Amadís de Gaula (163 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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—Dejad el caballero, malos y aleves—, e hirió a uno de ellos de la lanza de tan gran encuentro en el escudo, que sin detenimiento alguno lo lanzó por encima de las ancas del caballo y dio en el campo, que era duro, tan gran caída que el brazo diestro, sobre que cayó fue quebrado, y tan desacordado fue que no se pudo levantar. El otro caballero fue por dar una lanzada a sobremano a Landín, o lo atropellar con el caballo, mas no pudo, que él se desvió con tanta ligereza y buen tiento que el otro no le pudo coger, y tan recio pasó con el caballo que Landín no le pudo herir, maguer que él cuidó cortarle las piernas del caballo. Grasandor le dijo:

—Quedad con ése que está a pie y dejad a mí a este de caballo.

Cuando Landín esto vio mucho fue alegre, y no pudo entender quién sería el caballero que a tal sazón le había socorrido, y tornó luego para el caballero con quienes antes se combatía, y diole con su espada muy grandes y pesados golpes, y aunque el caballero pugnó cuanto más pudo de se defender no le prestó nada que Landín le traía a toda su voluntad. Grasandor se hería con el de caballo, dándose grandes golpes de las espadas que Grasandor le había cortado la lanza y le había herido en la mano, y así estaban todos cuatro haciendo todo el mayor mal que ellos podían. Mas a poco rato, Landín derribó el suyo ante sus pies y cuando esto vio el otro, que aún a caballo estaba, comenzó a huir contra el castillo cuanto más podía, y Grasandor tras él, que no lo dejaba, y como iba desatentado erro el tino de la puente levadiza y cayó con el caballo en la cava, que muy honda era y llena de agua, así que con el peso de las armas a poco rato fue ahogado, que los del castillo no lo pudieron socorrer, porque Grasandor se puso al cabo de la puente, y Landín, que llegó luego encima de otro caballo de los que en el campo habían quedado, y como vieron el pleito parado y que no había qué hacer tornáronse entrambos a donde habían dejado los caballeros por ver si eran muertos, y Landín dijo:

—Señor caballero, ¿quién sois que a tal sazón me socorristeis habiéndolo tanto menester?

Grasandor le dijo:

—Mi señor, yo soy Grasandor, vuestro amigo, que doy muchas gracias a Dios que os hallé en tiempo que menester me hubieseis.

Cuando Landín esto oyó fue mucho maravillado qué ventura lo pudo traer a aquella tierra, que bien sabía como quedara en la Ínsula Firme con Amadís al tiempo que de allí la flota se partió para ir a Sansueña y al reino del rey Arábigo, y díjole:

—Buen señor, ¿quién os trajo en esta tierra tan desviada de donde con Amadís quedasteis?

Grasandor le contó todo lo que habéis oído, por donde le convenía salir a buscar a Amadís, y preguntóle si sabía algo de él. Landín le dijo:

—Sabed, señor Grasandor, que Eliseo, mi cohermano, y yo vinimos de donde queda don Cuadragante, mi tío, y don Bruneo de Bonamar con aquellos caballeros que de la Ínsula Firme visteis partir, con mandado de mi tío para el rey Cildadán a le demandar alguna gente, que allá hubimos una batalla con un sobrino del rey Arábigo, que se apoderó de la tierra cuando supo que el rey, su tío, era vencido y preso. Y comoquiera que nosotros fuimos vencedores e hicimos gran estrago en los enemigos, recibimos mucho daño, que perdimos mucha gente, y por esta causa vinimos para llevar más, y hará tres días que aportamos a la Ínsula del Infante, y así supimos cómo un caballero de una dueña traía y un hombre solo venían en un batel y que dijeron que iban a la Ínsula de la Torre Bermeja a se combatir con Balán el Gigante, y no me supieron decir por qué causa, sino tanto que el gobernador de aquella ínsula fue con el caballero a ver la batalla, porque, según se dice, aquel jayán es el más valiente que hay en todas las ínsulas, y según vos decís que Amadís se partió por la mar con la dueña, creer que no es otro sino éste, que a él convenía tal empresa.

