Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Entonces le dio el anillo que aquella infanta le diera, con la piedra preciada compañera de la que en la rica corona estaba, como lo cuenta la tercera parte de esta historia. Esplandián hincó los hinojos ante él y besóle las manos, diciendo que como se lo mandaba lo cumpliría, si Dios por bueno lo tuviese. Pero esto no se cumplió tan presto como el uno y el otro lo cuidaban, antes este caballero pasó por muchas cosas peligrosas por amor de esta infanta hermosa, solamente por la gran fama que de ella oyó, como adelante os será contado.
Esto así hecho, Urganda dijo a Esplandián:
—Hijo hermoso, haced vos caballeros estos donceles, que muy presto os pagarán esta honra que de vuestra mano reciben.
Esplandián así como ella lo mandó lo hizo, de manera que en aquella hora todos cinco recibieron aquella orden de caballería. Entonces las seis doncellas que ya oísteis tocaron las trompetas, con tal dulce son y tan sabroso de oír que todos aquellos señores cuantos allí estaban y los cinco caballeros noveles cayeron dormidos sin ningún sentido les quedar y la gran serpiente echó por sus narices el humo tan negro y tan espeso que ninguno de los que miraban pudieron ver otra cosa salvo aquella grande oscuridad, mas a poco rato, no sabiendo en qué forma ni manera, todos aquellos señores se hallaron en la huerta, debajo de los árboles donde Urganda los había hallado al tiempo que allí llegó, y esparcido aquel gran humo no pareció más aquella gran serpiente ni supieron de Esplandián ni de los otros noveles caballeros, de que fueron todos muy espantados.
Cuando aquellos señores así se vieron unos a otros y parecíales que lo pasado fuera como en sueños, mas Amadís halló en su mano diestra un escrito que decía así:
—Vosotros, reyes y caballeros que aquí estáis, tornad a vuestras tierras, dad holganza a vuestros espíritus, descansen vuestros ánimos, dejad el prez de las armas, la fama de las honras a los que comienzan a subir en la muy alta rueda de la movible fortuna, contentaos con lo que de ella hasta aquí alcanzasteis, pues que más con vosotros que con otros algunos de vuestro tiempo le plugo tener queda y firme la su peligrosa rueda, y tú, Amadís de Gaula, que desde el día que el rey Perión, tu padre, por ruego de tu señora Oriana, te hizo caballero, venciste muchos caballeros y fuertes y bravos gigantes, pasando con gran peligro de tu persona todos los tiempos hasta el día de hoy, haciendo tremer las brutas y espantables animalias habiendo gran pavor de la braveza del tu fuerte corazón, de aquí adelante da reposo a tus afanados miembros, que aquélla tu favorable fortuna, volviendo la rueda a éste, dejando a todos los otros debajo, otorga ser puesto en la cumbre. Comienza ya a sentir los jaropes amargos que los reinados y señoríos atraen, que presto los alcanzarás, que así como con tu sola persona y armas y caballo, haciendo vida de un pobre caballero, a muchos socorriste y muchos menester te hubieron, así ahora, con los grandes estados que falsos descansos prometen, te convendrá ser de muchos socorrido, amparado y defendido, y tú, que hasta aquí solamente te ocupabas en ganar prez de tu sola persona creyendo con aquello ser pagada la deuda a que obligado eras, ahora te convendrá repartir tus pensamientos y cuidados en tantas y diversas partes, que por muchas veces querrías ser tornado en la vida primera y que solamente te quedase el tu enano a quien mandar pudieses: Toma ya vida nueva, con más cuidado de gobernar que de batallar, como hasta aquí hiciste, deja las armas para aquél a quien las grandes victorias son otorgadas de aquel alto Juez que superior para ser, su sentencia revocada no tiene, que los tus grandes hechos de armas por el mundo tan sonados muertos ante los suyos quedarán, así que por muchos que más no saben será dicho que el hijo al padre mató, mas yo digo que no de aquella muerte natural a que todos obligados somos, salvo de aquélla que pasando sobre los otros mayores peligros, mayores angustias, ganando tanta gloria que las de los pasados se olvide, y si alguna parte les deja, no gloria ni fama se puede decir más la sombra de ella.
Acabado de leer aquel escrito hablaron mucho entre sí qué debían o podían hacer. Así que los consejos eran muy diversos, aunque a un efecto se reduciesen, mas Amadís les dijo:
—Buenos señores, comoquiera que a los encantadores y sabios de estas tales artes sea defendido de les dar ninguna fe, las cosas de esta dueña pasadas y vistas por nosotros en experiencia, nos deben poner en verdadera esperanza de las venideras, no por tanto que sobre todo no quede el poder a aquel Señor que lo sabe y puede todo, del cual puede ser permitido que antes por esta Urganda sea reparado y manifiesto lo que tan apenas por otras vías podríamos saber, así como hasta aquí se ha mostrado en otras muchas cosas, y por esto, buenos señores, yo tendría por bueno que así como ella lo aconseja y manda así por nosotros se cumpla, tornándoos a vuestros señoríos, que nuevamente habéis ganado, y mi hermano el rey don Galaor y don Galvanes, mi tío, tomando consigo a Brandoibás, se vayan a la reina Brisena, porque de ellos sepa con qué voluntad queríamos poner en efecto sus mandamientos y la causa porque cesó de se hacer, y de ella sabrán lo que más le placerá que sigamos, y yo quedaré aquí, con mi primo Agrajes, hasta tanto que algunas nuevas nos vengan, y si nuestra ayuda y acorro para ellos fuere menester mucho más apartados que juntos lo sabremos, y a donde vinieren, aquéllos tengan cargo haciéndolo saber a los otros de acudir.
A todos aquellos señores y caballeros pareció ser buen acuerdo este que Amadís les dijo; y así lo pusieron por obra, que el rey don Bruneo y don Cuadragante, señor de Sansueña, se tornaron a sus señoríos, llevando consigo aquéllas sus muy hermosas mujeres, Melicia y Grasinda, y el rey don Galaor y don Galvanes, con Brandoibás, se fueron a Londres, donde la reina Brisena estaba, y Amadís, y Agrajes, y Grasandor se quedaron en la Ínsula Firme, y con ellos aquel fuerte gigante Balán, señor de la Ínsula de la Torre Bermeja, con voluntad de no se partir de Amadís hasta tanto que del rey Lisuarte nuevas algunas se supiesen, y si fuesen tales que socorro de gente menester fuese de pasar por aquella ventura y trabajo que dar le quisiesen.
A Dios sean dadas gracias.
Acábanse aquí los Cuatro Libros del esforzado
y muy virtuoso caballero Amadís de Gaula,
Hijo del Rey Perión y de la Reina Elisena,
en los cuales se hallan muy por extenso
las grandes venturas y terribles batallas
que en sus tiempos por él se acabaron y vencieron,
y por otros muchos caballeros,
así de su linaje
como amigos suyos.