Amadís de Gaula (60 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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Y desde que hubieron una pieza cantado, hincando los hinojos ante el rey, fuéronse donde la reina estaba. Don Galaor y don Florestán y Agrajes dijeron al rey que querían ir con Corisanda, que les diese licencia y él los sacó a una parte del palacio, y díjoles:

—Amigos, en el mundo no hay otros tres en quien yo tan gran esfuerzo tenga como en vos, y el plazo de la mi batalla se llega, que ha de ser en la primera semana de agosto, y ya habéis oído la gente que contra mi han de ser, y éstos traerán otros muy bravos y muy fuertes en armas, así como aquéllos que son de natura y sangre de gigantes, porque mucho os ruego que hasta aquel plazo no os encarguéis de otras afrentas ni demandas que os hayan de estorbar de ser conmigo en la batalla, que tengo mortales y capitales enemigos, y haríaisme muy gran mengua y sin razón, que yo fío en Dios que con la vuestra gran bondad y de todos los otros que me han de servir no será la valencia ni fuerza de nuestros enemigos tan sobrada que al cabo por nosotros no sean vencidos y destrozados y menguados.

—Señor —dijeron ellos—, para tal cosa tan señalada y nombrada en todas partes como ésta será, no es menester vuestro mandado, y ruego que puesto que el deseo y buena voluntad que de serviros tenemos faltase, no faltaría el buen deseo de ser en tan grande afrenta, donde nuestros corazones y buenas voluntades hayan aquello que por muchas tierras y partes extrañas del mundo andan buscando, que es hallarse en las cosas de mayor peligro, porque venciendo alcanzan la gloria que desean y vencidos cumplen aquel fin para que nacidos fueron, así que nuestra tornada será luego, y entretanto animad y esforzad vuestros caballeros porque a aquéllos que con gran amor y afición sirven la flaca fuerza fuerte se torna.

Y partiéndose del rey armados en sus caballos, tomando consigo a Corisanda partieron de Londres y fueron su camino. Gandalín, que allí estaba y viera todo aquello, partióse luego para Miraflores y contólo a Oriana y a Mabilia, y que aquellos tres compañeros se lo mandaban mucho encomendar. Oriana dijo:

—Ahora es Corisanda en todo placer, pues en su compañía lleva a don Florestán que ella tanto amaba, y Dios se lo dé siempre, que mucho es buena dueña —y comenzó a suspirar, así que las lágrimas le vinieron a los ojos, y dijo—: ¡Oh, señor Dios!, ¿por qué no queréis que yo vea a Amadís, siquiera un día Sólo? ¡Oh, Señor!, queredlo por vuestra bondad y me quitad de este mundo y no me dejéis vivir en tal cuita y dolor.

Gandalín hubo de ella gran duelo, pero hizo el semblante de sañudo, y dijo:

—Señora, hacéisme que no parezca ante vos porque estamos atendiendo buenas nuevas que Dios nos enviará, y queréisnos meter en desesperanza.

Oriana limpió los ojos de las lágrimas y díjole:

—¡Ay, Gandalín!, por Dios no te quejes, que si yo algo hacer pudiese, de grado lo haría, que, aunque buen semblante muestro, nunca jamás mi corazón de llorar queda, y si no fuese esta esperanza que tengo de las palabras que me dices, cree que no tendría tanto esfuerzo que de un lugar levantarme pudiese, mas ahora me di: ¿qué será del rey, mi padre, pues que no puede haber a Amadís para esta batalla?.

—Señora —dijo él—, no puede mi señor tan escondido ni apartado estar, que una cosa tan señalada como ésta no venga a su noticia, pues, ¿quién duda que sabiendo lo que a vos toca, siendo vuestro padre vencido, no quiera él venir a poner sus fuerzas en vuestro servicio? Que aunque por el defendimiento que le pusisteis no ose aparecer ante vos, parecería allí donde viere que puede servir y alcanzar perdón del yerro que no hizo ni pensó de hacer.