—Mucho me habéis hecho alegre —dijo Grasandor— con estas nuevas, mas no me puedo partir de ser muy triste por no me hallar con él en tal afrenta como aquélla.

—No os pese —dijo Landín—, que aquél no lo hizo Dios sino para le dar por sí solo la honra y gran fama que todos los del mundo juntos no podrían alcanzar.

—Ahora me decid —dijo Grasandor— cómo os avino que yo hallé en un monasterio acá ayuso, en un hondo valle a vuestro cohermano Eliseo mal llagado, del cual no pude saber qué cosa fuese, sino tan solamente que me dijo cómo os veníais a combatir con este caballero, y los monjes de aquel monasterio me dijeron la mala orden que él y sus hermanos tenían para vencer y deshonrar a los caballeros que con ellos se combatían, y no supe otra cosa por no me detener.

Landín le dijo:

—Sabed que nosotros salimos ayer de la mar por nos ir por tierra a donde el rey Cildadán está, que estábamos muy enojados de andar sobre agua, y llegando cerca de aquel monasterio que visteis, encontramos con una doncella que venía llorando y demandándonos ayuda. Yo le pregunté la causa de su llanto, y que si era cosa que justamente la pudiese remediar que lo haría. Ella me dijo que un caballero tenía preso a su esposo contra razón, por le tomar una heredad muy buena que tenía en su tierra, y lo tenía en una torre en cadenas, que era a la diestra parte del monasterio bien dos leguas, y yo tomé fianza de la doncella si me decía verdad, la cual me la hizo luego, y dije a mi cohermano Eliseo que se quedase en aquel monasterio, porque venía más enojado de la mar, en tanto que yo iba con la doncella, y que si Dios me enderezase con bien que luego me tomaría para él. Mas él porfió tanto conmigo que no pude excusar de no le llevar en mi compañía, y yendo por aquel valle entre aquellas matas espesas, y la doncella que nos guiaba con nosotros, vimos ir un caballero que ya lo llano encumbraba en un caballo. Entonces Eliseo me dijo:

—Cohermano, id vos con la doncella y yo iré a saber de aquel caballero.

Así se partió de mí y yo fui con la doncella y llegué a la torre donde su esposo estaba preso y llamé al caballero que lo tenía, el cual salió desarmado a hablar conmigo, y como el rostro me vio conocióme luego y preguntóme qué demandaba; yo le dije todo lo que la doncella me había dicho, y le rogaba que hiciese luego soltar a su esposo y no le hiciese mal de allí adelante contra derecho, y él lo hizo luego por amor de mí, porque en ninguna manera se quería combatir conmigo, y me prometió de lo hacer como yo lo pedía, y maltrajéle mucho que para hombre de tan buena suerte no convenía hacer semejantes cosas, y pude lo hacer, porque este caballero era mi amigo, y anduvimos cuando noveles caballeros algún tiempo en uno buscando las aventuras.

—Pues esto despachado volvíme al monasterio como quedo y hallé a Eliseo mal herido, y preguntéle qué fuera de él, y él me dijo que yendo tras aquel caballero, cuando de mí se partió, dándole voces que tomase, que a cabo de una pieza tornara a él, y que hubieran una brava batalla, y que a su padecer le tenía mucha ventaja y casi vencido, y que salieron otros dos caballeros de la floresta y le encontraron tan fuertemente que le derribaron a él y al caballo y le hirieron muy mal, que si Dios no trajera a la sazón por allí dos monjes de aquel monasterio, que mucho les rogaron por su vida, que todavía lo acabaran de matar, y por amor de ellos lo dejaran, y aquellos monjes lo llevaron.

