Amadís de Gaula (63 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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¡Oh, los que con tantas maneras mañosas adquirís haciendas, cuánto y con cuánta diligencia mirar deberíais que las haciendas ganadas, perdidas para siempre las ánimas, cuán poco las tales haciendas prestan para poderos conservar de la perpetua pena, que la justicia de aquel eterno Dios aparejada a los tales tiene!

En éstas y otras cosas estaba trastornando y revolviendo en su memoria, muy elevado. Así estuvo Beltenebros pensando cabe aquella ribera, contemplando en su voluntad la gloría y soberbia que de aquellas venturas tan grandes, que en un solo día acabara, ocurrían, considerando que otro tan pequeño espacio de tiempo la fortuna le podría aquella grande alegría tornar en lloro, así como a otros muchos que en este mundo grandes y buenas venturas alcanzaron, lo había hecho, y venida la noche, cabalgó en su caballo y fuese al castillo de Miraflores, aquella parte de la huerta donde halló a Gandalín y a Durín que le tomaron el caballo. Y Oriana y Mabilia y la doncella de Dinamarca estaban encima de la pared y con ayuda de los escuderos, y ellas dándoles las manos, subió suso donde estaban y tomó a su señora entre sus brazos.

Mas quién sería aquél que baste a recontar los amorosos abrazos, los besos dulces, las lágrimas que boca con boca allí en una fueron mezcladas. Por cierto no otro sino aquél que siendo sojuzgado de aquella misma pasión y en las semejantes llamas encendido, el corazón atormentado de aquellas amorosas llagas pudiese de él sacar aquélla que los ya resfriados, perdida la verdura de la juventud, alcanzar no pueden. Así que a este tal remitiéndome, se dejará de lo contar por más extenso.

Pues estando abrazados sin memoria tener de sí ni de otra cosa, Mabilia, como si de algún pesado sueño los despertase, tomándolos consigo los llevó al castillo. Allí fue Beltenebros aposentado en la cámara de Oriana, donde según las cosas pasadas que ya habéis oído se puede creer que para él muy más agradable le sería que el mismo paraíso. Asi estuvo con su señora ocho días, los cuales, si las noches no, todos los tenían en un patio donde los hermosos árboles que os contamos estaban fuera de sus memorias con el sabroso placer y todas las cosas que en el mundo decir y hacerse pudiesen. Allí venía muchas veces Gandalín, de quien todas las nuevas de la corte sabía, el cual tenía en su posada a Enil, su primo, haciendo hacer las armas que Beltenebros le mandara.

El rey Lisuarte mucho dudaba la batalla que con el rey Cildadán había de haber, sabiendo la brava y esquiva gente de gigantes, y procuraba mucho de aparejar como a su honra la pasase, y tenía allí en Londres consigo a don Florestán y Agrajes y Galvanes Sin Tierra, que entonces llegara y otros muchos caballeros de gran cuenta. Mucho hablaban todos en los grandes hechos de Beltenebros, y muchos decían que en gran parte pasaban a los de Amadís y de esto pesaba tanto a don Galaor y Florestán su hermano, que si no fuera por la palabra que al rey dado tenían de no se poner en ninguna afrenta hasta que la batalla pasase ya le hubiera buscado y combatido con él, tanta ira y saña que de muerte de él y de ellos no se pudiera excusar y por dicho se tenían que si de la batalla vivos saliesen, de no se entremeter en otro pleito, sino en lo buscar, mas esto no lo hablaban sino entre sí.

Pues estando el rey un día en su palacio hablando con sus caballeros, entró por la puerta un escudero viejo y con él otros dos escuderos, vestidos todos tres de un paño, y venia trasquilado y las orejas parecían grandes y los cabellos blancos. Él se fue al rey e hincando los hinojos ante él le saludó en lenguaje griego, donde era natural, y díjole:

—Señor, la gran fama que por el mundo corre de los caballeros y dueñas y doncellas de vuestra corte, me dio causa de esta venida por ver si entre ellos y ellas hallare lo que sesenta años ha que busco por todas partes del mundo, sin que de mi gran trabajo ningún fruto alcanzase. Y si tú, noble rey, tienes por bien que aquí una prueba se haga que no será de tu daño ni mengua, decírtela he.

