunque en la elección de maestre había votado por Molay para evitar que saliera elegido el candidato del rey de Francia, siempre le había parecido un hombre pusilánime y poco inteligente.

—Ahora deberé ocultarme por algún tiempo en el convento; si me reconocieran los agentes del rey, podríamos tener dificultades.

—Claro, claro. Recupera el aspecto de un templario, rápate la cabeza y deja crecer tu barba; y toma de nuevo el hábito de caballero.

Al día siguiente Molay reunió al Capítulo de los templarios de París. Su propuesta de escribir una carta al papa para pedirle que iniciara una investigación sobre los rumores contra el Temple fue aprobada por una amplísima mayoría. Castelnou opinó que era perjudicial hacerlo, y le sorprendió que el joven Hugo de Bon se mostrara tan entusiasta de la propuesta del maestre.

* * *

El papa Clemente V nunca había ido a Roma; desde que fuera elegido sumo pontífice bajo la presión del rey Felipe, viajaba de una ciudad a otra de Francia, siempre escoltado por un pequeño ejército. Gracias a las riquezas de la Iglesia, vivía en la opulencia, gastando con ligereza las enormes sumas de dinero que le proporcionaban las cuantiosas rentas eclesiásticas. El 24 de agosto de 1307, Clemente V accedió a la petición de los templarios y anunció solemnemente que se incoaba el proceso para averiguar si había algo de cierto en aquellas gravísimas acusaciones que se difundían a través de rumores. Molay comunicó a sus hermanos templarios el inicio de las pesquisas papales. En el Temple todos estaban paralizados; nadie reaccionaba ante lo que estaba pasando. Castelnou comprendió que el espíritu del Temple se había esfumado. Desde que fueran derrotados en Acre, hacía dieciséis años, las encomiendas de Europa no habían vuelto a enviar caballeros armados a Tierra Santa. En Chipre sólo quedaban los veteranos de las últimas batallas contra los sarracenos, la mayoría viejos, cansados o inútiles para el combate, mientras que en las encomiendas europeas los caballeros que profesaban en el Temple ya no lo hacían para combatir por la cristiandad, sino para formar parte de una elite señorial que controlaba tierras, rentas y dinero. Los templarios de cada convento estaban más próximos a su nación que a los intereses de la Orden, que se estaba convirtiendo en un fantasma sin objetivos, sin ideales y sin horizontes. Entre los templarios de uno y otro lado del Mediterráneo había muy pocas cosas en común, y desde luego, entre ellas no estaban los ideales que habían hecho posible la fundación de la Orden en Jerusalén dos siglos atrás.

—Apenas resta nada de aquello en lo que yo creí. En la encomienda de Mas Deu me enseñaron a defender a la cristiandad, me convirtieron en un caballero de Cristo, y ahora siento que aquellos ideales han sido borrados de la Orden templaria. Soy un hombre ajeno a este tiempo. No me identifico con lo que veo a mi alrededor; mis hermanos templarios de las encomiendas de Europa sólo parecen preocupados por sus rentas, por sus negocios y por su poder, los reyes de la cristiandad ya no miran hacia el sepulcro del Señor, ya no ambicionan ganar Tierra Santa, ya no desean la gloria para Dios sino alcanzar la suya propia, los obispos y los abades viven en la opulencia, dilapidando las rentas que pagan los campesinos, y el papa y sus cardenales sólo atienden a sus instintos más banales, se alían con los poderosos del mundo y dejan de lado a los pobres.

Castelnou lamentaba la situación del Temple tras la hora de la cena, en el tiempo de receso, charlando en uno de los claustros del convento de París con el joven Hugo de Bon. La noche de principios de septiembre era cálida y corría una brisa suave que acariciaba la piel como un guante de terciopelo.

—Siempre he admirado tu pundonor, hermano Jaime, pero debes ser consciente de la mudanza de los tiempos. El mundo está cambiando demasiado deprisa; ya no hay soldados cristianos en Tierra Santa, y dudo que los monarcas cristianos estén interesados en que los haya, nadie hace nada por amor de Dios, sino por su beneficio propio, y además, hace ya algunos años que las rentas de los poderosos disminuyen, las cosechas menguan y el comercio ha dejado de proporcionar tan cuantiosos beneficios como antaño.