—Todo eso sé yo de lo de vuestro cohermano, que los monjes me lo dijeron —dijo Grasandor—, mas de lo vuestro no supe otra cosa sino como os partisteis del monasterio para os combatir con estos malos y desleales caballeros; mas, ¿qué acordáis que hagamos con ellos si muertos no fueren?

Landín le dijo:

—Sepamos en qué disposición están, y así tomaremos el acuerdo.

Entonces llegaron donde Galifón, el señor del castillo, estaba tendido en el suelo, que nunca tuvo poder de se levantar; pero ya con algo más de aliento y más acuerdo que de antes, y asimismo hallaron a su hermano, que no era muerto, pero que estaban muy maltratados, y Landín llamó a dos escuderos, uno suyo y otro de su cohermano, que con ellos venían, e hízoles descender de sus palafrenes y pusieron aquellos dos caballeros en las sillas, atravesados, y los escuderos en las ancas, y fuéronse contra el monasterio con pensamiento si Eliseo fuese muerto o herido de peligro de los hacer matar y si estuviese mejorado en salud que tomarían otro consejo.

Así como oís, llegaron al monasterio y hallaron a Eliseo sin peligro ninguno, que un monje de aquéllos, que sabía de aquel menester, le había curado y remediado mucho.

A esta sazón aquel Galifón, señor del castillo, estaba en todo su acuerdo y como vio a Landín desarmado conociólo, que así éste como sus hermanos todos eran del rey Cildadán. Mas cuando vieron que se iba a ayudar al rey Lisuarte a la guerra que con Amadís tenía, estos tres hermanos quedaron en la tierra, que no los pudo llevar consigo, y en tanto que él se detuvo en aquella cuestión hicieron ellos mucho daño en aquella comarca, teniendo al rey Cildadán en poco en le ver so el señorío del rey Lisuarte, que cuando la fortuna se muda de buena en mala, no solamente es contraria y adversa en la causa principal, mas en otras muchas cosas que de aquella caída redunda, que se pueden comparar a las circunstancias del pecado mortal, y díjoles:

—Señor Landín, ¿podría yo alcanzar de vos alguna cortesía?, y si pensáis que mis malas obras no lo merecen, merézcanlo las vuestras buenas, y no miréis mis yerros, mas a lo que vos, según quien sois y del linaje donde venís, debéis hacer.

Landín le dijo:

—Galifón, no se esperaba de vos tan malas hazañas, que caballero que se crió en casa de tan buen rey y en compañía de tantos buenos mucho estaba obligado a seguir toda virtud, y soy maravillado de así ver estragada vuestra crianza, siguiendo vida tan mala y tan desleal.

—La codicia de señorear —dijo Galifón— me desvió de lo que la virtud me obligaba, así como lo ha hecho a otros muchos que más que yo valían y sabían, pero en vuestra mano y voluntad está todo el remedio.

—¿Qué queréis que haga? —dijo Landín.

—Que me ganéis perdón del rey mi señor —dijo él—, y yo pondré en la su merced de vuestra parte cuando pueda cabalgar.

—Será así como lo decís —dijo Landín—, que de aquí adelante tomaréis el estilo que conviene a la orden de caballería.

—Así será —dijo Galifón—, sin duda ninguna.

—Pues yo os dejo libre —dijo Landín— y a vuestro hermano, tanto que seáis de hoy en veinte días delante del rey Cildadán mi señor, y en este comedio yo os ganaré perdón.

Califón se lo agradeció mucho, y así como él lo mandaba se lo prometió.