—Así plega a Dios —dijo Oriana— que sea como tú piensas.

Y estando hablando en esto entró una niña corriendo y dijo:

—Señora, veis aquí la doncella de Dinamarca, que muy ricos dones os trae.

A ella se le estremeció el corazón y paróse tal, que no pudo hablar y fue toda turbada, como quien por su venida esperaba la vida o la muerte, según el recaudo que trajese, y Mabilia, que así la vio, dijo a la niña:

—Ve y di a la doncella que entre acá sola, porque la querría ver apartadamente.

Y esto hizo porque ninguno viese la gran cuita o grande alegría de Oriana, según las nuevas fuesen, y la niña se salió y díjole lo que le mandaron, pero de Mabilia y de Gandalín os digo que estaban desmayados, no sabiendo ni pensando lo que la doncella traía, y la doncella entró alegre y de buen continente, e hincando de hinojos ante Oriana diole una carta que traía, y díjole:

—Señora, veis aquí nuevas de todo vuestro placer, y sabed, señora, que yo he recaudado todo aquello porque me enviasteis, así como lo deseáis, y leed esa carta y veréis si la hizo con su mano Amadís.

Ella tomó la carta, mas así le tremían las manos con la grande alegría, que la carta se le cayó, y desde que el corazón se le fue más sosegado, abrió la carta y halló el anillo que ella con Gandalín a Amadís enviara, cuando con Dardán se combatió en Vindilisora, el cual bien conoció y besóle muchas veces, y dijo:

—Bendita sea la hora en que fuiste hecho, que con tanto gozo y placer de una mano a otra te ,has mudado.

Y metióle en su dedo, y cuando vio las palabras tan humildes que en la carta venían y el mucho agradecimiento de se ella haber membrado de él y de cómo de la muerte a la vida era tornado holgóle el corazón, y alzando sus manos dijo:

—¡Oh, Señor del mundo, reparador de todas las cosas, bendito seáis vos que a tal sazón me acorristeis y me librasteis de la muerte que tan cerca tenía! —e hizo sentar la doncella ante sí y díjole—: Amiga, ahora me contad cómo lo hallasteis y los días que con él estuvisteis y dónde lo dejáis.

Ella le dijo cómo lo había buscado y que viniendo muy triste, sin ningún recaudo, la gran tormenta que en la mar le sobrevino la hiciera arribar a la Peña Pobre, donde lo halló, y contóle cuanto allí con él le aconteciera y el placer tan grande que su carta le dio, y asimismo le dijo dónde lo dejaba y cómo esperaba su mandado. Mas cuando vino a decir cómo era llegado a la muerte y tan desemejado que no lo podía conocer sino por la herida que en el rostro tenía, y cómo había mudado su nombre y cómo Durín estuvo tres días que no lo conoció, gran duelo y piedad había Oriana de él. Y desde que todo se lo hubo contado dijo Oriana:

—Por Dios, amiga, menester' es que luego haya vuestro mandado, y decidme de qué manera se haga.

—Yo os lo diré —dijo ella—. Allá dejé a sabiendas dos joyas de las que traía, porque con achaque de volver a Durín por ellas le llevase vuestro mandado.

—Muy bien hicisteis —dijo ella—, y ahora dadme los dones que traéis delante de estos que aquí están, y decid que os olvidaron los de Mabilia así como lo habéis dicho.

Entonces dijeron a la doncella cómo Corisanda había dicho de él y se llamaba Beltenebros, pero no le conoció ni supo quién era.

—Verdad es que así se llama —dijo la doncella—, y dice que no se quitará aquel nombre hasta que os vea y le mandéis lo que haga.

