Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Amadís se lo agradeció y le dijo:
—Por amigo te tengo yo, pues lo eres de Gandalac, y como amigo te ruego que de aquí adelante no mantengas esta mala costumbre en esta ínsula, que si no te conformas con el servicio de Dios, siguiendo sus santas doctrinas, todas las otras cosas, aunque alguna esperanza de honra y provecho te acarrea, en la fin no te podrán quitar de caer en grandes desventuras, y por esto lo verás que Él quiso guiarme aquí, lo que yo no pensaba y darme esfuerzo para te sobrepujar y vencer, que según tu grandeza de tu cuerpo y demasiado esfuerzo de corazón y valentía, no bastaba yo sin la su merced para te hacer ningún daño. Mas ahora dejemos esto, que yo pienso que lo harás como yo lo pido; perdona a tu hijo, así por su tierna edad que fue causa de su yerro, como por amor de su madre que como hermana la tengo, y hazle venir aquí a la doncella y luego sean casados.
—Pues que yo estoy determinado —dijo el gigante— de ser tu amigo, todo lo que por bien tuvieres haré.
Entonces mandó allí venir al caballero de la dueña y a su hija y a toda su compaña, que Darioleta con ellos estaba con tan gran placer de lo ver así aventajado como si del mundo la hiciera señora, y delante de ellos y de la madre y abuela del mozo los desposaron, y Amadís les mandó que luego hiciesen sus bodas. Ahora os quiere mostrar la historia la razón de este casamiento. Lo primero por haceros saber cómo Amadís acabó aquella tan grande ventura a su honra y a la satisfacción de aquella dueña que allí lo trajo, venciendo aquel fuerte Balán, atreviéndose, aunque su enemigo era por el padre que le matara, a se meter en su ínsula, donde pasó tan gran peligro como oído habéis. Lo otro porque sepáis que de este Bravor, hijo de Balán y de aquella hija de Darioleta, nació un hijo, que hubo nombre Galeote, que éste tomó de la madre, y no fue tan grande ni tan desmejado de talle como lo eran los gigantes. Este Galeote fue señor de aquella ínsula, después de la vida de Bravor, su padre, y casó con una hija de don Galvanes y de la hermosa Madasima, su mujer, y de éstos nació otro hijo, que hubo nombre Balán, como su bisabuelo, así que vinieron sucediendo unos en pos de otros, señoreando siempre aquella ínsula tantos tiempos, hasta que de ellos descendió aquel valiente y esforzado don Segurades, primo cohermano del caballero anciano que a la corte del rey Artús vino habiendo ciento veinte años, y los cuarenta postrimeros, que había por su gran edad dejado las armas y sin lanza derribó a todos los caballeros de gran nombradía que a la sazón en la corte se hallaron. Pues ese Segurades fue, en tiempo del rey Uter Padragón, padre del rey Artús y señor de la Grande Bretaña, y éste dejó un hijo y señor de aquella ínsula a Bravor el Brun, que por ser demasiado bravo le pusieron aquel nombre, que en el lenguaje de entonces por bravo decían
brun.
A este Bravor mató Tristán de Leonís en batalla en la misma ínsula, donde la fortuna de la mar echó a él y a Iseo la Brunda, hija del rey Languines de Irlanda, y a toda su compaña, trayéndola para ser mujer del rey Mares de Cornualla, su tío, y de este Bravor el Brun quedó aquel gran príncipe muy esforzado Galeote el Brun, señor de las Luengas Ínsulas, gran amigo de don Lanzarote del Lago. Así que por aquí podréis saber si habéis leído o leyereis el libro de don Tristán y de Lanzarote, donde se hace mención de estos Brunes, de dónde vino el fundamento de su linaje, y porque sucedieron de aquel jayán hijo de Balán siempre los llamaron gigantes, aunque en sus cuerpos no se conformasen con la grandeza de ellos por la parte de la mujer, así como os lo hemos contado, y también porque todos los de aquel linaje fueron muy fuertes y valientes en armas y con mucha parte de la soberbia y follonía donde descendían.