Los caballeros, con sabor de ver qué sería, rogaron muy ahincadamente al rey que se lo otorgase y el que asi como ellos gana lo había, túvolo por bien. Entonces el escudero viejo tomó en sus manos una arqueta de jaspe tan larga como tres codos y un palmo en anchura, y las tablas había pegadas con chapas de oro, y abriéndola sacó de ella una espada, la más extraña que nunca se vio, que la vaina de ella era de dos tablas verdes como color de esmeralda y eran de hueso, tan claras, que la hoja de la espada se parecía dentro; mas no tal como de las otras, que la media se mostraba tan clara y limpia que más no lo podía ser, y la otra mitad tan ardiente y bermeja como un fuego. El guarnimiento de ella y la cinta en que andaba, todo era del mismo hueso de la vaina, hecha en muchos pedazos juntados con tornillos de oro, de guisa que muy bien como otra cinta se podía ceñir. El escudero la echó a su cuello y sacó de la arqueta un tocado de unas muy hermosas flores, la mitad tan hermosas y verdes y de tan vivo color, como si entonces del nacimiento de ellas se cortaran, y la otra media de flores tan secas que no parecía sino que llegando a ellas se habían de deshacer. El rey le preguntó que por qué razón saliendo aquellas flores de un ramo eran tan diversas, las unas tan frescas y las otras tan secas y la espada tan extraña como parecía.

—Rey —dijo el escudero—, esta espada no la puede sacar de la vaina sino el caballero que más que ninguno en el mundo a su amiga amare, y cuando en la mano de éste tal fuere, la mitad que ahora arde será tornada tan limpia y clara como la otra media que parece, y así la hoja parecerá de una manera y este tocado de estas flores que veis, si acaeciese ser puesto en la cabeza de la dueña o doncella que a su marido o amigo en aquel grado que el caballero amare, luego las flores secas serán tan verdes y hermosas como las otras, sin que ninguna diferencia haya, y sabed que yo no puedo ser caballero, sino de la mano de aquel leal amador que la espada sacare, ni tomar espada sino de la que el tocado de las flores ganar pudiere. Y por esto, buen rey, soy a vuestra corte venido en cabo de sesenta años, que en esta demanda he andado pensando que así como en todos ellos nunca corte de emperador ni rey en honra y fama a la vuestra igualar se puede, como así en ella se hallará aquello que hasta muy en ellas, comoquiera que todas las he visitado, no se ha podido hallar.

—Ahora me decid —dijo el rey— cómo este fuego tan vivo de esta espada no quema la vaina.