Pues hecho esto quedaron allí aquella noche todos juntos, y otro día de mañana Grasandor oyó misa y despidióse de Landín y de su cohermano para se tornar a su barca, donde la había dejado en la playa del mar y con mucho placer en su corazón por las nuevas que Landín le dijera, que por cierto tenía ser Amadís el caballero que aportó a la Ínsula del Infante con la dueña e iba para se combatir con el gigante Balán. Así se tornó por el mismo camino por donde viniera y llegó a la barca antes que anocheciese, donde halla a sus escuderos, con que mucho le plugo, y a ellos con él. Grasandor preguntó al marinero si sabría guiar a la ínsula que se llamaba del Infante. Él dijo que sí, que después que allí llegaron había atinado bien dónde estaban, lo cual luego que allí llegaron no sabían y que él los guiaría a aquella ínsula.

—Pues vamos allá —dijo Gransador. Así movieron de la playa y anduvieron toda aquella noche, y otro día a horas de vísperas llegaron a la ínsula y Grasandor salió en tierra y subió suso a la villa, donde le dijeron todo lo que le había acaecido a Amadís con el gigante, que lo supieron del gobernador que allí era llegado, y Grasandor habló con él por más ser certificado, el cual le contó todo cuanto viera de Amadís, así como la historia lo ha contado. Grasandor le dijo:

—Buen señor, tales nuevas me habéis dicho con que he habido gran placer, y esto no lo digo por que tenga en mucho haber salido Amadís tanto en su honra de esta aventura que, según las grandes cosas y peligrosas que por él han pasado, a los que las sabemos no nos podemos maravillar de otras ningunas por grandes que sean, mas por le haber hallado que ciertamente yo no pudiera recibir descanso ni holganza en ninguna parte en tanto que de él no supiera nuevas.

El caballero le dijo:

—Bien creo que, según las grandes cosas suenan de este caballero por todas las partes del mundo, que muchas de ellas habrán visto aquéllos que alguna sazón en su compañía han andado; pero yo os digo que si esta porque pasó todos la pudieran ver como yo la vi, que bien la contarían entre las más peligrosas.

Entonces se dejaron de hablar más en aquello, y Grasandor le dijo:

—Ruégoos, caballero, por cortesía, que me deis alguno vuestro que me guíe a la ínsula donde Amadís está.

—De grado lo haré —dijo él—, y si alguna provisión habéis menester para la mar, luego se os dará.

—Mucho os lo agradezco —dijo Grasandor—, que yo traigo todo lo que me cumple.

El caballero de la ínsula dijo:

—Ved aquí uno que os guiará, que ayer vino de allá.

Grasandor se lo agradeció y se metió en su fusta con aquel hombre que le guiaba y fue por la mar adelante, y tanto anduvieron que llegaron sin contraste alguno al puerto de la Ínsula de la Torre Bermeja, donde Amadís estaba. Y luego fue tomado por los hombres del jayán y le preguntaron qué demandaba. Él les dijo que venía a buscar un caballero que se llamaba Amadís de Gaula, que le dijeron que estaba en aquella ínsula.

—Verdad decís —dijeron ellos—. Subid con nos al castillo, que allí lo hallaréis.

Entonces salió de la barca armado como estaba y subió suso al castillo con aquellos hombres, y cuando a la puerta fue dijeron a Amadís cómo estaba allí un caballero que le demandaba. Amadís pensó luego que seria alguno de sus amigos y salió a la puerta. Y cuando vio que era Grasandor fue el más alegre del mundo, y abrazólo con mucha alegría, y Grasandor asimismo a él, como si mucho tiempo pasara que no se hubieran visto. Amadís le preguntó por su señora Oriana qué tal quedaba y si recibieron mucho enojo por su venida. Grasandor le dijo:

—Mi buen señor, ella y todas las otras quedaban muy buenas, y de Oriana os digo que recibió grande afrenta y mucha turbación cuando por mí lo supo, mas como su discreción sea tan sobrada, bien cuidó que no sin gran causa hicisteis este camino, y no tengáis creído que ningún enojo ni saña le queda sino en pensar tan solamente que os no podrá ver tan cedo como lo desea, y comoquiera que yo vengo a os llamar, placer habré que por mí os detengáis aquí cuatro o cinco días, porque vengo enojado de la mar.

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