Mas ahora dejaremos a Amadís en aquella ínsula, donde reposó algunos días por se hacer curar las llagas que Balán le había hecho en la batalla y porque el gigante y su mujer mucho se lo rogaron, donde fue muy bien servido, y contaros ha la historia lo que Grasandor hizo, después que por el montero le fue dicho el mandado de Amadís y supo cómo se iba con la dueña en el batel por la mar.
Ya la historia os ha contado cómo el tiempo que Amadís se partió de la ribera de la mar con la dueña en el batel y se armó de las armas del caballero muerto, que mandó a un hombre de los suyos que dijese a Grasandor cómo él se iba y que hiciese enterrar a aquel caballero y le ganase perdón de su señora Oriana. Pues este hombre se fue luego a la parte donde andaba cazando Grasandor, que de la ida de Amadís nada sabía, antes pensaba que, como todos los otros, estaba con su perro en la armada donde le habían puesto, y díjole el mandado de Amadís. Y cuando Grasandor le oyó maravillóse mucho que causa tan grande hizo a Amadís partirse de él y mucho más de su señora Oriana sin que primero los viese, y dejó luego la caza y mandó al montero que le guiase donde el caballero muerto estaba, y allí viole yacer en el suelo, mas por la mar no vio cosa alguna, que ya el barco en que Amadís iba traspuesto era, y luego hizo cargar el caballero en un palafrén, y recogida toda su compaña se tornó a la Ínsula Firme, pensando mucho en lo que haría, y llegado al pie de la peña mandó a aquellos hombres que con él venían que enterrasen a aquel caballero en el monasterio que allí estaba, que Amadís mandara hacer al tiempo que de la Peña Pobre salió, en reverencia de la Virgen María, como el segundo de esta historia lo cuenta, y él se fue donde Oriana y Mabilia, su mujer, y aquellas señoras estaban, y como solo le vieran preguntáronle dónde quedaba Amadís; él les contó todo lo que le aviniera y de él sabía que nada faltó, pero con alegre semblante por no la poner en algún sobresalto. Cuando Oriana lo oyó estuvo una pieza que no pudo hablar, con gran turbación que hubo, y cuando en sí tornó dijo:
—Bien creo que pues Amadís se fue sin vos y sin que yo lo supiese que no sería gran causa.
Grasandor le dijo:
—Mi señora, yo así lo creo; pero demándoos perdón por él, que así me envió decir que lo hiciese, con el montero que lo vio ir.
—Mi buen señor —dijo Oriana—, mas es menester de rogar a Dios que le guarde por la su merced que me de rogar a mí que le perdone, que bien sé que nunca me hizo yerro en ningún tiempo que fuese, no de aquí adelante lo hará, que tal fianza tengo yo en el grande y verdadero amor que me tiene. Mas, ¿qué os parece que se debe hacer?
Grasandor le dijo:
—Paréceme, señora, que será bien de lo ir yo a buscar, y si le hallar puedo, pasar aquel bien o mal que él pasare, que yo no holgaré día ni noche hasta que lo halle.
Todas aquellas señoras se otorgaron en esto que Grasandor partiese luego, mas Mabilia toda aquella noche nunca cesó de llorar con él, pensando que de aquel viaje no se le podrían excusar grandes peligros y afrentas; pero en la fin, queriendo más la honra de su marido que satisfacer su deseo, tuvo por bien que así lo hiciese.