—Eso os diré —dijo el escudero de grado—. Sabed, rey, que entre Tartaria e India hay un mar tan caliente que hierve así como el agua sobre el fuego; es todo verde, y dentro de aquel mar se cría unas serpientes mayores que cocodrilos y tienen alas con que vuelan y son tan emponzoñadas que las gentes huyen de ellas con temor, pero algunas veces que muertas las hallan précianlas mucho, que son muy provechosas para medicinas, y estas serpientes tienen un hueso desde la cabeza hasta la cola, y es tan grueso que sobre él es formado todo el cuerpo, así tan verde como aquí lo veis en la vaina y su guarnimiento, y porque fue criado en aquella mar hirviente ningún otro fuego lo puede quemar. Ahora os digo, del tocado de las flores, que son de árboles que hay en tierra de Tartaria, en una Ínsula metida quince millas en la mar, y no son más de dos árboles, ni se sabe que en ninguna parte haya más, y hácese allí, en aquella mar, un remolino tan bravo y tan peligroso que dudan los hombres de pasar a tomarlas, mas algunos que se aventuran y las traen, véndenlas como quieren, porque si guardadas son, nunca esta verdura y viveza de ellas desaparece; y pues que la razón de lo uno y otro os he contado, quiero que sepáis por qué ando así, y quién soy. Sabed que yo soy sobrino del mejor hombre que en su tiempo hubo, que se llamó Apolidón y moró gran temporada en esta vuestra tierra, en la Ínsula Firme, donde dejó muchos encantamientos y maravillosas cosas, como a todo el mundo es notorio; y mi padre fue el rey Ganor, su hermano, a quien él dejó el reino, y de aquel Ganor y de una hija del rey de Canonia, fui yo engendrado, y siendo ya en edad de ser caballero, como de mi madre muy amado fuese, demandóme que le otorgase un don, que pues yo había sido hecho en gran amor que entre ella y mi padre fuera, que no fuese caballero sino de mano del más leal amador que en el mundo fuese, ni tomase la espada sino de la dueña o doncella que en aquel grado amase, y se lo otorgué, pensando que no tardaría más de lo cumplir de cuanto en la presencia de Apolidón, mi tío, y de Grimanesa, su amiga, fuese, mas de otra guisa me avino que, cuando ante él fui, hallé a Grimanesa muerta, y sabida por Apolidón la causa de mi venida hubo gran mancilla de mí, porque la costumbre de aquella tierra es tal, que no siendo caballero no puedo reinar en aquel señorío que de derecho me viene. Así que no me pudiendo dar remedio por el presente, mandóme que dentro en un año volviese a él, en cabo del cual me dio esta espada y tocado, diciendo que la simpleza que había hecho en prometer tal don la remediase con el trabajo en buscar el caballero y la mujer, que acabando estas dos aventuras acabase yo mi promesa; así que, buen rey, esta es la causa de mi demanda. Parezca la vuestra nobleza que ninguno faltó, probando vos la espada, y todo vuestros caballeros y la reina con sus dueñas y doncellas el tocado de las flores, y si tales se hallaren que lo acabar puedan, las joyas serán suyas y el provecho y descanso mío, llevando vos la honra más que ninguno otro príncipe, en se hallar en vuestra corte lo que en las suyas fallece.

Cuando el escudero viejo hubo su razón acabado, todos los caballeros que con el rey eran le rogaron muy ahincadamente que mandase hacer la prueba, mas él, que asimismo lo quería, otorgólo y dijo al escudero que por cuanto hasta el día de Santiago no había más de cinco días, y aquel día habían de ser con él muchos caballeros por quien había enviado, que hasta entonces atendiese, porque siendo más número de gente, mas aína se podría hallar lo que buscaba. Él lo tuvo por bien.

Gandalín, que a la sazón en la corte era y oyó todo esto que el escudero dijo y lo que el rey respondió, cabalgando en su caballo se fue a Miraflores, y con achaque de ver a Mabilia entró en el patio de los hermosos árboles, donde jugando al ajedrez halló a Beltenebros con Oriana, y díjoles:

—Buenos señores, extrañas nuevas os traigo que llegaron hoy a la corte.

Entonces les contó todo lo de la espada y tocado de las flores y la razón porque el escudero viejo lo traía y cómo el rey le había otorgado que se haría la prueba de ello, así suso se os ha dicho. Oído esto por Beltenebros, bajó la cabeza y fue puesto en un pensar, de tal guisa que en ál no miraba, que al parecer de Oriana y Mabilia y Gandalín todas las cosas del mundo le faltaban. Y así estuvo por una pieza, tanto que Mabilia y Gandalín se salieron fuera. Y como él acordó, preguntóle Oriana qué causara aquél su tan gran pensamiento; él le dijo:

—Mi señora, si por Dios y por voz en efecto se pudiese poner mi pensar, haríaisme muy alegre por todos tiempos.

—Mi buen amigo —dijo ella—, quien os ha hecho señor de la persona, todo lo ál será liviano de cumplir.

Él la tomó por las manos y besóselas muchas veces, y dijo:

—Señora, lo que yo pensaba es que ganando, vos y yo, aquellas dos joyas, nuestros corazones quedarían para siempre en gran holganza, siendo de ellos apartadas todas las dudas de que tan atormentados han sido.