Y también le dijeron cómo tenían las llaves de los postigos de la huerta, y llamaron a Durín y mostráronle a la parte donde había de traer a Beltenebros cuando viniese, y mandáronle que luego fuese a lo traer, mas no hubieron de trabajar mucho en ello. Porque aun estando él muy cuitado de la nueva sinventura que le llevara, por donde a la muerte lo había llegado, creyendo que con la que ahora iba se enmendaba y reparaba todo, con mucha, alegría de su corazón lo otorgó y besó las manos a Oriana, porque se lo mandaba, y allí fue acordado que Mabilia se lo rogase ante todos, que le fuese por aquellos dones y que él mostrase en ello mal continente como que mucho le pesaba porque no sospechasen de su ida alguna cosa. Y así se hizo, que cuando se lo rogaron mostró de ello pesar y dijo sañudamente a Mabilia:

—Dígoos, señora, que por ser vuestras iré yo allá, que si de la reina de Oriana fuesen no lo haría, que mucho afán ha llevado de trabajo en este camino.

—Mi amigo Durín comoquiera que bien sirváis, no queráis zaherir el servicio que hicisteis en tal guisa que os no lo agradezcan.

—Así lo haré a vos —dijo él— cuando me lo mandareis que os sirva, que bien creo que tan poco vale vuestro grado como mi servicio.

Todas rieron mucho de la saña que Durín mostraba y de cómo había respondido, y dijo a Mabilia:

—Señora, pues que a vos place que yo vaya, luego de mañana me quiero ir.

Y despidiéndose de ellas se fue con Gandalín a dormir a la villa, el cual le rogó que le encomendase mucho a Enil, su primo, y que de su parte le rogase que le viniese a ver si hacerlo pudiese, porque tenía de le hablar algunas cosas y que te rogaba mucho que en tanto que con aquel caballero anduviese preguntase por nuevas de Amadís. Esto le enviaba a decir porque Amadís anduviese más encubierto y porque si de él se quisiera partir que con achaque de le ver a él lo pudiese hacer. En esto hablando llegaron a Londres, y otro día de mañana cabalgó Durín en su palafrén y fuese su vía camino donde a Beltenebros había dejado, pero antes se quiso bien avisar de todas las nuevas de la corte porque se las supiese contar.

Capítulo 55

De cómo Beltenebros mandó hacer armas y todo aparejó para ir a ver a su señora Oriana, y de las aventuras que le acaecieron en el camino.

Pues tornando a Beltenebros, que en las casas de las monjas quedara atendiendo el mandado de su señora, dice la historia que siendo ya con él gran placer en mucho su salud y fuerza tornado, que mandó a Enil le hiciese hacer en aquella villa cerca donde estaba unas armas, el campo verde y leones de oro menudos, cuantos en él cupiesen con sus sobreseñales y le comprase un buen caballo y una espada y la mejor loriga que haber pudiese. Enil subió a la villa e hízolo todo como le mandó, así que en espacio de veinte días fue todo aderezado como lo había menester. A esta sazón llegó Durín con el mandado que llevaba con que Beltenebros hubo gran placer y preguntándole delante de Enil cómo quedaba la buena doncella de Dinamarca, su hermana, y qué venida era la suya, él le dijo que la doncella se le mandaba mucho encomendar, y que él venía por dos joyas que se le habían olvidado, que quedaran entre los almadraques en que ella durmiera, y dijo a Enil cómo su primo Gandalín le saludaba mucho y todo lo otro que a cargo de decir le traía. Beltenebros le preguntó que quién era aquel Gandalín.

—Un escudero, mi primo —dijo él—, que aguardó gran tiempo a un caballero que Amadís de Gaula se llamaba.