Pues venida la mañana, Grasandor se levantó y oyó misa, y despidiéndose de Oriana y de Mabilia y las otras dueñas entró en una barca, y llevando consigo sus armas y caballo y dos escuderos con la provisión necesaria y un marinero que lo guiase se metió a la mar, por aquella misma vía que Amadís había ido. Grasandor anduvo por la mar adelante sin saber a cuál parte pudiese ir, sino donde la ventura lo llevase, que otra certidumbre ninguna no tenía, sino tan solamente saber que aquella vía Amadís había llevado. Pues yendo, como oís, todo aquel día y la noche y otro día, navegaron sin hallar persona alguna que nuevas le pudiese decir, y su desdicha que lo hizo que a la segunda noche pasó bien cerca de la Ínsula del Infante y con la gran oscuridad no la vieron, que así allí aportara no pudiera errar de no hallar a Amadís, porque supiera cómo allí aportara y cómo el caballero gobernador de aquella ínsula fuera en su compañía y luego le guiaran a la Ínsula de la Torre Bermeja pero de otra manera le avino, que aquella noche no pasó mucho adelante, y anduvo otro día y a la noche se halló en la ribera de la mar en una playa, y allí mandó Grasandor parar el navío hasta la mañana, por saber qué tierra era aquélla. Así estuvieron hasta que el día vino, que pudieron divisar la tierra y parecióles que debía ser tierra firme y muy hermosa de grandes arboledas. Grasandor mandó sacar su caballo y armóse y dijo al marinero que no se partiese de aquel lugar hasta que él tornase a su mandado, porque él quería ver dónde había arribado y procurar de saber alguna nueva de aquél que demandaba. Entonces cabalgó en su caballo y sus escuderos a pie, que no traían palafrenes porque la barca más liviana anduviese.
Así anduvo muy gran parte del día que no halló persona ninguna, y maravillóse mucho que le pareció aquella tierra: despoblada y descabalgó en una falda de la floresta por donde iba, cabe una fuente que halló, y los escuderos le dieron de comer y a su caballo, y desde que hubieron comido dijéronle:
—Señor, tornaos a la barca que esta tierra yerma debe ser.
Grasandor le dijo:
—Quedad aquí vosotros, que no podréis tener conmigo, y lo andaré hasta que sepa algunas nuevas, y si no las hallo, luego me tornaré a vosotros, y si viereis que tardo, tornaos a la barca, que si puedo allí seré yo.
Los escuderos, que ya de cansados no podían andar, lo encomendaron a Dios, y dijéronle que así lo harían, como él lo mandaba.
Pues Grasandor se fue por aquella floresta, y a cabo de una pieza halló un valle hondo y muy espeso de árboles y al cabo de él vio un monasterio pequeño metido en lo más espeso de él, y fue luego allá, y llegando a la puerta hallóla abierta, y descabalgó de su caballo y arrendólo a las aldabas y entró dentro y fuese derechamente a la iglesia e hizo su oración lo mejor que él supo, rogando a Dios que lo guiase en aquel viaje, como las cosas de Él fuesen a su honra y le enderezase donde pudiese hallar a Amadís.
Así estando de rodillas vio venir a la iglesia un monje de los blancos, y llamóle y díjole:
—Padre, ¿qué tierra es ésta y de qué señorío es?
El monje le dijo:
—Ésta es del señorío de Irlanda, mas no está ahora mucho a su mandar del rey, porque aquí cerca está un caballero que se llama Alifón, y con dos hermanos, caballeros muy fuertes, así como él, y un castillo de gran fortaleza en que se acoge, ha sojuzgado toda esta montaña de muy buena tierra y lugares asaz y ricos, y hace mucho mal a los caballeros andantes que por aquí pasan, que ellos andan todos tres de consuno y cuando hallan algún caballero escóndense los dos y el uno solo lo acomete, y si el caballero del castillo vence estanse quedos, y si le va mal en la batalla salen los dos y ligeramente vencen o matan al uno que es solo. Y ayer acaeció que viniendo dos monjes de esta casa de pedir limosnas por estos lugares, vieron cómo todos tres hermanos vencieron un caballero y lo llagaron muy mal, y aquellos dos padres se lo pidieron, rogándoles que, por amor de Dios no lo matasen y se lo diesen, pues que en él ya defensa ninguna no había, y tanto les ahincaron que lo hubieron de hacer, y trajéronle en un asno y aquí lo tenemos, y luego a poco rato llegó otro su compañero, y como esto supo, partió de aquí poco antes que vos llegaseis con intención de morir o vengar a éste que está herido, y ciertamente él va a gran peligro de su persona.