—¿Cómo se podría eso hacer —dijo Oriana—, sin que a mí fuese gran vergüenza y mayor el peligro, y a estas doncellas que nuestros amores saben?.

—Muy bien se hará —dijo Beltenebros—, que yo os llevaré tan encubierta y con tanta seguridad del rey vuestro padre para que conocidos nos seamos como si fuésemos delante la más extraña gente que de nos ningún conocimiento no tuviese.

—Pues si eso es así —dijo ella—, cúmplase vuestra voluntad y Dios mande que sea por bien, que yo no dudo de traer el tocado de las flores, si por demasiado amor ganarse puede.

Beltenebros le dijo:

—Yo ganaré seguro de vuestro padre, que no me será demandada cosa contra mi voluntad e iré armado de todas armas, y vos, señora, llevaréis una capa abrochada y antifaces delante del rostro, de guisa que a todos podáis y ninguno a vos. Y de esta forma iremos y vendremos sin que se pueda saber quién somos.

—Mi buen amigo —dijo Oriana—, bien me parece lo que decís, y llamemos a Mabilia, que sin su consejo no me atrevería otorgar tan gran cosa.

Entonces la llamaron y a la doncella de Dinamarca y a Gandalín, que con ella estaba, y dijéronle aquel concierto, y comoquiera que el peligro muy grande se les representaba, conociendo ser aquélla su voluntad, no la contradijeron, antes Mabilia les dijo:

—La reina mi madre me envió con los otros dones que la doncella de Dinamarca me trajo, una capa muy hermosa y bien hecha, que nunca se vistió ni se ha visto en toda esta tierra, y aquélla será para que vos, señora, llevéis.

Y luego la trajeron ende y metieron a Oriana en una cámara, y vistiéndola de la forma que había de ir con sus lúas en las manos y sus antifaces, la trajeron delante Beltenebros, y por mucho que él y ellas la miraran a todas partes, nunca pudieron hallar cosa por donde conocida de ellos ni de ningún otro ser pudiese, y dijo Beltenebros:

—Nunca pensé, señora, que tan alegre fuera de vos no ver ni conocer.

Y mandó luego a Gandalín que fuese por aquella comarca y comprando el más hermoso palafrén que haber pudiese lo trajese el día de la prueba allí, a la pared de la huerta, tanto que la medianoche pasase. Y asimismo mandó a Durín que desde que noche fuese le esperase con su caballo en aquel lugar por donde en la huerta había entrado, porque esa noche se quería ir a la Fuente de los Tres Caños y enviar a Enil, su escudero, por el seguro al rey, y tomar las armas que le traía. Finalmente, venida la hora, él salió de la huerta y cabalgando en su caballo sólo se fue por la floresta que bien él sabía, como aquél que muchas veces por ellas a caza anduviera, y siendo ya el día, hallóse junto con la fuente, y no tardó que vio venir a Enil con las armas muy bien hechas y hermosas, de que hubo gran placer, y preguntóle por nuevas de la corte, y él dijo cómo el rey y todos los suyos hablaban mucho en la su grande bondad y quísole contar lo de su espada y del tocado de las flores, mas Beltenebros le dijo:

—Eso bien ha tres días que lo sé de una doncella, por pleito que la llevase a lo probar muy encubiertamente, y a mí conviene así lo haga, y con ella vaya yo desconocido y probaré la espada, y porque, como tú sabes, mi voluntad es no me dar a conocer al rey ni a otro ninguno hasta que mis obras lo merezcan, volverte has luego y dirás al rey que si me da seguranza a mí y a una doncella que llevaré, que no nos será hecha contra nuestra voluntad ninguna cosa, que iremos a la prueba de esa aventura, y dirás ante la reina y sus dueñas y doncellas de la manera que la doncella me hace ahí venir contra mi voluntad, mas que no puedo ál hacer, que se lo prometí. Y el día que la prueba se hubiera de hacer, vente a este lugar a la luz del alba, porque la doncella sepa si traes la seguranza o no, y en tanto tornarme he de ella para la traer, que lejos de aquí mora.

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