Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Entonces dio los anillos a Amadís y a Oriana, que eran los más ricos y más extraños que nunca fueron vistos. Amadís le dijo:
—Mi señora, ¿qué puedo yo hacer que vuestra voluntad sea en pago, tantas de honras y mercedes que de vos recibo?
—No, nada —dijo ella—, que todo cuanto he hecho e hiciere de aquí adelante me lo pagasteis al tiempo que mi saber aprovechar no me podía, y me restituisteis aquel muy hermoso caballero, que es la cosa del mundo que yo más amo, aunque él lo hace a mí al contrario, cuando por fuerza de armas vencisteis los cuatro caballeros en el castillo de la calzada donde me lo tenían, y después al señor del castillo, en la sazón que hicisteis caballero a don Galaor, vuestro hermano, y así como aquél gran beneficio está mi vida, que sin él sostener no se pudiera, fue reparada, así será puesta todos los días que el Señor muy poderoso en este mundo la dejare por las cosas de vuestro acrecentamiento.
Entonces mandó que le trajesen su palafrén, y todos aquellos señores la pusieron en la ribera de la mar, donde sus enanos y batel halló. Pues despedida de todos entró en él y viéronla cómo a la serpiente se tornó, y luego el humo fue tan negro que por más de cuatro días nunca pudieron ver ninguna cosa de lo que en él estaba; mas en cabo de ellos se quitó y vieron la serpiente como antes; de Urganda no supieron qué se hizo.
Esto así hecho, tomáronse aquellos señores a la ínsula a sus juegos y grandes alegrías que en aquellas bodas se hicieron. Finalmente, todas las cosas despachadas, el emperador demandó licencia a Amadís, porque si le pluguiere quería con su mujer tomarse a su tierra a reformar aquel gran señorío, que después de Dios él le había dado, y que se fuese con él don Florestán, rey de Cerdeña, y que luego le entregaría todo el señorío de Calabria como lo él mandó, y de lo otro partiría con él como con hermano verdadero. Lo cual así se hizo, que después que este Arquisil, emperador de Roma, llegó a su imperio, de todos con mucho amor fue recibido, y siempre tuvo en su compaña aquel esforzado y valiente caballero don Florestán, rey de Cerdeña y principe de Calabria, por el cual así él como todo el imperio fue acrecentado y honrado, así como adelante os contaremos. Despedido este emperador de Amadís, ofreciéndole su persona y señorío a su querer y mandado, llevando consigo a su mujer, que más que a si mismo amaba, y aquel muy noble y esforzado caballero don Florestán, que en igual de hermano le tenía, y a la muy hermosa reina Sardamira, y haciendo llevar el cuerpo del emperador Patín y de aquel muy esforzado caballero Floyán, que en el monasterio de Luvaina estaban, que por mandado del rey Lisuarte allí habían puesto, y el del príncipe Salustanquidio, que al tiempo que Amadís y sus compañeros trajeron allí a la Ínsula Firme a Oriana lo mandó muy honradamente poner en una cajilla, para en su tierra les dar las sepulturas que a su grandeza convenía, y a todos los romanos que presos en la Ínsula Firme habían estado. Entrado en la gran flota que el emperador Patín en el puerto de Vindilisora había dejado que allí mandó venir, se volvió a su imperio.
Todos los otros reyes y señores aderezaron para se ir a sus tierras. Pero antes de su partida acordaron de dar orden cómo aquellos caballeros de Sansueña y del rey Arábigo y la Profunda Ínsula fuesen con tal recaudo que sin contraste alguno acabasen lo que les convenía. Amadís habló con el rey Lisuarte, diciéndole que creía según el tiempo había estado fuera de su tierra que recibía alguna congoja, que si así era le pedía por merced que por él más no se detuviese. El rey le dijo que antes allí había descansado con mucho placer, pero que ya era razón de se hacer como lo él decía, y que si para aquello que aquellos caballeros iban su ayuda fuese menester, que de grado se la daría, y Amadís se lo agradeció mucho, y le dijo que pues los señores estaban presos, que no sería menester más aparejo de la gente que con el rey Perión, su señor, allí quedaba, y que si caso fuese que lo suyo fuese necesario, que como de su señor, a quien todos habían de servir y para ello aquello se ganara lo tomaría.
El rey le dijo que pues así le parecía, que luego acordaba de se partir, pero antes hizo juntar aquellos señores y señoras en la gran sala, porque les quería hablar. Pues estando todos juntos, el rey Lisuarte dijo al rey Cildadán:
—La gran lealtad vuestra que en las cosas pasadas de muchos peligros y congojas me sacó, aquélla me atormenta y aflige por no saber alcanzar en qué satisfacer se pueda, y si la igualeza del galardón que su gran merecimiento merece se hubiese de dar, en balde sería buscarlo, pues que hallar no se podría, y viniendo a lo posible, que es en mi mano, digo que así como vuestra noble persona por lo que a mi servicio tocó fue puesta en más afrentas, así esta mía, con todo lo que debajo de su señorío está, será con voluntad entera presta a cumplir las cosas que a vuestra honra sean, dejándoos desde hoy en adelante el vasallaje que la contraria fortuna vuestra a mi señorío sometió para que aquello que hasta aquí con premia se hacía, de aquí adelante, si vuestro placer fuese sin ella, como entre buenos hermanos se haga.
El rey Cildadán le dijo:
—Si esto se debe agradecer o no, dejo que lo juzguen aquéllos que tuvieron por alguna premia causa de seguir más la voluntad ajena que la suya, por donde siempre congoja y suspiros le acompañaron, y podéis, mi señor, creer que la voluntad que hasta aquí con desamor por fuerza teníais, que de aquí adelante con amor y mucha más gente y más obediencia y acatamiento os servirá en las cosas que más agradables os fueren, y esto quede para el tiempo en que la experiencia lo pueda mostrar.
Todos aquellos grandes señores tuvieron a gran virtud lo que el rey Lisuarte hizo, y mucho se lo loaron; mas sobre todos fue don Cuadragante, que nunca en al pensaba, sino en cómo aquella lástima y desventura tan grande que sobre aquel reino estaba donde él natural era, y en otros tiempos muy honrado y señoreador sobre otros fuera, fuese quitado de aquella tan grande y deshonrada servidumbre. El rey Lisuarte le preguntó qué era su voluntad de hacer, porque él acordaba de se volver a su tierra. Él le respondió que si pluguiese quedaría allí para dar orden cómo su tío don Cuadragante fuese a ganar el señorío de Sansueña, y aun que si menester fuese que iría con él. El rey le dijo que decía bien, y que le placía que se hiciese, y si alguna de su gente hubiese menester que luego se la enviaría. Él se lo agradeció mucho y dijo que bien creía que bastaba la que de allí podían enviar, pues que Barsinán estaba preso.
Con esto se partió el rey Lisuarte y su compaña. Amadís y Oriana fueron con él, aunque él no quiso, cerca de una jornada, donde se volvieron a dar orden en aquello que habéis oído, lo cual se concertó en esta manera, que por cuanto el reino del rey Arábigo era comarcano al señorío de Sansueña, que don Cuadragante y don Bruneo fuesen juntos y luego al comienzo ganasen lo que estaba en mayor disposición y menos fuerte, y que lo otro sería más ligero de conquerir. Y don Galaor dijo que él se quería ir, y que Dragonís, su primo, se fuese con él, pues que ya a poco tiempo podría tomar armas, que él con todo lo más que de su reino haber pudiese quería ayudarle a ganar aquella Profunda Ínsula, y don Galvanes le dijo que también quería él hacer aquel mismo viaje, y que de la Ínsula de Mongaza sacaría para ello buena gente.
Con este acuerdo se partió don Galaor con aquella muy hermosa reina Briolanja, su mujer, y Dragonís con ellos, y don Galvanes y Madasima, a su tierra, por aderezar lo más presto que pudiesen para aquel camino.
Agrajes, aunque mucho fue rogado que quedase en la Ínsula Firme con Amadís, no lo quiso hacer, antes dijo que iría con don Bruneo con la gente del rey su padre, y que no se partiría de él hasta que en paz rey lo dejase, y así lo hizo.
Don Brián de Monjaste, con don Cuadragante y todos los otros caballeros que allí se hallaron, en especial el bueno y esforzado de Angriote de Estravaus, que nunca por cosas que Amadís le dijo, porque se fuese a reposar a su tierra, le pudo quitar de no ir con don Bruneo de Bonamar. Todos éstos con armas nuevas y corazones esforzados, llevando consigo la gente de España, y la de Escocia, y de Irlanda, y del marqués de Troque, padre de don Bruneo; y la de Gaula, y la del rey de Bohemia, y otras muchas compañas que allí de otras partes les vinieron, entraron en una gran flota, rogando todos mucho a Grasandor que con Amadís quedase para le hacer compaña, el cual contra su voluntad quedó, que más quisiera hacer aquel camino, pero no estuvo acá de balde, ni Amadís tampoco, que muchas veces salieron y acabaron grandes cosas en armas, quitando muchos desafueros y agravios que a sus dueñas y doncellas se hacían ya otras personas que por sus manos ni facultad no se podían valer, desde que fueron requeridos, así como la historia os lo contará adelante.
El rey Cildadán, como mucho amase a don Cuadragante, porfió de ir con él cuanto pudo, mas él no lo consintió en ninguna guisa, antes le rogó que por su amor luego se fuese a su reino por dar alegría y consolar a la reina su mujer y a todos los suyos con las buenas nuevas que llevaba, que bien podía decir que si haciendo enteramente su deber había su libertad perdido, que así cumpliendo con su honra a lo que obligado era por la promesa y jura que hizo la había ganado.
Gastiles, sobrino del emperador de Constantinopla, había enviado toda su gente con el marqués Saluder, y quedó él por ver el cabo de aquel negocio en qué paraba, porque al emperador su señor contarlo supiese por entero, y como esto vio que se hacía, habló con Amadís y díjole que mucho le pesaba por no tener aparejo de gente para ayudar aquéllos en tal jomada, pero que si él por bien lo tuviese, que él iría con su persona y con algunos de los que le habían quedado.
Amadís le dijo:
—Mi señor, bastar debe lo hecho, que por causa de vuestro tío y vuestra soy puesto en tanta honra como veis, y a Dios plega por la su merced que me llegue a tiempo que se lo sirva, y vos, mi señor, partíos luego y besadle las manos por mí, y decidle que todo cuanto se ganó en esto paso lo ganó él, y que siempre será a su servicio y de quien él mandare, y también os encomiendo que beséis las manos por mí a la muy hermosa Leonorina y a la reina Menoresa, y decidles que yo cumpliré lo que les prometía y les enviaré un caballero de mi linaje de que muy bien se podrán servir.
—Eso creo yo bien —dijo Gastiles—, que tantos hay en el mundo que para todo el mundo podrían bastar.
Con esto se despidió y se metió en su nao, donde por ahora no se cuenta más de él hasta su tiempo.
Concertado y aparejado lo que oído habéis, movió la gran flota del puerto por la mar con todos aquellos caballeros con aquel esfuerzo que sus grandes corazones les solía dar en las otras afrentas. Amadís quedó en la Ínsula Firme, y Grasandor con él, como dicho es, y con Oriana quedaron Mabilia y Melicia y Olinda y Grasinda, rogando a Dios que ayudase a sus maridos. El rey Perión y la reina Elisena, su mujer, se tornaron a Gaula. Esplandián y el rey de Dacia y los otros donceles quedaron con Amadís esperando el tiempo de ser caballeros, y a Urganda la Desconocida que lo había de ordenar como lo prometió y lo dijo, mas ahora deja la historia de hablar de aquellos caballeros que iban a ganar aquellos señoríos y todas las otras cosas por contar lo que le avino a Amadís al cabo de algún tiempo que allí estuvo.
Cómo Amadís departió solo con la dueña que vino por la mar por vengar la muerte del caballero muerto que en el barco traía, y de lo que avino en aquella demanda.
Así como habéis oído, quedó en la Ínsula Firme Amadís con su señora Oriana, en el mayor vicio y placer que nunca caballero estuvo, de lo cual no quisiera él ser apartado porque del mundo le hiciesen señor, que así como estando ausente de su señora las cuitas y dolores y congojas de su apasionado corazón sin comparación le atormentaban no hallando en ninguna parte reparo ni descanso alguno, así extremadamente se tornaba todo al contrario estando en su presencia, viendo aquélla su gran hermosura que par no tenía, y así se le fueron todas las cosas pasadas de la memoria que en otra cosa no tenía mientes, salvo en aquella buena ventura en que entonces se veía. Pero como en las otras perecedoras de este mundo no haya ni se puede hallar ninguno acabado bien, pues que Dios no lo quiso ordenar que cuando aquí pensamos ser llegados al cabo de nuestros deseos, luego en punto somos atormentados de otros tamaños o por ventura mayores, al cabo de algún espacio de tiempo, Amadís tornando en sí, conociendo que ya aquello por cuyo fin ningún contraste lo tenía, comenzó a acordarse de la vida pasada cuanto a su honra y prez hasta allí había seguido las cosas de la armas, y como estando mucho tiempo en aquella vida se podría oscurecer y menoscabar su fama, de manera que era puesto en grandes congojas no sabiendo qué hacer de sí, algunas veces lo habló con mucha humildad con Oriana, su señora, rogándola muy ahincadamente le diese licencia para salir de allí e ir a algunas partes donde creía menester su socorro, más ella como se viese en aquella ínsula apartada de su padre y madre y de toda su naturaleza, y otra consolación ni compaña que viese sino a él para satisfacer su soledad, nunca otorgárselo quiso, antes siempre con muchas lágrimas rogaba que diese descanso a su cuerpo de los trabajos que hasta allí había pasado, y allí mismo diciéndole que se le acordase cómo aquéllos sus amigos eran idos a tan gran peligro de sus personas y gentes como por ganar aquellos señoríos se les podría recrecer, y que si algún contraste allá hubiesen que estando allí muy mejor que de otra parte les podría socorrer, y con esto y otras cosas muchas de grandes amores trabajaba por le detener.
Mas como muchas veces se os ha dicho en esta grande historia que las entrañas de este caballero desde su niñez fueron encendidas de aquel gran fuego de amor que desde el primer día que la comenzó a amar le vino, junto con el gran temor de en ninguna cosa la enojar ni pasar su mandamiento por bien ni por mal que le avenir pudiese con muy poca premia, aunque su deseo gran congoja pasarse era detenido. Pues ya determinado a cumplir lo que su señora le mandaba acordó con Grasandor que en tanto que algunas nuevas de la flota les venía que de allí fueran, saliesen a correr monte, a andar caza, por dar algún ejercicio a sus personas, lo cual luego fue aparejado, y salía con sus monteros y canes fuera de la ínsula, que como se os ha dicho en este libro había los mejores montes y riberas llenos de osos y puercos y venados y otras muchas animalias y aves de río, que en otro tanta parte hallarse pudiesen y cazaban mucho de ello con que a las noches se acogían a la ínsula con gran placer, así de ellos como de ellas, y esta vida tuvieron por algún espacio de tiempo.