Y entonces tomó consigo a Durín y fuese paseando por una plaza, preguntándole por nuevas de su hermana, mas cuando algo desviados fueron díjole Durín el mandato de su señora, cómo le atendía en Miraflores y que tenía muy bien aparejado de le tener allí consigo, que fuese muy encubierto, y contóle cómo sus hermanos y Agrajes estaban en la corte y habían de ser en la batalla que el rey Lisuarte tenía aplazada con el rey Cildadán de Irlanda, y asimismo el desafío de Famongomadán y de los otros gigantes y caballeros que le hicieron, y cómo le demandaran a Oriana para ser doncella de Madasima, y que la casarían con Basagante, hijo de Famongomadán. Y cuando Beltenebros esto oyó, las carnes le tremían con gran ira que en sí hubo, y el corazón le hervía con saña, y propuso en su voluntad tanto que a su señora viese de no tomar en sí otra afrenta ni demanda hasta buscar a Famongomadán y se combatir con él y morir o le matar por aquello que de Oriana dijera.

Después que Durín le hubo contado lo que habéis oído, tomó los dones, y despedido de él tornó muy alegre con haber acabado aquello que él deseaba.

Beltenebros quedó dando muchas gracias a Dios, porque así le había socorrido en le tornar a la merced de su señora, que teniéndola perdida su vida era llegada en el extremo que os contamos, y aquella noche, despedido de las dueñas, una hora antes del día, armado de aquellas verdes y frescas armas, encima de su caballo hermoso y lozano, Enil con él, que el escudo y yelmo y la lanza llevaba, se puso en el camino para ir a ver aquélla su señora que él tanto amaba, y yendo así por él, siendo ya el día claro, puso las espuelas muy recio al caballo e hízolo hacer a un cabo y a otro y de tal manera que Enil, que lo miraba, fue mucho maravillado y dijo:

—Señor, del ardimiento de vuestro corazón no sé nada; pero nunca vi caballero que tan hermoso armado pareciese.

—Los corazones de los hombres —dijo Beltenebros— hacen las cosas buenas, que no el buen parecer, pero al que Dios junto lo da, gran merced le hace y pues ahora has juzgado el parecer, juzga el corazón, según vieres que lo merece.

Así se iba razonando y riendo con él como aquél que desechando aquella tan gran tenebrura en que estuviera era tomado al deleite, que sin él no pudiera vivir. Pues así anduvo hasta la noche, que albergó en casa de un caballero anciano, donde le fue mucha honra hecha, y otro día partiendo dende, llevando el yelmo en su cabeza por no ser conocido, anduvo siete días sin ninguna aventura hallar; mas a los ocho días le avino que pasando al pie de una montaña vio por un pequeño camino venir en un gran caballo bayo un caballero tan grande y tan membrudo que no parecía sino un gigante y dos escuderos que las armas le traían, y cuando más cerca fue el gran caballero dijo contra Beltenebros, en voz alta:

—Vos, don caballero, que ahí venís, estad quedo y no paséis más adelante hasta que de vos sepa lo que quiero.

Beltenebros estuvo quedo en un campo llano por do iba y miró el escudo del caballero y vio que había en él tres flores de oro en campo indio y conocióle ser don Cuadragante, porque otro tal viera en la Ínsula Firme alzado sobre todos los otros, como el que más honra ganara en la prueba de la cámara defendida, y pesóle mucho, porque pensó de no poder excusar de él la batalla, teniendo en su voluntad la de Famongomadán, que por ésta quisiera él dejar todas las otras y también por ir al plazo que su señora le enviara a mandar, y había recelo que la gran bondad de aquel caballero le diese algún estorbo, y estuvo quedo, y llamando a Enil, le dijo:

—Llégate a mí y darme has las armas si las hubiere menester.

—Dios os guarde —dijo Enil—, que más me parece éste diablo que caballero.

—No es diablo —dijo Beltenebros—, mas un muy buen caballero de que ya otras veces oí hablar.

En esto llegó don Cuadragante y díjole:

—Caballero, conviene me digáis si sois del rey Lisuarte.

—¿Por qué lo preguntáis?, dijo Beltenebros.

—Porque yo lo tengo desafiado —dijo Cuadragante—, a él y a todos los suyos y a sus amigos, y no hallaré ninguno de ellos que no lo mate.

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