—Nosotros somos la vanguardia del mundo cristiano, el ariete de la cristiandad frente a la barbarie. Los templarios hemos garantizado durante casi dos siglos la defensa de la frontera del reino de Cristo en Oriente. ¿Sabes cuántos hermanos he visto morir desde que lucho como templario?, cientos, tal vez miles, y cada uno de ellos dio su vida por la Orden, por la cristiandad y por Dios Nuestro Señor. ¿Y sabes qué pedía a cambio de ese supremo sacrificio cada uno de ellos?, nada, absolutamente nada. Los templarios hemos regado con nuestra sangre cada rincón de Oriente, y ahora parecemos apestados a los que hay que olvidar.

—Yo soy caballero templario, como tú, pero no he vivido esa época; es probable que la Orden necesite algunos cambios. Jerusalén no es el objetivo inmediato.

—Jerusalén sigue ahí. Ahora el sepulcro del Señor está bajo gobierno sarraceno, el templo de Salomón se ha convertido de nuevo en una mezquita donde se reza al falso dios de los musulmanes y los peregrinos no tienen la seguridad de que sus pasos los conduzcan hasta las sendas que pisó Jesucristo.

»Y el papa… Su santidad debería defender nuestra Orden, de la que él es la máxima autoridad, por encima de los intereses del rey de Francia, pero ahí tienes al papa Clemente errando de un sitio para otro, más preocupado por agradar a Felipe el Hermoso con cada una de sus decisiones que en ser el siervo de los siervos de Dios que necesita la Iglesia.

—Esto que estás diciendo, hermano Jaime, casi suena a herético. El papa es…

—Es un hombre, sólo un hombre.

—Pero su elección y su inspiración provienen del Espíritu Santo.

—Tal vez, pero a veces da la impresión de que el Espíritu Santo está ocupado en otras cosas, como si no le interesaran demasiado los asuntos de este mundo.

Capítulo
VI

J
acques de Molay envió al papa Clemente un completo memorial en el que se rebatían punto por punto todas las acusaciones a través de los rumores que en los últimos meses se habían lanzado sobre los templarios. El maestre estaba indignado pero a la vez convencido de que el papa les daría la razón y restituiría el honor cuestionado a los miembros de la Orden. Los delegados papales comenzaron toda una retahíla de interrogatorios en los que los templarios colaboraron sin la menor sospecha de que estaban cayendo en una trampa.

Pero entre tanto esto ocurría, el rey de Francia acababa de tejer su plan. En una entrevista con el taimado Nogaret, el monarca le había encargado la redacción de una orden por la cual todos los templarios del reino de Francia serían apresados y encerrados a la vez.

El día 14 de septiembre Nogaret envió a todos los altos funcionarios de las provincias de Francia una circular en la que les ordenaba que tuvieran preparada una fuerza armada compuesta por una compañía de soldados para la noche del próximo día 12 de octubre en todas las localidades donde hubiera una encomienda del Temple. La carta era enigmática, pues se acompañaba de otra cerrada, sellada y lacrada que no debería de ser abierta hasta ese mismo día 12 de octubre bajo severísimas penas. La mayoría de los delegados del rey en las provincias de Francia creyeron que la intención de su soberano era tener todo dispuesto para declarar la guerra a Inglaterra, y lanzarse a la conquista de las tierras que los ingleses todavía poseían en el continente, en las costas atlánticas entre Bretaña y los Pirineos.

Un sargento templario de la encomienda de París se enteró de la expedición de esa orden real y acudió ante el maestre para transmitírsela. Jacques de Molay receló de aquella información y, aunque supuso que detrás de ella había una operación contra el Temple, no le dio demasiada importancia y se limitó a comentar que ningún cristiano sería capaz de atentar contra los intereses de la Orden.

—Esa carta real ha sido dirigida a todos los senescales del reino de Francia; me temo que algo se oculta tras ella, y que no es bueno para nosotros.

—Vamos, hermano Jaime, esa circular sólo alerta para que los soldados estén prevenidos en todas partes; probablemente los espías del rey Felipe habrán detectado algunos movimientos de las tropas inglesas y lo que pretende su majestad es que, si se produce un ataque inglés, no le coja desprevenido.

—Quien ha ordenado la formación de fuerzas armadas para que estén preparadas ese día ha sido Nogaret en persona. Yo lo conozco, y sé que es un hombre que no se anda con disquisiciones ni etiquetas. Odia al Temple, ambiciona nuestras riquezas y está obsesionado con nuestra desaparición. Deberíamos actuar con habilidad y destreza y tratar de enterarnos de qué es lo que realmente pretende.

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