Cuando esto oyó Grasandor, dijo al monje que le mostrase el caballero herido, y él así lo hizo, que le metió a una celda, donde estaba en un lecho, y como le vio conociólo, que era Eliseo, hermano de Landín, el. sobrino de don Cuadragante, y asimismo el caballero conoció a él, que muchas veces se vieran y hablaran en la guerra de entre el
rey Lisuarte y Amadís, y cuando Eliseo lo vio, díjole:
—¡Oh, mi buen señor Grasandor, ruégoos por mesura que socorráis a Landín, mi cohermano, que va a gran peligro, y después os diré mi ventura cómo me avino, que si os detuviese en lo contar no le prestaría nada vuestra ayuda.
Grasandor dijo:
—¿Dónde lo hallaré?
—En pasando este valle —dijo Eliseo— veréis un gran llano y en él un fuerte castillo, y allí lo hallaréis, que va a demandar a un caballero que es señor de él, de quien yo este mal recibí.
Grasandor vio luego que era verdad lo que el monje le dijera, y encomendándolo a Dios y cabalgó en su caballo y fue lo más presto que pudo, en aquel derecho que el monje le mostró, donde mejor podría ver el castillo, y como hubo el valle pasado violo luego en un otero más alto que la otra tierra de alrededor, y yendo contra él, llegando al cabo de un monte por do iba, vio a Landín, que estaba delante de la puerta del castillo dando voces, pero no entendía él lo que decía, que estaba algún tanto alejado, y detuvo el caballo entre las matas espesas, que no quiso parecer hasta que viese si Landín había menester socorro. Pues así estando, a poco rato vio salir por la puerta del castillo a la parte donde Landín estaba un caballero asaz grande y bien armado, y habló un poco con Landín y luego se apartaron uno de otro una pieza y fuéronse herir al más correr de sus caballos y diéronse tan grandes encuentros con las lanzas y con los caballos uno con otro, que ambos les convino caer en tierra grandes caídas, mas el caballero del castillo dio muy mayor caída, así que fue desacordado, pero levantóse lo más presto que pudo y metió mano a su espada para se defender. Landín se levantó como aquél, que muy ligero era y valiente, y vio cómo su enemigo estaba guisado de lo recibir y metió mano a su espada y puso el escudo ante sí y fuese para él, y el otro asimismo movió contra él, y diéronse muy grandes golpes de las espadas por cima de los yelmos, así que el fuego salía de ellos, y rajaban sus escudos y desmayaban las lorigas por muchas partes, de guisa que las espadas llegaban a su carnes, y así anduvieron una gran pieza haciéndose todo el mal que podían; más a poco rato Landín comenzó a mejorar, de tal forma que traía al caballero del castillo a su voluntad y que ya no entendía salvo en se guardar de los golpes, sin él poder dar ninguno, y cuando así se vio comenzó a llamar con la espada a los del castillo que lo socorriesen, que mucho tardaban. Entonces salieron dos caballeros a más correr de sus caballos, con las lanzas en las manos y diciendo:
—¡Traidor, malo; no lo mates!
Cuando Landín así los vio venir, púsose para los esperar, como buen caballero, sin ninguna alteración de su voluntad, porque ya se tenía él por dicho que yéndole mal al primero que había de ser socorrido de los dos, y díjoles:
—Vosotros sois los malos y traidores, que a mala verdad matáis a traición los buenos y leales caballeros.
Grasandor, que todo lo miraba, cuando así los vio venir, puso las espuelas a su caballo lo más recio que pudo y fue contra ellos, diciendo: